Capítulo 6
Un turista que hubiera decidido que las Islas Falpor eran un bonito lugar de vacaciones, se habría sentido de lo más frustrado al llegar. No sólo no había hoteles, piscinas ni pistas de golf, sino que no había islas. Las Falpor eran, más que una masa de tierra, una localización oceanográfica; los tres kilómetros de cavernas, acantilados y escarpado terreno submarino les recordaban a algunos oceanógrafos un pequeño grupo de islas sumergidas pero, para todos los demás propósitos, sólo se trataba de una parte más del océano.
Las profundidades variaban entre la mínima de cinco metros, que había demostrado ser peligrosa para la navegación antes de que se confeccionasen buenas cartas de la zona, hasta la máxima de setenta metros. La amplia gama de temperaturas, profundidades y tipos de terreno constituía un auténtico paraíso para todo tipo de vida submarina, y para los biólogos que se dedicaban a estudiarla.
Por desgracia, el atractivo de las Falpor no se limitaba a los científicos. Los buscadores de tesoros acudían atraídos por los naufragios causados por los bajíos; los submarinistas, por la belleza natural de esos parajes; y los pescadores, por la abundancia de bancos y la facilidad de pesca. Aunque la relativa dificultad de acceso había protegido a estas islas de los pescadores durante años, la reciente intrusión del hombre había empezado a amenazar seriamente el delicado ecosistema que había atraído al mismo hombre en un primer momento. Las contundentes campañas ecologistas habían logrado que se concediera a esa zona una protección parcial del gobierno, que exigía permisos especiales a cazadores de tesoros y pescadores para entrar en el área, pero aún quedaba mucho por hacer. Si el trabajo de Kelsey en la región tenía éxito, sería un gran paso adelante para conseguir que la zona quedara por completo protegida.
Dos millas náuticas antes de llegar a su destino técnico, Kelsey ordenó, aunque Jesse prefería considerarlo una petición, que hiciera una aproximación en zig zag. Dean y Craig se estacionaron con Jesse dentro de la cámara del timón. Craig se encargó del eco sonar, que identificaba los bancos de peces por encima de los cuales pasaban y Dean mantuvo el ojo atento al sonar y el oído al radio transmisor. No hacía falta ser un genio para entender la malla de búsqueda que estaban utilizando, pero Kelsey no dejaba de entrar y salir de la cámara del timón para espiar por encima del hombro de Jesse, hacer pequeñas correcciones, y hacerlo todo, menos arrebatarle físicamente el timón de las manos. Al fin, Jesse se puso los auriculares del estéreo para no tener que escucharla y dejó de mirarla cada vez que entraba, con lo que ella acabó por dejarlo en paz.
El cielo estaba cargado de nubes pero ya habían dejado atrás lo peor del calor de la costa. El mar estaba gris acerado y muy calmado; era el tipo de mar qué preocupaba a los marinos y encantaba a los pescadores. Jesse, quien no tenía que depender de un viento caprichoso para llegar a su destino ni de las redes para ganarse la vida, podía apreciar el día por lo que era... frío y misterioso, y tan fascinante como la mujer en que le hacía pensar.
La mujer estaba en ese momento en el puente con unos prismáticos, y hacía casi veinte minutos que no bajaba por la cámara del timón. A Jesse le extrañaba un poco que estuviera tanto tiempo arriba; no había nada que ver excepto un barco de pesca solitario a menos de un kilómetro de distancia, que hasta el momento había estado siguiendo un rumbo parecido al suyo.
En apariencia, el barco de pesca había tenido más suerte que los científicos en localizar un banco de peces. Jesse observó cómo empezaban a tender las redes.
—Me pregunto qué estará buscando ahí afuera —comentó Jesse, mirando hacia el puente.
Era evidente que Kelsey no iba a divisar nada en el agua que el equipo electrónico no hubiera localizado antes.
Jesse no había esperado una respuesta a su pregunta y se sorprendió cuando Dean se volvió. Una expresión de miedo cruzó de manera fugaz el rostro del joven al mirar hacia el barco de pesca.
—Oh, no —era casi un gruñido—. Oh, chico. Ojalá no hubieras preguntado eso.
Jesse oyó los pasos retumbando en la escalera segundos antes de que Kelsey irrumpiera en la cámara del timón.
—Dirige el barco hacia allí —le ordenó a Jesse.
El se la quedó mirando.
—¿Qué?
Ella se quitó los prismáticos del cuello y se los arrojó a Jesse. Tenía los labios apretados y parecía que lanzaba rayos por los ojos.
El tomó los prismáticos y los dirigió hacia el barco de pesca. Pero apenas había tenido tiempo de leer el nombre del otro barco cuando Kelsey lo empujó a un lado y él oyó que los motores se ponían a plena marcha. Giró de inmediato sobre sí mismo y la agarró del brazo, pero ella no soltó los controles.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo?
—Me dirijo hacia ellos —replicó Kelsey con gesto sombrío, haciendo girar el barco treinta grados a estribor.
—¿Te has vuelto loca? —Gritó Jesse—. ¡Les vamos a desgarrar las redes!
—Muy bien —masculló ella y puso el motor a mayor velocidad.
Dean murmuró:
—Oh, chico. Oh, chico. Sabía que este viaje estaba siendo demasiado tranquilo —y salió de la cámara del timón.
Craig dijo:
—Nada en el sonar.
Y Jesse pasó los tres siguientes segundos sumido en la más absoluta perplejidad, mirándola a ella, antes de recuperar el control de sus sentidos y tomar el micrófono.
—Sea Wizard, aquí el Miss Santa Fe. Nos dirigimos hacia su proa. ¡No suelten la red! ¡Repito, no suelten la red!
Luego arrojó el micrófono y agarró a Kelsey por los hombros con la firme intención de lanzarla al otro lado de la cámara y con suficiente furia para hacerlo sin el menor remordimiento. Pero entonces se dio cuenta de la maniobra que ella pretendía hacer y todos los músculos de su cuerpo se quedaron congelados. Sólo sus dedos se tensaron sobre los hombros de Kelsey. Pero ella estaba tan concentrada en su tarea que no se dio cuenta.
El barco de pesca usaba una de aquellas enormes redes que mantenían fijas alrededor del barco a base de boyas y pesos en el fondo y que podían alzarse luego como si se tratara de una bolsa cuando estaban llenas de peces. Dependiendo del tamaño del banco de peces la red podía extenderse hasta quinientos metros de diámetro, con el barco en el centro para controlarla. El ojo experto de Jesse calculó que ésta, en concreto, no tendría más de doscientos metros de diámetro y sólo habían tenido tiempo de tender la mitad. Pero, aunque hubieran oído el aviso de Jesse, no habían tenido tiempo de recogerla otra vez y era muy probable que no lo hubieran oído o que no hubieran hecho caso.
Ahora estaban empezando a hacer eso. Kelsey se había puesto a los controles, dirigiendo el barco directo hacia la borda del Sea Wizard, casi como si pretendiera atravesarlo. En esa dirección y velocidad no había forma de evitar la red, algo de lo que los hombres del otro barco estaban empezando a darse cuenta. Estaban tan cerca que Jesse podía ver los rostros furibundos de los pescadores, que estaban gritando y agitando los brazos; asimismo podía oír las obscenidades que gritaban por encima del ruido de los motores. Y cuando estaban a pocos metros... cuando las boyas de la red estuvieron delante del Miss Santa Fe tan cerca que podrían haber tomado una asomándose por la barandilla... Kelsey súbitamente cortó el motor, hizo un viraje y de forma limpia e increíble, evitó la red y se dirigió hacia la proa del otro barco.
Jesse tenía la frente cubierta de sudor frío cuando Kelsey conectó el altavoz y el micrófono.
—¡Atención, Sea Wizard! —su voz atronó por encima del océano.
Jesse apartó los dedos agarrotados de los hombros de Kelsey, uno a uno. Con un solo movimiento de cadera y el brazo la empujó a un lado y él aferró el timón, alejando al Miss Santa Fe del rumbo del otro barco más grande.
Kelsey gritó de nuevo por el micrófono:
—¡Atención, Sea Wizard! ¡Están ustedes violando los reglamentos federales de pesca! ¡Recojan su red! ¡Recójanla de inmediato!
Jesse puso el motor en neutral y pudo oír los gritos que llegaban del otro barco. Había por lo menos cuatro hombres y cada uno de ellos expresaba su furia con su inimitable lenguaje marinero, pero la esencia era: ¿Quién diablos crees que eres?, y ¿Qué diablos crees que estás haciendo?
Kelsey apagó el micrófono y salió con brusquedad de la cámara del timón, parecía que lanzaba rayos y centellas por los ojos, Jesse ya conocía su mirada. Maldijo entre dientes y dejó caer el ancla.
—Yo no lo haría en tu lugar —murmuró Craig mientras Jesse pasaba por su lado, y un instante después, éste deseó haberle hecho caso.
No había cuatro hombres, sino seis, y cada uno de ellos parecía capaz de ganarse la vida como boxeador. Los dos barcos estaban tan cerca que, excepto por la diferencia de tamaño, se podría haber pasado de la cubierta de uno al otro. Y al salir de la cámara del timón, Jesse temió que fuera eso exactamente lo que iba a suceder.
—¡Y ahora, escúchenme! —Estaba gritando Kelsey y su voz, cargada de furia, se impuso al tumulto de bramidos del otro barco—. ¡Son ustedes los que se han metido en un buen lío! Tienen con exactitud treinta segundos para...
Los gritos furiosos de los pescadores arreciaron de manera salvaje.
Jesse, quien sabía que los pescadores no eran famosos precisamente por su sentido del humor, masculló incrédulo:
—Va a conseguir que nos maten a todos.
—Eso como mínimo —convino Dean, quien acababa de aparecer a su lado con el atuendo de submarinista puesto.
Jesse apenas le dirigió una mirada y se acercó con cautela a Kelsey.
Sus ojos estaban clavados en el otro barco, sopesando sus posibilidades en caso de que fuera a haber una confrontación... y no tenían ninguna, tuvo que reconocer. Uno de los pescadores, corpulento, ya había pasado una pierna por encima de la barandilla y estaba agitando un puño mientras arrojaba espumarajos por la boca. A Jesse se le ocurrió pensar que si lograba que Kelsey se callara, tal vez lograría salir con vida, pero luego se dio cuenta de que sería más fácil luchar contra los piratas.
Preocupado como estaba con sus planes de autodefensa, no lo vio venir. Un sonido se escuchó en el aire y, hasta al cabo de un segundo, no lo reconoció como un disparo. Jesse se lanzó hacia Kelsey antes de darse cuenta de que había sido ella la que había disparado; cuando la tomó del brazo se dio cuenta de que la pistola que sostenía, calibre 22, estaba apuntando al cielo. Y cuando se percató de que todo el mundo se había quedado muy quieto y callado, sobre todo los pescadores del otro barco, le soltó con lentitud el brazo y retrocedió un paso. Luego vio que el pescador corpulento volvía a meter la pierna de manera cautelosa y tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír.
Kelsey dijo:
—Ahora que tengo su atención, caballeros, les recordaré tan sólo las leyes que regulan el tamaño de las redes... leyes que por desgracia han decidido ustedes ignorar —mientras hablaba, bajó la pistola, pero la sostuvo con naturalidad en la mano, apoyando la muñeca en la barandilla—. Ahora voy a enviar a un submarinista a asegurarse de que no han atrapado ustedes más que caballas en esa red, porque, si no es así, no sólo van a pasar ustedes muchos días reparando la red, sino que van a tener que pagar una sustanciosa multa por cada mamífero al que hayan causado daños... eso aparte de la multa que ya tienen asegurada por haber contravenido el reglamento.
El capitán del otro barco, manteniendo en todo momento el ojo atento a la pistola de Kelsey, replicó:
—¡Yo no he oído hablar de esos reglamentos! ¿Quién diablos es usted, además?
La voz de Kelsey era calmada y razonable, pero la pasión que ardía en sus ojos y que arrebolaba su rostro habría hecho pensar dos veces hasta al hombre más seguro de sí mismo.
—Están ustedes en una zona protegida. Están pescando caballa en una zona donde los delfines se alimentan de ella, y están utilizando un tamaño de red que ha demostrado ser de alto peligro para la población de delfines. No sé cómo decírselo más claro.
—¡Señora, no sé de qué demonios me está usted hablando! Llevo pescando en estas aguas quince años...
—Ese es el problema con exactitud —dijo Kelsey con voz tensa.
En aquel momento, Dean apareció en la superficie. Se subió la careta y saludó con la mano.
—¡Todo en orden!
Kelsey se volvió de nuevo hacia el otro barco.
—Bueno, caballeros, parece que han tenido suerte. Pero yo que ustedes, recogería esa red y volvería a puerto. Las autoridades de él ya han sido informadas de esta violación, y otra más podría significar quedarse sin licencia. Y si soy yo quien los atrapa de nuevo, les aseguro que van a perder algo más que la licencia.
Jesse esperó un interminable momento hasta que el otro capitán se dio la vuelta. Kelsey permaneció en su puesto, mirando con furia el barco pesquero, y Jesse fue a ayudar a Dean a subir a bordo.
Jesse dijo con naturalidad.
—Yo creía que las regulaciones se aplicaban sólo a los barcos atuneros. Y esta zona no está protegida contra pescadores.
Kelsey no respondió, ni siquiera se volvió hacia él y fue Dean quien contestó:
—Kelsey tiene la costumbre de referirse a las leyes tal como deberían ser, no como en realidad son —dijo, mientras se desabrochaba el arnés—. A algunas personas les resulta simpático.
Jesse replicó, con similar afabilidad.
—Sí, es lógico.
Ayudó a Dean a quitarse las bombonas de oxígeno y luego se dirigió hacia Kelsey.
—De acuerdo, Rambo, me haré cargo del armamento —se apoyó en la barandilla y extendió la mano con la palma hacia arriba—. Supongo que tendría que haber dejado claro que las armas automáticas no se consideran equipo estándar. La culpa es mía.
Los ojos de Kelsey centellearon un momento expresando ofuscación y protesta, pero ni siquiera su indignación pudo hacerla ignorar la expresión de advertencia del rostro de Jesse, ni la fría furia que subyacía bajo su tono tranquilo. Al cabo de un momento, cedió de mala gana su arma.
Jesse comprobó que tenía el seguro puesto, luego se la metió en la cintura.
—Ha sido un discurso de lo más bonito, Piernas —reconoció—. Y has conducido el barco muy bien.
Ella dijo con cautela:
—Gracias.
Jesse la miró a los ojos.
—Pero si vuelves a poner mi barco en una situación de peligro similar, me encargaré yo mismo de que no quede de ti ni para cebo, ¿me entiendes? Esto no es una maldita patrullera de costa y nadie me paga ninguna prima por riesgos. Así que si se te ocurre siquiera poner cara de estar pensando en repetir ésta hazaña, me doy la vuelta y me vuelvo a puerto. ¿Nos entendemos?
El color invadió las mejillas de Kelsey.
—Oye, espera un momento...
—¿Nos entendemos?
Por un instante, las dos voluntades se enfrascaron en un mortal combate. Jesse se dio cuenta de lo mucho que le costaba a Kelsey bajar por fin la mirada, y mascullar con dificultad:
—Sí.
Jesse obligó a sus hombros a relajarse.
—Bien —dijo—. Porque quiero que sepas que este pequeño episodio me ha echado diez años encima. ¿Qué me dices si salimos de aquí mientras aún merece la pena vivir el resto?
Por un instante, ella lo miró con recelo, y luego Jesse la vio relajarse con el mismo esfuerzo de voluntad que había necesitado él. Casi sonrió al decir:
—De acuerdo —respondió Kelsey.
Dean le lanzó a Jesse una mirada muy extraña al pasar por su lado, pero él no se dio cuenta. Durante los siguientes quince minutos no se concentró más que en respirar hondo, sacar su barco de ese paradero e intentar no pensar en lo mucho que le apetecía estrangular a Kelsey Morgan.
Ella tardó tres horas en darse cuenta de que la habían manejado. Era algo que nadie había conseguido hasta el momento, pues estaba acostumbrada a salirse con la suya a base de ofuscación. Y, sin embargo, Jesse había conseguido doblegarla sin que ella siquiera se enfadara.
Por supuesto, Jesse estaba furioso con ella, y no podía reprochárselo. De hecho, la actitud de Kelsey no era fácil de entender, pero hasta el momento a ella eso no le había importado mucho, de la misma forma que no le había interesado el que alguien se pusiera furioso con ella. Pero no quería que Jesse estuviera enojado.
Anclaron cerca de los bajíos y ella les asignó a Dean y Craig el primer turno de descenso, aunque estaba deseando ser la primera en meterse al agua, pero esas eran las desventajas de ser la cabeza del equipo. Tenía que quedarse a bordo, registrando las coordenadas mientras sus colegas se divertían.
Estaba demasiado nerviosa e inquieta para quedarse sentada en la estación de trabajo. No podía dejar de pensar en las probabilidades de encontrar a Simba donde se suponía que tenía que estar y en las consecuencias en caso de que no la encontraran. Se preguntó con impaciencia dónde estarían Dean y Craig. La inmersión prevista era de veinte minutos; habían pasado cuatro, pero a ella le parecían horas.
Jesse estaba en cubierta, tomándose una cerveza y mirando al mar. Kelsey salió de la cámara del timón y se acercó a él.
—Mira —le planteó, titubeante—. Si estás enfadado aún...
—¿Enfadado? —contestó él, sin molestarse en mirarla—. Desde luego que lo estoy, qué demonios. Estoy enfadado y asombrado y me alegro lo indecible de no tener que volver a verte en la vida una vez que hayamos llegado a puerto. Si eres capaz de montar estos follones en alta mar, no quiero pensar en lo que puedes ser capaz de hacer en un callejón portuario. Un hombre tendría que saber artes marciales para invitarte a cenar.
—Estaba haciendo mi trabajo —respondió ella con impaciencia—. Si tú hubieras...
—¿Tu trabajo consiste en hacerte pasar por la policía de costa y amenazar a inocentes pescadores con una pistola? Mira, si lo hubiera sabido, puedes estar segura de que no habría aceptado alquilarte el barco.
—Oh, no me vengas con estupideces machistas, ¿quieres? No soporto a los hombres cuando se ponen así. El hecho de que una mujer pueda ser dura no significa que tu virilidad se vea amenazada.
—¡Olvídate de mi virilidad, es mi vida la que ha estado amenazada! —entonces se volvió para mirarla—. ¿Y si esos tipos nos delatan? El que va a la cárcel soy yo, no tú.
—No irás a la cárcel —replicó ella, encogiéndose de hombros—. Y no van a delatarnos. Están demasiado aterrados de que nosotros podamos denunciarlos a ellos.
Kelsey oyó a Jesse respirar hondo y luego, con incredulidad, le oyó soltar el aliento acompañado de una risa suave. En seguida sacudió la cabeza con ligereza y se llevó de nuevo la lata a los labios.
—Desde luego, eres de lo que no hay, mujer...
Kelsey no quiso decirlo, pero pensaba lo mismo de él y su risa le produjo un cosquilleo de placer.
Otro hombre habría intentado detenerla esa tarde; podría haber discutido con ella o intentado calmarla, convirtiendo una situación peligrosa en otra mortal con un despliegue de virilidad. Jesse había hecho exactamente lo adecuado, aunque todos sus instintos masculinos le hubieran aconsejado en contra. Había permanecido junto a ella en todo momento, dispuesto a respaldarla si era necesario, pero sin interferir en lo que no entendía. Recordando el episodio, Kelsey se quedó asombrada al darse cuenta de que había sabido por instinto en todo momento que podía contar con él.
Ella no recordaba haber contado más que consigo misma hasta entonces.
El rumbo de sus pensamientos le resultaba perturbador, y lo desvió de inmediato.
—¿Has practicado submarinismo por aquí alguna vez? —le preguntó.
Jesse le lanzó una mirada de soslayo antes de contestar.
—Sí. Así es como hice mi primer millón.
Ella lo miró con escepticismo y Jesse añadió:
—Por supuesto, no lo hice solo. Pero mi parte fue suficiente para convertirme en el empresario independiente que tienes ante ti en este momento.
Ella se apartó de la barandilla, medio volviéndose hacia él.
—Hablas en serio.
El se acabó la cerveza.
—Estuve en el equipo de recuperación del Croydon hace ocho años... tal vez lo recuerdes, fue antes de que ustedes, las almas generosas, le cerraran el lugar a los buscadores de tesoros.
Kelsey sí lo recordaba. El Croydon, un carguero del siglo diecinueve hundido, había constituido uno de los mayores hallazgos de la década y, de hecho, había sido el que había despertado el subsiguiente interés por la zona de los buscadores de tesoros.
—No lo cerramos —replicó ella con distracción—.Sólo lo hicimos más difícil de invadir. ¿Cuánto obtuviste, por cierto?
El se rió.
—No lo suficiente, créeme. ¿Por qué? ¿Estás pensando en casarte conmigo por mi dinero?
Pero Kelsey se limitó a sacudir la cabeza con expresión de asombro.
—Nunca eres como espero que seas —murmuró.
La chispa que brillaba en los ojos de Jesse pareció acariciarla y Kelsey sintió un cosquilleo en el estómago.
—Pues ya somos dos, porque te aseguro que me pasa lo mismo contigo.
No hubo forma de prever el momento que había de producirse entre ellos, ni de explicarlo tampoco. Jesse se limitó a mirarla y Kelsey fue de pronto consciente de lo cerca que estaban. Su mirada recorrió el cuerpo y el rostro de Jesse, deteniéndose por un instante en su cabello.
Había hecho el amor con ese hombre, pero no le había tocado el cabello. No le había acariciado la mandíbula, ni había degustado la carne cálida de su garganta. Durante un instante, anheló todas las cosas que no había hecho con él y, al recordar de pronto las que sí había hecho, la garganta se le quedó seca.
Y lo peor era que él estaba pensando, o sintiendo, lo mismo. De haber estado ella sola, la sensación habría sido fácil de ignorar. Pero no lo estaba. Podía verlo en sus ojos.
Tuvo que hacer un esfuerzo para desviar de nuevo el rumbo de sus pensamientos.
Con voz un tanto espesa, dijo:
—Lo que he venido a decirte es que... bueno, gracias, supongo. Por actuar como lo has hecho esta tarde.
—Me parecía que uno de los dos debía hacerlo —dijo él, mirándola a los ojos—. Actuar con sentido común, quiero decir.
—De acuerdo —convino ella.
Pero ninguno de los dos parecía estar actuando con sentido común en ese preciso instante. La mirada de Jesse era tan intensa que parecía despedir calor y ella sintió una fina capa de sudor entre los pechos y en torno a la cintura.
—Hiciste un trabajo magnífico dirigiendo el barco —reconoció él, volviéndose por completo hacia ella.
No la tocó, pero estaban tan cerca que el dobladillo de la camisa de Kelsey rozaba el de los pantalones cortos de Jesse. Pero ella no retrocedió, ni le apeteció hacerlo.
—Ya te dije que podía efectuarlo.
—No me habías mentido —su mirada descendió hacia sus pechos y a ella se le endurecieron los pezones—. Y tampoco me has mentido respecto a la pistola —volvió a mirarla a los ojos—. Es algo que no soporto en una mujer.
—¿Qué? —preguntó ella, algo jadeante.
—Cuando una mujer hace algo igual de bien o mejor que un hombre, debería tener la decencia de no anunciarlo.
—Eso sí que es algo que no soporto de los hombres.
—Lógico.
La atmósfera era tan espesa entre ellos en aquel momento que parecía palpitar. Y entonces los dedos de Jesse la tocaron, deslizándose sobre la palma de Kelsey, entrelazándose entre sus dedos.
—Te voy a decir algo más —añadió Jesse con voz ronca—. Me has asustado mucho esta tarde. No porque tuviera miedo por mí o por el barco, que también lo tenía, sino porque estaba preocupado por ti. No estoy acostumbrado a angustiarme por nadie y no me gusta mucho la sensación, así que no lo vuelvas a hacer, ¿de acuerdo?
Ella experimentó una extraña sensación al oír dichas palabras. ¿Acaso alguien se había preocupado por ella antes?
Escrutó los ojos de Jesse con cierta vacilación.
—Sé cuidar de mí misma.
Jesse pareció relajarse y casi sonreír, sin llegar a hacerlo.
—¿Crees que no lo sé? Eso significa que no sólo tengo que preocuparme, sino sentirme un estúpido por hacerlo. Lo bueno es, por supuesto, que si alguna vez me meto en líos, ya sé a quién llamar.
Ella se echó a reír con suavidad y fue más una sensación que un sonido. Buscó la otra mano de Jesse y entrelazó sus dedos con los suyos.
—Esto es absurdo —dijo Kelsey—, pero en realidad me gustas.
El sonrió, inclinándose hacia delante hasta que sus abdómenes se tocaron y luego sus pechos. El placer de su proximidad y de su risa se disolvió en algo más intenso, una sensación casi dolorosa de expectación, necesidad y deseo. La sonrisa de Jesse se desvaneció y también la de ella mientras se miraban a los ojos. Sus dedos se tensaron.
El dijo:
—¿Cuánto tiempo van a estar debajo?
—Veinte minutos —respondió ella con voz algo ronca.
El se pegó más a su cuerpo y Kelsey pensó que iba a besarla, todos sus sentidos saltaron de anticipación. Pero Jesse se limitó a apoyar con suavidad su frente en la de ella. Cerró los ojos.
—Tienes razón en una cosa —reconoció Jesse—, esto es absurdo.
Luego se separó, soltando las manos.
—Hicimos un trato —le recordó a Kelsey.
Su expresión era indescifrable, pero los músculos de su rostro mostraban tensión, y su mirada era inquisitiva.
Kelsey tragó saliva con fuerza.
—Si los submarinistas no tuvieran que volver ahora... ¿seguiría en pie el trato?
El la miró por un momento, luego dirigió sus, ojos hacia el mar. No respondió. Y más tarde, cuando tuvo ocasión de pensar en ello, Kelsey se alegró de que ninguno de los hubiera llegado a ponerlo en palabras.