Escena: 21

El Mercedes Benz de Ralf venía tan rápido por una calle de Múnich que poco le faltó para arrollar a una señora que se dignó cruzar la calle en ese momento. Ralf viró en una intersección donde abundaban mansiones. Aparcó el Mercedes en la casa más opulenta.

Olga se encontraba tendida en la cama; agonizaba. Una enfermera la cuidaba.

Ralf entró a la habitación, se sentó junto a su madre y le tomó la mano. Olga abrió los ojos lentamente.

“Mi niño querido.” Comenzó a toser.

“Señora, no es bueno que hable,” dijo la enfermera.

“Cállese,” ordenó Ralf.

“Hijo, respétala; es un ser humano.”

“Madre, no empieces.”

“No quiero irme sabiendo que todavía albergas odio en tu corazón.”

“Tu no te vas a ir; sanarás, ya verás.”

Olga volvió a toser. Miró a Ralf directo a los ojos. “No te olvides de ellos.”

Ralf endureció el rostro.

A Olga se le llenaron los ojos de lágrimas. Comenzó a respirar con dificultad.

“Hijo.”

Ralf apretó la mano de su madre. Olga susurró. Ralf acercó el oído. Ella le dijo unas palabras y murió.