Capítulo 11
Entre aparecidos, luminarias y comisarías «fantasma»
En este otro apartado, concebido como segunda parte del capítulo anterior, hablaré de las extrañas circunstancias que rodearon el descubrimiento del cadáver de un popular niño perdido; el, según dicen, fantasma de un caballero templario en un pueblo murciano, así como las luminarias que en su día se avistaron en el lugar; y las consecuencias de mi infructuosa búsqueda de una vieja casa encantada londinense…
¿El fantasma que facilitó datos de su muerte?
El siguiente tema es ciertamente delicado, pero creo que debido a las informaciones que pude recopilar al respecto, el resultado de las pesquisas puede ser, creo, interesante para el lector. El protagonista es el pequeño Donovan Párraga de doce años de edad, desaparecido durante once largos meses y cuyo cadáver fue finalmente hallado en una especie de poza a quinientos metros de su casa de la urbanización La Beltraneja en Trijueque (Guadalajara). Había muerto ahogado.
El caso es que el periodista Roberto Mangas, durante el transcurso de la investigación y antes del hallazgo del cuerpo del niño, nos explicaba a Juanjo Sánchez-Oro y a mí ante los micrófonos de «Dimensión Límite»: «Se nos hicieron varias llamadas de presuntas videntes a las que, por regla general, no hacíamos caso. De hecho, la familia del niño nos lo tenía prohibido. Pero una chica que se hizo pasar por portavoz de la policía que estaba investigando los hechos, nos facilitó pruebas al respecto y nos embaucó tanto al diario El Mundo como a la Guardia Civil de Guadalajara para comprobar la veracidad de lo que nos decía, ya que nos explicó que conocía el paradero del cadáver de Donovan y que quería hacerlo constar para que la familia del pequeño, aún esperanzada, dejara de sufrir». Aquello aconteció en el puente del Pilar de octubre de 2002.
El caso es que siguieron en coche a la vidente, que iba en otro coche con su padre. «Al llegar allí sacó un montón de revistas y anotaciones a bolígrafo, diciendo que la combinación de las fechas de las revistas con las matrículas de unos coches le apuntaban que el niño estaba enterrado en el agua, que el espíritu del niño la llamaba desde el agua, muy cerca de donde éste residía», contó Mangas. Una vez en el lugar: «Se montó cierto revuelo, ya que ella empezó a gritar a los vecinos de Trijueque, preguntándoles dónde había una acequia, balsa, pozo o piscina. Que ahí estaba Donovan. La Guardia Civil la reprendió por alterar el orden público, pero ella insistía. Finalmente, nos fuimos de allí debido al revuelo».
Mangas siguió contándonos: «Se peinó todo aquello en busca del pequeño, tiempo antes, y no se halló nada, lo cual se le explicó a aquella vidente. Nuestra sensación era de absoluta incredulidad ante aquel esperpento». Hasta que, el 23 de enero de 2003, la investigación dio un giro radical: «Descubrieron que una fosa séptica, con una depuradora, cubría más de lo que, a priori, parecía cubrir. Aquello no se investigó bien y cuando se vadeó y vació la fosa, se halló el cadáver de Donovan a unos metros de la casa de su madre. Y es que, tal y como la vidente decía, el espíritu del muchacho estaba llamando a su madre, pues, desde donde se halló el cadáver, se veía una ventana de su casa…».
La historia, así contada, nos resultó cuando menos curiosa. Hasta que, un tiempo después, coincidimos en un acto público con una señora de Guadalajara llamada Mera Viosca, que nos dijo poseer ciertas capacidades paranormales y que contó varias cosas que llamaron poderosamente nuestra atención. Entre ellas, cierta historia que la vinculaba al niño Donovan. Meses después, Juanjo Sánchez-Oro, Ángel Arroyo, Daniel Valcárcel y un servidor nos citamos con ella en su domicilio y, entre otras muchas experiencias, nos contó una que nos resultó del todo familiar. Según Mera, que dice tener la capacidad de comunicarse con seres fallecidos: «En la televisión se daba a Donovan por vivo, pues había testigos que decían haberle visto pidiendo bocadillos por las discotecas del Corredor del Henares. El caso es que estaba yo trabajando y un buen día empecé a escuchar la voz de un niño, que me pedía ayuda, y que se identificó como Donovan. No le di crédito porque yo solo tenía visiones de seres fallecidos y todos le dábamos por vivo, según las informaciones. Pero él estuvo dándome la lata durante seis días seguidos, pidiéndome ayuda».

Mera Viosca durante la entrevista que mantuvimos con ella en su domicilio.
La historia continúa, pues, según Mera: «Un día le dije a una compañera mía, llamada Beatriz y que también tiene un desarrollado sexto sentido, lo que me había pasado. A lo que me dijo que ella tenía muy claro que aquel niño había fallecido, ya que había tenido una visión suya en la que éste estaba sepultado por unas ramas bajo el agua, en la provincia de Guadalajara». El caso es que, casualmente, tres días después: «Coincidimos con un guardia civil que vino para que le mirásemos un esguince [Mera y Beatriz regentaban una consulta de medicina alternativa], puesto que, según nos contó, tenían varias batidas programadas días después con el fin de buscar a Donovan, creyendo que seguía vivo. A lo que mi compañera, en un descuido, le preguntó por qué buscaba a los muertos entre los vivos. El guardia civil, extrañado, le pidió que aclarase dichas palabras. Y ésta se lo acabó confesando».
El final de la historia resulta sorprendente, ya que, tal y como Mera nos contó: «Tres días después, encontraron a Donovan tal y como Beatriz lo contempló en sus visiones. A este hombre no volvimos a verle, pero… ¿qué les diría a sus superiores para que, tres días después, se le buscase y encontrase en aquel lugar? Porque el niño apareció».
¿Casualidad?
Increíble, pero cierto…
En septiembre de 2007, y con motivo de una beca del por aquel entonces Ministerio de Educación y Ciencia, me fui a Londres durante tres semanas a un curso intensivo de inglés. Y pese a que soy bastante propenso a meterme en ciertos líos, nunca pensé que la cosa llegaría a tanto. Tras una semana de visitas turísticas a la ciudad, tan interesantes como tópicas, a la Torre de Londres, la abadía de Westminster, el Big Ben, Picadilly Circus, los mercadillos de Candem Town y Covent Garden o el titánico Museo Británico, entre otros lugares, decidí que las dos semanas siguientes las reservaría para visitas un tanto más atípicas. Desde el cementerio de Highgate o la iglesia del Temple, hasta el castillo de Hampton Court, célebre tras aquellas grabaciones de una de las cámaras instaladas en un patio, en las que un presunto fantasma abría y cerraba una de las puertas en diciembre de 2003. En aquella visita, y tras formular muchas preguntas al personal que allí trabajaba con mi inglés de Castilla, conseguí que uno de ellos me confesase, off the record, que él había sido testigo de una presencia fantasmal en el castillo, pero que no podía extenderse en ello porque peligraba su puesto de trabajo. Por ello, no facilitaré ningún dato más al respecto. Pero sí puedo atestiguar, después de haber intentado entrevistar a todo el personal del castillo, que las posturas estaban divididas. Quién sabe… quizá lo que esa grabación mostraba era algo más que un truco publicitario.
El caso es que hice cosas que no debía, me colé en sitios donde no podía colarme e incluso cometí alguna que otra fechoría que no desvelaré aquí. Sólo puedo decir que uno de los libros de rezos de la mentada iglesia del Temple queda genial en la biblioteca particular que tengo ahora a mis espaldas. Pues bien, no tuve problema alguno debido a mi tendencia a saltarme las normas. Y es que, como dice el gran Manuel Carballal, «las cosas más interesantes son aquellas que se guardan en los sitios donde, oficialmente, no se puede entrar».
Todo fue bien… hasta que se me ocurrió, fíjese el lector, buscar una vieja casa encantada en la calle Cock Lane en la que habían sucedido extraños fenómenos en 1762. La casa estaba supuestamente ubicada en una antigua calle del barrio de St. Paul en la que, durante la Edad Media, estaba permitida la prostitución, según diversas fuentes. Pues bien, buscando el dichoso número 33 de aquella calle enana, casi escondida, con el fin de tomar algunas fotos del portal, me hallé en una de las situaciones más insólitas de toda mi existencia. Haciendo algunas fotos a la calle en general, ya que no había manera de dar con el numerito de marras (el resto de las casas no seguían un orden de numeración y en algunas de ellas ni siquiera se veía el número), alguien llamó mi atención.
Me di la vuelta y vi que se trataba de un policía que me pidió, acto seguido, la documentación. Extrañado por aquello, se la facilité, preguntándole si había hecho algo malo. El tipo miró mis papeles y me pidió que me pusiera contra la pared. Llamó a alguien por radio para cotejarlos (supongo) y empezó a registrar las cosas que portaba conmigo. Aquello era surrealista. Con mi pobre inglés, intenté explicarle a aquel espigado agente de la ley que sólo era un estudiante español, afincado en Greenwich durante unas semanas, y que únicamente pretendía hacer una foto a una vieja casa. El caso es que no debí resultar muy convincente, puesto que al mirar mis cuadernos y percatarse de que tenía apuntados varios sitios emblemáticos de Londres que había visitado, el tipo llamó de nuevo a alguien por radio y, apenas un minuto después, se personaron allí otros tres policías que me rodearon. Aquello no podía estar pasando. Eran aproximadamente las siete de la tarde de un 5 de septiembre de 2009.
Volvieron a cachearme al menos un par de veces más. Después de varias explicaciones por mi parte, me pidieron la cámara de fotos para revisar las imágenes que había tomado esos días. Uno de ellos empezó a mirarlas, sorprendido por alguna de ellas en las que el puente de Londres lucía de forma esperpéntica a la caída del sol. Aquello le relajó, me halagó por ello y los demás se relajaron también. Otro de ellos, revisando minuciosamente mi cuaderno de campo, me pidió explicación sobre ciertas notas manuscritas sobre un caso ovni. Al preguntarme por el significado de esas siglas, desconocidas para ellos, les expliqué que eran lo mismo que lo que ellos conocen como UFO, a lo que empezaron a reírse. En otras circunstancias la coña no me hubiera hecho ni puñetera gracia, pero teniendo en cuenta el escenario, aquello no iba mal del todo.
En ésas estábamos hasta que el que seguía revisando mis fotos se topó con una de ellas y con cara de muy pocos amigos me espetó en inglés: «¡¿Qué es esto?!». Me mostró una serie de fotos que yo había hecho a las cámaras de seguridad que estaban repartidas por todo el centro de Londres, en plena calle. Algo poco usual en España que llamó mi atención y decidí captarlo con mi Fujifilm semicompacta. Aquello no les gustó y volvieron a ponerme de nuevo contra la pared, me registraron una vez más y, esta vez sí que sí, pensé que me metían en el calabozo.
Al ver que no encontraban nada delictivo, finalmente la cosa se fue relajando poco a poco. Los compañeros que habían venido en «auxilio» del primero se marcharon y el que inicialmente me dio el alto me explicó que había estado haciendo fotos a una estación de policía, señalándome un edificio antiguo, de ladrillo rojo, que hacía esquina con esa misma calle. Antes de despedirse, el policía me facilitó un papel de color rosado, una copia de algo parecido a una multa o similar y me dijo que si algún compañero suyo volvía a pararme, enseñara dicho recibo. Se fue, y lo primero que hice fue ir hasta el edificio al que el policía se había referido. Al plantarme enfrente, ni coches patrulla ni indicación alguna. Lo que parecía una antigua estación de bomberos no tenía rótulo alguno que señalase que aquello era una Police station. Extrañado, miré entonces el papelito que me había facilitado el agente de la ley. Al leer su contenido, no daba crédito. Esta vez sí que la había hecho buena. Escrito a mano, aparte de algunos de mis datos y la fecha del día, podía leerse en la casilla de detalles de la detención: «Sospechoso de actividades terroristas».
¿Espectros templarios en un castillo murciano?
Por todos es conocida la famosa Cruz de Caravaca que se venera en el santuario de Caravaca de la Cruz, pueblo ubicado al norte de la provincia de Murcia. Pues parece que en el castillo-santuario de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca, situado en un pequeño y alto cerro, y según algunos de sus guías turísticos, puede contemplarse nada menos que el espectro de un supuesto caballero templario. Especialmente en una zona conocida como el Conjuratorio, donde años ha, el párroco del pueblo rezaba a sus deidades para que las cosechas fueran buenas y abundantes. Ante semejante historia, o leyenda, hice el petate y viajé, solo, rumbo a ese pueblo para corroborar, in situ, si lo que sobre aquel lugar se cuenta tiene algún poso de verdad.

Santuario la Vera Cruz en Caravaca de la Cruz.
Los hechos que narraré a continuación carecen de los nombres y apellidos de los testigos que hablaron conmigo, pues éstos temen posibles represalias laborales, principalmente por motivos religiosos, pues no debemos olvidar la importancia católica de la citada Cruz de Caravaca y, por ende, la del santuario de la Vera Cruz donde se idolatra esta reliquia.
El caso es que, de perfil, a una distancia aproximada de cinco metros, de aspecto vetusto y ataviado con maya y capa, el espectro de todo un caballero templario se deja ver de forma fugaz ante los atónitos ojos de algunos de los guías que, día a día, enseñan el lugar a los turistas. De entre esos guías, hay quien me contó haber visto en ocasiones semejante fenómeno de forma directa, y hay quien afirma no haber vislumbrado la figura definida del supuesto caballero del temple, sino una extraña sombra deslizándose por algunos de los aposentos del castillo. Uno de los testigos me narró cómo había contemplado dicha sombra en la zona correspondiente al coro de la iglesia. Y no sólo allí, sino que en la torre del castillo ha podido avistarse también semejante anomalía, según declararon.

Conjuratorio del santuario.
Otro de los testigos me contó cómo durante varias noches ha subido a la zona del castillo donde, con mayor frecuencia, se deja ver el supuesto espectro, con la intención de poder contemplarlo. Pero sus esfuerzos, al menos por el momento, han sido enteramente en vano. También me explicaron que, de manera frecuente, algunos de estos guías escuchan sonidos y crujidos que ellos mismos califican como «extraños».
Es más, una de las trabajadoras del lugar me explicaba cómo en la tarde de San Juan de 1999 un pequeño grupo de turistas segovianos y ella misma notaron en el citado Conjuratorio una especie de brusca sacudida, según sus palabras «energética», que a nadie de los allí presentes dejó indiferente. Éstos describieron la sensación como si su cuerpo físico se «desconectara» de alguna manera, algo que nuestra protagonista no sabía si definir como, hasta cierto punto, desagradable y extraña a la par. ¿Estaremos, pues, ante uno de esos denominados lugares de poder?

Cruz rodeada de inscripciones en ventana.
Un poco de historia… y malas pasadas nocturnas
En lo que respecta a la historia del castillo, las primeras noticias son de la época prerromana. La construcción formó parte del reino Taifa de Murcia. Con Alfonso X el Sabio pasó a manos castellanas en 1243, y éste se lo cedió a Berenguer de Entenza para su dirección. El castillo, pues, pasó a formar parte, presuntamente, de uno de los territorios de la Orden del Temple. Posteriormente, fue escenario de confrontaciones entre varias familias nobiliarias.
Una vez recabados algunos datos, tocaba descansar, y cuando uno anda escaso de recursos, recurre al hostal o a la pensión más baratos de la zona. Así lo hice, sin medir demasiado bien las consecuencias. Contaré una de tantas anécdotas. Tras mis pesquisas, llegué tarde a la pensión de turno, cuyo nombre mucho tiene que ver con mi segundo apellido y cuya dueña parecía sacada directamente de la película Psicosis. El caso es que me dispuse a dar una benéfica ducha nocturna, como suelo hacer antes de acostarme, en el cuarto de baño compartido del lugar (como ya decía, la falta de recursos tiene estas cosas) cuando, mientras estaba dándole vueltas a la historia que me fue narrada horas antes sobre los presuntos espectros del casillo, unos estruendosos golpes en la puerta me hicieron pegar tal brinco que por poco, y tras patinar en el plato de ducha, me doy un batacazo de los que hacen pupa. Se me pasó de todo por la cabeza en ese momento, respondí con un grito que quién leches andaba allí y me respondió la señorita Norman Bates (la dueña del hostal), a grito pelado, que quién se duchaba a esas horas de la noche. Al parecer, algunos vecinos de otras viviendas del edificio, ajenas a la pensión, se aprovechaban de los baños compartidos de ésta para ahorrar agua en sus respectivas moradas. Un show. El caso es que el susto no se me quitó hasta bien pasada la madrugada.
¿Luces populares en Caravaca?
Cuenta la leyenda que, tras el altar de su iglesia, y más concretamente en el ya mentado Conjuratorio, aparecen desde hace mucho lo que se conoce como «luces populares»: unas extrañas luminarias de tamaño reducido que vuelan y se comportan de forma aparentemente inteligente. Tras la aparición de las mismas, las cosechas mejoraban considerablemente. Pero este periodista no pudo corroborar ni recopilar testimonio alguno sobre la veracidad de este curioso mito. ¿Realidad o invención?
Lo que sí pude recoger es el testimonio de una señora que, al hilo de estas luces populares, me relató de forma anónima que, antes de la guerra civil española, sus antepasados y otros lugareños observaron extraños fenómenos tales como, según sus propias palabras: «Luces que se corrían en el cielo y que formaban, todas ellas, una cruz de Caravaca que se iluminaba ante ellos». Un hecho que asustaba a los campesinos de la zona, que «estaban regando y dejaban la manguera en el suelo, ya que huían por miedo a aquello». Otra anciana mujer nos dijo: «Eso es cierto. La gente antigua veía cosas muy extrañas de este tipo en el cielo, según contaban». Curioso. ¿Extrañas anomalías celestes que formaban entre sí una Cruz de Caravaca en… Caravaca de la Cruz?
Y hablando de luces populares, le invito a conocer, lector, nuevos y curiosos datos sobre la más popular, y nunca mejor dicho, de ellas en España.