Capítulo 2

Regreso al territorio de lo insólito

En enero de 2013, esta vez junto al compañero Mikel Navarro, regresé a Las Hurdes en busca de más casuística insólita. Y lo hice con la información recogida en las antiguas notas de mi cuaderno de campo pendientes aún de ser contrastadas. De modo que nos lanzamos una vez más a las carreteras en busca de lo extraño. Y lo encontramos.

Luminarias, «pantasmas» y gente de muerte

Pedro Martín Álvarez, de mediana edad, nos invitó a su casa de Aceitunilla ante nuestra curiosidad por las insólitas historias hurdanas que muchos han vivido en sus propias carnes. Un caballero encantador que, tras convencerse de nuestras buenas intenciones, nos contaba: «Aquello me pasó a mí, a mi hermano que en paz descanse y a otros dos amigos. Veníamos de las fiestas de Santa Teresa desde Riomalo de Arriba, y al pasar un valle, en medio del camino, nos encontramos ante una larga lápida que a mí me pareció de piedra, como si fuera el ataúd de un muerto, con letras inscritas sobre la caja del mismo. El caso es que rodeamos aquello, extrañados, y seguimos camino». Pero la cosa no acababa ahí, ya que «a unos cuarenta o cincuenta metros empezamos a ver una lucecita, flotando a baja altura, que nos seguía. Una cosa rara. Y empezamos a asustarnos porque aquella luz caminaba, a unos cien metros de donde nos encontrábamos, conforme lo hacíamos nosotros. Cuanto más tiempo pasaba, con aquella luz acechándonos, más miedo nos daba aquello». Cuando preguntamos al bueno de Pedro sobre la explicación que él daba a lo sucedido, éste lo tenía claro: «A nosotros nos dio la vida el no haber tocado aquella lápida». Es decir, para Pedro y los suyos, aquellos dos fenómenos fuera de lo común estaban directamente relacionados.

El autor junto a Pedro Martín Álvarez, en su casa de Aceitunilla.

¿Recuerda el lector al citado niño blanco? Pues aquí lo tiene, merced a lo que Pedro nos contó: «Una noche de mi juventud, cuando tenía dieciocho años, llegaba a casa de madrugada, en la moto, desde el pueblo de Asegur. Al llegar a una taberna que mis tíos regentaban, me paré para guardar la moto como habitualmente hacía, y cuando terminé el quehacer, al salir a la puerta, me encontré con un niño vestido de blanco. Eso en plena madrugada, vestido con una túnica, que pasó cerca de mí y ni me miró, sin inmutarme. No le di demasiada importancia hasta que entré en casa y se me pusieron los vellos de punta».

Nuestro protagonista también nos narró otra vivencia de lo más escabrosa, vivida por sus mayores en Aceitunilla: «Un verano, estando varios vecinos a la fresca en la calle, nos encontramos con un señor muy extraño, que iba con una señora, ambos montados en un mismo caballo y con ropajes como de otra época. De hecho, la señora llevaba un vestido que tapaba las patas del animal. Un vecino les preguntó que quiénes eran, y aquel señor respondió, con voz quebrada: “Gente de muerte”». La historia en sí se las traía, ya que, a continuación, «los vecinos siguieron a esos señores y al llegar el caballo con aquellas pesadas ancas, con aquel sonido de chan, chan, chan, a la última de las casas del pueblo, desaparecieron. Como cuando se apaga una cerilla». Esta historia, realmente curiosa, también me fue narrada en el viaje de 2007 por Ricarda Iglesias, una anciana del lugar que antes citábamos. Ella fue testigo de aquello, y aún hoy lo recuerda.

Una de las magníficas estampas que pueden contemplarse en Las Hurdes.

Pedro nos relató algo más, una historia realmente llamativa, casi de leyenda: «En el Valle Madroñal iban unos señores con un burrito, al amanecer, y vieron una tienda atendida por una señora. Ésta les preguntó si querían algo de la tienda, a lo que aquellos hombres respondieron que unas tijeras. Entonces, repentinamente, la señora dijo algo así como “Ya me hundiste más abajo todavía” y desapareció. Se cree que era una bruja o pantasma». Una historia que nos fue también relatada por Manuel, apodado el Tamborilero, tras tocarnos y cantarnos varios villancicos hurdanos con dulzaina y trombón en la hermosa aldea de Cerezal. Aunque su historia tenía ciertas variaciones. La señora de la mentada tienda «era una mora, que a quienes pasaban por allí les preguntaba si les gustaba el pan de cebada, a lo que otra mora le dijo que lo que quería era unas tijeras. Dicho aquello, la tendera le espetó si quería las tijeras para cortarse la lengua. Y entonces, desapareció. Era una mora, o una bruja, que estaba encantada». Se trataba de una curiosa leyenda hurdana que, al parecer, se corresponde también con fábulas similares de otras partes de la geografía española.

De hecho, sobre fantasmas morunos o moras encantadas, mi compañero Juan José Sánchez-Oro y yo recogimos una curiosa historia en el pueblo de Canales de Molina (Guadalajara), más concretamente en las cercanías de su Peña Escrita. Allí, el cronista David Cámara nos la narró de la siguiente manera: «Cada cien años, se aparecía una reina mora a los pastores de la zona, que se peinaba con un peine de plata y ante un espejo. Ésta les preguntaba si preferían el peine y el espejo o a ella misma, a lo que los pastores, al quedarse más prendados por los bienes de la mora que por ella, ésta desaparecía, condenada, otros cien años. Es una leyenda a la que no le doy demasiados visos de realidad, que se utilizaba para asustar a los chavales».

Fantasmas aparte, sobre brujas me extenderé en el presente capítulo, pero antes he aquí un dato que nos brindó, en el pueblo de Arrolobos, Manolo (apodado el Vaca por su profesión de vaquero). Mucho se ha dicho y escrito sobre la famosa y oscura curva de Arrolobos, en cuyos aledaños se presentaba, a principios de los años ochenta, un extraño ser, muy alto, acompañado en ocasiones por un extraño sonido «como de rechinar de dientes». El caso es que Manolo, tras relatarnos algunas historias sobre el Macho Lanú, uno de los más destacados seres del bestiario hurdano, nos contaba que «se trataba del viejo panadero de Vegas de Coria, el pueblo más cercano, que achicaba papeles para meter miedo a la gente. Aquello era una broma. De hecho, dos guardias civiles le pillaron in fraganti, a lo que el panadero les explicó que lo hizo para meter miedo a los periodistas que pasaban por allí, en busca de lo extraño, sin éxito». Broma, de serla, de mal gusto, añado. Y de ser cierto lo narrado por nuestro testigo, eso no explicaría la aparición de ese presunto ser, que fue avistado por varios vecinos. Y aunque el propio Manolo me lo negase, hubo incluso batidas organizadas en busca de aquello, sea lo que fuere. Al menos una, muy sonada, el 3 de febrero de 1984.

Manolo, apodado el Vaca.

Brujas hurdanas, y no de leyenda

Manolo el Vaca también nos contó que en las casas los espíritus de los seres queridos de sus moradores aparecían y subían por la chimenea, agarrándose a las llares (cadena con un gancho para suspender los calderos sobre la lumbre) y escapando por los aires. «Yo conocí a alguien que me contaba cómo vio a su madre, ya fallecida, subir por la chimenea después de haber mordido a los moradores que dormían en la casa. Les embrujaba. Eran brujas.»

Interesantísimo lo que nos comentaba Manolo, dado que, si nos atenemos a lo que nos describía, trascendía de la mera leyenda o creencia popular y se convertía en algo más real, mucho más palpable. Y en ese sentido recogimos un valiosísimo testimonio en otro pueblo, Ladrillar. Se trataba del de Gregorio Iglesias, quien en el bar más concurrido de la población a ciertas horas nos relató lo siguiente: «Se comenta en el pueblo cómo las brujas entraban en las casas. Cuando era un crío, dormía yo en la cama de mis padres, con ellos. Y una luz, redonda, entró por la ventana y empezó a dar vueltas por la habitación durante diez o quince minutos, a lo que mi madre se levantó, agarró la zapatilla y empezó a golpear a dicha luz. ¡Plas, plas, plas! Aquella cosa se convertía en otras cuatro o cinco estrellas más pequeñas, que acababan desapareciendo». Pero la cosa no quedaba ahí, ya que «al día siguiente, una mujer con nombre y apellidos de la que se sospechaba que era bruja, apareció con cardenales en los ojos. Por lo que mi madre la señalaba y, en voz baja, decía: “Allí la tienes, fue ella quien entró anoche en casa”. A mi madre le pasó dos o tres veces, y sobre todo en invierno. ¿Cómo explicas eso?». La verdad, a ciencia cierta, no podía.

No sólo eso, sino que el propio Gregorio nos relataba a Mikel y a mí: «Hay comentarios de las abuelas que, antes, indicaban cómo las brujas del pueblo se juntaban un día del año todas en una fuente del pueblo. Había tres o cuatro mujeres, con nombres y apellidos, de las que se decía que eran brujas. Lo eran, y han hecho mucho daño».

Además, la cosa sigue para Gregorio, ya que, como él mismo acabó confesándonos: «Yo he cogido un fruto del huerto de una señora que se suponía bruja por los vecinos del pueblo, y me ha sentado tan rematadamente mal que cuando iba al servicio, defecaba bichos enormes y con pelos. Eso me ha pasado a mí. La dueña de dicho huerto era maligna. De hecho, cada vez que vuelvo del pueblo, voy con un orzuelo en el ojo. ¿Será coincidencia?». Lo que tenemos aquí es, a mi juicio, increíble. Se trata de la creencia, aún hoy arraigada, de la existencia de brujas reales, de carne y hueso, con nombres y apellidos, entre nosotros. El folclore en este caso trasciende y se transforma en presunta realidad.

El duende de Ladrillar

Y estando en Ladrillar, lógicamente, debíamos preguntar por el duende. Cierto es que en uno de mis primeros viajes, ya nos acercamos al pueblo y, preguntando, me acabaron confesando que aquel ser de tipo presuntamente humanoide, que sobrevolaba la aldea aterrorizando a sus moradores desde principios del siglo XX, no era más que un cuento para asustar a los muchachos y que la apariencia de aquel «duende» era la de un macho cabrío. Nos lo contó Gabriel, que también nos comentó algún curioso caso de luces no identificadas avistadas por él mismo. No contentos con aquello, en ese tercer viaje preguntamos a Gregorio Iglesias sobre el duende y éste nos contó: «Mi abuelo, Julián Bejarano, me comentaba sobre el duende de Riomalo que un hombre maltrataba a su mujer y, antes de que pereciera, ésta maldijo a su marido diciendo que tantos palos le había dado se le fueran devueltos tras su muerte por justicia divina. El caso es que, al no haber cementerio en ese pueblo, enterraron a esta persona en el de Ladrillar. Y tras aquello, salía un gran pájaro que viajaba por la mañana desde Riomalo a Ladrillar, haciendo la ruta inversa por la noche». Es decir, que al parecer el duende era un gran pájaro. De hecho, Gregorio nos dijo: «Mi abuelo lo vio. Era un chaval, y estando a las afueras de su casa vio al pájaro posado en un árbol, le dijo que se marchara a Riomalo, a lo que el pájaro bajó súbitamente poniéndose a los pies de mi abuelo. Éste, aterrorizado, se metió corriendo en su morada».

Y no sólo su abuelo. El padre de Gregorio le contó: «Yendo a cazar jabalíes con un buen amigo suyo, Avelino (el alguacil del pueblo), vieron un gran pájaro que se posó en un pino. Al contemplar la escena, comentaron la posibilidad de pegarle un tiro y entonces aquel bicho empezó a reírse a carcajadas. Huyeron despavoridos». Extrañados ante el relato, Gregorio zanjó la conversación diciendo: «Cuando le preguntaba a mi padre sobre aquello, un hombre bregado, cargado con escopetas cuando eso pasó, éste me decía que dejase el tema debido al pánico que esa experiencia le provocó. Se sintió absolutamente imponente. Se acojonó».

Antes de partir de Ladrillar, tuvimos la ocasión de entrevistar a Ángel, otro vecino del pueblo que, acerca del supuesto duende, nos dijo del todo convencido: «La gente de aquella época carecía de nuestra cultura actual, y el fenómeno de un pájaro extraño lo tomaron por un espíritu. Mis abuelos también vieron al supuesto duende, al que denominaban «tiñoso». Creían que se reía de ellos aquel pájaro grande, presuntamente poseído por un espíritu maligno. De hecho, cuando yo era pequeño, utilizaban aquellas historias para asustarnos. Como el coco».

Una vez puestos a disposición del lector los testimonios allí recogidos de personas del pueblo, una de ellas realmente convencida de la existencia de dicho duende en forma de pájaro, creo que puedo sentenciar que, efectivamente, aquello, maligno o no, se trataba de eso, un pájaro grande. Un pájaro que hacía, al parecer, una ruta muy específica, cementerio mediante, que realmente tenía asustados a muchos vecinos más por la creencia en la historia que, supuestamente, había tras aquel pájaro, que por el pájaro en sí. Dicho esto, que cada cual saque sus propias conclusiones…

Más ovnis en Las Hurdes

Fue en un cuarto viaje realizado a finales de enero de 2016, días antes de la entrega de este libro. En esta ocasión, junto a mi compañera Lourdes Gómez y otros amigos. Fueron tres días en los que recogimos, aparte de otra fenomenología, una quincena de casos ovni vividos en primera persona, algunos actuales. A continuación narraré varios de ellos.

Jesús González de Cáceres, me señala dónde vio aquel ovni triangular.

Empecemos por el final. Nos sorprendió comprobar in situ cómo, en los últimos dos años, se habían producido varios avistamientos reseñables a lo largo y ancho de la comarca hurdana y alrededores. Jesús González de Cáceres, hermano del antiguo alcalde del pueblo con quien también hablé, me narró en su domicilio de Pinofranqueado qué le sucedió cuando estaba sentado cerca de su casa tomando el fresco con varios familiares a las 22.40 del 17 de agosto de 2014: «Mi mujer dijo que venía una luz clara, como un foco muy potente, a lo que yo pensé que podría ser un helicóptero. El caso es que se acercó poco a poco, muy lentamente, dirección Sur-Norte, hasta ponerse a unos mil metros de altura sobre nosotros. Aquello no hacía ruido alguno. El caso es que se paró durante unos dos minutos, sin ruido y sin nada. Y de repente empezó a subir hacia arriba. Totalmente recto, y aquello salió fuera del globo terrestre, ya que se fundió sobre las estrellas y desapareció». Realmente llamativo, ya que, además, no fue el único testigo. Su esposa y su cuñada me confirmaron lo narrado por Jesús. De hecho, según nuestro protagonista: «Mi cuñada dijo que aquello era cosa de brujas, y yo disentí, pero pasé miedo por si aquello nos atacaba de alguna manera. Creí percibir que su silueta era como escalonada. Nunca vi nada parecido». Increíble. Un presunto caso ovni en toda regla, relacionado con las brujas. Algo que, todo sea dicho, no me sorprendió del todo teniendo cuenta lo narrado hasta estas líneas…

Santiago Blanco Valencia se topó, en varias ocasiones, con aquellas extrañas luces.

Unos meses antes, Almudena Redondo, de veintisiete años, natural de Aceitunilla y que actualmente reside en Londres, nos contó lo que avistó en el atardecer de un día de enero de 2014. Según ella, se trataba de «una luz que, llegando a Mohedas de Granadilla desde Las Hurdes, se apareció a unos veinte metros de mi coche y empezó a seguirme. Lo vi desde el retrovisor, y era una luz muy potente. Empecé a acelerar y aquello desapareció». La cosa no quedó ahí, ya que, según Almu, «tres minutos después, volvió a aparecer aquello, siguiéndome de nuevo a la misma distancia. Me asusté bastante y recorridos varios kilómetros, volvió a esfumarse. Pasé Mohedas y una vez en las curvas, a la altura de La Pesga, cogí una recta bastante larga y, por tercera vez, volvió a aparecer la luz para, algunos kilómetros después, volver a desaparecer. El caso es que me rayé bastante y, desde entonces, no he vuelto al pueblo de noche». Curioso, ya que también pude recoger, precisamente en Mohedas de Granadilla, el testimonio de varios jóvenes que se habían topado en una carretera cercana a esa zona con una extraña esfera verde que, durante varios minutos, estuvo siguiendo su vehículo. Y no sólo a ellos, sino también a Almudena o Jesús…

Asimismo, Santiago Blanco Valencia, veterano cazador residente en Casar de Palomero, avistó algo extraño a la una de la madrugada de un día de julio de 2015. Cuando le localizamos y le convencimos para que nos contase lo que había visto, nos relató: «Desde Cambroncino dirección a Mohedas, vi un gran objeto triangular que desprendía bastante luz, y más luces pequeñas alrededor de aquello. Como si fuera una chapa de tráfico, en el cielo y muy iluminada». Y no fue lo único que divisó Santiago. Ya en 1984, durante la caza del jabalí, vio en los aledaños de la zona que une los pueblos de La Pesga con Casar de Palomero «una esfera muy grande y luminosa, redonda, que hacía un ruido muy raro. Iba subiendo río arriba, unos metros por encima del agua, iluminando todo el río y siguiendo su curso».

En ocasiones, esas curiosas luces se avistaban muy cerca de los ríos hurdanos.

Y hablando de ríos, también de lo más extraño es lo que pudo observar David Pinero, otro interesante señor de mediana edad que contaba ante nuestras grabadoras cómo «a mediados de los años sesenta, fuimos una veintena de chavales a bañarnos al río, y siendo aproximadamente las 21.00 de un día de verano, vimos tres luces de color roja, azul y verde. A escasos metros de donde nos encontrábamos. Salían de debajo del agua, levitaban sobre el río y lo vimos durante una temporada. Se movían de abajo arriba, y aquella zona del río era profunda». Años después, David pudo avistar algo muy parecido, con prácticamente los mismos colores, sólo que en esta ocasión fue a principios de los noventa, en La Pesga. Según él, «aquellas luces levitaban a unos tres metros sobre el suelo y giraban sobre sí mismas. Eran como balones de unos treinta centímetros de diámetro y estaban estáticas, iban muy despacio y multiplicaban su velocidad en ciertos intervalos. Aquello lo vieron más personas e incluso pude fotografiarlo, pero no sé dónde conservo esas imágenes. El caso es que me acerqué a aquellas luces e iba acojonado, la verdad. No emitían sonido alguno y desaparecieron».

El autor y Lourdes Gómez entrevistando a David Pinero.

También tuvimos ocasión de entrevistar a José María Domínguez Moreno, curtido antropólogo de la zona que tuvo su particular encuentro con estas esquivas luces. José María nos contó cómo, siendo sólo un niño, a la hora de la siesta de un verano a finales de los sesenta, vio en Ahigal, su pueblo natal, «dos esferas entre anaranjadas y amarillentas, una más grande que otra, que se encontraban muy cerca entre sí. Se acercaban una a otra, y bromeábamos diciendo que parecía que la esfera pequeña iba a cargar gasolina de la más grande. Aquello estuvo allí durante tanto rato que nos aburrimos de contemplarlo y nos fuimos». Al preguntarle sobre qué creía él que era aquello, el antropólogo lo tuvo claro: «Eran platillos volantes».

José María Domínguez Moreno nos narra su encuentro con aquellos «platillos volantes».

Casos estos realmente llamativos, pero para el final del presente capítulo dejo el que yo considero más espectacular de cuantos recogí en aquellas tierras. Su protagonista fue José Antonio Blanco Arrojo, camionero de profesión (ya jubilado) que, a finales de los años ochenta, se encontró con algo realmente impactante. Junto a la mentada periodista Lourdes Gómez, con quien me desplacé en este caso a Marchagaz, pudimos recoger aquella historia que, ante nuestras grabadoras, sonaba de lo más inquietante. «Nunca lo he contado», nos dijo José Antonio. «Yo salía aquel día de mi casa, en Marchagaz, a las cuatro de la madrugada con el camión. Y a la altura del cruce de Mohedas, antes de llegar a la Dehesa del Guijo, me salió al paso lo que yo denomino como una cerilla gigante, sobrevolándome a unos doscientos metros. Un aparato con forma de puro, muy iluminado en uno de sus lados, y con cola de luz en el otro, rodeado por pequeñas luces. Predominaban los colores rojo y amarillo. Un bicho grande que se me ponía encima del camión y que no hacía ruido alguno.» Pero lo mejor está aún por llegar, ya que según el testigo: «Aquel día iba sin carga y me levantó hacia arriba. El caso es que una media hora después, ya había llegado a Navalmoral de la Mata (Cáceres). Un trayecto que habitualmente hacía en unas dos horas, en aquella ocasión lo hice en menos de media». Yo alucinaba, no voy a negarlo. Intercambiaba inquietas miradas con Lourdes, y empezamos a preguntarle por más detalles acerca de aquel insólito encuentro. El testigo recordaba cómo «aquel día se iluminó todo, como si fuera un resplandor colorado. El caso es que salí de casa a las cuatro de la madrugada, y a las cuatro y media había llegado a mi destino. Era imposible. Me levantaron, me soltaron allí y aquel ovni salió volando hasta desaparecer». Cuando le preguntamos sobre esa presunta levitación, José Antonio nos confesaba: «Eso lo tengo clarísimo, me levantaron y me quedé adormilado. No soy consciente de lo que pasó, pero tengo claro que aquel aparato me cogió y me levantó con el camión». ¿De qué fueron testigos José Antonio y su Pegaso?

José Antonio fue testigo de cómo aquel ovni elevaba su camión con él dentro.

Y más increíble aún si cabe es lo que nos contó después, ya que aquélla no fue la primera vez que nuestro protagonista se encontraba con lo insólito. Y en esta ocasión, tuvo consecuencias fatales. «A finales de los noventa, me volví a encontrar al mismo bicho, pero esta vez aquello, al absorberme de nuevo cuatro metros hacia arriba y soltarme varios kilómetros después, el camión, que en esta ocasión era de tipo articulado, descarriló y tuve un accidente. Tuve que decirle al teniente de tráfico que habían pinchado las ruedas, pues si le contaba la verdad, no me iba a creer.» Fascinados, mientras examinábamos los papeles del camión que nos facilitó el propio José Antonio, le preguntamos si aquel accidente había sido consecuencia del incidente ovni que nos acababa de narrar. Fue tajante: «Sí. Aquello me buscó la ruina, pues el camión me costó entre cinco y seis millones de las antiguas pesetas y quedó inservible a raíz de aquello. Nos embargaron todo a raíz de ese incidente, pues me quedé sin modus vivendi».

Aquí ya no estamos hablando de un anecdótico avistamiento de luces que suele quedarse en un susto, sino de la ruina de un trabajador a raíz de su encuentro con aquel «bicho» volador. De hecho, no fue lo único que vio. También fue testigo, en 2012 y en las inmediaciones de Marchagaz, de lo que él denominó «un tío muy alto, de unos dos metros, vestido con un mantón blanco y como translucido. Al preguntarle que quién era, desapareció súbitamente. Eso no era humano». José Antonio insistió una y otra vez en que este caso y los anteriormente narrados, con él como protagonista, eran del todo verdaderos. Y sus gestos, aquella mirada llena de verdad, no me decían lo contrario.

El autor mostrando los papeles del camión de José Antonio.

Una obligada reflexión

Hemos de matizar que hay datos, testimonios e impresiones que se quedan en el tintero. Unas por falta de espacio, otras por cuestión de ética... la premisa inicial que nos llevó allí fue, ante todo, la posibilidad de saciar la ya de por sí hambrienta curiosidad que tamaña comarca me despertaba. Y he de agradecer, sin tapujo alguno, la gran acogida que nos brindaron aquellos hurdanos y vecinos de los aledaños que, entrevistados por mis compañeros (de cada uno de mis cuatro viajes hasta la fecha) y por mí, fueron en su mayoría (con ciertas excepciones) condescendientes para la presente recopilación de testimonios que aparecen en estos dos capítulos del libro.

Y es que, parafraseando a nuestro querido compañero Lorenzo Fernández Bueno –director de las revistas Enigmas y Año cero, así como prologuista de este libro–, como invitado ante los micrófonos de mi programa radiofónico «La Sombra del Espejo»: «A primera oída suena absurdo, es decir... estamos hablando de seres descabezados, de seres con cuernos, de extrañas luces, de sombras extrañas que aparecen en mitad de la noche... pero que forman parte de su existencia, de sus leyendas y de su realidad».

Y para zanjar estas líneas, recordar las palabras que Lorenzo compartía con nosotros aquella mañana de radio se me presenta inevitable. Cuando le preguntábamos sobre dichos populares en la comarca del misterio, éste nos reveló uno de ellos que nos dejó descolocados. Él mismo lo había escuchado cuando fue allí a hacer sus pesquisas junto a Iker Jiménez, y decía así: «No hay nada que más despierte, que pensar siempre en la muerte». Y precisamente con la muerte están relacionados de alguna u otra forma los próximos cuatro capítulos...