Capítulo 5

 

Jessee odiaba las mañanas después de hacer el amor. Nunca sabía qué se esperaba de él ni nunca sabía cómo comportarse y después de treinta y un años de observación y experiencia con la naturaleza humana, de los cuales al menos quince los había dedicado al asombroso asunto de las relaciones entre los sexos, aún no estaba por completo seguro de qué podía significar una noche como la que Kelsey Morgan y él habían pasado.

No lo que significaba para él, aquel era un tema que no sería capaz de abandonar durante mucho tiempo, sino lo que significaba para ella. ¿Estaría avergonzada, conmocionada, enfadada? ¿Esperaría una mayor intimidad ahora, continuar con sus relaciones en el mismo sentido... o preferiría olvidar por completo el asunto? Aquella última posibilidad molestaba a Jessee mucho más de lo que debiera.

Kelsey había aparecido por cubierta al amanecer, cuando él estaba haciendo los preparativos para zarpar, pero ella ni siquiera había mirado en su dirección. Estaba ocupada dándole órdenes a los otros dos, y Jessee suponía que debería sentirse agradecido por ello.

Pero no era así.

Desde luego, sería mucho más fácil olvidarlo todo. Ya tenía bastantes problemas con otras mujeres, pero con Kelsey... ¿qué podía decirle? ¿Que no había pretendido que ocurriera, que solía tener mucho más dominio de sí, que no había hecho algo parecido desde los dieciocho años? ¿Que aquello le había asustado porque en algún momento algo fundamental había cambiado en su interior? No sabía cómo explicarlo ni cómo definirlo, pero la noche anterior no era algo que pudiera olvidar sin más. Por eso no sabía qué decirle.

La vio moverse por la cubierta y sintió que el corazón le latía más rápido. Aquella mujer lo fascinaba, lo confundía y lo aterraba, y cuando pensaba en ellos dos la noche anterior, le costaba creer que eso hubiera ocurrido en realidad.

Por lo general aquella hora de la mañana era su favorita del día... con la suave luz grisácea que hacía que todo pareciera un sueño. Pero allí estaba Kelsey, con sus pantalones cortos blancos y sus piernas bronceadas, sus muslos tan esbeltos y lisos, su estómago plano, sus caderas... se había puesto una cazadora de popelina blanca que ocultaba el resto de su cuerpo a la mirada de Jessee, y se había sujetado el cabello en la nuca en una gruesa trenza. Se preguntó si ella habría sufrido una noche de insomnio como la de él, pero no la conocía lo suficiente para saberlo. De hecho, no la conocía en absoluto.

Los científicos habían montado una pequeña mesa de trabajo en la cubierta y ella estaba en aquel momento inclinada a un lado sobre el hombro de Dean, mientras estudiaban unos papeles. Cuando Jessee menos lo esperaba, Kelsey alzó la vista hacia él. Luego la chica le dijo algo más a Dean y se metió en la cámara del timón, donde estaba él.

Jessee le dijo:

Buenos días.

Kelsey cogió las cartas, pero no respondió. De alguna forma, hasta un simple buenos días, le parecía arriesgado, cargado de implicaciones.  

Se sentía estúpida, torpe, y furiosa consigo misma. ¿Cómo podía ponerse al mando de aquella expedición cuando no podía siquiera dominar sus emociones? Había estado evitando a Jessee toda la mañana, y estaba segura de que él se había dado cuenta; aquello la ponía furiosa también. Pero no sabía qué decirle. Cada vez que lo miraba, una oleada de recuerdos ardientes la invadía. No podía pensar, y mucho menos hablar. Lo único que podía hacer era sentir, y los sentimientos eran demasiado complejos para analizarlos. Lo sabía porque se había pasado la noche entera tratando de apartar de su mente el episodio... sin el menor éxito.

Sabía que no podía seguir evitándolo por siempre, y por eso se había obligado a sí misma a entrar en la cámara del timón. Era una mañana como cualquier otra, y había trabajo que hacer. Podía hacer frente a aquello. No tenía más remedio.

Incluso se obligó a acercarse a él, a leer la brújula por encima de su hombro, antes de volver a estudiar las cartas. Olía a viento nocturno y a mar.

¿Cuánto tiempo más vamos a seguir en el canal?—le preguntó, sin alzar la vista.

La voz de él fue tan impersonal como la de ella.

Otros diez minutos.

Kelsey se preguntó intrigada qué estaría pensando, pero hizo un esfuerzo por volver a centrar su atención en las cartas. Dio un golpecito en un punto de la carta.

Apaga los motores cuando lleguemos aquí, ¿quieres? Queremos hacer algunas lecturas —dijo Kelsey.

El lanzó una ojeada al mapa para ver a qué zona se refería.

De acuerdo. ¿Queda algo de café?

Kelsey volvió a plegar las cartas. El corazón le latió más rápido. ¿Por qué tenía que producirle aquel efecto una simple pregunta sin importancia? Pero no se trataba de la pregunta, sino del hecho de que él la mirara directo por primera vez desde que ella había entrado en la cámara del timón.

En la cocina —replicó ella.

Teniendo en cuenta que no puedo abandonar mi puesto, sería un acto de caridad el que alguien me trajera una taza.

Hasta un comentario tan natural le pareció a Kelsey muy personal, una invitación a la intimidad, al compañerismo o a la conversación, y ella no supo cómo reaccionar. No sabía qué esperaba él de ella. Maldita situación.

Replicó con sequedad.

Eras tú quien quería pilotar.

El la miró.

Kelsey...

El pánico la asaltó cuando él la miro, con la súbita dulzura que rezumaba aquella única palabra.

Si el resto de la frase se refiere a lo sucedido ayer en la noche —lo interrumpió ella con brusquedad—, no quiero oírla.

Guardó las cartas y se dispuso a marcharse.

Jessee estuvo a punto de dejarla ir. De hecho, durante dos segundos le pareció la única cosa sensata que se podía hacer. Pero luego pasó a un estado de obnubilación y la aferró del brazo antes de que pudiera salir.

Ella trató de zafarse y él la asió con más fuerza... quizá demasiada, porque ella se golpeó la cadera con la mesa de trabajo.

Kelsey se frotó el brazo cuando él la soltó y lo miró con furia. La adrenalina estaba recorriendo sus venas y supo que no era sólo por su justificable ira, sino por la proximidad de su cuerpo.

¿Es eso lo que querías saber? —inquirió ella—. ¿Que puedes ganar a la fuerza?

Con una mano atada a la espalda —señaló él.

Su tono era suave, pero tenía la mandíbula apretada.

Enhorabuena. Lo pondré en el tablero de anuncios —dijo ella.

La mano de Jessee se había tensado sobre el timón y podía sentir que los músculos de los hombros se le estaban agarrotando. Pero se obligó a responder con voz contenida:

Como quieras. Soy consciente de lo ocupada que estás Así que voy a echar el ancla aquí mismo y a esperar a que tengas tiempo de hablar conmigo.

Ella se detuvo en seco, y se volvió con gesto rígido. Jessee se alegró de no poder verle la cara, porque su tono era gélido.

¿Qué? —dijo ella.

Jessee mantuvo un tono tranquilo y la mirada fija en su tarea.

Tengo algo que decir. Puede ser o no respecto a lo de anoche, pero es una cuestión de simple educación el que me escuches.

Kelsey se mantuvo junto a la puerta, a punto de salir con rapidez. El corazón le retumbaba en el pecho y sentía la piel ardiendo, pero por dentro estaba congelada de miedo. Aquello no era propio de ella, en absoluto, pues no le tenía miedo a las confrontaciones. No temía a nada. Aun así, se sentía como acorralada. Lo único que deseaba era huir de él, no tener que volver a mirarle nunca a los ojos...

Ella dijo:

Nunca me han acusado de tener buena educación.

No hace falta que lo jures.

Kelsey no pudo aguantar por más tiempo.

Mira —dijo con brusquedad—. Vamos a no hacer una montaña de un grano de arena. Lo de anoche —bajó la voz ligeramente, pues no deseaba que la oyeran—...ocurrió, Ya está. Creo que lo mejor para los dos es que lo olvidemos.

La voz de Jessee sonaba natural, tranquila, pero ella podía ver sus nudillos blancos de tensión sobre el timón.

Ya imaginaba que dirías algo así. Resulta un poco difícil darle órdenes a alguien con quien te has acostado, ¿verdad? Así que lo más fácil es fingir que no ha ocurrido.

Ella podía sentir la hostilidad en cada una de sus palabras, y las chispas que lanzaba Jessee encendieron su propia ira defensiva. Kelsey respondió con frialdad.

Así es. ¿Has terminado?

Sólo una pregunta más —dijo, ajustando la velocidad—. ¿Esta es tu actitud desagradable normal, o estás tratando de dejar algo establecido?

Las dos cosas —hizo una pausa—. Mira, vamos a estar atados el uno al otro durante dos semanas, nos guste o no. Si piensas que voy a pasarme los próximos catorce días tratando de recordar sonreír cada vez que me cruzo contigo y de llamarte querido y decirte lo maravilloso que eres sólo porque hayamos...

Y yo no pienso pasarme las próximas dos semanas caminando de puntillas por mi propio barco —la interrumpió él con aspereza—, ni tratando de mantenerme fuera de tu camino y sintiéndome como si hubiera cometido una especie de crimen. Yo no estuve solo anoche, y si nos ponemos a pensarlo, no fue sólo idea mía...

¿ Ah, es eso? —Gritó ella con incredulidad—. ¿Eso es lo que se ha estado alimentando dentro de tu pequeño cerebro? ¿Que fui yo la que te sedujo?

¡Yo no he dicho eso!

¿Qué diablos quieres decir entonces?

El se volvió hacia ella. Sus ojos parecían despedir rayos y su mandíbula estaba apretada por la ira.

¿Qué quieres de mí, mujer? —dijo con voz áspera.

Kelsey inhaló con fuerza, y no estuvo segura de si la repentina punzada que experimentó en la boca del estómago era de furia renovada o de deseo.

¿Y qué quieres tú de mí? Porque si piensas que lo de anoche cambia algo entre nosotros...

¡No existe nada entre nosotros!

Exacto, y vamos a dejar que siga siendo así. ¡Eso es lo que quiero de ti!

Era lo que quería de él. Estaba segura. Excepto que cuando él la miraba con aquellos ojos llenos de amargura, no deseaba eso en absoluto, y no quería que él... pero era todo una locura; estaba loca por considerar siquiera una cosa así. No había nada entre ellos y no lo habría nunca y así era como quería ella que fueran las cosas.

Los labios de Jesse se tensaron, y apartó la mirada para dirigirla hacia el frente.

Muy bien—dijo.  

Muy bien —repitió ella con similar determinación.

Entonces se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos y abrió los puños.

Luego se volvió para marcharse y en esa ocasión él no intentó detenerla. El dolor, la ira y una extraña insatisfacción punzante y amarga rodeaban el aire que los separaba. Kelsey no había esperado nada de eso. La estaba obligando a actuar como una niña de trece años y esa situación la sacaba de quicio. ¿Qué le estaba pasando?

Se detuvo, apoyándose en el quicio de la puerta y respiró hondo. Esto no podía seguir así por dos semanas. Ni siquiera por dos minutos más. Con un gran esfuerzo, se dio la vuelta para mirarlo.

Mira —dijo con cuidado—. Yo puedo manejar esta situación. ¿Puedes tú?

El puso el motor en neutral. Hizo girar la silla para mirarla y estudió su rostro durante un momento. Su expresión era indescifrable.

Hasta que al fin, contestó:

Sí, creo que sí.

Ella se aclaró la garganta.

Será mucho más fácil si sigues portándote como un idiota. Sigue recordándome por qué no me gustas.

Una chispa de regocijo brilló en la mirada grave de Jesse, lo cual le produjo una extraña sensación de placer a Kelsey.

Sí. Lo mismo te digo.

Ella relajó los músculos del cuello, e incluso trató de sonreír, aunque no lo consiguió del todo. Apartó la mirada. Su voz sonaba más envarada de lo que debería cuando añadió:

Los dos somos adultos. Estas cosas ocurren.

Kelsey supo que no había querido decirlo, incluso antes de ver cómo se tensaban los labios de Jesse.

Con frecuencia.

Ella alzó la barbilla, negándose a que la derrotara el ardor que sentía en las mejillas. Era evidente que él no estaba dispuesto a ponerle las cosas más fáciles, pero no habría problema. Estaba acostumbrada a resolver las situaciones difíciles sin ayuda.

Prosiguió:

Perdona si he estado cortante contigo antes. Esto no es... no soy muy buena para este tipo de cosas.

El condescendió con tranquilidad:

Lo creas o no, tampoco lo soy yo.

Kelsey le lanzó una mirada penetrante, pero no vio signos de sarcasmos en su rostro. De hecho, parecía receloso de ella y, en el fondo, tal vez avergonzado.

El seguía teniendo los ojos más preciosos que ella había visto nunca.

Sintió que los hombros se le relajaban un poco y su voz sonó más tranquila cuando dijo:

Es sólo que... ya te dije lo importante que era este viaje para mí. No puedo darme el lujo de que algo me distraiga de...

El la interrumpió con firmeza.

Mira. Piensa en esto un poco. Yo dirijo una empresa de alquiler de barcos. En las tres cuartas partes de todos los viajes que hago hay por lo menos una mujer hermosa. Si tuviera la costumbre de acostarme con todas ellas, no tendría tiempo de conducir el barco, así que tengo una regla... no mezclar placer y trabajo. Ayer fue la primera vez que rompí esa regla y estoy tan azorado como tú por ello. Y si piensas que voy a dejar que ocurra otra vez, te ruego que me concedas un poco más de crédito. El hecho es que yo tengo más que perder que tú.

Kelsey se lo quedó mirando, y no supo si sentirse insultada o agradecida. Lo que sintió fue una lenta y reluctante sensación de admiración hacia él y, al cabo dé un momento, aquella emoción se convirtió en una sonrisa.

Sí —dijo Kelsey—. Supongo que sí.

Estaba pensando en lo que él había dicho: Azorado. ¿Se trataba de ese momento entonces? ¿Era esto lo que justificaba su comportamiento tan poco habitual? La noche anterior, ella había perdido el dominio de sus emociones, se había dejado arrastrar y había olvidado quién era y cuáles eran sus prioridades. Había compartido el más íntimo de los actos humanos con un extraño y lo sucedido era ciertamente un motivo para estar azorada.

Pero incluso ahora, las sensaciones que la invadían cuando miraba a Jesse... ¿eran azoramiento? No lo creía.

No estaba azorada por haber hecho el amor con él. Estaba azorada por haber huido después.

 Lo miró a los ojos entonces y fue casi como si él le estuviera leyendo los pensamientos. Fue un raro momento de comprensión que no ocurriría con regularidad ni siquiera entre auténticos amantes, algo que ellos desde luego no eran, pero en aquel extraño momento todo fingimiento se desvaneció y, sencillamente, no quedó nada por lo que estar azorados.

Kelsey notó que el resto de tensión desaparecía de sus hombros y dijo:

No creo que podamos fingir que no ocurrió nada.

La sonrisa de Jesse fue suave y un poco ausente, e hizo que Kelsey contuviera el aliento.

No —aceptó, tras una pausa.

Ella tenía los ojos clavados en sus brazos musculosos y bronceados salpicados de vello dorado... no había llegado a averiguar si tenía un tatuaje.

Obligó a sus ojos a que volvieran al rostro de Jesse y dijo:

Pero eso no quiere decir que vaya a ocurrir de nuevo.

Por supuesto —asintió Jesse.  

Kelsey pensó que estaba mostrándose de acuerdo con ella, pero era imposible saberlo por la expresión de sus ojos. De hecho, perdida como estaba en aquellos ojos, le resultaba imposible recordar con exactitud en qué había querido que se mostrara de acuerdo.

Y fue entonces cuando se sorprendió a sí misma en el borde de la zona de peligro y retrocedió en forma abrupta. Se volvió hacia la puerta, tratando de que su voz sonara lo más natural posible al decir:

Avísame diez minutos antes de que lleguemos a esas coordenadas, ¿quieres?

El se volvió hacia los controles.

De acuerdo.

Pero había una cosa más. Kelsey se detuvo en la puerta, sabiendo que si se marchaba sin decirla se odiaría a sí misma, aún más por sentir la necesidad de comentarla.

Escucha —respiró hondo, pero no logró volverse hacia él.

Oyó el leve chirrido de su silla giratoria al volverse hacia ella y pudo sentir sus ojos en la espalda.

Acabó de hablar en una voz tan baja que sus palabras quedaron casi tragadas por el ruido de las máquinas:

No es mi hobby.

El se quedó en silencio durante tanto rato que Kelsey pensó que no la había oído o que no le importaba. Dio otro paso hacia el umbral, rígida de humillación.

Y entonces él dijo, con un tono entre incrédulo y regocijado y tan dulce que ella contuvo al aliento:

Ya lo sé.

Kelsey habría dado cualquier cosa por ver la expresión de su rostro en aquel momento, pero todos sus instintos le advirtieron de que podía ser un grave error. Se marchó con rapidez sin mirar atrás.

 

Naturalmente que no ha existido nunca un traje antitiburones eficaz —estaba explicando con seriedad Craig—. O bien no funcionan en absoluto o son demasiado engorrosos para resultar prácticos, y siempre dejan alguna parte del cuerpo expuesta. Y hasta ahora no han conseguido cumplir una función vital, que es la de prevenir el ataque antes de que se produzca. Por supuesto es deseable evitar las heridas graves producidas por el ataque, pero cuando uno está realizando un trabajo delicado bajo el agua, lo ideal es que no tenga que vérselas con ningún ataque en absoluto, ¿no les parece?

Jesse asintió y trató de parecer interesado. Aquello no habría sido tan difícil, en circunstancias normales; al fin y al cabo, el tema era interesante, pero a Jesse le resultaba difícil mantener la atención en algo cuando sus ojos no dejaban de desviarse hacia Kelsey.

Estaban atracados a unos ocho kilómetros de la costa, cenando en cubierta mientras los últimos rayos del sol teñían el cielo de tonos rojizos. Como era tradicional en la primera noche de todos los viajes en el barco de Jesse, el capitán ofrecía una botella de vino con la cena y el chablis que estaban tomando en vasos de plástico añadía un toque festivo. De hecho, todo en aquella cena le parecía festivo a Jesse y así se lo había parecido desde el momento en que Kelsey se había sentado delante de él.

Empezaba a sentirse como un adolescente que no podía apartar la vista de la única mujer a bordo. Pero, sexo aparte, había que reconocer que Kelsey era una mujer que atraía la atención por sí misma, por su forma de hablar, de moverse, incluso de comer.

¿Así que este invento tuyo —dijo Jesse, tratando de apartar su atención de Kelsey—, resuelve todos estos problemas?

Craig asintió con entusiasmo.

Desde hace mucho tiempo sabemos que el estímulo más poderoso para un tiburón son los campos electrónicos...

Con una leve mueca de impaciencia, Kelsey se puso en pie.

Discúlpenme, caballeros, pero yo ya he oído esto antes. Dean, no te olvides que te toca encargarte del KP esta noche.

Dean se dispuso a prepararse otro emparedado.

Sí, pero no entiendo cómo siempre que sacamos pajitas, acabas tú siempre con la más corta.

Eso es porque soy yo la que corta las pajitas —dijo ella por encima del hombro.

Jesse trató de no volverse hacia ella mientras se alejaba.

Craig, incapaz de contener su entusiasmo ante un público casi virgen, prosiguió:

Como iba diciendo, esa es la razón por la que los tiburones atacan a los barcos aunque no puedan comérselos, o a una jaula antitiburones en lugar de a un submarinista que esté nadando fuera... siempre se lanzan por los campos electromagnéticos más fuertes. La solución, claro está, es enmascarar el campo electromagnético del cuerpo...

Mira —dijo Dean, mientras daba un bocado a su emparedado—, en eso es en lo que no estoy de acuerdo contigo. En primer lugar, nadie ha demostrado nunca que la receptividad de los tiburones a los campos eléctricos sea tan importante como dices. En segundo lugar, no puedes descartar el hecho...

Espera un minuto. Tú has visto los resultados de mis estudios... —comentó Craig.

Sí, claro, eran bastantes impresionantes, por lo que pude ver.

Pero lo que yo digo es...

Jesse esperó hasta que los dos estuvieron tan enfrascados en su debate que ni siquiera se dieron cuenta de que él llenaba su vaso con el vino que quedaba en la botella y se levantaba en silencio para retirarse.

No fue a buscar con deliberación a Kelsey. Pero, dado el tamaño del barco, tampoco era muy improbable que, con el mínimo esfuerzo; se topara con ella.

Las taquillas de almacenaje de estribor, situadas detrás de la cámara del timón, estaban cubiertas con cojines impermeables y servían también de asientos. Allí estaba Kelsey, con la espalda apoyada en la barandilla y una pierna doblada, contemplando el cielo y el mar. No se dio por enterada de la presencia de Jesse, pero tampoco se marchó al verlo acercarse. Jesse se sentó junto a ella.

Deduzco que no tienes una gran opinión del traje antitiburones de tu amigo —dijo Jesse.

Su voz y su actitud eran naturales y Kelsey trató de corresponderle. No había motivo para que se pasaran el resto del viaje intentando evitarse o sintiéndose incómodos el uno con el otro; ella se alegraba de que Jesse hubiera tomado la iniciativa en saltar aquella barrera. Lo menos que podía hacer ella era encontrarse con él a medio camino.

Digamos que es muy experimental —replicó, alzando los hombros—. Craig es en realidad un tipo brillante y tiene la teoría muy elaborada, pero en la práctica, sencillamente no funciona... al menos, no ha funcionado en el laboratorio.

Las taquillas tenían más de tres metros de largo y había suficiente espacio a ambos lados de Kelsey para que se sentara otra persona con comodidad. Pero Jesse había decidido sentarse tan cerca que sus caderas se rozaban. Kelsey, quien siempre había sido muy celosa de su espacio personal, se preguntó si lo haría a propósito, como una forma de intimidación. Y, naturalmente, no se apartó.

Jesse dijo en voz baja:

Mira.

Alzó su vaso en un gesto dirigido al horizonte y Kelsey lo siguió con la mirada. No fue necesario más comentario entre aquellos dos amantes del océano, las palabras habrían restado magia a aquel paisaje al limitarlo a lo que sólo el lenguaje podía describir. El sol, ocultándose tras la línea del horizonte, formaba un círculo perfecto dividido en dos por la oscura línea del cielo y el mar, reflejándose abajo la mitad de arriba y formando ambas un refulgente disco dorado. Mientras contemplaban el espectáculo, la noche extendió sus tenebrosos dedos sobre el rostro del sol, tiñéndolo de púrpuras y rojos oscuros.

Kelsey miró a Jesse y no pudo recordar un momento más perfecto en su vida. Sonrió y él le devolvió la sonrisa. Nada dijeron. Eso fue lo mejor: ninguno de los dos sintió la necesidad de decir algo.

Y sin embargo eran muchas las cosas que necesitaban decirse.

Le sorprendió a Kelsey que fuera él quien empezara. Su tono era tranquilo cuando habló, como si estuviera retomando los hilos de una conversación interrumpida.

El caso es —dijo él—, y no quiero que tomes esto muy personalmente, que tengo una suerte desdichada en lo que se refiere a relaciones. Jamás he estado más de una semana con alguna mujer que no acabara odiándome —se encogió de hombros—. Nunca he averiguado por qué. Individualmente, creo que soy un tipo de lo más callado.

Ella sonrió con ironía, demasiado asombrada y regocijada para disentir.

Sí, tú, y yo también.

¿Crees que soy un tipo de lo más guapo?

No, pienso que lo soy yo. Una mujer guapa como para que tengan una muñeca de vudú con mi nombre, según me han dicho que tiene el último chico con el que salí.

El se rió entre dientes.

No es por ofender, pero el caso es que no me extraña.

Ella le dio un sorbo a su vino.

Muchas gracias.

Le tocaba a ella, y no le costó tanto hablar como había imaginado. Miró a la distancia y dijo:

Toda la vida he sido buena en todo. En el colegio, en los deportes, escribiendo artículos, dando conferencias, incluso consiguiendo financiamiento... dame un problema para resolverlo o una teoría a demostrar o una lección que aprender y está hecho sin problema. Las cosas de ese tipo me resultan fáciles. Pero soy desastrosa juzgando a las personas. No las entiendo. No logro relacionarme y parece que nunca hago lo correcto. Choco con las personas, no sé por qué. Espero y busco siempre lo que no corresponde y acabo haciendo lo que no tengo que hacer. Mi padre dice que soy demasiado impaciente para tratar con la raza humana. Tuve un novio una vez, incluso vivimos juntos por un tiempo, y decía que no estaba lo suficiente interesada como para mantener una relación.

Se encogió de hombros y miró su copa vacía.

Tal vez tenía razón. Porque no se trata sólo de los hombres, sino de las personas en general... parece que nunca presto atención cuando tengo que hacerlo.

Aventuró una mirada hacia Jesse, y se sintió aliviada y un poco sorprendida al ver la expresión pensativa e interesada de su rostro. No, era algo más que simple interés. Era comprensión.

De todas maneras —prosiguió ella—, no sé por qué te cuento todo esto, excepto porque... bueno, quiero que sepas que no es algo personal. Es sólo que no estoy interesada.

Los labios de Jesse se curvaron por una comisura y sacudió un poco la cabeza.

Bonito par estamos hechos, ¿eh?

La miró, con sus ojos grises azulados, chispeantes de regocijo, y dijo con fingida seriedad:

Entonces, Kelsey, ¿cómo es que una persona guapa como tú no se ha casado alguna vez?

Ella dejó que una lenta sonrisa se extendiera por su rostro.

No lo sé —dijo al fin—. Supongo que me estoy reservando para un héroe.

El sonrió también.

Afortunado de mí. Eso es algo que nunca seré.

Ella se rió entre dientes, y él también. Cuando dejó de reírse, Kelsey apoyó la espalda de nuevo en la barandilla, sobre el brazo extendido de Jesse, quien comenzó a jugar distraído con uno de sus rizos. Ella no movió la cabeza.

No me estás haciendo un trabajo bueno al recordarme lo poco que me gustas —dijo ella.

Tú tampoco.

Ella lo miró, e hizo un esfuerzo por ahuyentar los recuerdos de la noche anterior que la asaltaron.

Por otra parte, cuanto más te conozco, menos probable es que me gustes.

La historia de mi vida —espetó Jesse.

Kelsey podía sentir sus ojos sobre ella; ojos que no sólo miraban, sino que acariciaban.

Quiero decir —prosiguió ella con firmeza—, que lo que ocurrió fue en realidad estúpido. Y yo no suelo hacer cosas estúpidas.

Yo tampoco —él se llevó el vaso a los labios, mientras dirigía la vista hacia el mar—. Supongo que no es el mejor momento para decirte que fue lo más increíble que me había sucedido nunca.

Ella tragó saliva.

No. No es el mejor momento.

El no la miró, y su tono era de lo más natural.

No, fueron simples fuegos artificiales: el auténtico Apocalipsis.

La hecatombe nuclear —-él le lanzó una mirada.

Eso es.

El sonrió otra vez.

Al cabo de un momento, ella bajó la mirada hacia su vaso. Sus dedos se tensaron en torno al plástico.

La verdad fue una estupidez —repitió con voz un poco más ronca—. Y se ha terminado. Pero... —lo miró—. No lo lamento.

La mirada de Jesse era firme.

Sí —convino—. Yo tampoco.

Kelsey pensó que lo admiraba más en aquel breve instante de lo que había admirado nunca a nadie... por ser sincero, por ser comprensivo y por quedarse quieto cuando tenía que haber sabido que hubiera bastado con que hiciera el más leve de los gestos, el intento de darle un beso, y ella se hubiera encontrado entre sus brazos otra vez. Porque ella estaba recordando, y él también y ambos eran muy conscientes de la proximidad de sus cuerpos,

Kelsey se puso en pie de manera brusca.  

Bueno, aún me queda trabajo por hacer.  

¿Revisaste ya los equipos de buceo?  

Dean va a nacerlo esta noche.

Le echaré una mano.

Gracias.

Kelsey titubeó, pero no se le ocurrió más qué decir, y se alejó.

Había dado sólo unos pasos cuando pensó algo y se volvió:

Eh, marinero —gritó con suavidad y un poco de mala gana—, para ser un aficionado, no lo hiciste mal.

Jesse respondió sólo con una risa que resonó en el aire cálido de la noche.

Ella prosiguió su marcha. Se dio la vuelta y miró hacia la silueta de Jesse, aún recostada contra la barandilla.

Luego siguió caminando, sonriendo para sí en la oscuridad.