14. Cómo romper el molde.
Tres jefes africanos.
El 6 de septiembre de 1895, el trasatlántico Tantallon Castle atracó en Plymouth, en la costa sur de Inglaterra. Tres jefes africanos, Khama de los kwatos, Bathoen de los ngwaketses y Sebele de los kwenas, desembarcaron y tomaron el tren exprés de las 8.10 horas hacia la estación de Paddington (Londres). Los tres jefes habían llegado a Gran Bretaña con una misión: salvar a sus Estados y a los otro cinco Estados tswanas de Cecil Rhodes. Los Estados ngwatos, ngwaketses y kwenas eran tres de los ocho Estados tswanasue formaban lo que entonces se llamaba Bechuanalandia, que pasaría a ser Botsuana tras la independencia en 1966.
Las tribus habían comerciado con los europeos durante la mayor parte del siglo XIX. En los cuarenta, el famoso misionero escocés David Livingstone había viajado ampliamente por Bechuanalandia y había convertido al rey Sechele de los kwenas al cristianismo. La primera traducción de la Biblia a un idioma africano fue al setswana, la lengua de los tswanas. En 1885, Gran Bretaña había declarado Bechuanalandia protectorado. Los tswanas estaban satisfechos con el acuerdo porque pensaban que conllevaría la protección contra más invasiones europeas, sobre todo de los bóeres, con los que habían estado en conflicto desde la Gran Marcha de 1835, una migración de miles de bóeres al interior para escapar del colonialismo británico. Por otra parte, los británicos deseaban el control de la zona para bloquear expansiones adicionales por parte de los bóeres (véase el capítulo 10) y posibles expansiones de los alemanes, que habían anexado el área del suroeste de África correspondiente a la actual Namibia. Los británicos no pensaban que la colonización a gran escala valiera la pena. El alto comisionado Rey resumió las actitudes del gobierno británico en 1885 claramente: «No tenemos interés en el país al norte del Molope [el protectorado Bechuanalandia], excepto como carretera al interior; por lo tanto, podríamos limitarnos de momento a prevenir que alguna parte del protectorado sea ocupada por saqueadores o por potencias extranjeras haciendo lo mínimo posible en lo que respecta a administración o asentamiento».
Sin embargo, las cosas cambiaron para los tswanas en 1889 cuando la British South Africa Company de Cecil Rhodes empezó a extenderse al norte de Sudáfrica, expropriando grandes extensiones de tierra que, finalmente, se convertirían en Rodesia del Norte y del Sur, actualmente Zambia y Zimbabue. En 1895, el año de la visita de los tres jefes a Londres, Rhodes tenía su punto de mira en los territorios al suroeste de Rodesia, Bechuanalandia. Los jefes sabían que a los territorios que cayeran en manos de Rhodes solamente los esperaban el desastre y la explotación. Aunque fuera imposible para ellos derrotar a Rhodes militarmente, estaban decididos a luchar contra él de cualquier forma posible. Decidieron optar por el menor de los dos males: un mayor control por parte de los británicos en lugar de ser anexionados por Rhodes. Con la ayuda de la London Missionary Society, viajaron a Londres para intentar convencer a la reina Victoria y a Joseph Chamberlain, el entonces secretario colonial, para que Gran Bretaña asumiera un mayor control de Bechuanalandia y la protegiera frente a Rhodes.
El 11 de septiembre de 1895, celebraron su primera reunión con Chamberlain. Sebele habló el primero, después habló Bathoen y, por último, Khama. Chamberlain declaró que consideraría imponer el control británico para proteger a las tribus de Rhodes. Entretanto, los jefes se embarcarían rápidamente en una gira de discursos por toda la nación para lograr el apoyo popular para sus peticiones. Visitaron Windsor y Reading, cerca de Londres, y pronunciaron sus discursos allí; en Southampton, en la costa sur, y en Leicester y Birmingham, la base de apoyo político de Chamberlain, las Midlands. Fueron al norte, al industrial Yorkshire, a Sheffield, Leeds, Halifax, y Bradford; también pasaron por Bristol y después fueron hasta Mánchester y Liverpool.
Mientras tanto, en Sudáfrica, Cecil Rhodes preparaba lo que se convertiría en la desastrosa incursión de Jameson, un asalto armado a la República Bóer del Transvaal, a pesar de las fuertes objeciones de Chamberlain. Estos acontecimientos es probable que hicieran a Chamberlain mucho más empático respecto a la situación desesperada de los jefes que lo que habría sido en otras circunstancias. El 6 de noviembre, se encontraron de nuevo en Londres. Los jefes hablaban mediante un intérprete:
Chamberlain: Hablaré sobre las tierras de los jefes, y sobre el ferrocarril y sobre la ley que se debe cumplir en el territorio de los jefes... Ahora, miremos el mapa... Tomaremos la tierra que necesitemos para el ferrocarril, y no más.
Khama: Si el señor Chamberlain toma la tierra él mismo, estaré satisfecho.
Chamberlain: Entonces, dile que haré yo mismo el ferrocarril a través de los ojos de las personas que envíe y solamente tomaré lo que necesite, y daré una compensación si lo que tomo tiene valor.
Khama: Me gustaría saber cómo [es decir, dónde] irá el ferrocarril.
Chamberlain: Irá a través de su territorio, pero estará rodeado por vallas y no tomaremos tierra.
Khama: Confío en que usted hará este trabajo como si fuera yo mismo, y me tratará de una forma justa en esta cuestión.
Chamberlain: Tendré en cuenta sus intereses.
Al día siguiente, Edward Fairfield, en la Oficina Colonial, explicó el sentido de la frase de Chamberlain con más detalle:
Cada uno de los tres jefes, Khama, Sebele y Bathoen, tendrán un país dentro del cual vivirán como hasta el momento, bajo la protección de la reina. La reina nombrará a un oficial para que resida con ellos. Los jefes gobernarán a su propio pueblo en gran medida como lo hacen ahora.
La reacción de Rhodes al ser superado por la estrategia de los tres jefes africanos era de prever. Envió un telegrama a uno de sus empleados en el que decía: «Me opongo realmente a ser vencido por tres nativos hipócritas».
De hecho, los jefes tenían algo valioso que habían protegido de Rhodes y que posteriormente protegerían del dominio indirecto británico. En el siglo XIX, los estados tswanas habían desarrollado un conjunto de instituciones políticas que implicaban dos elementos poco habituales en el África subsahariana: la centralización política y procedimientos de toma de decisiones colectivas que incluso se pueden considerar una forma naciente y primitiva de pluralismo. Igual que la Carta Magna permitió la participación de barones en el proceso de toma de decisiones políticas y fijó ciertas restricciones a las acciones de los monarcas ingleses, las instituciones políticas de los tswanas, sobre todo los kgotlas, también fomentaron la participación política y limitaron a los Jefes. El antropólogo sudafricano Isaac Schapera describe el funcionamiento de los kgotlas de esta forma:
Todas las cuestiones de política tribal se tratan finalmente ante una asamblea general de los hombres adultos en el kgotla del jefe (lugar del consejo). Estas reuniones se celebran muy a menudo [...] Entre los temas tratados, están las disputas tribales, las peleas entre el jefe y sus familiares, el cobro de impuestos nuevos, la realización de nuevas obras públicas, la promulgación de nuevos decretos por parte del jefe[...]. Ya ha pasado alguna vez que la asamblea tribal invalide los deseos del jefe. Como cualquiera puede hablar, estas reuniones le permiten determinar los sentimientos de la gente en general y darles una oportunidad para exponer sus motivos de queja. Si la ocasión así lo requiere, tanto a él como a sus asesores se les puede llamar la atención, porque la gente rara vez tiene miedo de hablar de forma sincera y abierta.
Más allá del kgotla, la jefatura tswana no era estrictamente hereditaria, sino que estaba abierta a cualquier hombre que demostrara un talento y una capacidad significativos. El antropólogo John Comaroff estudió en detalle la historia política de otro de los estados tswanas, el rolong. Expuso que, aunque en apariencia los tswanas tenían reglas claras que estipulaban cómo iba a ser heredada la jefatura, en la práctica estas reglas se interpretaban para eliminar a los malos gobernantes y permitir que los candidatos con talento se convirtieran en jefes. Descubrió que ganar la jefatura era una cuestión de logro, pero que después se racionalizaba para que el competidor de éxito pareciera ser el heredero legítimo. Los tswanas captaron esta idea con un proverbio, con un matiz de monarquía constitucional: Kgosi ke kgosi ka morafe (El rey es rey por la gracia del pueblo).
Los jefes tswanas continuaron con sus intentos de mantener su independencia de Gran Bretaña y conservar sus instituciones indígenas tras su viaje a Londres. Concedieron la construcción del ferrocarril en Bechuanalandia, pero limitaron la intervención de los británicos en otros aspectos de la vida política y económica. No se oponían a la construcción del ferrocarril. Sin duda, no tenían las mismas razones que los monarcas austrohúngaros y los rusos para bloquearla. Se dieron cuenta de que el ferrocarril, como el resto de las políticas de los británicos, no llevaría el desarrollo a Bechuanalandia mientras estuviera bajo el control colonial. La experiencia inicial de Quett Masire, presidente de la Botsuana independiente entre 1980 y 1998, explica por qué. Masire era un agricultor emprendedor en los cincuenta; desarrolló nuevas técnicas de cultivo para el sorgo y encontró un cliente potencial en Vryburg Milling, empresa situada al otro lado de la frontera con Sudáfrica. Fue al jefe de la estación de ferrocarril de Lobatse en Bechuanalandia e intentó alquilar dos vagones para trasladar su cosecha a Vryburg. El jefe de estación se negó. Entonces, consiguió que un amigo blanco interviniera. El jefe de estación aceptó a regañadientes, pero dio a Masire un presupuesto cuatro veces mayor de la tarifa que tenía para los blancos. Masire se rindió y llegó a esta conclusión: «Era la práctica de los blancos, no solamente las leyes que prohibían que los africanos fueran propietarios de tierras de pleno derecho o tuvieran licencias de comercio, lo que hacía que los negros no desarrollaran empresas en Bechuanalandia».
En términos generales, los jefes y el pueblo tswana habían tenido suerte. Quizá contra todo pronóstico, lograron impedir que Rhodes tomara el poder. Como Bechuanalandia todavía era secundaria para los británicos, el establecimiento de un gobierno indirecto allí no creó el tipo de círculo vicioso que se daba en Sierra Leona (capítulo 12). También evitaron el tipo de expansión colonial que se llevó a cabo en el interior de Sudáfrica, que convertiría aquellas tierras en depósitos de mano de obra barata para los mineros o agricultores blancos. Las primeras etapas del proceso de colonización son una coyuntura crítica para la mayoría de las sociedades, un período crucial durante el cual ocurren los acontecimientos que tendrán consecuencias importantes a largo plazo para su desarrollo político y económico. Como comentamos en el capítulo 9, la mayoría de las sociedades del África subsahariana, igual que las de Sudamérica y el sur de Asia, fueron testigos del establecimiento o la intensificación de instituciones extractivas durante la colonización. Los tswanas evitarían tanto el gobierno indirecto intenso como el destino mucho peor que habrían tenido si Rhodes hubiera logrado anexionar sus tierras. Sin embargo, no era un golpe de suerte. De nuevo, era resultado de la interacción entre las instituciones existentes, perfiladas por la deriva institucional del pueblo tswana, y la coyuntura crítica que aportó el colonialismo. Los tres jefes se habían creado su propia suerte al tomar la iniciativa y viajar a Londres, y pudieron hacerlo porque tenían un grado de autoridad poco habitual, en comparación con otros líderes tribales del África subsahariana, debido a la centralización política que las tribus tswanas habían logrado y, quizá, también tuvieran un nivel poco habitual de legitimidad por el mínimo de pluralismo integrado en sus instituciones tribales.
Otra coyuntura crítica a finales del período colonial sería más importante para el éxito de Botsuana y le permitiría desarrollar instituciones inclusivas. En la época en la que Bechuanalandia se hizo independiente, en 1966, bajo el nombre de Botsuana, el éxito afortunado de los jefes Sebele, Bathoen y Khama hacía tiempo que había pasado. En ese período intermedio, los británicos invirtieron poco en Bechuanalandia. Tras la independencia, Botsuana era uno de los países más pobres del mundo; tenía un total de veinte kilómetros de carreteras pavimentadas, veintidós ciudadanos que se habían titulado en la universidad y cien ciudadanos con estudios secundarios. Además, Bechuanalandia estaba prácticamente rodeada por completo por los regímenes blancos de Sudáfrica, Namibia y Rodesia, todos ellos hostiles a países africanos independientes dirigidos por negros. Muy poca gente habría apostado porque este país tuviera posibilidades de prosperar. Sin embargo, durante los siguientes cuarenta y cinco años, Botsuana se convertiría en uno de los países con crecimiento más rápido del mundo. Hoy en día, tiene la renta per cápita más elevada del África subsahariana, y está en el mismo nivel que países prósperos de Europa oriental como Estonia y Hungría y que las naciones latinoamericanas de más éxito, como Costa Rica.
¿Cómo rompió el molde Botsuana? Desarrollando rápidamente instituciones políticas y económicas inclusivas después de la independencia. Desde entonces, ha sido democrática, celebra elecciones regulares y competitivas y nunca ha experimentado una guerra civil ni una intervención militar. El gobierno estableció instituciones económicas que hicieron respetar los derechos de propiedad, garantizaron la estabilidad macroeconómica y fomentaron el desarrollo de una economía de mercado inclusiva. No obstante, evidentemente, una pregunta más complicada es: ¿cómo logró Botsuana establecer una democracia estable e instituciones pluralistas y elegir instituciones económicas inclusivas, mientras que la mayoría de los otros países africanos hicieron lo contrario? Para responder a esta pregunta, tenemos que comprender cómo una coyuntura crítica, esta vez el fin del control colonial, interactuó con las instituciones existentes en Botsuana.
En la mayor parte del África subsahariana, por ejemplo, Sierra Leona y Zimbabue, la independencia fue una oportunidad perdida, acompañada por una recreación del mismo tipo de instituciones extractivas que existieron durante el período colonial. Las etapas iniciales de la independencia se desarrollarían de una forma muy distinta en Botsuana, de nuevo en gran parte debido al trasfondo creado por las instituciones históricas de los tswanas. En este punto, Botsuana mostró muchos paralelismos con Inglaterra en el período previo a la Revolución gloriosa. Inglaterra había logrado una rápida centralización política bajo los Tudor y tenía la Carta Magna y la tradición del Parlamento que, como mínimo, podía aspirar a limitar a los monarcas y garantizar cierto grado de pluralismo. Botsuana también tenía cierto grado de centralización estatal e instituciones tribales relativamente pluralistas que sobrevivieron al colonialismo. En Inglaterra existía una coalición amplia recién formada que incluía comerciantes del Atlántico, industriales y la gentry de mentalidad comercial que estaba a favor del respeto a los derechos de propiedad. La coalición que gobernaba en Botsuana estaba a favor de garantizar derechos de procedimiento, las élites y los jefes tswanas que eran propietarios de la mayoría de los activos de la economía: el ganado. Aunque la tierra fuera de propiedad comunitaria, el ganado era una propiedad privada en los estados tswanas y las élites también estaban a favor de hacer respetar los derechos de propiedad. Todo esto, por supuesto, no niega el devenir circunstancial de la historia. Las cosas habrían sido muy distintas en Inglaterra si los líderes parlamentarios y el nuevo monarca hubieran intentado utilizar la Revolución gloriosa para usurpar el poder. De forma parecida, también habrían sido muy distintas en Botsuana, sobre todo si no hubiera tenido la suerte de beneficiarse de líderes como Seretse Khama o Quett Masire, que decidieron disputarse el poder en elecciones en lugar de subvertir el sistema electoral, como hicieron muchos líderes posteriores a la independencia en el África subsahariana.
En la independencia, los tswanas aparecieron con una historia de instituciones que consagraban la jefatura limitada y algún grado de responsabilidad de los jefes sobre las personas. Evidentemente, los tswanas no eran los únicos de África que tenían instituciones como aquéllas, pero fueron los únicos donde estas instituciones sobrevivieron indemnes al período colonial. El dominio británico prácticamente no había existido. Bechuanalandia se administraba desde Mafeking, en Sudáfrica, y fue solamente durante la transición a la independencia en los sesenta cuando se elaboraron los planes para la capital de Gaborone. La capital y las nuevas estructuras no estaban destinadas a eliminar las instituciones indígenas, sino a construir tomándolas como base; mientras se construía Gaborone, se planificaron nuevos kgotlas.
Además, la independencia se logró de una forma relativamente ordenada. Fue impulsada por el BDP, el Partido Demócrata de Botsuana, fundado en 1960 por Quett Masire y Seretse Khama. Khama era nieto del rey Khama III; su nombre, Seretse, significa «la arcilla que une». Resultaría ser un nombre extraordinariamente acertado. Khama era el jefe hereditario de los ngwatos, y la mayoría de los jefes y las élites tswanas se unieron al Partido Demócrata de Botsuana. Botsuana no tenía juntas de comercialización debido al poco interés que habían tenido los británicos en la colonia. El BDP rápidamente estableció una en 1967, la Comisión de Carne de Botsuana. Sin embargo, en lugar de expropiar a los agricultores, dicha comisión tuvo un papel crucial en el desarrollo de la economía ganadera; puso vallas para controlar la fiebre aftosa y fomentó las exportaciones, lo que contribuiría al desarrollo económico y aumentaría el apoyo a las instituciones económicas inclusivas.
Aunque el crecimiento inicial en Botsuana descansaba en las exportaciones de carne, las cosas cambiaron notablemente cuando se descubrieron diamantes. La gestión de los recursos naturales en Botsuana también era notablemente distinta a la que había en otros países africanos. Durante el período colonial, los jefes tswanas habían intentado bloquear la prospección de minerales en Bechuanalandia porque sabían que, si los europeos descubrían piedras o metales preciosos, se acabaría su autonomía. El primer gran descubrimiento de diamantes se hizo en tierras de los ngwatos, el lugar de procedencia tradicional de Seretse Khama. Antes de anunciar el descubrimiento, Khama instigó un cambio en la ley por la que todos los derechos minerales del subsuelo se concedían a la nación, no a la tribu. Así, se garantizaba que la riqueza de los diamantes no crearía grandes desigualdades en Botsuana. Además, dio un impulso adicional al proceso de centralización estatal ya que los ingresos generados por los diamantes se podían utilizar para construir infraestructuras y la burocracia estatal, y para invertir en educación. En Sierra Leona y muchos otros países del África subsahariana, los diamantes avivaron el conflicto entre distintos grupos y ayudaron a mantener guerras civiles, ganando la etiqueta de diamantes de sangre por la matanza que provocaban las guerras por su control. En cambio, en Botsuana, los ingresos generados por los diamantes se gestionaron para el bien de la nación.
El cambio en los derechos minerales del subsuelo no fue la única política de construcción estatal que implantó el gobierno de Seretse Khama. En última instancia, la ley de jefatura de 1965 aprobada por la asamblea legislativa antes de la independencia y la ley de enmienda de la jefatura de 1970 continuarían el proceso de centralización política, consagrando el poder del Estado y el presidente electo, retirando a los jefes el derecho a asignar tierra y posibilitando retirar a un jefe del cargo en caso necesario. Otra faceta de la centralización política fue el esfuerzo de unificar más el país, por ejemplo, con legislación que garantizara que, en la escuela, solamente se enseñaran setswana e inglés. Hoy en día, Botsuana parece un país homogéneo, sin la fragmentación étnica y lingüística asociada con muchos otros países africanos. Sin embargo, este resultado se consiguió mediante la política de enseñar en el colegio solamente el inglés y una única lengua nacional, el setswana, para minimizar el conflicto entre distintas tribus y grupos dentro de la sociedad. El último censo en el que se hacían preguntas sobre etnicidad se realizó en 1946, y reveló una heterogeneidad considerable en Botsuana. En la reserva ngwato, por ejemplo, solamente el 20 por ciento de la población se identificó como ngwato pura; aunque había otras tribus tswanas presentes, también había muchos grupos no tswanas cuya primera lengua no era el setswana. Esta heterogeneidad subyacente ha sido modulada tanto por las políticas del gobierno posterior a la independencia como por las instituciones relativamente inclusivas de las tribus tswanas de la misma forma que la heterogeneidad de Gran Bretaña, por ejemplo, entre el inglés y el galés, ha sido modulada por el Estado británico. El Estado de Botsuana hizo lo mismo. Desde la independencia, el censo de Botsuana nunca ha preguntado sobre la heterogeneidad étnica porque, en Botsuana, todo el mundo es tswana.
Botsuana logró tasas de crecimiento notables después de la independencia porque Seretse Khama, Quett Masire y el Partido Demócrata de Botsuana llevaron al país por un camino de instituciones políticas y económicas inclusivas. Cuando llegaron los diamantes abundantemente en los setenta, no condujeron a la guerra civil, sino que proporcionaron una base fiscal fuerte para el gobierno, que utilizaría los ingresos para invertir en servicios públicos. Había muchos menos incentivos para desafiar o derrocar al gobierno y controlar el Estado. Las instituciones políticas inclusivas generaron estabilidad política y apoyaron a las instituciones económicas inclusivas. Siguiendo un patrón que resulta familiar por el círculo virtuoso descrito en el capítulo 11, las instituciones económicas inclusivas aumentaron la viabilidad y la duración de las instituciones políticas inclusivas.
Botsuana rompió el molde porque pudo aprovechar una coyuntura crítica, la independencia poscolonial, y establecer instituciones inclusivas. El Partido Demócrata de Botsuana y las élites tradicionales, incluso el propio Khama, no intentaron crear un régimen dictatorial ni instituciones extractivas que los podrían haber enriquecido a costa de la sociedad. Fue un caso más de interacción entre una coyuntura crítica y las instituciones existentes. Como hemos visto, a diferencia de prácticamente cualquier otro lugar del África subsahariana, Botsuana ya tenía instituciones tribales que habían logrado cierto grado de autoridad centralizada y que poseían importantes características pluralistas. Además, el país contaba con élites económicas que tenían mucho que ganar si se garantizaban los derechos de propiedad.
No menos importante es el hecho de que el devenir circunstancial de la historia funcionó a favor de Botsuana. Fue tremendamente afortunada porque Seretse Khama y Quett Masire no eran Siaka Stevens ni Robert Mugabe. Khama y Masire trabajaron tenaz y honradamente para construir instituciones inclusivas sobre la base de las instituciones tribales de los tswanas. Todo esto aumentó la probabilidad de que Botsuana lograra emprender el camino hacia las instituciones inclusivas, mientras que gran parte del resto del África subsahariana ni siquiera lo intentó, o fracasó rotundamente.
El fin de la extracción del sur.
Era el 1 de diciembre de 1955 en la ciudad de Montgomery (Alabama) según la orden de detención, la hora en la que se produjo el delito fueron las 18.06. James Blake, conductor de autobús, tenía problemas, llamó a la policía, y los agentes Day y Mixon llegaron al lugar de los hechos. Apuntaron lo siguiente en su informe:
Recibimos una llamada. Al llegar al lugar de los hechos, el conductor del autobús dijo que había una mujer de color sentada en la parte para blancos del vehículo y que no se quería ir. Nosotros también la vimos. El conductor del autobús firmó una orden de detención contra ella. Rosa Parks (cf.) fue acusada de infringir el capítulo 6, artículo 11, del Código de la ciudad de Montgomery.
Rosa Parks se sentó en la parte del bus de Cleveland Avenue reservada para los blancos, lo que, según las leyes de Jim Crow de Alabama, era un delito. Le pusieron una multa de 10 dólares además de los dólares por las costas judiciales. Pero no era una mujer anónima, sino la secretaria de la sección del NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) de Montgomery, que hacía tiempo que luchaba para cambiar las instituciones del Sur de Estados Unidos. Su detención activó un movimiento masivo, el boicot al bus de Montgomery, ideado por Martin Luther King Jr. El 3 de diciembre, King y otros líderes negros habían organizado un boicot coordinado a los autobuses, tras convencer a todos los negros de que no cogieran ningún autobús de Montgomery. El boicot tuvo éxito y duró hasta el 20 de diciembre de 1956. Puso en marcha un proceso que culminó en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que decidió que las leyes de segregación en los autobuses de Alabama y Montgomery eran inconstitucionales.
El boicot al bus de Montgomery fue un momento clave en el movimiento por los derechos civiles del Sur de Estados Unidos. Este movimiento formaba parte de una serie de acontecimientos y cambios que finalmente rompieron el molde en el Sur y condujeron a un cambio fundamental de las instituciones. Como vimos en el capítulo 12, tras la guerra civil las élites terratenientes del Sur consiguieron recrear las instituciones políticas y económicas extractivas que habían dominado en este territorio antes de la guerra civil. Aunque algunos detalles de aquellas instituciones hubieran cambiado —por ejemplo, ya no era posible la esclavitud—, el impacto negativo en los incentivos económicos y la prosperidad del Sur era el mismo. Era notablemente más pobre que el resto de Estados Unidos.
A partir de los cincuenta, las instituciones del Sur empezarían a impulsar una trayectoria de crecimiento mucho mayor en la región. Por último, el tipo de instituciones extractivas eliminadas en el Sur de Estados Unidos fue distinto de las instituciones coloniales anteriores a la independencia de Botsuana. La clase de coyuntura crítica que inició el proceso de su caída también fue diferente, aunque tuvo algunos puntos en común. A partir de los años cuarenta, quienes sufrieron las consecuencias de la discriminación y las instituciones extractivas en el Sur, como Rosa Parks, empezaron a organizarse mucho mejor para luchar en su contra. Al mismo tiempo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos y el gobierno federal finalmente empezaron a intervenir sistemáticamente para reformar las instituciones extractivas en el Sur. Por lo tanto, un factor principal que creó una coyuntura crítica para el cambio en el Sur fue la cesión de poderes de los norteamericanos negros allí y el fin del dominio indiscutido de las élites del Sur.
Las instituciones políticas del Sur, antes y después de la guerra civil, tenían una lógica económica clara, no muy distinta del régimen del apartheid sudafricano: garantizar mano de obra barata para las plantaciones. Sin embargo, en los cincuenta, esta lógica pasó a ser menos evidente. Se inició una importante emigración externa de negros del Sur debido a la Gran Depresión y a la segunda guerra mundial. En los años cuarenta y cincuenta, dicha emigración era de cien mil personas de media al año. Al mismo tiempo, la innovación tecnológica en la agricultura, aunque se adoptara despacio, reducía la dependencia de los propietarios de plantaciones de mano de obra barata. La mayor parte de ésta se utilizaba para recoger algodón. En 1950, prácticamente todo el algodón del sur todavía se recogía a mano. No obstante, la mecanización de la recogida del algodón reducía la demanda de este tipo de trabajo. En 1960, en los estados clave de Alabama, Luisiana y Misisipi, casi la mitad de la producción se había mecanizado. Al mismo tiempo que los negros eran más difíciles de atrapar en el sur, también dejaron de ser indispensables para los dueños de las plantaciones. Por lo tanto, había menos razones para que las élites lucharan con fuerza para mantener las viejas instituciones económicas extractivas. Sin embargo, esto no significó que las élites estuvieran dispuestas a aceptar cambios en las instituciones, ya que hubo un conflicto prolongado. Una coalición poco habitual, entre los negros del sur y las instituciones federales inclusivas de Estados Unidos, creó una fuerza potente lejos de la extracción sureña y hacia la igualdad de derechos políticos y civiles para los negros del Sur, que finalmente eliminaron las importantes barreras para el crecimiento económico en el sur de Estados Unidos.
El impulso más importante para el cambio procedió del movimiento por los derechos civiles. Fue la cesión de poderes a los negros del Sur lo que marcó el camino, como en Montgomery, desafiando a las instituciones extractivas alrededor de ellos, exigiendo sus derechos y protestando y movilizándose para obtenerlos. No obstante, no estaban solos en eso, porque el Sur de Estados Unidos no era un país separado y las élites sureñas no tenían carta blanca como las élites guatemaltecas, por ejemplo. Al formar parte de Estados Unidos, el Sur estaba sujeto a la Constitución estadounidense y a la legislación federal. La causa para la reforma fundamental en el Sur recibiría finalmente apoyo de los poderes ejecutivo y legislativo y del Tribunal Supremo de Estados Unidos, en parte porque el movimiento por los derechos civiles fue capaz de hacer oír su voz fuera del Sur, con lo que movilizó al gobierno federal.
La intervención federal para cambiar las instituciones en el Sur empezó con la decisión del Tribunal Supremo, en 1944, de que las elecciones primarias a las que solamente se podían presentar blancos eran inconstitucionales. Como hemos visto, los negros habían sido privados políticamente del derecho a voto en la última década del siglo XIX por el uso de impuestos al sufragio y las pruebas de alfabetización (capítulo 12). Estas pruebas se manipulaban sistemáticamente para discriminar a la población negra, a la vez que se dejaba votar a los blancos pobres y analfabetos. En un famoso ejemplo de principios de los sesenta, en Luisiana, un solicitante blanco fue considerado alfabetizado tras responder «Frdum foof spetgh» a una pregunta sobre la Constitución del estado. La decisión del Tribunal Supremo de 1944 fue la salva inicial en la larga batalla para abrir el sistema político a los negros, y el Tribunal comprendió la importancia de flexibilizar el control blanco de los partidos políticos.
Tras aquella decisión, se dio el caso «Brown contra la Junta de educación» en 1954, en el que el Tribunal Supremo falló que la segregación establecida por el estado en escuelas y otros lugares públicos era inconstitucional. En 1962, el Tribunal echó por tierra otro pilar del dominio político de las élites blancas: la mala distribución legislativa. Cuando una legislatura tiene una mala distribución, como en los «burgos podridos» de Inglaterra antes de la Primera Ley de Reforma, algunas áreas o regiones reciben una representación mucho mayor de la que deberían en función de su cuota de población pertinente. La mala distribución en el Sur significaba que las áreas rurales, el corazón de la élite sureña de plantadores, estaban fuertemente sobrerrepresentadas en relación con las áreas urbanas. El Tribunal Supremo puso fin a esta situación en 1962 con su decisión en el caso «Baker contra Carr», que introdujo el criterio de «una persona, un voto».
Todas las decisiones del Tribunal Supremo habrían sido papel mojado si no se hubieran implantado. De hecho, en la última década del siglo XIX, la legislación federal que concedía el voto a los negros sureños no se implantó porque la aplicación de la ley local estaba bajo el control de la élite sureña y el Partido Demócrata, y el gobierno federal estaba encantado de que continuara aquella situación. Sin embargo, cuando los negros empezaron a alzarse contra la élite sureña, este bastión de apoyo a las leyes de Jim Crow se derrumbó, y el Partido Demócrata, dirigido por sus elementos no sureños, se volvió contra la segregación racial. Los demócratas sureños renegados se reagruparon bajo el estandarte del States’ Rights Democratic Party y compitieron en las elecciones presidenciales de 1948. Su candidato, Strom Thurmond, consiguió ganar en cuatro estados y logró 39 votos en el colegio electoral. Pero estaba muy lejos del poder del Partido Demócrata unificado en la política nacional y de la atracción de ese partido por parte de las élites sureñas. La campaña de Strom Thurmond se centró en este reto para la capacidad del gobierno federal de intervenir en las instituciones del Sur. Afirmaba su posición con firmeza: «Quiero decirles, señoras y caballeros, que no hay suficientes tropas en el ejército para obligar a la gente del Sur a romper con la segregación y admitir a la raza negra en nuestros teatros, en nuestras piscinas, en nuestras casas, en nuestros hogares y en nuestras iglesias».
Le demostraron que se equivocaba. Las decisiones del Tribunal Supremo significaron que los centros educativos sureños tenían que eliminar la segregación, incluso la Universidad de Misisipi en Oxford. En 1962, tras una larga batalla legal, los tribunales federales decidieron que James Meredith, un joven negro y veterano de las fuerzas aéreas, tenía que ser admitido en dicha universidad. La oposición a la implantación de esta decisión fue orquestada por los denominados Consejos de Ciudadanos, el primero de los cuales se había formado en Indianola (Misisipi), en 1954, para luchar contra la eliminación de la segregación del Sur. El gobernador estatal Ross Barnett rechazó públicamente la eliminación de la segregación ordenada por el Tribunal en la televisión el 13 de setiembre, y anunció que las universidades estatales cerrarían antes de aceptar que se eliminara la segregación. Finalmente, tras muchas negociaciones entre Barnett, el presidente John Kennedy y el fiscal general Robert Kennedy en Washington, el gobierno federal intervino por la fuerza para implantar dicha decisión. Se fijó un día en el que los marshals estadounidenses llevarían a James Meredith a la Universidad de Misisipi en Oxford. Anticipándose a los acontecimientos, los defensores de la supremacía blanca se empezaron a organizar. El 30 de setiembre, el día antes de que James Meredith apareciera, los marshals estadounidenses entraron en el campus de la universidad y rodearon el edificio principal de la administración. Una multitud de alrededor de dos mil quinientos personas llegaron para protestar y, al poco tiempo, se inició un disturbio. Los marshals utilizaron gas lacrimógeno para dispersar a los alborotadores, pero, al poco tiempo, fueron atacados. A las diez de la noche, se enviaron tropas federales para restablecer el orden. Al poco tiempo, había veinte mil soldados y once mil guardias nacionales en Oxford (Misisipi). En total, trescientas personas fueron detenidas. James Meredith decidió quedarse en el campus, donde, protegido de las amenazas de muerte por trescientas soldados y marshals estadounidenses, finalmente se graduó.
La legislación federal fue crucial en el proceso de reforma institucional del Sur. Durante la aprobación de la primera ley de derechos civiles de 1957, Strom Thurmond, entonces senador, habló sin parar durante veinticuatro horas y dieciocho minutos para evitar o, como mínimo, retrasar, la aprobación de la ley. Durante su discurso, leyó desde la Declaración de Independencia hasta varios listines telefónicos. Pero todo fue en vano. La ley de 1957 culminó en la ley de derechos civiles de 1964 al declarar la ilegalidad de un conjunto de prácticas y leyes estatales segregacionistas. La ley de derecho al voto de 1965 declaró ilegales las pruebas de alfabetización, los impuestos al sufragio y otros métodos utilizados para privar del derecho al voto a los negros del Sur. Además, amplió el control federal de las elecciones estatales.
El impacto de todos estos acontecimientos fue un cambio significativo en las instituciones económicas y legales del Sur. En Misisipi, por ejemplo, solamente alrededor del 5 por ciento de los negros que reunían los requisitos necesarios votaban en 1960. En 1970, la cifra había aumentado al 50 por ciento. En Alabama y Carolina del Sur, pasó de alrededor del 10 por ciento en 1960 al 50 por ciento en 1970. Estos patrones cambiaron la naturaleza de las elecciones, para cargos tanto locales como nacionales. Un elemento más importante fue la debilitación del apoyo político del Partido Demócrata dominante a las instituciones extractivas que discriminaban a los negros. Así, se abrió la puerta a una serie de cambios en las instituciones económicas. Antes de las reformas institucionales de los sesenta, los negros habían estado prácticamente excluidos del todo de los trabajos en las fábricas textiles. En 1960, solamente alrededor del 5 por ciento de los empleados de las fábricas textiles del Sur eran negros. La legislación de derechos civiles detuvo esta discriminación. En 1970, esta proporción había aumentado al 15 por ciento; en 1990, era del 25 por ciento. La discriminación económica de los negros empezó a disminuir, las oportunidades educativas para ellos mejoraron significativamente, y el mercado de trabajo sureño se hizo más competitivo. Junto con las instituciones inclusivas llegaron mejoras económicas más rápidas en el Sur. En 1940, los estados del sur tenían solamente el 50 por ciento del nivel de renta per cápita de Estados Unidos. Esto empezó a cambiar a finales de los años cuarenta y cincuenta. En 1990, la brecha prácticamente había desaparecido.
Igual que en Botsuana, la clave en el Sur de Estados Unidos fue el desarrollo de instituciones políticas y económicas inclusivas. Dicho desarrollo se produjo gracias a la yuxtaposición del descontento creciente de los negros que sufrían bajo las instituciones extractivas sureñas y el desmoronamiento del dominio de un partido único, el Partido Demócrata, en el Sur. Una vez más, las instituciones existentes marcaron el camino del cambio. En este caso, fue crucial que las instituciones sureñas estuvieran bajo el paraguas de las instituciones federales de Estados Unidos, lo que permitió que los negros sureños finalmente movilizaran a las instituciones y al gobierno federal para su causa. Todo el proceso también fue facilitado por el hecho de que, con la emigración masiva de negros desde el Sur y la mecanización de la producción del algodón, las condiciones económicas habían cambiado tanto que las élites sureñas estaban menos dispuestas a oponer resistencia.
El renacimiento de China.
El Partido Comunista dirigido por Mao Zedong finalmente derrocó a los nacionalistas liderados por Chiang Kai Shek, en 1949, y la República Popular China fue proclamada el 1 de octubre. Las instituciones políticas y económicas creadas después de 1949 eran muy extractivas. Desde el punto de vista político, suponían la dictadura del Partido Comunista chino. Desde entonces, no se ha permitido la existencia de ninguna otra organización política en China. Hasta su muerte en 1976, Mao dominó por completo el Partido Comunista y el gobierno. Acompañando a estas instituciones políticas autoritarias y extractivas había instituciones económicas muy extractivas. Mao nacionalizó de inmediato la tierra y abolió todo tipo de derechos de propiedad de un plumazo. Mandó ejecutar a los terratenientes y a otros segmentos que consideró que estaban contra el régimen. La economía de mercado fue básicamente abolida. La población de las zonas rurales fue organizada paulatinamente en granjas comunales. El dinero y los sueldos fueron sustituidos por «puntos de trabajo» que se podían cambiar por productos. Se introdujeron los pasaportes internos en 1956 y se prohibió viajar sin la autorización necesaria, para aumentar así el control político y económico. Toda la industria se nacionalizó de forma similar y Mao lanzó un proyecto ambicioso para fomentar el rápido desarrollo de la industria mediante planes quinquenales que seguían el modelo soviético.
Como sucede con todas las instituciones extractivas, el régimen de Mao intentaba extraer recursos del vasto país que controlaba. Igual que en el caso del gobierno de Sierra Leona con sus juntas de comercialización, el Partido Comunista chino tenía el monopolio de la venta de productos como el arroz y los cereales, que se utilizaba para cobrar impuestos elevados a los agricultores. Los intentos de industrialización dieron paso al famoso Gran Salto Adelante después de 1958 con el desarrollo del segundo plan quinquenal. Mao anunció que la producción de acero se doblaría en un año mediante altos hornos a pequeña escala. Afirmó que, en quince años, China alcanzaría el nivel de producción de acero de Gran Bretaña. El único problema era que no había una forma factible de cumplir aquellos objetivos. Para cumplirlos, había que encontrar chatarra, y la gente tendría que fundir sus ollas y sartenes e incluso sus instrumentos agrícolas como azadas y arados. Los trabajadores que deberían haber estado ocupándose de los campos estaban fabricando acero con sus arados y, por lo tanto, destruyendo su futura capacidad para alimentarse a sí mismos, a sus familias y al país. El resultado fue una desastrosa hambruna en el campo chino. Aunque los estudiosos debaten el papel de la política de Mao del impacto de las sequías que tuvieron lugar al mismo tiempo, nadie duda del papel crucial que tuvo el Gran Salto Adelante en la muerte de entre veinte y cuarenta millones de personas. No sabemos con precisión cuántas, porque la China de Mao no registraba las cifras que habrían documentado las atrocidades. La renta per cápita cayó alrededor de una cuarta parte.
Una consecuencia del Gran Salto Adelante fue que un destacado miembro del Partido Comunista, Deng Xiaoping, general con mucho éxito durante la revolución, que dirigió una campaña «antiderechista» que dio como resultado la ejecución de muchos «enemigos de la revolución», tuvo un cambio de actitud. En una conferencia en Guangzhou, en el sur de China, en 1961, Deng argumentó: «No importa si el gato es blanco o negro; si caza ratones, es un buen gato». No importaba si las políticas parecían comunistas o no; China necesitaba políticas que fomentaran la producción para poder alimentar a su pueblo.
Sin embargo, Deng pronto sufriría por su reciente sentido práctico. El 16 de mayo de 1966, Mao anunció que la revolución estaba amenazada por intereses «burgueses» que minaban la sociedad comunista china y que deseaban recrear el capitalismo. Su respuesta fue anunciar la gran revolución cultural proletaria, conocida habitualmente como Revolución cultural. Esta revolución se basaba en dieciséis puntos. El primero afirmaba:
Aunque la burguesía haya sido derrocada, todavía intenta utilizar las viejas ideas, cultura, costumbres y hábitos de las clases explotadoras para corromper a las masas, captar su mente y orquestar su regreso. El proletariado debe hacer justo lo contrario: debe enfrentarse directamente a todos los retos de la burguesía en el terreno ideológico y utilizar las nuevas ideas, cultura, costumbres y hábitos del proletariado para cambiar la mentalidad del conjunto de la sociedad. Actualmente, nuestro objetivo es luchar contra las personas que ostentan la autoridad y derrotarlas, puesto que toman el camino del capitalismo. Debemos criticar y repudiar a las autoridades académicas burguesas reaccionarias y la ideología de la burguesía y todo el resto de las clases explotadoras y transformar la educación, la literatura, y el arte y todos los demás elementos de la superestructura que no se corresponden con la base económica socialista, para facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema socialista.
Al poco tiempo, la Revolución cultural, igual que el Gran Salto Adelante, empezaría a destrozar tanto la economía como muchas vidas humanas. Se formaron unidades de guardias rojos por todo el país: miembros jóvenes y entusiastas del Partido Comunista que se utilizaron para purgar a oponentes del régimen. Muchas personas fueron asesinadas, detenidas o enviadas a un exilio interno. El propio Mao respondió así a las quejas por el alcance de aquella violencia: «Ese hombre, Hitler, era todavía más atroz. Cuanto más atroz, mejor, ¿no crees? Cuanta más gente matas, más revolucionario eres».
Deng fue etiquetado como «seguidor del camino capitalista número dos», fue encarcelado en 1967 y después enviado al exilio a la provincia de Jiangxi en 1969, para trabajar en una fábrica de tractores agrícolas. Fue rehabilitado en 1974, y el primer ministro Zhou Enlai convenció a Mao para que nombrara a Deng viceprimer ministro. Ya en 1975, Deng supervisó la redacción de tres documentos del Partido que habrían hecho que el país tomara un nuevo rumbo, si hubieran sido adoptados. Exigían la revitalización de la educación superior; la vuelta a los incentivos materiales en la industria y la agricultura, y la eliminación de los «izquierdistas» del Partido. En aquel momento, la salud de Mao se estaba deteriorando y el poder estaba cada vez más concentrado en manos precisamente de los izquierdistas que Deng Xiaoping quería apartar del poder. La mujer de Mao, Jiang Qing, y tres de sus más estrechos colaboradores, conocidos colectivamente como la Banda de los Cuatro, habían sido grandes partidarios de la Revolución cultural y la represión resultante. Su intención era continuar utilizando aquel proyecto para dirigir el país bajo la dictadura del Partido Comunista. El 5 de abril, una celebración espontánea en honor de Zhou Enlai en la plaza de Tiananmen se convirtió en una protesta en contra del gobierno. La Banda de los Cuatro culpó a Deng por las manifestaciones, y, de nuevo, fue despedido y le despojaron de todos sus cargos. En lugar de lograr eliminar a los izquierdistas, Deng vio que ellos le habían eliminado a él. Tras la muerte de Zhou Enlai, Mao había nombrado a Hua Guofeng como primer ministro interino en lugar de Deng. En el vacío de poder relativo de 1976, Hua fue capaz de acumular mucho poder personal.
En setiembre, se produjo una coyuntura crítica: Mao murió. El Partido Comunista chino había estado bajo el dominio de Mao, y el Gran Salto Adelante y la Revolución cultural habían sido, en gran medida, iniciativas suyas. Con la desaparición de Mao, hubo un verdadero vacío de poder, que dio como resultado una lucha entre quienes tenían distintas visiones y distintas creencias sobre las consecuencias del cambio. La Banda de los Cuatro tenía la intención de continuar con las políticas de la Revolución cultural porque consideraba que era la única forma de consolidar su poder y el del Partido Comunista. Hua Guofeng quería abandonar la Revolución cultural, pero no se podía distanciar demasiado de ella, porque le debía su propio ascenso en el Partido. Finalmente, defendió una vuelta a una versión más equilibrada de la visión de Mao, que resumió en la famosa frase de «todas aquellas», como dijo en el Diario del Pueblo, el periódico del Partido Comunista chino en 1977. Hua afirmó: «Defenderemos con firmeza todas aquellas decisiones políticas tomadas por el presidente Mao, y respetaremos de principio a fin y sin vacilar todas aquellas instrucciones dadas por el presidente Mao».
Deng Xiaoping no quería abolir el régimen comunista y sustituirlo por mercados inclusivos más de lo que lo quería Hua. Él también formaba parte del mismo grupo de personas que lograron el poder gracias a la revolución comunista. Sin embargo, él y sus partidarios pensaron que se podía lograr un desarrollo económico significativo sin poner en peligro su control político: tenían un modelo de crecimiento bajo instituciones políticas extractivas que no amenazaría su poder, porque la población china tenía una necesidad desesperada de mejorar su nivel de vida y porque toda la oposición importante al Partido Comunista había sido eliminada durante el reinado de Mao y la Revolución cultural. Para conseguirlo, querían repudiar no solamente la Revolución cultural, sino también gran parte del legado institucional maoísta. Se dieron cuenta de que el crecimiento económico solamente sería posible con cambios significativos hacia instituciones económicas inclusivas. Por lo tanto, querían reformar la economía y reforzar el papel de los incentivos y las fuerzas del mercado. También querían ampliar las posibilidades de la propiedad privada y reducir el papel del Partido Comunista en la sociedad y la administración, deshaciéndose de conceptos como la lucha de clases. El grupo de Deng también estaba abierto a la inversión extranjera y al comercio internacional, y quería llevar a cabo una política mucho más agresiva de integración en la economía internacional. No obstante, había límites, y construir instituciones económicas realmente inclusivas y reducir significativamente el control que el Partido Comunista tenía en la economía ni siquiera eran opciones.
El punto de inflexión para China fue el poder de Hua Guofeng y su voluntad de utilizarlo contra la Banda de los Cuatro. Un mes después de la muerte de Mao, Hua organizó un golpe contra la Banda de los Cuatro y ordenó que los detuvieran a todos. Además, Deng volvió a su antiguo cargo en marzo de 1977. Tampoco había nada inevitable en estos cambios ni en los siguientes pasos significativos, que dieron como resultado que el propio Hua fuera superado tácticamente en el terreno político por Deng Xiaoping. Deng fomentó la crítica pública de la Revolución cultural y empezó a llenar puestos clave del Partido Comunista a todos los niveles con personas que, como él, habían sufrido durante aquel período. Hua no podía repudiar la Revolución cultural y eso le debilitaba. Además, en comparación con los demás, era un recién llegado a los centros del poder, y carecía de la red de conexiones y relaciones informales que Deng había construido durante muchos años. En una serie de discursos, Deng empezó a criticar las políticas de Hua. En setiembre de 1978, atacó explícitamente la política de las «todas aquellas», señalando que en lugar de dejar que cualquier cosa que dijera Mao determinara la política, el enfoque correcto era «buscar la verdad de los hechos».
Deng también empezó a llevar la presión pública contra Hua de forma brillante. Esta presión se reflejó sobre todo en el movimiento denominado Muro de la Democracia de 1978: la gente escribía quejas sobre el país en un muro de Pekín. En julio de 1978, uno de los partidarios de Deng, Hu Qiaomu, presentó algunos principios básicos de la reforma económica. Éstos incluían ideas como que las empresas debían recibir una mayor iniciativa y autorización para tomar sus propias decisiones de producción. Se debía permitir que los precios conectaran la oferta y la demanda, en lugar de ser fijados por el gobierno, y había que reducir en general la regulación de la economía por parte del Estado. Eran sugerencias radicales, pero Deng estaba consiguiendo influencia. En noviembre y diciembre de 1978, la III Sesión Plenaria del Comité Central del XI Congreso del Partido produjo un avance. A pesar de las objeciones de Hua, se decidió que, en adelante, el Partido se centraría no en la lucha de clases, sino en la modernización económica. La sesión plenaria anunció algunos experimentos provisionales con un «sistema de responsabilidad doméstica» en algunas provincias, que era un intento de reanudar la agricultura colectiva e introducir incentivos económicos en la agricultura. Al año siguiente, el Comité Central reconoció lo crucial que era la noción de «buscar la verdad en los hechos» y declaró que la Revolución cultural había sido una gran calamidad para el pueblo chino. Durante este período, Deng garantizó la designación de sus propios partidarios para cargos importantes del Partido, el ejército y el gobierno. Aunque tenía que moverse con sigilo contra los partidarios de Hua en el Comité Central, creó bases de poder paralelas. En 1980, obligaron a Hua a dejar el cargo de primer ministro, para ser reemplazado por Zhao Ziyang. En 1982, Hua había sido apartado del Comité central. Sin embargo, Deng no se detuvo allí. En el XII Congreso del Partido en 1982, y, posteriormente, en la Conferencia Nacional del Partido en setiembre de 1985, logró una reorganización prácticamente total del liderazgo del Partido y los cargos más elevados. Llegó gente mucho más joven y reformista. Si se compara 1980 con 1985, en ese período se cambiaron veintiuno de los veintiséis miembros del Politburó, ocho de los once miembros de la Secretaría del Partido Comunista y diez de los dieciocho viceprimeros ministros.
Una vez que Deng y los reformistas habían consumado su revolución política y tenían el control del Estado, impulsaron una serie de cambios en las instituciones económicas. Empezaron por la agricultura. En 1983, siguiendo las ideas de Hu Qiaomu, se adoptó universalmente el sistema de responsabilidad doméstica, que proporcionaría incentivos económicos a los agricultores. En 1985, la compra obligatoria de cereales por parte del Estado fue abandonada y sustituida por un sistema de contratos más voluntarios. El control administrativo de los precios agrícolas se relajó fuertemente en 1985. En la economía urbana, las empresas estatales recibieron más autonomía, se identificaron catorce «ciudades abiertas» y se les dio la capacidad para atraer inversión extranjera.
Fue la economía rural la que despegó primero. La introducción de incentivos condujo a un aumento espectacular de la productividad agrícola. En 1984, la producción de cereales fue un 33 por ciento superior a la de 1978, aunque pocas personas trabajaban en este sector. Muchas habían pasado a ocupar puestos en nuevas industrias rurales, las denominadas empresas de poblados y aldeas. Se las había permitido crecer fuera del sistema de planificación industrial estatal después de 1979, cuando se aceptó que pudieran entrar nuevas empresas y competir con las que eran propiedad del Estado. Poco a poco, se introdujeron también incentivos en el sector industrial, sobre todo en el funcionamiento de empresas dirigidas por el Estado, aunque, en esta etapa, no había el mínimo indicio de privatización, que tuvo que esperar hasta mediados de los noventa.
El renacimiento de China llegó con un alejamiento significativo de las instituciones económicas más extractivas, que pasaron a ser más inclusivas. Los incentivos del mercado en la agricultura y la industria, seguidos después por la tecnología y la inversión extranjeras, condujeron a China al crecimiento económico. Como veremos con más detalle en el siguiente capítulo, era un crecimiento bajo instituciones políticas extractivas, aunque no fueran tan represivas como lo fueron durante la Revolución cultural e incluso si las instituciones económicas estaban llegando a ser parcialmente inclusivas. Todo esto no debería llevar a subestimar hasta qué punto los cambios de las instituciones económicas de China fueron radicales. China rompió el molde, aunque no transformara sus instituciones políticas. Igual que en Botsuana y el Sur de Estados Unidos, los cambios cruciales se dieron durante una coyuntura crítica —en el caso de China, tras la muerte de Mao—. También fueron contingentes, de hecho, muy circunstanciales, ya que no había nada inevitable en el hecho de que la Banda de los Cuatro perdiera la lucha de poder; y, si no hubieran perdido, China no habría experimentado el crecimiento económico sostenido que ha tenido durante los últimos treinta años. Sin embargo, la devastación y el sufrimiento humano que causaron el Gran Salto Adelante y la Revolución cultural generaron suficiente demanda de cambio para que Deng Xiaoping y sus aliados fueran capaces de ganar la batalla política.
Botsuana, China y el Sur de Estados Unidos, igual que la Revolución gloriosa en Inglaterra, la Revolución francesa y la restauración Meiji en Japón, son ejemplos claros de que historia no es sinónimo de destino. A pesar del círculo vicioso, las instituciones extractivas pueden ser sustituidas por instituciones inclusivas. Sin embargo, no es algo automático ni fácil. Suele ser necesario que haya una confluencia de factores, sobre todo una coyuntura crítica, acompañada de una amplia coalición de los que exigen reformas u otras instituciones existentes propicias, para que una nación avance para lograr instituciones inclusivas. También es clave la suerte, porque la historia siempre se desarrolla de manera circunstancial.