Capítulo 4
Kelsey oyó el sonido rítmico del agua que rompía contra el casco del barco y el de los peces saltando fuera del agua. Vio la silueta de un hombre cerca de la proa. Sabía que no era Dean ni Craig, pero no tenía la intención de averiguarlo.
Abrió la lata de refresco mientras se acercaba a él, y el sonido sibilante hizo que el hombre notara su presencia. Estaba apoyado en la barandilla, arrojándoles trozos de papas a los peces y no se volvió hasta que Kelsey se apoyó a su lado junto a la barandilla.
Hacía un poco más de fresco, y el aire ya no estaba húmedo. Debajo de ellos, la superficie del agua estaba tan oscura como una lámina de obsidiana arrugada. A su alrededor, los otros barcos estaban en silencio y en la distancia brillaban las luces de Charleston como un recuerdo lejano.
—Si de mí dependiera —dijo ella en voz baja—, zarparía ahora mismo.
—Esa sería una orden que estaría encantado de obedecer.
Jesse vació las últimas migas de la bolsa y Kelsey sonrió al ver cómo la superficie del agua se convertía en un hervidero producido por los peces que salían a ella.
El arrugó la bolsa y la tiró al cubo de la basura sujeto a la barandilla.
—¿Dónde están los chicos? Ella le dio un sorbo a la lata.
—Probablemente pasando la noche en algún hotel elegante. Son comodones cuando tienen los gastos pagados.
—Entonces, estamos solos tú y yo.
Tal vez no quería decir nada con eso, tal vez pretendía decirlo todo. No la estaba mirando en aquel momento, pero se encontraba lo bastante cerca como para que ella contuviera el aliento.
Si hubiera alzado los ojos hacia él entonces, o tan siquiera se hubiera acercado un centímetro, tal vez habría averiguado lo que quería decir. Pero la noche estaba demasiado preñada de promesas para correr riesgos de aquel tipo, y Kelsey ya tenía la adrenalina demasiado alta. Así que se propuso no hacer idioteces y mantuvo la mirada fija en la superficie del agua mientras daba otro sorbo a la bebida. Para hacer conversación, le preguntó Jesse:
—¿Por qué Miss Santa Fe?
—Ah, eso.
Kelsey se arriesgó a lanzarle una mirada y vio cómo una sonrisa reminiscente curvaba sus labios. Estaba tan atractivo en aquel momento que a la chica no le hubiera importado pasarse la noche mirándolo.
—Le puse ese nombre por la primera mujer a la que amé —dijo él, y al ver la expresión de Kelsey añadió—: En serio. Tenía yo unos trece años y vi un dibujo de Señorita Santa Fe en un catálogo de productos agrícolas o algo así, y fue amor a primera vista. Arranqué la página y la colgué en mi cuarto, donde permaneció hasta que empezó a caerse en pedazos. Solía besarla para que me diera suerte cada vez que tenía un examen o un partido importante, y no me falló ni una vez. Y este barco me ha dado también mucha suerte.
—¿Cuántos barcos tienes?
El titubeó.
—Hasta el año pasado, seis. Cuando mi socio y yo nos separamos, yo me quedé con el Miss Santa Fe y con el Little Phoenix, para viajes cortos. El se quedó con el resto.
Kelsey comentó.
—Parece un convenio de divorcio en el que tú llevaste la peor parte.
El se rió con suavidad.
—Sí, ¿verdad? Pero lo cierto es que los dos conseguimos lo que queríamos. El obtuvo los cuatro barcos, un equipo amplio y una oficina en el centro de la ciudad. Yo conseguí el Miss Santa Fe, un poco de dinero en efectivo y la ventaja de ya no tener socio.
Kelsey sacudió la cabeza.
—Sigue siendo un poco pragmático. Tú tienes el Little Phoenix en el puerto durante dos semanas mientras nos llevas a nosotros, en tanto que, si me dejaras hacer las cosas a mi modo, podrías estar obteniendo beneficios de los dos barcos a la vez...
—Por eso precisamente —señaló él— ya no tengo socio.
—¿Porque él intentaba conseguir beneficios?
—Porque intentaba tomar las riendas del negocio.
Kelsey podría haber replicado, pero decidió con diplomacia limitarse a beber otra vez de la lata.
—¿Dónde vives en realidad?
—¿Qué es esto, un concurso de preguntas?
Ella se puso un poco a la defensiva, y se le notó. No servía para hacer conversación y lo sabía. Se encogió de hombros y se llevó de nuevo el refresco a los labios, sin mirarle.
—Olvídalo —dijo la chica.
—No, no me importa. Seguiré el juego. Siempre que luego pueda hacerte preguntas yo también.
Ella lo miró sorprendida.
—Puedes hacérmelas —dijo al fin.
Jesse sonrió irónicamente, y la chispa de su mirada le produjo a Kelsey un estremecimiento de placer.
—Te lo dije —respondió él—. Vivo donde quiera que me encuentre en ese momento. Aquí, en el Little Phoenix, o en mi despacho. Apuesto a que eso te molesta. La mayoría de las mujeres no pueden entender que un hombre no necesita una casa.
—Qué va. Sólo me preguntaba por qué estaba tan limpio y ordenado tu camarote.
El se rió entre dientes, medio volviéndose hacia ella.
—Ahora me toca a mí. Cuéntame algo acerca de ti.
—Te dije que podías hacerme preguntas. No que fuera a contestarlas.
—No es justo. Te he dicho mi nombre completo, de dónde vengo, dónde vivo y te he contado que solía besar una página de catálogo buscando suerte. Prácticamente te he contado mi vida entera. Lo menos que puedes hacer es decirme cuáles son tus vicios secretos.
Kelsey sonrió para sí y se acabó el refresco. Era agradable estar allí con él en la oscuridad, arrullados por el sonido del mar, en una noche veraniega.
—Tal vez no tenga ninguno —replicó.
—Todo el mundo tiene un vicio secreto o dos. Una afición de la cual no les gustaría que se enterara su jefe, algún pequeño entretenimiento privado...
Ella lo miró pensativa.
—¿Te refieres a cosas como decapitar animalitos y mantener sus restos disecados en el sótano?
—La verdad es que estaba pensando en jugar a los caballos o ver videos porno, pero lo que dices también sirve.
—No sé por qué, pero me parece que ya conozco cuáles son tus vicios secretos.
—No estamos hablando de mí.
Kelsey se inclinó para tirar la lata al cubo de la basura. Jesse estaba bloqueando, de forma parcial, el cubo con su cadera y ella tuvo que estirarse en torno a él, rozándole el brazo con los pechos y la cadera con la pelvis.
Cuando se enderezó de nuevo, Kelsey estaba sonriendo y le lanzó una mirada larga y escrutadora.
—Acostarme con marineros —dijo—. Ese es mi hobby. Y mí único vicio.
Y se alejó de la barandilla.
Jesse esperó a que ella le diera por completo la espalda para dejar que sus labios se curvaran abiertamente en una sonrisa irónica mientras sacudía la cabeza en un gesto de incredulidad. Justo cuando creía que ya la tenía catalogada... aunque supiera que nunca podía llegar a catalogar a una mujer así. Ni siquiera le apetecía hacerlo. Pero no recordaba haberse sorprendido por nadie tantas veces en un solo día.
Kelsey cruzó la cubierta. Se quedó mirando por un momento la silla sobre la que él había extendido su saco, luego fue a buscar otra igual detrás de la cámara del timón y regresó con ella. Los calzones y la camiseta que llevaba eran tan provocativos cono un saco de papas y el pelo sujeto en la coronilla le daba un aspecto adolescente. Sin embargo, Jesse se la quedó mirando y disfrutando enormemente de lo que veía.
Kelsey abrió la silla plegable y se arrellanó en ella, apoyando los pies en la barandilla.
—Oh, Dios, qué ganas tengo de que salga el sol —dijo con suave impaciencia—. Las noches son una pérdida de tiempo.
—No siempre. Depende de cómo las pases.
Jesse notó un cierto cambio en el nivel de atención de Kelsey. Todos sus instintos le advirtieron de que no siguiera por aquel camino, al menos no en aquellas horas y estando ella tan deseable. Por primera vez, decidió hacer caso a su buen juicio.
Por desgracia, su cuerpo no tenía el mejor juicio y, al cabo de un instante, se encontró cruzando la cubierta hacia ella sin siquiera habérselo propuesto. Se sentó en la repisa que corría paralela a la barandilla, con los pies de Kelsey a la altura de sus hombros, y sus piernas que se extendían ante su mirada.
—No me pareces el tipo de persona que se dedica a los delfines.
—¡Pero qué manía tienes con los tipos de personas! Yo no soy ningún tipo. Además, ¿cuál es el tipo de persona que se dedica a los delfines?
El tono cortante de su voz era una forma de disimular su incomodidad; Jesse se dio cuenta de eso, pero no le produjo el menor placer. El tampoco se sentía cómodo en aquel momento y, si tuviera el menor sentido, lo que tendría que hacer era levantarse y marcharse. Si alzaba la mano tan sólo unos centímetros estaría acariciando la piel desnuda y lisa de su pierna, deslizándola por encima de su rodilla hacia su muslo, hasta su regazo. El pantalón corto no ocultaba tanto como debiera y los huecos que quedaban entre el tejido y la carne resultaban sumamente atrayentes para la mirada.
—Hay dos tipos, en realidad —dijo Jesse—. Las que piensas que son extraterrestres de la Atlántida, enviados a salvar al mundo, y las que en verdad se dedican a entrenarlos para recuperar cabezas nucleares. Tú no encajas en ninguno de los dos perfiles.
Ella soltó una risa burlona.
—Gracias, de todas formas. Soy bióloga, no domadora, y es la primera vez que oigo sobre la Atlántida. Me da la impresión de que la has inventado.
El sonrió irónicamente de puro deleite ante la perspectiva de tomarle el pelo, y por un breve instante casi olvidó la proximidad de sus largas piernas.
—¿Y tú dices que eres una mujer del mar? Vas a acabar preguntándome quién es el Rey Neptuno y diciéndome que las sirenas no son más que leones marinos.
La chica sonrió.
—Lo son.
Era imposible no sonreírle, negarse a sentirse bien simplemente mirándolo...
¿Estaba flirteando con ella? Era probable. Igual que ella lo hacía, de un modo dúctil, con él. Y esas eran dos excelentes razones por las que debería irse a su camarote y ahuyentarlo con firmeza de su mente.
No lo hizo, por supuesto.
El preguntó entonces:
—¿Por qué la biología marina?
Era una de aquellas típicas preguntas de cóctel que ella odiaba, pero viniendo de él, de alguna forma no importaba... Quizá porque, en aquel momento, él levantó la mano y el dorso de sus dedos le rozó el pie. Lo que tal vez había empezado como un accidente terminó en una caricia que hizo que a Kelsey se le tensara el estómago de sorpresa y placer.
—Mi padre era médico y mi madre veterinaria —replicó ella—, así que estaba bastante predestinada a hacerme bióloga. Viviendo en California, el océano era mi vida, así que supongo que era natural.
Jesse cerró el dedo índice en torno al dedo pequeño del pie de Kelsey, mientras le acariciaba con suavidad el empeine con el pulgar en un gesto que era al mismo tiempo juguetón e íntimo, inofensivo y sutilmente erótico.
El cosquilleo que le produjo a Kelsey aquella caricia recorrió toda su pierna hasta los muslos. Mientras tanto, Jesse no apartó ni un momento la mirada de la suya.
—Podrías haberte hecho médica —dijo.
Conversación intrascendente de las que ella solía evitar con vehemencia. Pero los dedos de él estaban moviéndose lentamente en torno a su tobillo y Kelsey respondió:
—No creo. Me gustan los peces más que la mayoría de los mamíferos que conozco y desde luego, prefiero éstos a los seres humanos.
El se rió entre dientes.
—En eso sí que no puedo llevarte la contraria.
La sonrisa seguía chispeando en los ojos de Jesse mientras su mano ascendía por la piel de ella. Su palma era áspera, callosa, y su caricia firme y cálida. A Kelsey se le hizo un nudo en la garganta cuando pasó por encima de su rodilla y siguió subiendo. Y en todo momento, sus ojos no se apartaban de los suyos, sin preguntar, sin pedir permiso, tan sólo contemplando su rostro. Aquella mirada era casi tan excitante como su caricia.
Kelsey dijo con voz un poco ronca:
—No he acabado de explicarte lo de los tiburones durmientes.
—¿Qué más hay que contar? —sus dedos se movieron más hacia arriba—. Me dijiste que eran inofensivos.
Una luz se apagó en algún sitio, privándolos incluso de aquella vaga iluminación que se reflejaba en la cubierta del barco. Pareció que la única luz que quedaba en el mundo era la que había en los ojos de Jesse.
—Casi siempre —respondió ella, mientras notaba los dedos de él debajo de su rodilla.
Kelsey vio que los fuertes músculos del muslo se le aflojaban de placer. Hizo un esfuerzo por seguir hablando:
—Son imprevisibles. Cuando se excitan, hasta los tiburones durmientes pueden ser peligrosos.
Jesse bajó la mirada hacia su pierna por un momento, recorriéndola con los ojos igual que lo estaban haciendo sus dedos. Luego volvió a mirarla a ella.
—También puede serlo acostarse con marineros.
Jesse apartó la mano de su pierna con lentitud.
—Creo que los dos deberíamos tener cuidado.
Kelsey dejó escapar un largo suspiro mientras la mano de Jesse volvía a cerrarse con brevedad en torno a su tobillo y luego se posaba en el arco de su pie.
—Sí—dijo ella con suavidad.
Le mantuvo la mirada con firmeza mientras posaba los pies en el suelo de la cubierta. Tenía la intención de levantarse y bajar a su camarote. Se inclinó hacia delante para hacerlo, y Jesse le puso la mano bajo el brazo, como para ayudarla a levantarse y entonces ella vio sus ojos, brillantes de pasión, y pudo sentir cómo el corazón le latía con fuerza. Se inclinó hacia él. Probó sus labios.
Al principio fue un contacto experimental, fugaz, sin otra intención que satisfacer la curiosidad. Ni siquiera estuvo segura de que él hubiera respondido. Pero en aquel medio segundo en que Kelsey vaciló, sobresaltada por la súbita conmoción sensorial que le había producido aquel leve contacto, los ojos de Jesse se clavaron en los suyos.
La mano que la había sujetado para ayudarla a levantarse se tensó en torno a su brazo, impidiéndole moverse. La otra mano se posó en la rodilla de Kelsey. Jesse la miró pensativo, durante lo que pareció una eternidad. Ella vio cómo su pecho se agitaba. Los ojos de Jesse recorrieron todo su rostro como una dulce caricia; cuando su mirada se posó en sus labios, ella los entreabrió de forma involuntaria, exhalando. Todo su cuerpo pareció volcarse hacia él. La boca de Jesse rozó la suya. Su lengua trazó el contorno de sus labios con una lenta sensualidad que envió oleadas de calor a todo el cuerpo de Kelsey. Ella movió las manos, que había mantenido hasta entonces aferradas a los lados de la silla, y las posó sobre los brazos de Jesse. Buscó su boca abierta con la suya y él prolongó el juego, deslizando la lengua por la línea de su mandíbula hasta posarla sobre el pulso que latía en su garganta. A Kelsey se le agitaba el corazón.
La leve aspereza de la barbilla de Jesse le rascó la mejilla cuando ella movió su rostro sobre el de él. Con una suave presión del brazo, Jesse la atrajo hacia sí, hasta el borde de la silla, mientras su otra mano se movía sobre su muslo desnudo. Su lengua se introdujo en el interior de la boca abierta de Kelsey. Ella se estremeció de placer.
Las manos de Jesse se posaron en la cintura de la chica y se tensaron. Con un movimiento seguro y firme, la hizo levantarse de la silla y la envolvió entre sus brazos, mientras su beso se hacía ávido, ardiente, apasionado.
Sabía a noche y a mar. Kelsey se sintió invadida de un calor abrasador que latía en cada una de las células de su cuerpo. No había pensado que eso sucediera. No lo había pretendido en ningún momento. Aquello tenía que haber sido un simple beso, pero...
Por fin, él arrancó la boca de la suya; Kelsey sintió su respiración quebrada en el cuello. Su voz era ronca.
—Esto es una insensatez.
—Ya lo sé —replicó ella en un mero susurro jadeante.
Las manos de Jesse se habían cerrado sobre sus pechos y la presión cada vez mayor estaba produciéndole oleadas de placer que parecían concentrarse entre sus muslos con una palpitante tensión casi dolorosa. Echó la cabeza hacia atrás y él le besó la garganta.
—Jesse —gimió ella.
—¿Qué? —dijo él casi en un susurro.
Luego, su boca descendió hasta donde habían estado sus manos y ella olvidó lo que había deseado decir.
La chica deslizó las manos por debajo de la camiseta de Jesse y las llevó luego hacia el pecho. Se había equivocado; lo tenía cubierto de una capa de vello fino y sedoso que cubría los pectorales y se estrechaba luego en una fina línea que descendía hasta su cintura. Ella siguió aquella fina línea con las yemas de los dedos hasta desrizarlos por el interior de su pantalón corto. Le oyó inhalar con brusquedad. En eso sí había acertado. No llevaba nada debajo.
Jesse levantó las manos y tomó el rostro de Kelsey. Pudo sentir su aliento sobre la piel húmeda y caliente, y vio sus ojos relucientes de pasión. Tal vez hubiera pronunciado su nombre, pero ella no lo oyó por encima del estruendo de los mil océanos que rugían en su interior. Vagamente, Kelsey pensó que aquello no debería estar ocurriendo, que ella no había deseado que las cosas se desarrollaran así, pero los dos habían pasado hacía tiempo cualquier límite de contención. Incluso si lo hubiera deseado, ella ya no habría podido dar marcha atrás. Y, además, no deseaba hacerlo.
Jesse se llevó la mano a la cintura y ella oyó que bajaba su cremallera, mientras él, con el otro brazo en torno a sus hombros, la hacía descender lentamente sobre el suelo de la cubierta. A Kelsey le latía con fuerza el corazón, y el aire de la noche acarició la piel que acababa de quedar desnuda cuando él le quitó las bragas; entonces sintió su carne ardiente y palpitante pegada a la suya. Sus alientos se entremezclaron y sus lenguas volvieron a entablar un duelo de jadeante pasión...
Ella le acarició con las manos la espalda y sus dedos se tensaron, mientras con las piernas envolvía sus caderas. Un instante después, en un único embate lento, enloquecedor, él penetró en aquel universo de humedad dulce y ardiente. Aquella súbita invasión la dejó privada de todo sentido, a merced de los impulsos de su cuerpo ávido, hambriento...
Fue demasiado rápido, demasiado poderoso, demasiado intenso; una explosión de sensaciones, una tras otra. Se arqueó para recibirle con más intensidad mientras sus bocas permanecían pegadas; él empujaba con fuerza y ella le clavaba los dedos en la espalda. Su grito arrebatado se perdió en el interior de su boca y, casi de inmediato, oleada tras oleada de placer comenzaron a acumularse en su interior en círculos concéntricos antes de estallar en una explosiva catarata. Las manos de Jesse se deslizaron bajo los glúteos de ella y la apretó más contra su ingle, con fuerza, mientras todo su cuerpo se sacudía con espasmos en la liberación final. Luego se derrumbaron el uno sobre el otro, con los rostros empapados, pegados, las respiraciones entremezcladas, y los miembros aun entrelazados. Estaban anonadados, exhaustos y conmocionados, los dos y cada uno por su cuenta, hasta el mismo núcleo de sus almas.
Tras un largo rato, Jesse se separó de mala gana de ella. Pero le tomó la mano y se la sostuvo con suavidad, con los dedos entrelazados, contra su pecho. Tenía miedo de mirarla por lo que pudiera encontrar en su rostro. No había esperado que ocurriera eso. Dios santo, no lo había planeado. Y si así hubiera sido, nunca, ni en sus más salvajes fantasías, habría esperado que fuera algo así... Quería decir algo. No sabía qué decir.
Kelsey lo miró en la oscuridad. Tenía la mirada dirigida hacia el cielo, la boca entreabierta, respiraba con dificultad... y su mano sostenía la de él. Le pareció hermoso, igual que la primera vez que lo había visto, cuando ni siquiera había podido imaginar hasta qué punto la realidad podía dejar atrás la fantasía.
Y lo sucedido no era una fantasía. La constatación la golpeó como un puño. Un escalofrío recorrió su cuerpo y no estuvo segura de si era de horror o de asombro maravillado. Sospechaba que era un poco de las dos cosas. Un galanteo inofensivo, una fantasía inocente... Jessee Seward ya no era nada de eso. Era el único hombre en veintiocho años que la había hecho olvidarse de sí misma, perder el control, echar por la borda la sensatez. Su estallido de pasión había sido como un maremoto que lo había arrastrado todo a su paso. No podía ignorar lo que acababan de compartir, ni podría olvidarlo nunca... de la misma forma que no podría olvidar a aquel hombre. Era muy real, muy sólido y no iba a desvanecerse como las fantasías.
Se preguntó qué estaría pensando él. Pudo ver sólo el resplandor de sus ojos en la oscuridad, pero su voz sonaba titubeante.
—Kelsey...
Ella se puso rígida y apartó la mano.
—¡Vístete! —siseó, y ella se sentó con rapidez.
El se sentó, mirándola con fijeza.
—¡De prisa, maldita sea! —ella ya se estaba poniendo las bragas.
En ese instante, Jessee escuchó pasos en el muelle, sonido de voces bajas. Para cuando Craig y Dean subieron a bordo, moviéndose con cuidado para no despertar a su colega, supuestamente dormida, Jessee ya estaba vestido y Kelsey iba de camino a la cámara del timón. El la asió del brazo.
Ella le dirigió una mirada impaciente.
—Kelsey...
Detrás de ellos, uno de los hombres dijo en voz baja:
—¡Eh, Kelsey! ¿Eres tú? ¿Estás despierta?
Kelsey se zafó y Jessee miró por encima del hombro.
—Da igual —musitó.
Pero no daba igual. Ella se había ido.