Escena: 20

La multitud reunida en la plaza de Wenceslao en Praga gritaba eufórica ante las tropas de la Leibstandarte a medida que marchaban frente a ellos. El movimiento de las botas y la coordinación que llevaban demostraban su poderío militar.

Ralf comandaba uno de los batallones. Las mujeres sentían palpitaciones al verlo—esto se debía en parte a sus casi dos metros de estatura, impecable traje negro y el ángulo conque el Sol lo iluminaba.

Las tropas ingresaron por las puertas ornamentadas del castillo. Se formaron y dejaron libre la entrada.

No habían transcurrido veinte minutos cuando Hitler arribó e inspeccionó la guardia de honor. Se paró frente a Ralf. Le extendió el brazo derecho. Ralf le estrechó la mano.

“Buen trabajo hijo.”

“Gracias mi führer.

Hitler siguió y entró al castillo.

Ralf se dispuso romper filas. Un soldado se acercó, se paró firme frente a él y extendió el brazo derecho.

“Qué sucede soldado.”

“Comandante; es su madre.”