Escena: 7

Un remanente de veinte prisioneros judíos—agrupados en dos filas—se desplazaban como autómatas por una carretera al norte de Austria. Cada extremo lo custodiaba un soldado SS-Totenkopfverbände.

Los prisioneros parecían esqueletos vestidos con traje a rayas. Algunos de ellos llevaban puestos gorros de la misma tela de sus trajes. Otros tenían sus cabezas rapadas. Sus miradas ausentes de vida seguían el ritmo que daban sus pies al deslizarse como si estuvieran lijando el asfalto. Al final de las filas se encontraban David Hoffnung en una y su hermano Daniel en la otra.

“Ewald,” gritó un soldado a su compañero.

El soldado que custodiaba la parte frontal de las filas giró el rostro.

El otro soldado levantó la mano y le hizo una seña.

“Alto,” gritó Ewald a los prisioneros.

El grupo se detuvo en seco.

Ewald caminó hacia su compañero sin dejar de mirar al grupo; si alguno de ellos se atrevía a levantar la mirada, sería ejecutado.

“Qué sucede Fritz,” dijo Ewald.

“Voy a orinar; ¿tienes un cigarrillo?”

Ewald buscó dentro del compartimiento de uno de los estuches ajustados a su correa y sacó un par de cigarrillos. Los encendió. Le entregó uno a Fritz y el otro se lo llevó a la boca.

“Regresa a tu posición,” dijo Fritz mientras caminaba hacia el tronco de un pino. Colocó el rifle en su espalda y se abrió la cremallera.

Delante de David había una judía. Esta mujer giró el rostro para ver si Fritz la miraba.

Fritz se encontraba de espaldas a ella. La judía se agachó y bajó el pantalón.

Por favor levántate,” susurró Daniel en yídish—idioma empleado por los judíos en Europa Central.

La judía ni se inmutó; orinó sobre el asfalto.

Cinco; seis; siete segundos.

La judía recibió un disparo en la cabeza. El proyectil salió del cráneo de ella y fracturó la rodilla de un judío en la otra fila.

Ewald se alertó. Escupió el cigarrillo y tomó el rifle.

El judío herido gritaba del dolor. Sangre brotó de su rodilla derecha. No pudo mantener el equilibrio; se fue hacia atrás y derrumbó a otro prisionero y a Daniel.

David vio a su hermano tendido en el suelo. Le sujetó el brazo.

“Suéltalo,” gritó Fritz. Golpeó a David en la pelvis con la culata del rifle.

David gimió y soltó el brazo de su hermano.

Fritz le hizo una seña a Ewald.

Ewald observó a los tres judíos que yacían en el suelo. Midió el ángulo, apretó su rifle y se colocó en una posición que solo adoptan los francotiradores.

De un disparo les quitó la vida.

“Recójanlos y tírenlos detrás de los pinos,” les gritó Fritz a ocho prisioneros.

David tomó por los brazos a su hermano. Otro judío lo ayudó y sujetó a Daniel por los pies. Lo mismo hicieron los seis prisioneros con los tres cadáveres restantes. El resto del grupo se mantuvo inmóvil.

Fritz abrió la recámara de su rifle; del interior saltó un casquillo dando giros en el aire.

Ewald se acercó a la posición de su compañero y observó la recámara.

“Cuántas cargas te quedan.”

“Una,” dijo Fritz. Observó al resto de los prisioneros.

“Yo tengo cuatro en la recámara y una carga en el estuche,” dijo Ewald.

Fritz giró el rostro. Observó la profundidad del bosque.