Capítulo 8
Bruce Chatwin entró en la habitación del hospital r donde estaba internada la señora Rowolt. En la cabecera estaba su hija, Alice Rowolt.
—¡Bruce, amor mío! —fue el saludo de la muchacha al verlo aparecer. Se le lanzó al cuello y le dio un beso en los labios, un beso largo que hizo sonreír a la señora Rowolt.
—¿Cómo está, señora? —preguntó el joven, aunque viendo ya una mejor cara en ella que el día anterior, en el que habían ocurrido los hechos. La señora Rowolt no había podido soportarlo y se había desmayado. Era normal, una impresión así, ver entrar a la policía después de oír al asesino de su hijo, no es algo que se olvide fácilmente.
—Mucho mejor, Bruce. Esta tarde me darán el alta —dijo ella. Bruce se alegró de que ya no le llamara señor Chatwin, eso era todo un progreso— Pero sobre todo estoy feliz por ver a mi hija contenta. Feliz como un pajarillo.
—Mamá, ¿qué va a pensar el señor Chatwin? —dijo Alice sin soltarse de su cuello, con una sonrisa picaruela en los ojos.
—Eso es algo que compartiré siempre con la señora Chatwin —dijo él— Es decir, si ella acepta casarse conmigo.
—¡Bruce! —dijo la joven, mirando a su madre— ¿Qué quieres decir?
—Está bien claro: ¿quieres casarte conmigo, Alice Rowolt? —dijo el joven psiquiatra.
La señora Rowolt, al oírlo, se emocionó y dejó entrever alguna lagrimita. Tenía derecho a ello, aquella era la compensación de todo lo que había sufrido. Nunca había visto a su hija tan plenamente feliz.
Alice miraba a Bruce con todo el amor del mundo. Lo amaba desde la primera vez que lo vio, y en esa mirada se hallaba contenida una mezcla de amor y admiración. La joven lo rodeó con sus brazos e iba a besarlo, pero Bruce puso su mano y una sonrisa entre los dos labios.
—Aún no has dicho que si —dijo.
—Sí, sí, sí —dijo la joven, entonces él la besó apasionadamente— Con una condición.
Bruce Chatwin abrió un ojo.
—¿Cuál? —dijo.
—¡Cuál! —repitió la señora Rowolt.
—Que sea para siempre —dijo Alice.
Bruce la abrazó y la estrechó aún más contra sí, era el hombre más afortunado del mundo.
—Yo también tengo que poner una condición, puesto que soy su madre —dijo la señora Rowolt. Ambos jóvenes la miraron con incredulidad.
—¿Cuál? —dijeron a la vez.
—Quiero muchos nietos, es un simple capricho de vieja —dijo.
—Los tendrá, señora Rowolt, ya me encargaré yo de eso —dijo Bruce mirando a su prometida.
Entonces Alice y Bruce, para celebrar aquel buen final, y festejar el hecho de que ahora el mundo les pareciese maravilloso, unieron sus labios en el beso más hermoso de sus vidas, un beso que desde aquel instante se repetiría siempre.