Capítulo 9

 

Los siguientes días no fueron nada fáciles. Jesse se pasaba horas mirándola, sin hacer otra cosa que contemplarla, llenándose de ella.

La contemplaba y se maravillaba de que una mujer tan poco femenina pudiera emanar aquella poderosa sensualidad, y se dio cuenta de que el error estaba en su forma de considerar la femineidad durante todos aquellos años.

Se preguntaba cuánto tiempo tardaría en superarla, si es que alguna vez lo conseguía. Cada noche se decía a sí mismo que no iba a bajar a su cama, y siempre olvidaba su promesa. Cuando hacían el amor acababa más unido a ella; perdía una parte más de sí mismo.

Sólo quedaban dos días de viaje, y la sensación de que el tiempo corría era como un peso que pendía sobre sus cabezas.

A Jesse no le gustaba que ella buceara. Era estúpido, lo sabía; bajaba siempre con alguien y casi siempre usaba la cuerda de seguridad y, sin duda, era mucho más experta submarinista que él. Pero lo que Jesse no podía ver, no podía controlarlo, y el hecho de tener que quedarse en el bote mientras los demás estaban bajo el agua era lo único que no le gustaba de su trabajo.

El nudo de ansiedad que se había formado en su estómago cuando ella se sumergió, se deshizo como por arte de magia en cuanto emergió cinco minutos antes de su tiempo estipulado. Jesse sonrió cuando Simba apareció junto a Kelsey y se alzó hasta la barandilla para que Jesse la acariciara.

¡No hagas eso! —Le gritó Kelsey, subiendo por la escalerilla—. ¡El objetivo de este proyecto es no resocializarla!

Tranquila —le aconsejó Jesse con suavidad, mientras la ayudaba a subir—. Esto no va a hacerle ningún daño, y además tú eres la peor de todos.

Kelsey trató de ocultar su irritación mientras Jesse la ayudaba a quitarse las bombonas. Dean y ella habían estado veinte minutos filmando y no les habría venido mal la ayuda de Craig. Pero él había programado su experimento particular para ese día, pues seguía buscando al elusivo tiburón durmiente. Le daba la impresión de que Craig estaba dedicando más tiempo que nunca a lo que era sin duda una búsqueda vana.

No va a encontrar nada —dijo ella.

Bueno, para eso estamos aquí... para comprobarlo.

¿Cuánto es, unos veinte metros? —ella lanzó una mirada a su reloj, haciendo un cálculo rápido del tiempo de descompresión, aunque sabía que Dean ya lo había hecho.

De acuerdo, entonces tiene que empezar a volver a...

Lo sé, mami, lo sé —dijo Dean, poniéndose otra vez la máscara y zambulléndose de nuevo.

Kelsey se quitó el casco y se bajó la cremallera del traje antes de sentarse para quitarse las aletas de los pies. Simba rodeó el barco, exhortándola a jugar, golpeando la superficie con la cola, y realizando piruetas. La chica apretó los labios con firmeza y la ignoró. Jesse regresó de guardar las bombonas en el momento en que ella estaba quitándose el traje. Se dispuso a ayudarla, pero Kelsey se apartó.

Ya puedo hacerlo yo —dijo, con voz muy seca, más de lo que había pretendido.

El alzó una ceja.

¿Un mal día en la oficina, querida?

No me pongas las cosas difíciles, ¿quieres? —Dijo ella, mientras tiraba del traje—. Tengo otras cosas en la cabeza.

¿Como cuáles?

"Como que voy a tener que decirte adiós dentro de dos días. Como que no sé la manera de olvidarte. Como que no puedo concentrarme en el trabajo que me traigo entre manos cuando lo único en que puedo pensar es en el poco tiempo que nos queda juntos...”

Si me apeteciera hablar, iría a un psicoanalista —le dijo, acabándose de quitar el traje—. Tengo trabajo que hacer.

No seas tan temperamental, Piernas. Yo pensaba que si había una mujer de la que podía estar seguro que no se pondría temperamental, eras tú.

No me llames eso.

¿Qué?—preguntó Jesse.

Piernas. Es machista y poco profesional.

¿No es lo que soy yo?

Pero el tono de Jesse había perdido la nota de jocosidad y ella se alejó de él en dirección a las taquillas, con las mejillas arreboladas y los labios apretados.

¿Qué te pasa? —le preguntó él.

Kelsey abrió la taquilla, introdujo dentro el traje mojado, con gestos ágiles y eficientes, y tenía toda la intención de volver a meterse en la cámara del timón a ordenar las notas del día. Pero, de pronto, se oyó a sí misma gritar:

¡Maldita sea, necesito más tiempo! ¡Dos semanas no es bastante!

"Ni para mí, ni para nosotros..."

Señaló con mano impaciente hacia la proa, frente a la cual Simba estaba haciendo malabares.

¡Mira a ese estúpido animal! El que hayamos regresado aquí lo ha convertido otra vez en una mascota de compañía. La labor que hice de reacondicionamiento a la naturaleza ha quedado por completo destruida y no ha aprendido nada útil... ¡nada! Si tiene una familia, está demasiado excitada por la novedad de que estemos aquí para traerla a que la veamos, y si está viviendo sola, no hay manera de observarla en su ambiente natural porque lo estamos haciendo todo antinatural y dos semanas no son suficientes para restaurar el equilibrio. ¡No es justo!

¿Quieres que te dé más tiempo? —replicó él, extendiendo las manos en un gesto de invitación... o impaciencia—. Si dependiera de mí, lo haría. Tú lo sabes.

Ella se volvió hacia él.

¿Lo harías? —le dijo, desafiante—. ¿Lo harías de verdad?

Y en aquel momento, los dos supieron que no estaban hablando de delfines ni de experimentos científicos ni de dos semanas en el mar. El tiempo pareció quedar congelado entre ellos durante un instante eterno.

Y luego Jesse dijo en una voz suave y tensa de frustración.

¡Maldita sea! ¿Acaso crees que no me resulta duro a mí también?

Kelsey dejó escapar el aliento, abrumada por una oleada de vergüenza e incertidumbre. Apartó la mirada por un momento y luego se obligó a sí misma a mirarlo de nuevo a los ojos.

Ningún hombre había conseguido convertirme en una loca furiosa, antes. Tengo que reconocer que sabes tratar a las mujeres.

Se dispuso a meterse en la cámara del timón, pero él se lo impidió, asiéndola del brazo con firmeza. Aquel contacto, aunque no fuera en absoluto sexual, hizo que a Kelsey se le atenazara la garganta. Con gran esfuerzo le dijo, sin mirarlo a la cara:

Jesse, no lo hagas, ¿quieres? Las cosas ya son bastante difíciles como están. Lo siento si me he excitado contigo. Es que... es difícil. Olvidémoslo.

Ella se dispuso a marcharse, pero los dedos de Jesse se tensaron en torno a su brazo.

Cuando atraquemos, no tiene por qué ser el fin, ya sabes — dijo él.

Ella contuvo el aliento y parpadeó al sentir un súbito ardor en los ojos, y no supo si la sensación punzante que experimentaba en el estómago era de pesar o de esperanza. Podía sentir su calor en toda la espalda y sus dedos en el brazo. Tuvo que hacer acopio de todas las fuerzas que poseía para no volverse entre sus brazos. Sacudió la cabeza.

No —dijo con voz ronca—. NO tiene sentido estimularlo por más tiempo.

Jesse le soltó el brazo con lentitud.

Diablos, en realidad daría igual —dijo con voz cansada—. Si no estuviera yo en el mar... lo estarías tú. Nunca nos veríamos.

Kelsey forzó una sonrisa tensa.

¿Ves?, eso es lo que me gusta de acostarme con marineros. Nunca se quedan lo suficiente como para resultar aburridos.

El giró en forma airada sobre sí mismo.

¿Quieres callarte de una vez? ¡No soporto cuando hablas así!

Y ella lo miró con furia también.

¿Qué quieres que haga, casarme contigo? ¡Por el amor de Dios, Jesse, sé realista de una vez! ¡Somos quienes somos y esto es lo único que podemos tener!

Durante un largo momento, se quedaron mirando, rezumando emociones. El anhelo que los unió era casi algo físico. Una nube pasó por delante del sol, y Simba, que demostraba una notable sensibilidad para los estados de ánimo de los humanos, había desaparecido.

Y entonces Kelsey dijo, más apaciguada:

¿Dios? ¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo?

Jesse dejó escapar un suspiro de frustración y se pasó la mano por el cabello revuelto.

Te dije que no era bueno para las relaciones humanas. Ni siquiera fui capaz de mantener a un socio el tiempo suficiente para dejar de tener pérdidas —Kelsey bajó la mirada.

Ojalá tuviéramos más tiempo.

Jesse alzó la mano y la posó en la nuca de Kelsey con dulzura.

Ojalá.

Kelsey le plantó las manos en el pecho. El corazón le latía rápido, como el suyo. Lo miró a los ojos.

Quiero hacer el amor contigo, Jesse.

Cariño, no podemos —dijo él, con voz algo ronca—. Están abajo...

No me importa.

Kelsey...

Pero a ella no le importaba. Lo único que le interesaba en aquel momento era la necesidad posesiva que sentía hacia aquel cuerpo que conocía tan bien y aquel hombre al que apenas conocía, pero que tenía la sensación de conocer desde siempre, aquel hombre al que nunca podría poseer. Le importaba el tiempo que les quedaba y las preguntas para las que no existían respuestas... Sólo le interesaba él, y deseaba almacenar recuerdos para cuando ya no lo tuviera a su lado.

Cuando ella deslizó las manos a lo largo de su cuerpo, él no se resistió. Notó cómo inhalaba aire cuando sus dedos se posaron sobre sus pezones y luego se deslizaron hacia abajo. Jesse contuvo un gemido y le metió la pierna entre los muslos, mientras su boca descendía hasta el cuello de Kelsey. Ella cerró los ojos arqueando el cuerpo de placer, moviendo las manos por debajo de la camisa de Jesse.

 —¿Sabes lo que no me gusta de ti? —susurró ella—. Que no tienes un tatuaje.

Y tú no llevas ropa interior de satén rojo.

O sea que... no estamos hechos el uno para él otro.

Ni lo más mínimo.

Pero luego, la boca de Jesse cubrió la de Kelsey mientras sus manos se posaban con firmeza en sus glúteos. La pasión se encendió entre ellos en cuestión de segundos, cegadora, devoradora... Jesse la levantó en brazos y, al cabo de un momento, estaban en el camarote, con la luz del sol acariciando sus cuerpos desnudos. Ella gritó cuando Jesse la poseyó y clavó los dedos en sus hombros, atrayéndolo más hacia su interior. El ritmo dé sus cuerpos era frenético, jadeante; sus manos se entrelazaban, sus bocas se devoraban mientras luchaban con desesperación por aferrarse a lo que nunca podrían llegar a tener. E incluso cuando el placer físico estalló en torno a ellos, sellando sus cuerpos, se mantuvieron aferrados, sujetándose hasta que el último de los temblores dejó de sacudir sus cuerpos sudorosos.

Permanecieron inmóviles, acostados el uno junto al otro, jadeando un largo rato. Pero esos minutos robados no podían durar, y ambos lo sabían. De mutuo acuerdo, se separaron y comenzaron a vestirse sin decir una palabra.

Jesse se arrodilló detrás de Kelsey en la cama, y le subió el tirante del traje de baño.

No funciona nunca, ¿verdad? —su voz era baja y tensa—. Cada vez que hago el amor contigo, creo que va a ser la vez en que ese vacío desaparecerá, en que mi necesidad de ti se desvanecerá. .. pero no sucede. Nunca sucede.

No —susurró ella—, no sucede.

Jesse apoyó la mejilla en su cabello, y su mano le rodeó el hombro, y ella se apoyó contra él, una vez más, sólo unos minutos...

Y entonces oyeron algo fuera que les hizo ponerse rígidos a los dos, y luego se pusieron en pie de un salto. Era el chillido frenético de un delfín aterrado.

Irrumpieron con rapidez en la cubierta justo a tiempo de ver a Simba ejecutar un último salto angustiado. Luego se sumergió y se alejó del barco a toda velocidad.

¡Jesse! —gritó Kelsey, corriendo a la barandilla; nunca había visto al delfín portarse de aquella manera—. ¡Jesse, algo ocurre! Tenemos que...

¡Kelsey! —la voz de Jesse sonaba seca y alarmada—. ¡A estribor!

Cuando llegó a su lado, Jesse estaba saltando la barandilla con una mano extendida hacia el agua. Hicieron falta sus esfuerzos conjuntados para conseguir sacar a Dean, pálido, con la boca abierta y aterrado, del agua. A Kelsey le latía con fuerza el corazón mientras Jesse le quitaba las bombonas a Dean, y cuando sus ojos se encontraron con los de Jesse, su expresión era sombría.

Ascenso sin descompresión —dijo él,

Ella se volvió hacia Dean, horrorizada.

Dean, ¿te has vuelto loco? ¿Por qué has...?

No había... más remedio —jadeó él, acostándose en la cubierta—. Tiburones...

Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que le faltaba una aleta y de que un reguero de sangre salía de su tobillo.

¿Y Craig? —dijo ella, con el corazón en un puño.

Dan sacudió la cabeza.

Estaba... encima de mí. Descomprimiéndose. No creo... había cuatro o cinco. Iban por mí... No sé por qué. Una madre grande... un tiburón martillo, de hecho... me agarró con su aleta... casi me deja sin pierna. No tuve más remedio... no quería dejarle, pero no me quedaba... más remedio.

Kelsey miró a Jesse y vio en sus ojos el mismo miedo que ella sentía. Cerró la mano sobre la de Dean.

No te preocupes. Hiciste lo que debías. Voy a ponerme el traje.

Se puso de pie y la mano de Jesse se cerró con fuerza en torno a su brazo. Ella inhaló con fuerza, sabiendo lo que iba a decirle, de la misma forma que él sabía la respuesta de ella, y la lucha que vio en sus ojos la conmovió y la puso impaciente y, cosa extraña, también contenta. Al fin, él se limitó a decir:

No podemos quedarnos aquí mucho tiempo —señaló hacia Dean—. Hay que volver a sumergirlo en el agua.

Dean protestó:

No, yo estoy bien, olvidaos de mí... —pero las manos le temblaban cuando se quitó el casco, y su rostro seguía blanco.

Kelsey fue a cambiarse rápidamente.

Jesse ya le tenía preparadas las bombonas cuando regresó a la cubierta y fue en aquel momento cuando Craig emergió en la superficie.

¡Dean! —gritó—. ¿Se encuentra bien? Oh, Dios mío, yo no quería... ¿Te encuentras bien? ¿Estás herido?

Hablaba mientras subía por la escalerilla con la ayuda de Jesse y Kelsey; se arrodilló junto a Dean.

Nada podía hacer, no pude llegar a tu lado a tiempo. Si hubieras esperado, podría haberlos ahuyentado...

Dean sacudió la cabeza.

Olvídalo, te habrían atacado a ti...

¡No, no me habrían atacado! —exclamó Craig.

Se puso de pie, y los ojos le brillaban excitadamente ahora que veía que Dean no estaba herido. Empezó a quitarse las bombonas.

¿No os dais cuenta? ¡La protección funciona! No me tocaron. ¡Estaba en medio de todos ellos y ni siquiera se dieron cuenta de mi presencia!

Kelsey se lo quedó mirando, empezando a comprender la oscura maniobra que había seguido Craig.

¿La protección? ¿De qué estás hablando? Se suponía que...

Pero Jesse la interrumpió con una extraña mirada de advertencia.

Empieza a llenar las bombonas —le ordenó con voz tranquila—. Voy a llevar el barco a aguas más profundas— y se metió en la cámara del timón.

Para cuando Jesse encontró un sitio seguro donde echar el ancla, Dean ya estaba sudando y mostraba los primeros signos de desorientación. La narcosis por nitrógeno se había apoderado de él rápidamente y lo único que podían hacer era bajar a Dean otra vez a la profundidad a partir de la cual había comenzado su precipitado ascenso y permitirle una descompresión gradual. Dado que la descompresión natural se había retrasado y los primeros síntomas habían aparecido hizo falta diez veces más tiempo que el necesario para que el cuerpo recuperara su equilibrio natural, si Dean hubiera podido hacer un ascenso controlado. Hicieron turnos para quedarse con él; bajaban con él al fondo, andaban unos metros y se quedaban en ese nivel, desconectando cuando el suministro de aire empezaba a descender. Estuvieron trabajando así en perfecta sincronización.

El proceso les llevó el resto de la tarde, y aunque el tedio era una agonía para todo el mundo, Kelsey apenas notó el paso del tiempo.

Mantenía el ojo avizor a los tiburones, como todos los demás. No vieron ni uno solo. Aquello habría sido inusual bajo cualquier circunstancia: pasar tanto tiempo aquel día bajo el agua en una zona que bullía literalmente de vida marina sin vislumbrar ni un solo tiburón era muy extraño. Pero lo que lo hacía más inadmisible aún, era que el ataque se había producido a menos de una milla. Según la descripción de Dean, no había motivo alguno por el cual se hubieran tenido que reunir en un solo punto tantos tiburones, ni para el frenesí en el que de pronto habían entrado. Carecía por completo de sentido.

Simba, que no había permanecido nunca más de una hora y media alejada del barco desde que la habían encontrado, no regresó. Kelsey no dejaba de tranquilizarse pensando que la delfín no había mostrado signos de estar herida la última vez que la había visto. Pero no podía estar completamente segura.

Necesitaba hablar con Jesse.

El sol ya se estaba poniendo cuando pudieron subir finalmente a Dean a bordo. Estaba débil y exhausto y no dejaba de maldecirse por su mala suerte, pero ya estaba fuera de peligro. Bajó al camarote y se quedó dormido inmediatamente.

Jesse, Craig y Kelsey, agotados también, se prepararon una cena rápida, casi sin decir palabra. Craig no dejaba de mirar a Kelsey como si esperara que lo interrogara sobre el ataque, e incluso ofreció varias ocasiones para que lo hiciera. Pero Kelsey, pensativa y distraída, lo ignoró.

Ya había oscurecido completamente cuando fue a ver cómo estaba Dean, por última vez antes de subir otra vez a cubierta. Craig estaba dormido y hacía una hora que no veía a Jesse. Simba no había regresado.

Las luces de la cámara del timón estaban encendidas cuando Kelsey entró y se sentó ante la estación de trabajo. Encendió el receptor que habían usado para localizar a Simba y se puso a buscar otras frecuencias, esperando con toda su alma no encontrar lo que estaba buscando.

Cuando lo encontró, maldijo entre dientes con toda su rabia. Se quedó un rato sentada, luchando entre la furia y la amarga resignación. Ya sabía lo que tenía que hacer.

Bajó al camarote a ponerse el traje de submarinista y cuando salió a cubierta, se encontró con que Jesse estaba bajando la balsa salvavidas al agua. Se acercó lentamente a él.

He imaginado que querrías ir a buscarlo esta noche —dijo él—. Y también he imaginado que no querías que Craig se enterara.

Por un momento, las emociones que la invadieron fueron demasiado intensas para expresarlas con palabras. Fue la sensación de no estar sola, de ser comprendida y de comprender a otra persona tanto que hasta sus pensamientos corrían a la par. Y ello acompañado de una sensación de asombro maravillado, porque no había creído que algo así pudiera sucederle nunca a ella. Nunca más volvería a estar sola. La constatación de aquella verdad era casi apabullante.

¿Cómo lo has sabido? —consiguió decir al cabo de un momento.

No era tan difícil de averiguar. No sería el primer pescador que atrae tiburones con un pulsador electrónico. ¿Has anotado las coordenadas?

Ella asintió.

Y traigo el receptor, por si acaso.

Bien.

El llevaba puesto también el traje de bucear y los contornos de su cuerpo quedaban resaltados con cada uno de sus gestos; la luz de la luna brillaba en su pelo. Kelsey sintió de pronto una punzada posesiva casi dolorosa.

No hace falta que hagas eso esta noche —dijo Jesse tranquilamente, mirándola a los ojos—. Existen muchas probabilidades de que él intente ir a buscar el pulsador mañana...

Ella sacudió la cabeza con fuerza y sé inclinó sobre la barandilla para arrojar las aletas a la balsa.

Lo necesito ahora. Como... —tragó saliva— prueba.

Podía sentir la mirada de Jesse sobre ella, pero no pudo mirarle a los ojos. Saltó la barandilla rápidamente y descendió hasta el pequeño bote. Luego alzó las manos para coger las bombonas que él le tendía. Pero un instante más tarde, le pasó otro juego de bombonas y otro par de aletas.

¿Qué crees que estás haciendo? —le dijo ella, mirándolo a los ojos entonces.

¿Pensabas decirme a dónde ibas, supongo?

Ella replicó con cierto titubeo:

Bueno, naturalmente, pero...

¿Y no pensarías sumergirte en la oscuridad tú sola, ¿verdad?

Jesse descendió también hasta el bote, y se inclinó para desatar la cuerda del ancla. Ella dijo, con voz tensa:

Creía que no querías ser un héroe.

No, pero resulta un poco difícil evitarlo cuando estás enamorado de una buscadora de emociones fuertes.

A ella se le aceleraron los latidos del corazón.

Cuando de un empujón Jesse apartó el bote del barco, ella ya se había puesto en posición y tendido a él silenciosamente un remo.

Jesse esperó a que se hubieran alejado del barco para poner en marcha el fuera de borda a la velocidad más baja, para no despertar a los que dormían en el Miss Santa Fe.

Al cabo de un tiempo, Jesse habló con voz grave por encima del ronroneo del motor.

¿Qué le va a ocurrir?

Kelsey miró hacia la noche. La luna brillaba lo suficiente para arrancar reflejos a la superficie del agua, pero estaba muy oscuro. Demasiado oscuro.

Será expulsado del instituto —dijo ella—. Tal vez pueda publicar sus hallazgos, pero su reputación quedará destruida. Supongo que se podrían presentar cargos contra él, pero dudo que Dean lo haga.

¿Y tú?

Ella no dijo nada.

Bueno, estoy orgulloso de ti de todas formas.

¿Por qué? —inquirió ella secamente.

Por no haber ido a buscarle con esa pistola tuya.

Me la quitaste, ¿recuerdas? —trató de sonreír pero no pudo.

Sus siguientes palabras tenían el sabor de la derrota:

De todas maneras, no puedo enfadarme mucho con él, porque la culpa es tan mía como suya.

¿Y eso?

Yo estoy al frente de la expedición —dijo ella tensamente—. Fui yo quien lo eligió para el equipo. Tenía que haber imaginado que un científico de su calibre no perdería el tiempo buscando tiburones durmientes cuando sabía tan bien como yo las pocas probabilidades de encontrarlos. Tenía que haber sabido que lo único que le interesaba era demostrar que su traje de protección funcionaba y tenía que haber sabido que sólo le quedaba una forma de averiguarlo. Pero nunca acierto en lo que a las personas se refiere. Nunca. Tenía que haberlo sabido, y la culpa es mía.

De acuerdo —dijo él tranquilamente—, y también de los residuos nucleares, el crimen en las calles y la capa de ozono. No puedes responsabilizarte de todo lo que ocurre en le mundo, Piernas. Si alguien tenía que haber adivinado lo que se proponía ese hijo de perra era yo.

¿Tú? ¿Y por qué tenías que haberlo adivinado tú?

El replicó simplemente:

Porque soy el capitán.

Kelsey se lo quedó mirando un rato más, pero la oleada de afecto y de comprensión que la invadió fue demasiado para ella; giró la cabeza.

El traje de protección no funciona, ¿sabes? —prosiguió él tras un momento—. O sea que Craig puede despedirse de cualquier beneficio económico que hubiera esperado obtener. Quizá eso sea suficiente castigo.

Ella se volvió hacia Jesse.

¿Cómo que no funciona? Tú mismo viste... —pero, incluso mientras estaba hablando, comenzó a entenderlo.

Tal como yo lo veo —le explicó innecesariamente Jesse—, fue la combinación del pulsador y el dispositivo de protección electrónica del traje lo que provocó ese ataque de rabia de los tiburones. Fue la confusión, más que otra cosa, lo que los llevó a atacar a Dean. Si Dean no hubiera estado allí sin ningún tipo de protección, habrían terminado volviéndose contra Craig.

Eso es —convino pensativamente Kelsey—. Por eso el traje no funcionaba en las pruebas de laboratorio... porque no había nadie en el agua con él para distraer tiburones. Ó sea que sus hallazgos quedan invalidados, ocurra lo que ocurra —suspiró, pasándose una mano por la cara—. Eso también tenía que haberlo pensado.

Jesse la miró y su sonrisa fue como una caricia.

Para eso me tienes a mí cerca.

Ella deseó sonreír a su vez, pero no pudo.

Yo suelo acertar con las cosas. Me he pasado la vida asegurándome de acertar... pero todo en este viaje ha sido una equivocación desde el mismo principio. Había volcado tantas esperanzas en ello, y ahora... la carrera de un hombre se va a pique, otro miembro del equipo ha estado a punto de perder la vida y yo no he conseguido nada. Tantos planes, tantos preparativos, tanto trabajo... y a lo único que he llegado es a una serie de "conclusiones provisionales".

Eso es que ahora estás cansada —dijo Jesse, mientras lanzaba una mirada a la brújula—. Yo sólo llevo en esto dos semanas y ya puedo darme cuenta de que has demostrado algo muy importante.

¿Ah, sí? ¿Y qué es, si se puede saber?

Que el vínculo que esa hembra del delfín ha formado con los humanos es más importante para ella, que ninguna otra cosa que pudiera obtener de los de su especie. Ella te ama, Piernas. Y creo que quiere quedarse contigo.

Kelsey se lo quedó mirando, y docenas de comentarios despreciativos pasaron por su cabeza. Pero los rechazó todos antes de llegar a formularlos siquiera. Aquello no era lo que se había propuesto demostrar, en absoluto. No era siquiera una hipótesis científica. Y sin embargo... aquello tenía posibilidades. Estaba claro que había algo que explorar en aquella dirección.

Kelsey murmuró en voz alta:

Eso sí que daría lugar a un buen documental de televisión, ¿eh? Naturalmente, no es algo que se pueda demostrar en un par de semanas. Necesito más tiempo para someterla a otros estímulos, para estudiar sus respuestas a diferentes situaciones... —entonces se interrumpió y sacudió la cabeza—. No, es ridículo. En cualquier caso, el objetivo principal de este proyecto era deshacer sus vínculos humanos. Yo quería que fuera libre.

La mirada que Jesse le dirigió desde el otro lado del bote era suave y firme:

Tal vez —sugirió él— la libertad no está siempre donde la esperas.

Ella supo que no estaba hablando sólo de delfines y aquello la desconcertó un poco, despertando en ella un anhelo que no acababa de entender ni de definir. Al cabo de un momento, apartó la vista y dijo con cierta dificultad:

De todas formas, tal vez ya dé igual. Nunca había estado tanto tiempo sin aparecer.

Jesse no tuyo respuesta para aquello.

El dirigía el pequeño bote por el inmenso océano con la misma facilidad que si estuviera conduciendo por una autopista, y apagó el motor a unos treinta metros de donde el receptor indicaba que estaba el pulsador.... una hazaña que hasta Kelsey tuvo que admirar. Usaron los remos para situarse encima mismo del transmisor y Jesse dijo:

Hay una protuberancia rocosa a unos siete metros de profundidad donde podemos sujetar el bote. Engancharé una luz debajo del bote y podremos seguirla hasta abajo.

Ella le lanzó una mirada apreciativa mientras se calzaba las aletas.

Conoces bien tus aguas.

Contrataste a un experto y aquí me tienes.

Pero cuando él se agachó para ponerse también las aletas, ella lo detuvo con la mano.

Jesse —dijo, tratando de que su voz sonara tranquila—. Quédate en el bote. No hace falta que bajemos los dos...

El sacudió la cabeza.

Olvídalo, Piernas.

Ella tensó la mano.

Jesse, ahí abajo hay tiburones.

Y él la miró a los ojos, diciendo suavemente:

Y también está oscuro.

Por un instante, se miraron a los ojos, y el mensaje que pasó entre ellos fue tan tierno e intenso como un abrazo. Y luego, como no les quedaba más remedio, se dedicaron al asunto que los había llevado allí.

Jesse comprobó el regulador de Kelsey, y ella el de Jesse. Se pusieron los cinturones, los cascos y los guantes. Y como última precaución se ataron las cuerdas de seguridad.

Aquí tenemos unos treinta metros de cuerda —dijo Jesse con voz tensa—. Imagino que el pulsador debe estar a unos veinte metros, así que, por el amor de Dios, que no se te enrede.

Ella asintió.

Comprueba tu linterna.

Jesse lo hizo, y ella también.

Lo último que cogió Jesse fue un bastón electrónico. Casi siempre resultaba eficaz para ahuyentar tiburones. Casi siempre.

El miedo era como un frío puño en el estómago de Kelsey cuando se volvió a mirarlo.

No me apetece en absoluto hacer esto.

El asintió.

A mí menos.

Pero no podían entretenerse por más tiempo. El comprobó la linterna una vez más y se llevó las manos a la careta. Kelsey lo agarró del brazo:

Jesse...

El la miró.

Te amo de verdad —dijo ella.

Luego se subió la careta y se metió en el agua.