Introducción

«La verdad está ahí fuera.» Esa frase, tan manida como recurrente, encierra muchas cosas. Aún no era consciente de ello cuando, con once años, me hice fiel seguidor de la serie televisiva del misterio por antonomasia: Expediente X. Quizá es ahí donde debo situar el inicio de mi afición por los temas relacionados con lo insólito. Aunque tengo muy vagos recuerdos de cierta obsesión por un libro en el que aparecían varios dibujos de platillos volantes, cuando apenas tenía unos cuatro años, lo cierto es que mi pasión empezó gracias a las películas de terror y a la serie de los noventa creada por Chris Carter.

Más adelante, cuando contaba quince años, ya me había estrenado con mi propio programa de radio, que aunque versaba sobre música dance, su título, Más allá de la música, apuntaba maneras en esto de lo ignoto. A esa misma edad, en julio de 1998, recuerdo haber comprado el número de la revista Enigmas que incluía, de regalo, un CD con varias psicofonías presentadas por el gran Fernando Jiménez del Oso, algunas de las cuales, lo reconozco, me ponían los pelos de punta. Dos años después, descubrí mi vocación gracias al periodista Iker Jiménez y a su libro, ya clásico, Enigmas sin resolver (Edaf, 1999). A los diecisiete, decidí que lo de ser DJ pasaría a un segundo plano, y que lo que realmente me interesaba era eso que llaman periodismo, más concretamente el periodismo del misterio. Me di cuenta de que se podían divulgar esos temas, de forma tan seria como apasionada, con un título de periodismo bajo el brazo y que con ello se podía uno ganar la vida.

De modo que, ya con diecinueve y una vez en Madrid (antes residía en Sevilla), me matriculé en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Y es entonces cuando, ya en primero de carrera, decidí dar el salto de lector a pretendido periodista de lo desconocido. Por aquellas fechas, a primeros de 2002, conocí al que se convertiría en mi hermano de aventuras misteriosas durante los años venideros, Víctor Ortega, con quien empecé a hacer mis pinitos en lugares abandonados, con cámara, cuaderno y grabadora, en busca de lo imposible.

Aún recuerdo nuestra primera gran «investigación». «Tengo el caso del siglo», le dije inocentemente a Víctor. En Benicalap, un pueblo de Valencia, había una antigua discoteca llamada Saudí Park, que por aquel entonces estaba abandonada. Y por el chat de IRC Hispano (mucho antes de que MSN o las redes sociales asaltaran nuestras vidas), alguien me daba su palabra de que se escuchaban voces o extraños sonidos, y que aquel lugar era conocido como «la casa del diablo». ¡Había que ir!

Dicho y hecho. Recuerdo que salí de casa con la mochila llena de cachivaches para captar lo imposible, y me dirigí a la facultad para, tras el examen cuatrimestral de turno, salir pitando a la estación de autobuses. En Valencia nos esperaban dos conocidas, Yolanda y Montse, que nos acompañarían al sitio señalado. Tras pasar la tarde con ellas en su pueblo natal, en fiestas, cogimos un taxi de madrugada y nos pusimos en camino. Creo que es la primera vez en mi vida que caté eso que llaman sugestión. Mal rollo era poca cosa comparado con lo que aquel lugar transmitía. Tras otear sus aledaños, localizamos un agujero lo suficientemente grande como para poder colarnos de uno en uno en el recinto. Allí, un frondoso y mal cuidado jardín separaba el pequeño edificio de la tapia. Muy lentamente, con las dos muchachas bien agarradas a nosotros, nos acercamos al inmueble y, apenas unos segundos después de entrar por la puerta, nos recibió un tremendo alarido que provenía del interior. Pies para que os quiero.

Víctor y las dos chicas salieron disparados hacia la tapia y, como yo iba detrás, pude observar algo realmente insólito: a tres personas intentando salir a la vez por la abertura en la que, a duras penas, sólo podía caber una. Tras aquel incidente, decidimos quedarnos en el jardín, en las inmediaciones del edificio, para decidir qué hacer. Todos estábamos realmente nerviosos. ¿Qué ha sido eso? ¿Algo desconocido? ¿Quizá un indigente? ¿Alguien pretendía asustarnos? Mientras cavilábamos, una compañera y yo permanecíamos de espaldas al inmueble. Y, de repente, Víctor y la otra chica, frente a nosotros, se quedaron blancos como el papel y, segundos después, gritaron un «¡Vámonos de aquí, ya!» que no aceptaba réplica. Algo había pasado. Al salir, jadeando, nos contaron a quienes dábamos la espalda a la gran casa cómo, unos metros detrás de nosotros, se acababa de pasear un tipo vestido de arriba abajo con una túnica negra, con capucha, como si aquello no fuera con él. Algo raro, y muy confuso.

Ante aquella situación, nos acercamos a una fábrica cercana cuyos trabajadores hacían el turno de noche y, al entrar para preguntarles si sabían quién podía pernoctar en aquel lugar, el encargado de seguridad, con cara de pocos amigos, nos invitó a salir de malas maneras amenazándonos con llamar a la policía. Pero ésa es otra historia, una fábula que no viene a cuento y en la que las malas maneras de alguien, algún DNI caducado y otras cosas que no narraré se llevaron el protagonismo.

En resumidas cuentas, así transcurrió nuestro primer periplo. Y eso que llevábamos grabadoras, cámaras de foto, de vídeo, etc. Todo en vano. Semanas después, nos enteramos por Montse de que, en un noticiero local, había aparecido la noticia de que ciertos grupos satánicos hacían sus rituales (cuando no fechorías) en aquel mismo lugar. Las conclusiones dejo que las saque el lector. Servidor prefiere ni pensarlo…

Eso fue en 2002, el año en que empezaba a acudir, como entregado feligrés, a los (mal llamados) congresos que versaban sobre estas temáticas para, de paso, poder conocer en persona a mis ídolos. Un año después, y siguiendo con las pesquisas de lo asombroso, mi primera entrevista más o menos seria a un testigo fue al guarda jurado de un conocido centro comercial de Alcalá de Henares, del que había oído historias de seres fantasmales que aparecían en los turnos de noche, y que me fueron confirmadas por el propio encargado de seguridad. Su testimonio incluía dicos y zapatillas deportivas que caían de sus estanterías sin aparente explicación, extraños ruidos e incluso un compañero suyo que, años antes, se dio de baja debido a que, según dijo, se topó con el fantasma de un niño en el parking subterráneo. Hasta me puse en contacto con el registro de la propiedad n.º 4 para averiguar la antigüedad del edificio (era reciente). Fue nuestro primer artículo, publicado en febrero de 2004 en la revista Enigmas, más concretamente en el suplemento de ésta editado en formato periódico Enigmas Express. Lorenzo Fernández (uno de los protagonistas de este libro) nos daba la alterntiva. Así empezó todo.

Años después seguiría recopilando más y más testimonios de personas que decían haberse topado con lo extraño, realizando cada vez más viajes a los sitios señalados por el misterio, como Ochate, Belchite, Cortijo Jurado, Aguas de Bussot, Agost, La Mussara, La Atalaya, Sierra Espuña, Montserrat, Rennes Le Chateau, Lourdes y un largo etcétera. Aparte de otros muchos, que no he incluido aquí porque de ellos daré buena cuenta en la primera parte de este libro. Son las historias que narraré a continuación.

Antes, me gustaría contar que, con el paso de los años, aquella inocencia sobre la forma más acertada de investigar estos asuntos fue desapareciendo poco a poco y me fui haciendo más escéptico al respecto, pero de los que dudan, nunca de los que niegan por sistema. Estoy entre los escépticos que hacemos nuestra esa gran frase de ese genial científico llamado Aimé Michel, cuando decía que debemos «tener la mente abierta, investigarlo todo y no creer en nada». Y aunque sea escéptico, no por ello he perdido la ilusión de aquel joven que, con su cuaderno, grabadora y cámara, continúa ejerciendo ese periodismo de suela que tanto me llena. Viajando, acompañado o solo, a donde haga falta para recoger más y más testimonios de lo ignoto. Y así seguiré, nunca cambiaré… tal y como reza Alaska en su famoso himno ochentero.

Conocí a otros, que yo considero maestros, como Juan José Benítez, Moisés Garrido, Vicente París, José Juan Montejo, José Antonio Caravaca, Manuel Berrocal, Juanjo Sánchez-Oro, Manuel Carballal o Miguel Blanco (estos dos últimos, prologuistas de este libro). Con diferentes mentalidades, con diversas maneras de afrontar la investigación o divulgación de anomalías. Por ello, todas ellas enriquecedoras. Fueron llegando mis programas de radio amateurs. Primero «La Sombra del Espejo» en 2006, luego «Dimensión Límite» en 2009. Actualmente, y desde septiembre de 2013, colaboro en uno de los míticos: «Espacio en Blanco». Y el aprendizaje, que aún perdura y así seguirá siendo hasta el fin de mis días, ha ido creciendo de manera imparable.

Para ir acabando esta introducción, quería comentar que la segunda mitad de este libro está dedicada a esos titanes de lo desconocido que, de una u otra forma, han cambiado el mundo de las anomalías (y otras disciplinas) tal y como las conocemos. Personajes, algunos de ellos, que se han jugado incluso la vida para conseguir sus propósitos y que todos podamos vivir en un mundillo mejor. Buques insignias del misterio como Jacques Vallée, Erich Von Däniken, Raymond Moody o Enrique López Guerrero, gracias a los cuales la investigación o divulgación de los ovnis, la llamada astroarqueología o las experiencias cercanas a la muerte dieron un giro de 180 grados. Personas como Rodrigo Cortés, que revolucionó el cine dedicado a la investigación paranormal en España; Hervé Falciani, que se la jugó para desenmascarar a los evasores fiscales contando cosas que ni podían contar los más incrédulos; un Juan Ignacio Blanco que se jugó el tipo, según sus palabras, por meterse en terrenos demasiado escabrosos, de los que de verdad dan miedo… son más ejemplos de lo que en el anterior párrafo exponía. Además de la persona que filtró los famosos y pormenorizados informes que pusieron en jaque a la tan famosa como presunta médium Anne Germain; José Antonio Vázquez Tain, el juez que se hizo valiente, y de qué forma, gracias al Camino de Santiago; o al que llamaremos José, un aspirante a agente operativo del CNI que me narró lo que se cocía en el lugar favorito de los conspiranoicos españoles: la finca El Doctor de Manzanares (Ciudad Real). Héroes todos y cada uno de ellos, auténticas voces de lo insólito cuyas historias, espero, os sorprendan tanto como a mí.

Me gustaría añadir que algunos de los capítulos que conforman este libro vieron, en cierto modo, la luz años ha en revistas como Enigmas, Año/Cero, Más Allá, El Caso o El Ojo Crítico. Los dos dedicados a las caras de Bélmez, lo hicieron en la obra colectiva y benéfica Hay otros mundos, pero están en este (Cydonia, 2013) que yo mismo coordiné. Para este trabajo, todos ellos aparecen revisados, ampliados y actualizados. Pero en otros muchos apartados, se trata de textos, casos y testimonios completamente inéditos. Ven la luz, por vez primera, en este Dossier de lo insólito.

Dicho lo cual, demos ya paso a los verdaderos protagonistas de la primera mitad de este libro: los testigos de lo anómalo. Yo, permítanmelo, pasaré a un segundo plano tras esta introducción, abriré mis viejos cuadernos de campo y les dejaré con sus historias, las cuales están llenas de verdad. Un asunto este sobre el que me extenderé en la reflexión final de este libro que tiene usted, querido lector, entre sus manos.

Comenzamos viaje. ¿Se apunta?