Capítulo 7
Pasaron dos días más sin rastro del delfín Simba, y fueron los más irritantes y tensos de la vida de Jesse. No le sorprendió descubrir que cuando Kelsey estaba nerviosa o ansiosa, se ocupaba bien de no sufrir a solas y le hacía a todo el mundo la vida imposible.
Por mucho que los otros dos hombres procuraran evitarla, Jesse hacía esfuerzos por estar cerca de ella... contemplarla, cruzarse con ella, e incluso irritarla, por el mero placer que le producía poner a prueba con ella su ingenio, verla echar centellas por los ojos y luego, si en realidad llevaba las cosas al máximo extremo, hacerla reír. Nunca había imaginado que pudiera ser tan emocionante interactuar con una mujer a un nivel no físico. Pero cuando se dio cuenta del mucho tiempo que estaba dedicando a pensar en ella, fue cuando la tensión se apoderó de él.
Pensaba en Kelsey con exasperación e impaciencia, con admiración y asombro; pensaba en ella con una avidez que en realidad no había desaparecido desde aquella primera noche.
Lo que menos falta le hacía era una mujer como Kelsey Morgan complicándole la vida. Pero, sin siquiera intentarlo, ella ya se la había complicado más de lo que él hubiera creído posible jamás.
A primera hora de la mañana del quinto día de navegación, Jesse sintió que el motor se ponía en marcha. Plantó los pies en la cubierta incluso antes de estar por completo despierto, agarró la camisa y, tras ponérsela mientras corría, irrumpió en la cámara del timón. Kelsey estaba a los controles.
—No me estorbes —dijo ella irritada, sin siquiera mirarlo.
El se pasó la mano por el cabello y el ritmo de su corazón volvió a la normalidad.
Apenas amanecía. Miró la estación de trabajo. Las cartas de navegación estaban extendidas por encima y había varias latas de refresco vacías y envoltorios arrugados de caramelos.
—¿Cuánto tiempo llevas planeando este motín? —le preguntó Jesse.
—Esta noche no me he acostado.
El sintió una punzada en el pecho, medio de compasión, o de asombro. Llevaba la ropa arrugada y su rostro reflejaba agotamiento. Su primer impulso fue acercarse a ella y darle un masaje en los hombros y el cuello. Pero se contuvo. En cambio, revisó las latas hasta que encontró una con algo de líquido y dio un trago.
—¿Te importa decirme a dónde vamos?
—No lo sé —su voz era cortante, pero era de fatiga, no de ira—. He captado algo en el receptor que podría ser la señal de Simba... parecía su frecuencia. Pero no sonaba muy clara. Tal vez no he oído nada en absoluto.
La incertidumbre de su tono de voz preocupó a Jesse. De pronto le pareció demasiado vulnerable, cansada... demasiado derrotada. Deseó tomarla en sus brazos y susurrarle que no se preocupara, que daba igual... deseó llevarla a la cama y hacerle el amor hasta que el sol se elevara por encima del horizonte. Pero no lo hizo. En principio porque a Kelsey no le daba igual.
Le puso una mano firme en el hombro.
—Yo me encargo del timón. Ponte tú el receptor y hazme saber si captas algo.
Kelsey titubeó, y luego alzó la mirada hacia él. Le ardían los ojos y estaba agotada, pero verlo a su lado fue como una dosis de cafeína, una subida de adrenalina, además olvidó su cansancio.
—Bien, de acuerdo —dijo al fin—. Alguien debería encargarse del sonar también. Sigue el mismo rumbo, vamos a rodear el otro lado de la isla. Y ten cuidado, hay un arrecife.
El le lanzó una mirada irónica.
—Sé dónde están los arrecifes.
Kelsey se sentó ante la mesa de trabajo y se acercó los auriculares a un oído, mientras dividía su atención visual entre la pantalla del sonar y la ventana de la cámara. No era que esperara ver algo en la semioscuridad, pero ya era un hábito adquirido. Además, la posición le permitía una perfecta visión de la espalda y los hombros musculosos de Jesse.
Al cabo de un tiempo, Jesse dijo:
—Si no encuentras este delfín que andas buscando, no va a ser el fin del mundo, ¿sabes?
Ella frunció el ceño.
—¿Ah, no? ¿Para quién?
—Debemos haber visto al menos media docena de delfines desde que estamos aquí. Dean y Craig parecen encontrar muchas cosas que hacer... incluso sin los tiburones durmientes. ¿Qué tiene de particular este delfín, después de todo?
—Es mía —replicó Kelsey con brevedad.
Jesse se volvió hacia ella, alzando una ceja.
—Creía que no mantenías relaciones personales con la vida marina.
Ella frunció el ceño de nuevo.
—Y no las mantengo. Lo que quiero decir es que ella fue mi primer proyecto cuando llegué al instituto... la razón para la que fui allí, de hecho. Grapton obtuvo este delfín hembra de un parque acuático que estaba cerrando y yo diseñé un programa de resocialización para poder integrarla de nuevo en su ambiente natural, y luego la solté. Si conseguimos el éxito con el programa y si logró sobrevivir, la fase final del estudio consistirá en observar su comportamiento en su ambiente natural.
Algo en la forma en que pronunció la frase y “si logró sobrevivir”, la tensión de su rostro y su mirada, le dijeron a Jesse todo lo que necesitaba saber respecto a por qué era tan importante esta expedición para ella.
—¿Cuánto tiempo estuviste trabajando con ella?
—Un año y medio.
—Debió ser duro dejarla partir.
Por un momento, ella pareció a punto de negar haber siquiera conocido tal debilidad sentimental, pero él ya había visto la verdad en sus ojos y Kelsey lo sabía.
—Sí —reconoció—. Lo fue. Nos enseñó mucho más de lo que nosotros pudimos enseñarle nunca a ella, y en todo momento yo estuve preguntándome si estaba haciendo lo correcto, si no estaría enviándola a la muerte... si sería feliz —miró a Jesse a la defensiva medio esperando que se riera de ella, pero se sorprendió al no ver más que interés en sus ojos—. Sé que suena estúpido, pero los delfines son unos mamíferos muy centrados en la familia, y Simba sería una huérfana ahí afuera. No sabíamos cómo iban a tratarla sus congéneres y esta es nuestra única oportunidad de averiguarlo. Es nuestra única oportunidad de averiguar muchas cosas.
Y luego, convencida de que estaba pareciendo demasiado sentimental, Kelsey añadió:
—Por supuesto, si puedo completar este proyecto, las cosas se me pondrán realmente fáciles para seguir mi camino —de pronto, su atención se centró en el receptor—. Veinte grados a estribor, ¿quieres?
El hizo el cambio de rumbo sin comentar. Luego le preguntó:
—¿Cuál es tu camino?
Ella escuchó con intensidad, pero el eco parecía haberse desvanecido. Se volvió hacia él:
—¿Quieres saberlo en serio?
El hizo girar la silla para poder mantener un ojo en ella y el otro en la rueda del timón. Su expresión era una invitación al tipo de confidencias que Kelsey no estaba acostumbrada a hacerle a nadie, pero algo en su rostro y en la situación hizo que le resultara muy fácil seguir hablando.
—Mi propio laboratorio. Ya sabes, algo como el Calypso, el laboratorio marino flotante de Costeau. Ser capaz de navegar por donde quiera, cuando quiera y quedarme en los sitios todo el tiempo necesario. Estudiar lo que merezca la pena ser estudiado y dedicarle todo el tiempo que quiera sin tener que preocuparme de que alguien ande tirando de la cuerda para que vuelva... Y despertarme cada mañana y saber que queda una nueva porción de océano por explorar y que aquel puede ser el día que descubra algo que no ha descubierto nadie antes.
Estaba empezando a ponerse poética, como siempre que hablaba de sus íntimos sueños y se detuvo, azorada.
Pero Jesse estaba riendo con suavidad... no de ella, sino con ella. Y luego dijo:
—Eso me parece una vida hecha a mi medida. ¿Supongo que no necesitarás un capitán para ese barco tuyo?
Ella sonrió.
—Ya tengo uno. Yo.
—¿Y todo esto por un solo delfín?
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, tal vez no todo. Pero una vez que publique mis investigaciones y mis hallazgos, recibiré mucha atención y, por tanto, financiamiento, la posibilidad de rodar documentales... —sus ojos brillaban de secreta esperanza—. Digamos que sería un principio. Un gran principio.
Luego miró a Jesse y añadió en un tono mucho más neutral:
—Así que ya entenderás por qué estaba tan empeñada en que esos pescadores no tendieran sus redes por aquí. Podrían haber cogido un delfín de un millón de dólares.
—Entiendo.
Pero la forma en que lo dijo, y la forma en que sonrió, hizo que Kelsey pensara que estaba entendiendo mucho más de lo que ella deseaba, y apartó la mirada, nerviosa.
Se veía el océano amplio y vacío, y el receptor permanecía mudo. Kelsey trató una vez más de no pensar en la mala suerte. De no pensar en los pescadores.
Contempló la pantalla del sonar y el mapa del fondo oceánico, pero fue el instinto más que ninguna otra cosa lo que le indicó que habían llegado a la zona de las Falpor caracterizada por las cuevas sumergidas y los huecos dispersos. Y fue el mismo instinto el que le dijo que esa era la dirección desde donde le había llegado aquella primera débil señal de radio y donde era más probable que se percibiera de nuevo.
Alzó la mirada para decirle a Jesse que apagara los motores y dejará el barco a la deriva, pero antes de que pudiera decir una sola palabra, él ya lo había hecho. Se lo quedó mirando con fijeza y él se encogió de hombros.
—Este parece un sitio idóneo. Si quieres, podemos seguir, pero después de años en el mar, le tengo agarrado el tranquillo a estas cosas. Me da la impresión de que si quieres captar algo por ese receptor, este sitio es el mejor para hacerlo.
Ella se dio vuelta hacia la mesa de trabajo, conteniendo su asombro.
—Sí, bueno. Vamos a probar.
Jesse se puso en pie y se estiró. Ella no pudo evitar fijarse en su juego de músculos. Luego dijo:
—Si quieres, yo puedo escuchar un rato mientras bajas a la cocina y preparas café.
Una mueca de irritación cruzó el rostro de Kelsey.
—Demasiado lejos.
—Lástima.
—¿Tienes algo por aquí con cafeína? —dijo él, rebuscando entre el batiburrillo de la mesa de trabajo.
—¡Eh! —Le gritó ella, dándole un golpe al ver que estaba a punto de tirar una lata medio vacía sobre una de las cartas—. ¿Por qué no vuelves a la cama?
—Mujeres —masculló él, apartando algunos manuales de la estantería de arriba y sacando una bolsa de cacahuates que Kelsey no había descubierto durante la noche—. Te usan y luego te tiran a la basura.
Ella le acercó una lata medio llena de cola.
—¿Quieres esto o no?
—Está sin gas. Y caliente —pero la cogió de todas formas y se sentó en el borde de la mesa—. ¿Qué alcance se supone que tiene ese receptor, por cierto?
—Dos millas, pero nunca se sabe —se pasó los auriculares al otro oído—. El transmisor no había sido puesto a prueba nunca durante tanto tiempo, al menos en condiciones marinas.
Jesse volvió la mirada hacia la ventana.
—Un océano grande —comentó.
Y ella respondió con voz apagada:
—Sí.
Aquellas horas del amanecer en el mar, Kelsey lo sabía muy bien, eran a veces las más tristes y desoladas. De pronto, se alegró indeciblemente de no haberlas pasado sola.
Jesse se levantó, se acercó a la consola, titubeó, y luego regresó a la estación de trabajo. Miró el sonar y los mapas. Se puso de pie otra vez.
—¿Qué? —le preguntó Kelsey, observándolo—. ¿Qué es lo que te inquieta tanto?
—Nada. Sólo estaba pensando en echar el ancla. Puede ser peligroso ir a la deriva así.
—No seas ridículo. La masa de tierra más cercana está a diez metros por debajo de nosotros.
—Aun así, no me gusta ir a la deriva.
Ella soltó una breve risa burlona.
—Es gracioso que diga eso un hombre que no tiene domicilio conocido.
Había una chispa en los ojos de Jesse cuando la miró.
—Vaya, ¿así que tenemos una filósofa?
Pero volvió a sentarse en la mesa y dejó que el barco siguiera a la deriva. Ella se encogió de hombros.
—Sólo observadora. Un hombre que tiene miedo de perderse, haría bien en quedarse quieto en un sitio.
El se rió entre dientes.
—Me gusta eso... Pero hay una diferencia entre tener miedo y ser precavido, no sé si lo sabes.
—No tanta.
—Lo dice la mujer que no conoce el miedo... ni la precaución.
—Claro que sí. Soy precavida respecto a muchas cosas.
Kelsey se puso los auriculares un momento y se frotó la nuca. Por instinto, Jesse alzó las manos para darle el masaje, pero las dejó caer. Luego le costó cierto esfuerzo mantener el mismo tono casual.
—¿De qué tienes miedo? —le preguntó.
Ella se quitó los auriculares. No soportaba escuchar por más tiempo el silencio. Se volvió hacia el mar y apoyó la barbilla en las manos dobladas.
—Del fracaso, de eso tengo miedo ahora.
—Eso no es miedo... nadie quiere perder. Dime algo que yo no sepa.
La voz de Jesse era suave y tranquila, casi hipnotizante. Ella se quedó en silencio un momento. Luego dijo:
—Me ahogué cuando tenía cuatro años. Jugando en un pantano. Habían pasado diez minutos cuando me encontraron. Después de aquello, me entró pánico al agua. Pero en cuanto salí del hospital, mi padre me llevó a clases de natación. Fue una pesadilla. Lo odiaba con todas mis fuerzas... hasta que un día descubrí que ya no le tenía miedo al agua.
Hizo una pausa y añadió:
—Cuando entré a formar parte de mi primer grupo de submarinismo, era una adolescente. De todas formas, tenía que haber sido más sensata. Convencí a unos chicos de que fuéramos a explorar unas cuevas submarinas a unas pocas millas de donde solíamos bucear. Por supuesto, acabé separándome de ellos y me perdí en una cueva bajo el agua. Se me enredó la cuerda guía y, al intentar soltarme, levanté tanto cieno del fondo que ya no distinguía la parte de arriba de la de abajo... creo que no he pasado nunca tanto miedo en la vida. Cuando me encontraron casi no me quedaba aire. No quería volver a ver una cueva jamás... la semana siguiente empecé a recibir lecciones para conseguir el certificado de submarinismo en cuevas. Sigue sin ser mi actividad favorita, pero puedo aguantarlo.
Titubeó, sin saber muy bien si continuar o no.
—Supongo que.... lo que me da miedo de verdad es la oscuridad. Más que ella, la negrura. Esa oscuridad profunda que hay en el fondo del mar, gélida, esa oscuridad en que estás sola y no puedes ver a dos palmos ni siquiera con la linterna submarina... Eso es lo que me da miedo.
Pudo sentirlo muy cerca de ella; más cerca de lo que había estado antes, aunque no se había movido físicamente. Pudo sentir su mirada, pensativa y dulce y no pudo evitar volverse hacia él. Bajo aquellos ojos serios, se sintió desnuda y vulnerable.
Forzando una tensa sonrisa, dijo:
—Ahora te toca a ti. ¿De qué tienes miedo?
El sonrió a medias.
—¿Aparte de los tiburones?
Ella asintió. El dejó a un lado la lata que tenía en la mano. La miró y dijo:
—De ti.
El corazón empezó a retumbarle a Kelsey, y sintió de pronto una oleada de calor.
—¿De mí? ¿Por qué? —dijo con voz débil.
El levantó la mano y le acarició los salvajes rizos, descendiendo luego hasta su cuello. Su caricia era como el terciopelo y el acero, firme y suave. Y sus ojos eran como la luz del sol a través de una espesa niebla.
—Creo que... porque eres la única mujer a la que he conocido nunca.
Ella deseó apartar la mirada de él, pero no pudo. La presión en su cuello se hizo más firme, mientras la otra mano de Jesse la instaba a levantarse, tomándola con suavidad del brazo. Ella no se resistió y se puso en pie al mismo tiempo que él. Jesse la atrajo hacia su cuerpo; sus muslos desnudos quedaron pegados, y sus pechos intercambiaron su calor. Ella apoyó las manos en sus musculosos brazos. Un momento después, de manera lenta, sus bocas se acercaron y se unieron en un beso cargado de ternura y pasión.
Cuando se separaron, fue con reluctancia e incertidumbre. La pasión que ya no les era extraña había adquirido una forma más sutil... y más poderosa que otra cosa que hubieran conocido.
Ella deseó apartarse, pero no pudo. Deseó besarlo de nuevo, hundirse en sus brazos, perderse en él, pero no iba a hacerlo. El peligro hizo sonar una aguda sirena de alarma en su mente.
Sólo que no era un pensamiento. Kelsey sintió que las manos de Jesse se tensaban en su cintura un momento antes de que reconociera el significado de lo que estaba oyendo. Aun así, reacia a despegarse de él, se volvió a medias hacia la estación de trabajo, con las manos apoyadas en el pecho de Jesse. Entonces él dijo:
—Kelsey...
Ella dejó escapar el aliento. No lo estaba imaginando. Cogió el auricular, pero su corazón ya estaba latiendo tan rápido que apenas pudo oír. Se lo puso en la cabeza y contuvo el aliento, concentrándose. Sintió la mano de Jesse en el hombro y alzó la suya, cogiéndole los dedos.
No cabía duda. La señal llegaba alta y clara.
—¡Dios mío! —dijo, jadeante—. ¡Es ella. Lo es!
Se detuvo a escuchar durante un momento más, y sus ojos se dilataron de incredulidad y deleite, y luego estalló en una carcajada de puro júbilo.
—¡Escucha! —Gritó, quitándose los auriculares y pasándoselos a Jesse—. ¡Se oye con tanta claridad que casi se le puede ver! ¡Debe estar debajo del barco!
De pronto, salió corriendo de la cámara del timón hacia la cubierta. Jesse llegó junto a ella en el momento en que Kelsey había pasado una pierna por la barandilla.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él, pero había risa en su voz y asombro en su rostro.
Ella se balanceó en la escalerilla exterior del barco, sujetándose a la barandilla con una mano, y Jesse la tomó por la cintura, sujetándola para que pudiera agacharse. Ella palmeó el agua, salpicándose la cara y la camisa.
—¿Crees que se acordará de ti? —Le preguntó Jesse con incredulidad—. ¿Después de todo este tiempo?
—Claro que no. Es sólo un delfín —palmeó el agua de nuevo.
Kelsey vio la sombra debajo del agua y un grito de asombro se formó en su garganta. Un instante después, un reluciente morro gris atravesó la superficie lanzándose hacia arriba para ponerse a la altura de Kelsey. La mano de Jesse se tensó en la cintura de Kelsey, mientras de su garganta escapaba una ronca exclamación de deleite que se mezcló con la de ella.
—¡Simba! —Gritó Kelsey—. ¡Es ella, lo es! —Estiró las manos para acariciar la aterciopelada cabeza—. ¡Está aquí, está bien... y se acuerda de mí!
Se rió cuando Simba se sumergió con un juguetón golpe de cola que dejó empapados a Kelsey y a Jesse. El se estaba riendo cuando la ayudó a subir de nuevo a la cubierta, y ella se volvió entre sus brazos, gritando:
—¿Lo puedes creer? ¿Sabes las probabilidades que había en contra? ¡La he encontrado... después de todo este tiempo, la he encontrado!
A Jesse le chispeaban los ojos al mirarla, con asombro, afecto y orgullo.
—¿Por qué te sorprendes tanto? Es lo que habías venido a hacer.
Detrás de ellos, Dean exclamó:
—¿A qué viene este revuelo?
Craig preguntó:
—¿Ha ocurrido algo?
—¡Simba! —gritó Kelsey.
Se apartó de Jesse y corrió a la barandilla de la cubierta.
—¡Mira!
A unos siete metros del barco. Simba atravesó la superficie del agua y dio un gran salto en el aire, realizando una acrobática pirueta de júbilo que era un reflejo de lo que Kelsey sentía. Detrás de ella oía las exclamaciones y las enhorabuena de Dean y Craig, pero quedaron ahogadas por sus propios gritos de alegría cuando se volvió hacia Jesse. El la tomó entre sus brazos y ella echó hacia atrás la cabeza y se rió, porque en sus brazos era el único sitio donde deseaba estar, y porque la risa era la única forma de expresar aunque fuera una sola porción de la felicidad que sentía.