Capítulo 3
En Charleston, las temperaturas en julio rara vez caían por debajo de los veintiocho grados, ni siquiera después de ponerse el sol. No habían caminado ni tres manzanas en su regreso al muelle, cuando Kelsey ya sentía el sudor entre sus senos y en la nuca, y mojándole el pelo.
Tal vez era la noche cerrada y silenciosa, el espesor envolvente del aire, lo que la hacía sentirse tan consciente de la presencia del hombre que caminaba junto a ella.
Sin decir una palabra, sin siquiera mirarla, la estaba desafiando. Estar junto a él era un ejercicio de agudización sensorial. Cada vez estaba más convencida de que las dos semanas que se avecinaban no iban a ser fáciles para ella.
Lo primero que haría cuando llegara al Miss Santa Fe era darse un chapuzón en el Atlántico. Una ducha fría tal vez sería mejor, pero tendría que conformarse con el tibio océano.
Cuando Jesse habló, el sonido de su voz fue tan inesperado, y al mismo tiempo tan acorde con la noche espesa y perezosa que los rodeaba, que en un principio sus palabras no tuvieron significado.
—¿Qué diablos es un tiburón durmiente? —inquirió él.
Ella tardó un momento en transformarse otra vez de mujer en científica.
—Ah, es un término que usamos para referirnos a los tiburones cuando descansan. Antes se pensaba que los tiburones tenían que estar nadando continuamente para mantenerse vivos. Pero hace unos años fueron descubiertos en algunas cuevas submarinas algunos ejemplares de una determinada especie en lo que parecía ser un estado de hibernación, y se les denominó tiburones durmientes. Desde entonces, han sido descubiertas otras especies en un estado similar y ahora se está intentando demostrar que todos los tiburones son capaces de dormir. Craig piensa que las cuevas de Falpor pueden ser un buen sitio para encontrar tiburones-tigre durmiendo.
—¿Qué tiene que ver eso con los delfines?
Parecía realmente interesado, lo cual sorprendió a Kelsey. La mayoría de los hombres no parecían interesados en algo que no fuera ellos mismos, y nunca la animaban a hablarles de su trabajo.
—Nada, realmente. Pero sólo pude encontrar fondos para este proyecto desdoblándolo en dos, matando dos pájaros dé un tiro, por así decirlo. Elegí a Craig principalmente porque, si no encuentra nada, tendrá más tiempo libre para trabajar conmigo. Y no va a encontrar nada.
Jesse se rió entre dientes.
—Qué astuta, para ser mujer. ¿Y qué piensa de todo esto el bueno de Craig?
—Yo soy la jefa —le recordó ella con deliberación—. Tiene suerte de haber podido venir —se encogió de hombros—. Además, así puede apuntarse mucho tiempo de trabajo de campo, y es lo que desea en realidad.
—Parece que lo tienes todo controlado.
—Siempre lo tengo.
Jesse le lanzó una mirada de soslayo. En la oscuridad, ella no pudo ver si era de admiración o de burla.
—No me cabe la menor duda.
El Miss Santa Fe apareció por fin ante su vista. Era una imagen hermosa y, por un breve instante, Kelsey envidió a Jesse por ser su propietario.
Ella subió a bordo antes de Jesse y se dirigió de inmediato a la cámara del timón. Apretó el interruptor que conectaba la bomba de agua del barco y puso en marcha el generador que suministraba electricidad a los camarotes. Lo hizo de manera instintiva, moviéndose por el puente con la familiaridad que le daban sus largas horas en todo tipo de barcos. No se dio cuenta de la peculiar expresión con que Jesse la estaba mirando hasta que, al darse la vuelta, estuvo a punto de chocar con él.
—Vamos —le dijo impaciente—, ¿no irás a quedarte ahí toda la noche?
—Ya te he dicho que vivo aquí.
El rostro de Jesse mostraba una expresión vagamente especulativa que hizo desear de nuevo a Kelsey que hubiera más luz para poder leer sus pensamientos. Aquello también le hizo pensar en las largas horas de noche que tenían por delante, y las posibilidades que danzaban en la periferia de su mente eran imposibles de ignorar.
—Muy bien —dijo ella bruscamente—. Como quieras. Yo voy a darme un chapuzón.
—No hagas ruido, ¿quieres? —le pidió él afablemente—. Si vamos a zarpar de madrugada, creo que voy a meterme en el saco.
Kelsey atravesó la cámara del timón que estaba al lado de los camarotes delanteros. Se dio cuenta de que Jesse estaba parado en el mismo lugar. Cuando abrió la puerta del camarote y encendió la luz, se volvió hacia él.
—¿Qué?—le preguntó.
El sonrió y señaló el interior.
—Mis habitaciones.
Kelsey miró al interior del camarote. En mitad de la cama doble se encontraba un saco de dormir que no había estado antes cuando ella metió sus cosas por la mañana. Cruzó la habitación, agarró el saco y lo arrojó a los brazos de Jesse.
—Ya no—dijo ella.
Los ojos de Jesse chispearon.
—Ah, la eterna batalla de los sexos. ¿Quieres explicarme por qué es siempre el hombre el que acaba siendo expulsado a patadas de su cama cada vez que hay una pequeña disputa territorial?
Ella lo miró a los ojos.
—Muy fácil. Tú no estás pagando mil cuatrocientos dólares por noche por el privilegio de dormir en ella.
El consideró eso por un momento.
—De acuerdo.
Se echó el saco al hombro y se dio la vuelta.
—Asegúrate de que lo tienes todo —le advirtió ella—. Te advierto que no te voy a dejar colarte aquí en mitad de la noche.
—No me lo digas. Eres cinturón negro de karate.
—No —dijo ella sonriendo—, lo que tengo es una pistola calibre 22. Y la sangre caliente.
El se la quedó mirando por un momento y luego una sonrisa lenta curvó sus labios.
—No hace falta que lo jures.
Cerró la puerta, suave pero con firmeza.
Kelsey se sentó en la cama, sonriendo sin ningún motivo en particular. Irritante, exasperante, desafiante... pero excitante. Era una lástima que no tuviera tiempo o energía de sobra para averiguar qué más cosas podía ser aquel hombre.
De haber estado sola, se habría bañado desnuda. El puerto estaba oscuro y el barco más cercano estaba demasiado lejos para que sus ocupantes pudieran ver lo que estaba sucediendo. Pero no estaba sola, así que se puso su traje de baño de una pieza y regresó a la cubierta. No se veía a Jesse por ninguna parte, y Kelsey trató de ahogar la punzada de frustración que sintió.
Usó la escalerilla para descender a las oscuras aguas. Un momento después, se sumergía bajo la superficie, disfrutando del frescor del mar. Nadando dio una vuelta al barco, luego estuvo flotando un rato, dejando que la mente se le quedara en blanco y el cuerpo se le relajara. Allí, en el mundo que más amaba, se hallaba por completo satisfecha.
El aire de la noche aún estaba caliente cuando ascendió por la escalerilla de nuevo. En el momento que llegó arriba, una fuerte mano la tomó por el antebrazo, ayudándola a subir a bordo. El corazón le latió más rápido de lo que podría haber justificado el suave ejercicio que había hecho cuando apoyó las manos por un momento en los hombros de Jesse para saltar a cubierta.
—Creí que ibas a acostarte —le dijo ella.
—No hay que nadar nunca a solas —replicó él—, y menos de noche. Una bióloga marina de tu experiencia debería saberlo.
Kelsey tomó su cabello con una mano y se lo retorció para escurrir el agua.
—Tu preocupación por mi seguridad es conmovedora. Sobre todo teniendo en cuenta que tengo la sospecha de que serías mucho más feliz si me ahogara.
Sus ojos adoptaron una expresión burlona.
—¿Qué te hace pensar eso?
Jesse se había puesto unos pantalones cortos de mezclilla que le llegaban por la mitad del muslo, su atuendo de dormir, pensó Kelsey. Tenía las piernas de largos muslos bien definidos tan bronceadas como el resto del cuerpo. Ella supo por instinto que no llevaba nada debajo de los pantalones.
Kelsey cogió la camisa que había dejado colgada sobre la barandilla y se la puso, de inmediato se sintió irritada consigo misma por aquella muestra de falso pudor. Se había pasado la mitad de la vida en traje de baño, y nunca había sentido la necesidad de cubrirse delante de nadie. Jessee Seward estaba empezando a influir en su conducta.
Pero cuando se dio la vuelta, sacándose el pelo del cuello de la camisa, vio cómo la mirada de Jesse se deslizaba sobre su cuerpo, desde los pechos hasta los muslos, y sintió el estúpido impulso de abrocharse hasta el último botón.
En cambio, lo miró a los ojos, y dijo con voz fría:
—¿Has encontrado lo que estas buscando? ¿Están en su sitio todas las partes de mi cuerpo?
Ella tuvo la satisfacción de verlo por un momento desconcertado. Su sonrisa fue un tanto azorada.
—Por lo que puedo ver, sí —reconoció.
—Bien —se dirigió hacia la cámara del timón—. Esa es otra cosa de la que ya no tenemos que preocuparnos, ¿de acuerdo?
Jesse la siguió, y no había regocijo en su voz cuando dijo:
—¿Sabes lo que no me gusta de las mujeres como tú?
—Me rindo, ¿qué?
Kelsey se sentó en la pequeña estantería que hacía las veces de estación de trabajo y puso la radio meteorológica.
—Un hombre nunca sabe cómo actuar con vosotras.
La cámara del timón era pequeña, pero en ella cabían dos personas cómodamente. Con Jesse dentro, sin embargo, parecía abarrotada. La chica no tenía a dónde volver la vista sin encontrarse con un muslo a medio vestir o una cadera muy bien musculada, y el aire caliente le parecía aún más sofocante con la cercanía de su cuerpo.
—Si se las trata como a un hombre —prosiguió él—, se nos acusa de ser insensibles o algo peor —colocó una mano en el respaldo de la silla de Kelsey, apoyando el muslo a pocos centímetros de su brazo—. Si se nos ocurre decirles lo más parecido a un piropo, se quejan de ser tratadas como objetos sexuales. No hay forma de ganar. La temperatura de la superficie es de treinta y dos grados —añadió—. El viento sureste de seis a ocho.
Kelsey dejó de buscar la frecuencia y apagó la radio.
—Primero —dijo ella, mientras tomaba las cartas de navegación que estaban guardadas en un cubículo de la pared—, no existen hombres sensibles. Segundo, me gustan los piropos como a la que más —desplegó las cartas y las examinó con brevedad—. Tus cartas están anticuadas.
—¿Qué? —Se inclinó sobre su hombro—. ¿Pero qué dices? Mis cartas...
—Tercero... —volvió a plegarlas y meterlas en el cubículo—. No me importa ni en lo mínimo que me trates como a un objeto sexual... —deslizó la mirada por el muslo de Jesse— ...siempre que a ti tampoco te importe.
Ella pudo notar una sonrisa lenta, de sorpresa y admiración con tanta claridad como la cálida caricia del aliento de él en su cuello. Ambas cosas le erizaron el vello.
Jesse se incorporó con lentitud y dijo:
—Trato hecho.
Kelsey sacó otro juego de cartas y las abrió sobre la mesa—. Estas son las últimas fotografías del Seasat, y nuestras cartas han sido puestas al día para adecuarlas a ellas. Son las que vamos a usar en este viaje. Imagino que querrás estudiarlas —dijo ella y se puso de pie.
Jesse retrocedió un paso para dejarle espacio, pero aun así sus torsos se rozaron cuando se levantó. Fue un contacto fugaz, ni siquiera suficiente para que su traje de baño llegara a humedecer la camisa de él, pero una descarga de sensaciones atravesó el cuerpo de Kelsey, tensando sus pezones y encendiendo su piel de una manera completamente incómoda.
El permaneció inmóvil, risueño y consciente de la proximidad de sus cuerpos tanto como ella. Y dijo:
—¿No quieres oír el piropo?
Kelsey aprovechó la oportunidad para volverse hacia la puerta.
—¿Qué?
—Tienes unas piernas magníficas.
Ella titubeó, pero no pudo resistir. Le dirigió una mirada breve, dándose el lujo de una leve sonrisa por completo desvergonzada, y replicó:
—Tú también.
Pudo notar que Jesse se le quedaba mirando mientras ella abría la puerta de su camarote y entraba, y no le importó, en absoluto.
Jesse abrió una silla de buque, extendió el saco encima y se acomodó. Solía dormir en cubierta las noches calurosas de verano y la falta de cama no era problema para él, pero no tenía sueño, estaba sobreexcitado. Siempre le pasaba lo mismo la noche anterior a un viaje. Esperaba ansioso a que el sol asomara por el horizonte. Pero aquella noche había algo más.
Había sabido que Kelsey Morgan era una mujer peligrosa desde el momento que la vio. Normalmente no tenía dificultad en hacer frente a aquel tipo de problema; eran demasiadas las mujeres agradables desinhibidas que solían rodearlo como para buscarse problemas con una tiburona. Pero era su forma de hablar, su manera de mirarlo, atrevida, apreciativamente y sin el menor azoramiento... Y la forma que tenía de moverse por su barco como si llevara allí toda la vida.... ¿Acaso estaba mal de la cabeza para que encontrara aquella forma de agresiva competitividad más atractiva que amenazadora?
Desde luego, cualquier hombre que encontrara atractiva a Kelsey Morgan tenía que estar algo mal de la cabeza. Excepto por aquel cuerpo delgado y fuerte, aquella melena salvaje, la delicada piel blanca y esos labios que parecían estar esperando a ser besados, no había algo físicamente atractivo en ella. El hecho de que rezumara sexualidad y la forma en que sus ojos relucían de pasión cuando hablaba de su trabajo, y su manera de alzar la barbilla testarudamente cuando la molestaba demasiado... aquellas cosas eran fáciles de ignorar. No era, ni muchísimo menos, su tipo de mujer.
Y aunque lo hubiera sido nada habría podido hacer al respecto durante aquel viaje. Ella era una cliente y él tenía un negocio que proteger. Se suponía que tenía que agradecer aquella circunstancia.
Se preguntó qué se pondría ella para dormir. Una camiseta de hombre, quizá, lo bastante larga para cubrirle tan sólo el trasero, y nada debajo. O uno de aquellos camisones de satén abiertos por las caderas. O tal vez nada en absoluto.
Las relaciones de Jesse con las mujeres eran muy simples y al mismo tiempo resultaban siempre ser el aspecto más insatisfactorio de su vida. Lo único que pedía a una mujer era que fuese agradable y complaciente; a cambio, él ofrecía las mismas cualidades. Pero lo que aquella misma mujer podía querer de él era algo que siempre escapaba a su imaginación. Lo único que sabía era que se trataba de más de lo que él podía ofrecer.
Ya tenía suficientes problemas con las mujeres normales, aquellas de las que podía olvidarse una vez desvanecida la pasión. Kelsey Morgan no era una mujer ordinaria, y desde luego, no era de las que fuera fácil olvidar. Aquel era el peligro real. ¿Entonces qué hacía despierto en mitad de la noche, preguntándose qué se pondría ella para dormir?
Era absurdo. Impaciente, se puso de pie y se dirigió a la cámara del timón, donde, después de buscar, encontró una bolsa de patatas fritas casi rancias. En realidad, le hubiera apetecido una cerveza, pero no quería bajar a la cocina. Kelsey podría estar despierta aún, y no quería toparse con ella a esas horas de la noche, llevando tan sólo... lo que fuera que se pusiera para dormir.
Más valía prevenir que lamentar, y a menos que tuviera mucho cuidado con Kelsey Morgan, estaba seguro de que tendría mucho de qué arrepentirse.
Kelsey se dio una ducha rápida para quitarse la sal del pelo, pero en cuanto regresó al camarote, empezó a apreciar las desventajas de una salida dramática. No estaba cansada. Nunca había sido capaz de dormir la noche previa a un viaje, y cuando se trataba de un viaje por mar, sobre todo aquel en particular, que había estado esperando tanto tiempo y por el que había trabajado con mucho afán, su excitación era mayor que la de un niño esperando los regalos de Navidad. Si Dean y Craig hubieran estado allí, podría haberlos engatusado para que pasaran la noche charlando, planeando, revisando su investigación y especulando sobre las posibles contingencias... y probablemente aquel era precisamente el motivo por el que no estaban allí.
El camarote estaba muy limpio y no había ningún signo distintivo de su ocupante habitual.
Un poco avergonzada de su curiosidad, Kelsey empezó a abrir los armarios y espiar el interior. No había algo que ella no hubiera puesto allí antes. O bien Jesse estaba mintiendo respecto a que vivía en el barco, o su existencia allí era de lo más espartana.
Naturalmente, no era de su incumbencia cómo ni dónde vivía él. Irritada consigo misma, apagó la luz y se metió en la cama. Hacía calor allí dentro, incluso con el ojo de buey abierto. Kelsey apartó la sábana y dio vueltas en la cama, buscando en vano una posición cómoda. El aire no soplaba. El sonido del agua acariciando el casco tenía que haberle resultado tranquilizador, y en cualquier momento lo hubiera sido. Pero Kelsey estaba pendiente del sonido de pasos. ¿Se habría acostado ya? ¿Se habría marchado del barco después de todo?
Su pelo, mojado por el chapuzón, y la ducha, parecía despedir vapor. Tenía la piel pegajosa y no podía cerrar los ojos sin que se le aparecieran escenas y fragmentos de conversación con Jesse. Su sonrisa perezosa, su mirada chispeante e incluso sus comentarios ácidos...
Finalmente, masculló una maldición, se rindió y encendió la luz. Tomó una carpeta y se la llevó a la cama, con la esperanza de que al releer aquellos datos que se sabía de memoria la ayudara a conciliar el sueño.
Pero no consiguió siquiera concentrarse en la primera página. Le apetecía hablar con alguien, hacer algo. Deseaba que llegara el amanecer.
Salió de la cama y se sujetó el cabello en la coronilla para sentir la nuca más libre. Incluso aquella pequeña concesión la hizo sentirse un poco más fresca, pero sabía que no podía permanecer por más tiempo allí encerrada. Después de un instante, se puso unos calzones tipo boxeador y una camiseta suelta sin mangas, y salió descalza a la cámara del timón. El hielo se había derretido en la nevera que había traído esa mañana, pero no quería arriesgarse a bajar a la cocina y encontrarse con Jesse. Tomó una lata de cola tibia y salió a la cubierta. Al menos allí estaría más fresca, y tal vez Dean y Craig habrían regresado.
Kelsey se sintió un poco avergonzada de aquella parte de su ser que deseaba que no hubiera sido así.