6

Sólo faltaba la lluvia. Son tres días que hay que permanecer encerrados en la Casa. ¿Quién va entre los árboles fríos que gotean, por los prados empapados? Las montañas están siempre rodeadas de nieblas blanquecinas.

La noche llega sin que nadie se dé cuenta. Los guardabosques están todos concentrados en la planta baja. Hay que engrasar el fusil, que poner en orden muchas cosas; uno se ha puesto a leer un libro y en aquel rincón oscuro se oye un lento canturrear.

—Enciende, Collinet —dice Giovanni Marden cuando se ha hecho tan oscuro que no se ve nada.

Collinet enciende la lámpara de petróleo y el bosque, afuera, parece aún más negro.

—¿Ninguna novedad por la Polveriera? —pregunta Primo Fornioi.

—Bien podría bajar alguien.

¿Ha dicho que se bajen? Se oye que golpean la puerta.

Ah, nada extraño. Es Molo, que ha llegado de San Nicola con las habituales provisiones, completamente mojado por la lluvia.

—Vaya tiempo de perros —dice—. Bajando por la carretera, cerca del puente se ha desprendido una roca que si no llego a apartarme rápido me deja aplastado. He visto en el café al inspector y a los otros de siempre que todavía hablaban de Del Colle. Y yo les he dicho lo que hay que hacer.

—Precisamente tú, imagínate.

—Precisamente yo; y me han dicho que tengo toda la razón y que se hará así. Hay que ir rápido mañana por la mañana a buscar en la Vallonga y, al mismo tiempo, por el otro lado hasta el Pian de la Croce.

—¿A buscar qué? ¿Qué quieres buscar en medio de aquellos bosques? —dice Marden.

—En los caseríos. Estarán escondidos en las cabañas, en los caseríos vacíos. La cuestión es, según me parece, que nadie tiene ganas. Del Colle es asesinado y vosotros os quedáis aquí alrededor del fuego.

—Pero ¿para qué quieres ir por los bosques? —dice entonces Bàrnabo—. Se habrán ido a las peñas. El problema, estarás de acuerdo, es que allá arriba es más difícil.

—¿Y querrías ir tú, por lo que parece? —dice Molo con cara de malvado.

—Desde luego, no seré yo quien lo diga.

—No lo consiguió Darrìo ¿y ahora querrías tú?, y además, dónde has visto…

—Hay dos caminos por las montañas —le interrumpe Fornioi el mayor—. Uno que sube y otro que baja. Subimos y después bajamos. Y entonces escribimos: ilustrísimo señor inspector, hemos actuado con diligencia…

—¡Ya está bien, por Dios! —grita Marden mientras otros se ríen—. Mañana por la mañana Molo y Durante subiréis al Col Nudo y miraréis hasta los caseríos de la Vallonga. Y tú, Angelo, y Primo Fornioi, por la otra parte hasta el Pian de la Croce.

—Y tú, Bàrnabo, a la Cima Alta, a hacer provisión de piedras —dice Molo aproximándose a Bàrnabo, que está sentado, y dándole un golpe en el hombro.

Bàrnabo se vuelve con rabia y le agarra el brazo.

—Se te pasarán todas las ganas de pelea. Querido mío, no me conoces.

Molo tiene el rostro encendido y Bàrnabo se le alza de frente mientras los demás gritan:

—Ya está bien, ¡dejadlo ya!, ¡siempre peleándoos!

Pero Molo ha agarrado a Bàrnabo por la cintura; es más fuerte y le hace daño. «Del Colle tocaba la armónica y todos se detenían para verlo», piensa Bàrnabo, y logra coger al compañero por el cuello y apretarlo con el brazo. «Eres más fuerte, pero ahora irás al suelo».

Molo es más fuerte y, sin embargo, está a punto de doblegarse; puede verse bien cómo aprieta la boca por el dolor. Sería para él una gran vergüenza. Mientras todos esperan a ver qué pasa, Bàrnabo se da cuenta de que el adversario sufre; hace como que resbala, deja el apretón y retrocede de un salto. Así, Molo vuelve a levantarse, jadeante, con dureza en el rostro. «¿Has visto como no puedes?». El otro ha salido por la puerta; está bajo el pequeño porche de la entrada. Gotea aún en la oscuridad. De la Casa salen las luces, el vocerío, junto con grandes carcajadas.

En la Casa se oyen ruidos por la mañana temprano. ¿Hará buen tiempo? Aún no se sabe porque por todas partes hay una espesa niebla que sólo ahora empieza a despejarse.

Molo, Durante, Montani y Fornioi están a punto de salir. Los demás aún descansan al calor y oyen ruidos, voces, abajo en la cocina. Los que tienen que salir estarán preparando el café. Trafagan algo sumisos; después, de nuevo silencio. En el momento de la partida las voces se alzan y las botas hacen ruido de hierro sobre las piedras de la entrada. Aún se oye alguna palabra que no se entiende. Las voces se alejan hacia el bosque, junto con el sonido de los pasos, sordos y pesados.

Pero nada. Por mucho que han buscado durante tres días, dando casi la vuelta entera a la cadena de montañas, los cuatro guardas no han hallado rastro de los asesinos. No se ha visto ningún humo sospechoso ni se han oído voces que no fuesen las del cuco, de las cornejas o bien del viento. De vez en cuando bajaba rodando alguna piedra por las grises paredes que se dejan caer sobre los bosques. No es que se viesen, no; era algún desprendimiento lejanísimo que dejaba llegar su sonido.

Durante se pasó un día entero siguiendo el límite superior del bosque, disparando de vez en cuando dos veces seguidas, una con el fusil y la otra con la pistola, para hacer creer que eran dos. Mientras tanto, en algún claro, cerca de alguna vieja barraca, Molo aguardaba en emboscada porque podía suceder que los bandidos, oyendo aquellos disparos, descendiesen sin preocupación a la zona inferior del bosque. Pero no se vio a nadie. Y eso que aquel día no hacía viento y habrían podido distinguirse incluso ruidos lejanísimos.

Molo y Durante regresaron los primeros, abatidos y ya sin nada para comer. A la mañana siguiente, poco antes del mediodía, volvió a verse también a Montani y Fornioi. ¿Que si habían encontrado algo?

—He aquí la gran caza —dijo Fornioi sacando del morral de la cazadora el cuerpo de un pájaro, una gran corneja ya seca.

—¿Una corneja? No querrás comértela, supongo.

—Se hace caldo, sí que se hace, con este animal.