Capítulo 8

 

No hubo horas suficientes en aquel día. Kelsey yacía en su cama aquella noche mientras su mente revivía imagen tras imagen... buceando, jugando, examinando, filmando a Simba; las notas que había tomado, las cosas que había aprendido, las cosas que aún tenía que aprender y no debía olvidarse de anotar... Sin embargo, por excitante que fuera el encuentro con Simba, sólo una mitad de su mente estaba ocupada en el delfín. La otra mitad estaba preocupada por Jesse.

No recordaba haberle contado a ningún hombre las cosas que le había contado a Jesse aquella mañana. No evocaba haber sentido con ningún otro hombre lo que había sentido cuando Jesse la había tomado en sus brazos... el gusto, la vulnerabilidad, la necesidad que iba más allá del deseo. La sensación de estar segura, y la avidez de algo que no podía ni empezar a definir... Era todo absurdo, y demasiado para que su cansado cerebro pudiera dilucidarlo aquella noche. Deseó tener a alguien con quien hablar. Y lo más ridículo era que la persona con quien deseaba hablar era Jesse. Hacía calor en el camarote y ella estaba nerviosa, sobreexcitada. Había dormido tan poco la noche anterior que no se atrevía a pasarse otra noche levantada trabajando. Pero dar vueltas en la cama tampoco le estaba sirviendo de nada. Se sentó en la cama y abrió el ojo de buey. Pero el aire exterior estaba tan caliente y quieto como el del interior del camarote. 

Se está preparando una tormenta —dijo la voz de Jesse en la oscuridad. 

A Kelsey se le aceleraron los latidos del corazón mientras miraba hacia cubierta. Sabía que él solía dormir allí y más de una vez había envidiado su hamaca al aire libre. Aquella noche era una de esas veces.

Supongo que dos semanas de buen tiempo eran demasiado esperar —dijo ella—, de todas formas, no va a ser una tormenta muy fuerte. El mar está demasiado en calma.

Un poco de lluvia refrescará el aire. ¿No duermes nunca, Kelsey?

Hace demasiado calor —escrutó entre las sombras—. ¿Dónde estás?

A un metro y medio a tu izquierda.

Seguía sin verle.

¿Qué estás haciendo?

Estoy acostado. ¿Quieres saber qué llevo puesto?

Una leve risa surgió de la garganta de Kelsey mientras distinguía la forma vaga de la hamaca a su izquierda.

No, gracias. Prefiero dejar que mi imaginación vuele.

Y luego, llevada por un impulso pícaro, añadió:

Pero sí puedes decirme algo. ¿Llevas un tatuaje en el hombro?

Ninguno. Soy un cobarde en lo que se refiere a agujas. Lo siento.

Ella ahogó un suspiro.

No te preocupes. Había pensado que eras de los que llevan tatuajes. Ya te dije que soy muy mala juzgando á la gente.

Al cabo de un momento, él dijo:

Entonces, ¿ha sido todo como esperabas con el delfín?

El hecho de que haya sobrevivido todo este tiempo es más de lo que esperaba —confesó Kelsey—. Pero aparte de eso... es en verdad asombroso. ¿Te has fijado las ganas que tenía de enseñar todos sus trucos? El hecho mismo de que los recuerde es bastante increíble, pero se ha comportado casi como si hubiera estado todo este tiempo esperando a que viniera alguien a darle las pistas... ¡como si estuviera feliz de actuar otra vez! Para ser un animal que se ha adaptado tanto al entorno humano, haber sobrevivido en la naturaleza no es algo usual. Por supuesto, me ha decepcionado que estuviera sola, esperaba que hubiera sido adoptada por alguna familia... y tal vez lo haya sido. Un día de observación no es suficiente, ni mucho menos, y podría formar parte de cualquiera de los grupos de la zona. Pero una de las cosas principales que quería hacer era comparar su lenguaje de ahora con el de antes, y para que la comprobación sea efectiva tengo que verla interactuar con otros delfines...

De pronto, Kelsey se dio cuenta de que se estaba dejando llevar y de que podía seguir horas así si él no la interrumpía. Y Jesse no lo haría. Kelsey sacudió con suavidad la cabeza, aunque sabía que él no podía verla, y lo acusó: 

¿Estás sonriendo, verdad?

Sólo un poco. Me gusta oírte hablar de tus peces.

Mamíferos.

Es perfecto para que me entre el sueño.

No te pongas demasiado cómodo. Está empezando a llover.

El maldijo entre dientes mientras las primeras gotas golpeaban la cubierta.

Una de las pocas desventajas de no tener un techo sobre la cabeza —dijo él.

Kelsey oyó el crujido de las cuerdas y la tela y el ruido de sus pies al posarse sobre la cubierta. Mientras Jesse desmontaba la hamaca, ella apoyó la barbilla en el quicio del ojo de buey. 

¿Necesitas ayuda?

Sí. ¿Podrías salir aquí afuera a desmontar esto mientras yo me resguardo de la lluvia?

Esto no sería ni una buena niebla en San Diego. No vas a derretirte.

Bueno, al menos está refrescando.

Oyó más movimientos, el ruido de una taquilla al abrirse y cerrarse. Sus pasos se oían ahora ahogados por el rumor de la lluvia. Kelsey dijo, titubeante:

¿Jesse? 

Sí, Piernas —su voz no sonaba lejos—. Duerme un poco. Yo voy a bajar.

Ella deseó poder verle la cara. Apretó las manos en el marco del ojo de buey, mientras su corazón se aceleraba. En voz baja, dijo:

Aquí dentro hay sitio para dos.

Jesse no respondió. Kelsey esperó, casi conteniendo el aliento... pero no hubo respuesta. No la había oído. Ya se había marchado. Tal vez era mejor así.

Al cabo de un momento, volvió a meter la cabeza en el camarote, sintiéndose un poco tonta, aliviada, y muy decepcionada. Dejó el ojo de buey abierto al sonido de la lluvia y al aire fresco y se apoyó en la cabecera de la cama, subiendo las rodillas. No podía dormir. Era absurdo incluso intentarlo.

Cuando alzó la vista, Jesse estaba en el umbral de la puerta. Kelsey estiró las piernas con lentitud. Luego dijo, con la voz más segura que pudo: 

¿Por qué has tardado tanto?

Jesse permaneció inmóvil por un instante, dejando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, regocijándose con la imagen de Kelsey. Con la melena revuelta y ataviada sólo con una camiseta corta y unas bragas era la tentación misma hecha mujer.

¿Por qué has tardado tanto en pedírmelo? —preguntó él con voz ronca.

Kelsey contuvo el aliento. Jesse no llevaba camisa y la lluvia relucía con suavidad en su pecho. Se detuvo a un metro de la cama y ella dejó escapar el aliento cuando él se desabrochó los pantalones cortos y los dejó caer al suelo. Quedó por completo desnudo ante su mirada. 

La cama crujió quedo bajo su peso. La piel de Jesse estaba fría y húmeda por la lluvia. Sus ojos eran como oscuras joyas. 

La tomó con suavidad por los hombros y, con una suave presión, la recostó de espaldas sobre la cama. Luego se echó hacia atrás y, con dedos ágiles, la despojó de toda la ropa.

Kelsey podía oír su respiración, lenta y contenida. A ella le latía el corazón con fuerza, la piel le ardía, y todo el cuerpo le temblaba. Jesse la acarició por la parte interior de los muslos, luego inclinó la cabeza y siguió el sendero de sus dedos con el aliento, y Kelsey tuvo que contener un grito de placer cuando repitió la caricia con la lengua. 

Luego sus manos callosas se posaron sobre sus pechos palpitantes. Su piel ya no estaba fría, sino ardiente, como la de ella. Lo besó, lo degustó ávidamente, ahogando sus gritos de placer en el interior de su boca.

La ciega urgencia que había guiado su primer encuentro aún estaba presente con la misma fuerza. Pero esta ocasión estaban preparados para ella. Esta vez no dejarían que el frenesí de deseo les arrebatara el exquisito placer que encontraban el uno en el otro; ahora no se privarían de todo lo que tenían por compartir.

Kelsey hacía el amor con la misma pasión con la que hacía todo lo demás, sin contenerse, arrojando toda precaución a los vientos. Esa era la pasión que mantenía a Jesse despierto por las noches al recordarla... la misma que ahora estaba dedicándole, en la que él estaba bebiendo hasta embriagarse. 

Cuando entró en ella fue despacio, disfrutando de la sensación, contemplando sus ojos, viendo cómo sus cuerpos se unían, sintiéndose dentro de ella. Se fundieron el uno en el otro, encajaron como las piezas de un rompecabezas por mucho tiempo separadas.

Kelsey se aferró a él con fuerza, alzando al cuerpo para recibir con plenitud sus embates, sintiéndolo penetrar más dentro de ella mientras pensaba: Nunca había sentido nada igual. Nunca... Había algo mágico en el hecho de que estuvieran juntos, algo explosivo, por completo satisfactorio, fundamentalmente cabal. Algo que ella no había preparado y que no había querido, pero que no podía negar, y por tal razón su primer encuentro la había dejado tan agitada... Y por eso había procurado mantenerse alejada de él.

Porque la misma sensación de perfección la aterraba, y a medida que las oleadas de deseo se intensificaban hasta convertirse en oleadas de placer cegador, ella ahogaba sus gritos contra la carne caliente de su hombro e inhalaba el aroma masculino de su piel y besaba su rostro y su cuerpo, lo único que le venía a la mente con una especie de fiera determinación era:"Te amo, te amo..." Y le costó un indecible esfuerzo contener dichas palabras.

Mucho tiempo después, sus respiraciones comenzaron a calmarse y los latidos de su corazón a hacerse más uniformes. El sudor que cubría sus cuerpos comenzó a enfriarse y Jesse tiró de la sábana para cubrirlos. La locura retrocedió, pero no desapareció. 

Estaban acostados el uno junto al otro, con los dedos entrelazados, escuchando el sonido de la lluvia en la cubierta. El barco se balanceaba con suavidad, imitando el ritmo que sus cuerpos habían mantenido un rato antes. Jesse le besó sus dedos a Kelsey. 

Ah, cariño —dijo en voz baja— esto es absurdo.

Ella susurró.

Lo sé.

El la miró y le apartó el cabello de los ojos con los dedos unidos de sus manos.

Esto no —puntualizó él—. El haber esperado tanto. Sobre todo cuando sabíamos...

Sí —hablar era tan fácil como respirar cuando compartían los pensamientos—. Lo sabíamos.

Porque sabían que no era sólo, el tiempo que habían desperdiciado, el placer que habían perdido, sino el peligro al que se enfrentaban en aquel momento. Algo tan perfecto como lo que acababan de compartir tenía que tener un precio, y el pago de la deuda se les exigiría la semana siguiente, cuando atracaran de nuevo en Charleston y tuvieran que despedirse. Kelsey no había sentido miedo nunca de perder un amante. Y Jesse tampoco. 

Kelsey lo miró, disfrutando de cada uno de los rasgos de su hermoso rostro. No pudo evitar sonreír, tan sólo mirarlo la ponía contenta... y triste.

Ella dijo:

He fantaseado mucho contigo, ¿sabes?

El entrecerró los ojos, sonriendo.

¿Ah, sí?

Ella asintió.

Sí, sueños de esos que te hacen pensar: "Cuidado con lo que estás deseando", supongo. Pero —suspiró, acurrucándose más en el hueco de su brazo—. Nunca imaginé que pudiera ser así.

El se rió entre dientes.

Yo, también he tenido fantasías contigo.

Ella levantó la mirada hacia Jesse. 

¿Qué?

Imaginándome qué llevabas puesto para dormir, principalmente.

¿Decepcionado?

El posó un lento beso en su cuello.

Sólo de no haber llegado tan lejos con mis fantasías.

Kelsey cambió de postura y miró al techo.

Por supuesto —dijo con cuidado—, es sólo sexo.

Algo extraño sonó en la voz de Jesse cuando dijo: 

Estoy de acuerdo.

En una semana o dos se habrá desvanecido.

Seguro.

Ella lo miró y vio la mentira en sus ojos, igual que él la veía en los suyos. Y Kelsey sintió una opresión en el pecho, y tuvo que apartar la mirada.

Esta mañana me dijiste que yo era la única mujer real que habías conocido. Es gracioso. Para mí, tú empezaste como una ensoñación, aquel primer día que te vi en el muelle. Y acabaste siendo también el hombre más real que he conocido nunca.

El se volvió para mirarla.

No quiero ser tu héroe, Kelsey.

Ella giró la cabeza en la almohada, apartándola con ligereza de la de Jesse. 

Nadie quiere un héroe auténtico —dijo Kelsey, con voz un poco ronca—. Todo eso de alejarse cabalgando en el crepúsculo puede acabar atacándote los nervios.

Y ninguno de nosotros es partidario de perder los crepúsculos. Ella susurró.

No.

El volvió la cabeza y miró al techo. Al cabo de un tiempo, dijo:

Esto no va a ser nada fácil, ¿eh?

Kelsey no respondió. No hacía falta.