Escena: 10

La forma en que la nieve cubría los pinos de un bosque daba la sensación de ser una zona virgen, pero en el interior de esa arboleda había una casa. Su estructura era deplorable; parecía que hubiese pasado un tornado y luego fuera habitada por mil arañas. Lo extraño del lugar: un hacha clavada en el tronco de un pino; un vehículo Peugeot 201 azul marino—con un impacto de bala en el vidrio frontal—aparcado a un extremo de la casa y el humo que salía de la chimenea.

Una danza seductora de llamas mantenían enrojecidos cuatro troncos mientras se consumían en la chimenea de una habitación del piso superior. Si alguna de las teas convulsionara y saltara de su lugar, incendiaría todo el recinto; sus vetustas paredes, piso y techo, eran de madera. En una de las paredes había una cama adosada junto a la ventana. En otra pared, un raído armario de dos puertas y seis gavetas y una mesa de pino con rastros de perforaciones y quemaduras; en su centro—formando un triangulo—un vaso a medio llenar de whisky, una cajetilla de cigarrillos y una pistola Luger.

Un humo grisáceo se adueñaba del ambiente. Se intensificaba a medida que un hombre lo exhalaba. Era Ralf. Su mirada seguía como un anzuelo las formas serpenteantes de las flamas que se reflejaban en sus ojos; a pesar de tener las pupilas dilatadas, podía distinguirse en ellos un azul marino intenso. Ralf no tenía puesta su camisa. Su torso mostraba años de entrenamiento físico y dieta balanceada. La única alteración de esta estatua de carne y hueso era una herida sangrante cerrada con cuatro puntos de sutura en su pectoral y omóplato izquierdos. Aspiró otra bocanada. Lanzó el cigarrillo hacia la chimenea. Bebió lo que quedaba de whisky. Cerró los ojos, tomó el arma y se apuntó debajo de la quijada. Su corpulencia lo traicionaba a medida que hacía presión con el dedo índice. Comenzó a temblar. Sangre brotó por los orificios de la herida. Sus mandíbulas oprimían de tal forma sus dientes que parecía se fueran a pulverizar. Ralf no pudo accionar el gatillo. Colocó abruptamente el arma en la mesa. Su respiración entrecortada duró unos segundos. Se tranquilizó. Miró su pectoral; se encontraba irrigado en sangre. Dedujo que la herida en su espalda seguía el mismo camino. Levantó el rostro y observó el arma. Finalmente posó su mirada en el suelo. Había algo en el ajado armario que le producía desasosiego.