5. «He visto el futuro, y funciona»: el crecimiento bajo instituciones extractivas.
He visto el futuro.
Las diferencias institucionales son fundamentales para explicar el desarrollo económico a lo largo de los tiempos. No obstante, dado que la mayoría de las sociedades de la historia se basan en instituciones políticas y económicas extractivas, ¿implica esto que nunca aparece el crecimiento económico? Evidentemente no. Las instituciones extractivas, por su propia lógica, deben crear riqueza para que ésta pueda ser extraída. Un gobernante que monopoliza el poder político y que controla un Estado centralizado puede introducir cierto grado de ley y orden y un sistema de regulaciones y estimular la actividad económica.
Sin embargo, la naturaleza del desarrollo bajo instituciones extractivas es diferente de la del que se obtiene mediante instituciones inclusivas. Lo más importante es que no será un desarrollo sostenible que implique un cambio tecnológico, sino que estará basado en las tecnologías existentes. La trayectoria económica de la Unión Soviética proporciona un ejemplo claro de cómo la autoridad y los incentivos proporcionados por el Estado pueden dirigir un desarrollo económico rápido con instituciones extractivas y cómo este tipo de crecimiento, en última instancia, llega a su fin y se hunde.
La primera guerra mundial había acabado y las potencias vencedoras y vencidas se reunieron en el gran palacio de Versalles, a las afueras de París, para decidir los parámetros de la paz. Uno de los asistentes destacados era Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos. Resulta destacable que no hubiera ninguna representación de Rusia. El viejo régimen zarista había sido derrocado por los bolcheviques en octubre de 1917. La guerra civil enfrentaba encarnecidamente a los rojos (bolcheviques) y a los blancos. Los ingleses, los franceses y los estadounidenses habían enviado una fuerza expedicionaria para luchar contra los bolcheviques. Una comisión dirigida por un joven diplomático, William Bullitt, y el veterano intelectual y periodista Lincoln Steffens fue enviada a Moscú para celebrar una reunión con Lenin y tratar de comprender las intenciones de los bolcheviques. Steffens se había hecho un nombre como iconoclasta, como periodista especializado en destapar escándalos que había denunciado sistemáticamente los males del capitalismo en Estados Unidos. Estuvo en Rusia durante la Revolución. Su presencia tenía como objetivo hacer que la misión pareciera creíble y no demasiado hostil. La misión volvió con un esbozo de oferta de Lenin sobre qué implicaría la paz con la Unión Soviética recientemente creada. Steffens estaba asombrado por lo que consideró un gran potencial del régimen soviético.
«La Rusa soviética —recordaba en su biografía de 1931— era un gobierno revolucionario con un plan evolucionario. Su plan no era acabar con males como la pobreza y la riqueza, la corrupción, los privilegios, la tiranía y la guerra mediante la acción directa, sino buscar y eliminar sus causas. Habían fijado una dictadura, apoyada por una minoría pequeña y entrenada, para que hiciera la reordenación científica de las fuerzas económicas y la mantuviera durante algunas generaciones, lo que daría como resultado la democracia económica primero y la democracia política al final.»
Cuando Steffens regresó de su misión diplomática, fue a ver a su viejo amigo escultor Jo Davidson y lo encontró haciendo un busto del rico financiero Bernard Baruch. «Así que has ido a Rusia», dijo Baruch. Steffens respondió: «He estado en el futuro, y funciona». Steffens perfeccionaría esta frase y la cambiaría por otra que pasaría a la historia: «He visto el futuro, y funciona».
Hasta principios de la década de los ochenta, muchos occidentales todavía veían el futuro en la Unión Soviética y continuaban creyendo que funcionaba. En cierto sentido, era así, o, como mínimo, lo fue durante algún tiempo. Lenin había muerto en 1924, y en 1927 Stalin había consolidado su control sobre el país. Purgó a sus oponentes e impulsó la rápida industrialización del país. Y lo hizo a través de la reactivación del Comité de Planificación Estatal, el Gosplan, fundado en 1921. El Gosplan elaboró el primer plan quinquenal, que estuvo en vigor entre 1928 y 1933. El crecimiento económico según el estilo de Stalin era sencillo: desarrollo de la industria por orden gubernamental y obtención de los recursos necesarios para hacerlo recaudando impuestos elevados en la agricultura. El Estado comunista no tenía un sistema impositivo efectivo, así que Stalin «colectivizó» la agricultura, proceso que implicó que se abolieran los derechos de propiedad privada de la tierra y que todas las personas del campo fueran agrupadas en granjas colectivas gigantes dirigidas por el Partido Comunista. Aquello facilitaba a Stalin tomar la producción agrícola y utilizarla para alimentar a todas las personas que construían y dotaban las nuevas fábricas. Las consecuencias de esta situación para la población rural fueron desastrosas. Las granjas colectivas carecían por completo de incentivos para que la gente se esforzara por trabajar, así que la producción cayó en picado. Se llevaban tanto de lo que se producía que no había suficiente para comer, y la gente empezó a morirse de hambre. Al final, probablemente unos seis millones de personas murieron de inanición, y cientos de miles fueron asesinadas o enviadas a Siberia durante la colectivización forzosa.
Ni la recién creada industria ni las granjas colectivizadas eran económicamente eficientes en el sentido de aprovechar al máximo los recursos que poseía la Unión Soviética. Parece una receta para el estancamiento y el desastre económico, o directamente para el colapso. Sin embargo, la Unión Soviética creció con rapidez. La razón que lo explica no es difícil de entender. Permitir que la gente tome sus propias decisiones a través de los mercados es la mejor forma de que una sociedad utilice eficientemente sus recursos. Cuando el Estado o una reducida élite controla todos estos recursos, ni se crearán los incentivos adecuados ni habrá una asignación eficiente de la habilidad y el talento de las personas. No obstante, en algunos casos, la productividad del trabajo y el capital puede ser tan superior en un sector o actividad, como la industria pesada en la Unión Soviética, que incluso un proceso topdown bajo instituciones extractivas que asigne recursos a dicho sector puede generar crecimiento. Como vimos en el capítulo 3, las instituciones extractivas de las islas caribeñas como Barbados, Cuba, Haití y Jamaica podían generar niveles relativamente elevados de renta porque asignaban recursos a la producción de azúcar, un producto codiciado en todo el mundo. La producción de azúcar basada en grupos de esclavos sin duda no era «eficiente» y no había cambio tecnológico ni destrucción creativa en estas sociedades, pero esto no impidió que lograran cierto desarrollo bajo instituciones extractivas. La situación era similar en la Unión Soviética, pero allí era la industria la que representaba el papel del azúcar en el Caribe. El desarrollo industrial de la Unión Soviética avanzó mucho porque su tecnología estaba muy atrasada en relación con la de Europa y Estados Unidos, por eso se podían lograr grandes beneficios reasignando recursos al sector industrial, aunque se hiciera de forma ineficiente y por la fuerza.
Antes de 1928, la mayoría de los rusos vivía en el campo. La tecnología utilizada por los campesinos era primitiva y había pocos incentivos para ser productivos. De hecho, los últimos vestigios del feudalismo ruso fueron erradicados poco antes de la primera guerra mundial. Por lo tanto, había un enorme potencial económico sin explotar con la reasignación de esta mano de obra de la agricultura a la industria. La industrialización estalinista fue una manera brutal de desbloquear este potencial. Stalin trasladó, por decreto, esos recursos utilizados de forma insuficiente a la industria, donde se podrían emplear de un modo mucho más productivo, aunque la propia industria estuviera organizada muy ineficientemente en relación con lo que se podría haber logrado. De hecho, entre 1928 y 1960, la renta nacional creció un 6 por ciento anual, probablemente el esfuerzo de desarrollo económico más rápido de la historia hasta entonces. Este rápido desarrollo económico no fue creado por el cambio tecnológico, sino por la reasignación de la mano de obra y la acumulación de capital mediante la creación de nuevas herramientas y fábricas.
El crecimiento fue tan rápido que cautivó a varias generaciones de occidentales, no solamente a Lincoln Steffens, sino también a la CIA de Estados Unidos e incluso a los propios líderes de la Unión Soviética, como Nikita Jruschov, quien presumió ante distintos diplomáticos occidentales, en 1956, con la célebre frase: «Os enterraremos [a Occidente]». Ya tarde, en 1977, un importante libro académico escrito por un economista inglés defendía la idea de que las economías de estilo soviético eran superiores a las capitalistas en términos de crecimiento económico, ya que proporcionaban pleno empleo, estabilidad de precios e incluso daban una motivación altruista a las personas. El pobre y viejo capitalismo occidental solamente era mejor a la hora de proporcionar libertad política. De hecho, el libro de texto universitario más utilizado en economía, escrito por el ganador del Premio Nobel Paul Samuelson, predijo repetidamente el futuro dominio económico de la Unión Soviética. En la edición de 1961, Samuelson predijo que la renta nacional soviética superaría a la de Estados Unidos posiblemente en 1984, pero probablemente en 1997. En la edición de 1980, hubo pocos cambios en el análisis, aunque las dos fechas se retrasaran a los años 2002 y 2012.
A pesar de que las políticas de Stalin y los posteriores líderes soviéticos pudieran favorecer un desarrollo económico rápido, no podían hacerlo de forma sostenida. En la década de los setenta, el desarrollo económico prácticamente había acabado. La lección más importante que se puede aprender es que las instituciones extractivas no pueden generar un cambio tecnológico sostenido por dos razones: la falta de incentivos económicos y la resistencia por parte de las élites. Además, una vez que todos los recursos que se utilizaban muy ineficientemente se habían reasignado a la industria, pocos beneficios económicos podían obtenerse por decreto. En ese momento, el sistema soviético se enfrentó a un nuevo obstáculo por la falta de innovación y los pobres incentivos económicos que impidieron seguir avanzando. El único sector en el que sí que lograron sostener algún tipo de innovación fue a través de enormes esfuerzos en tecnología militar y aeroespacial. En consecuencia, lograron enviar a la primera perra, Laika, y al primer hombre, Yuri Gagarin, al espacio. Otro de los legados que dejaron al mundo fue el rifle AK-47.
El Gosplan era el supuestamente todopoderoso comité encargado de la planificación central de la economía soviética. Una de las ventajas de la serie de planes quinquenales elaborados y administrados por el Gosplan se suponía que debía ser el amplio horizonte de tiempo necesario para la inversión y la innovación racionales. En realidad, lo que se implantó en la industria soviética tenía poco que ver con los planes quinquenales, que se revisaban y reescribían frecuentemente o que incluso se pasaban por alto. El desarrollo de la industria tuvo lugar basándose en las órdenes de Stalin y el Politburó, que cambiaban de opinión con frecuencia y a menudo modificaban por completo las decisiones que ya habían tomado. Todos los planes llevaban la etiqueta de «borrador» o «preliminar». Solamente una copia de un plan denominado «final» (para la industria ligera en 1939) ha salido a la luz. El propio Stalin dijo, en 1937, que «sólo los burócratas pueden pensar que el trabajo de planificación acaba con la creación del plan. La elaboración del plan es solamente el principio. El rumbo verdadero del plan se desarrolla solamente después de haberlo elaborado». Stalin deseaba maximizar su discreción para recompensar a personas o grupos que fueran leales políticamente y castigar a los que no lo fueran. Respecto al Gosplan, su papel principal era proporcionar información a Stalin para que pudiera controlar mejor a sus amigos y a sus enemigos. De hecho, intentaban evitar tomar decisiones. Si uno tomaba una decisión que salía mal, podía acabar fusilado. Lo mejor era evitar cualquier responsabilidad.
El censo soviético de 1937 proporciona un ejemplo de lo que podía ocurrir si uno se tomaba su trabajo demasiado en serio, en lugar de suponer lo que quería el Partido Comunista. Cuando llegaron los datos de aquel censo, se hizo evidente que mostraría una población de unos 162 millones de habitantes, muchos menos que los 180 millones que Stalin había previsto y, de hecho, por debajo de la cifra de 168 millones que el propio Stalin había anunciado en 1934. El censo de 1937 fue el primero que se hacía desde 1926, por lo tanto, el que siguió a las purgas y a las hambrunas masivas de principios de la década de los treinta. El número preciso de habitantes lo reflejaba. La respuesta de Stalin fue ordenar que los que organizaron el censo fueran arrestados y enviados a Siberia o bien fusilados. Mandó que se realizara otro censo, que tuvo lugar en 1939. Esta vez los organizadores lo hicieron bien; averiguaron que la población, en realidad, era de 171 millones.
Stalin comprendió que, en la economía soviética, la gente tenía pocos incentivos para esforzarse en el trabajo. Una respuesta natural habría sido introducir tales incentivos y, en ocasiones, lo hizo (por ejemplo, llevando suministros de comida a áreas en las que la productividad se había reducido) para compensar las mejoras. Además, ya en 1931, renunció a la idea de crear «hombres y mujeres socialistas» que trabajaran sin incentivos monetarios. En un famoso discurso, criticó la «política de la igualdad» y, posteriormente, no sólo los distintos trabajos recibieron sueldos diferentes, sino que también se introdujo un sistema de primas. Resulta instructivo comprender cómo funcionaba. Normalmente, una empresa con planificación central tenía que lograr un objetivo de producción establecido en el plan, aunque éste a menudo se renegociara y se cambiara. A partir de la década de los treinta, si se lograban determinados niveles de producción, los trabajadores recibían primas que podían ser bastante elevadas (por ejemplo, hasta el 37 por ciento del sueldo para la dirección o los ingenieros superiores). Sin embargo, pagar esas primas creaba toda clase de desincentivos para el cambio tecnológico. Por una razón: la innovación, que tomaba recursos de la producción actual, ponía en riesgo los objetivos de producción, lo que provocaría que no se pagaran las primas. Y por otra razón: los objetivos de producción normalmente se basaban en niveles de producción previos. Aquello creaba un enorme incentivo para no ampliar nunca la producción, porque entonces se tendría que producir más en el futuro, ya que los objetivos futuros estarían elevados al máximo. Tener un rendimiento por debajo de lo exigido siempre ha sido la mejor forma de lograr los objetivos y conseguir la prima. El hecho de que éstas se pagaran mensualmente también mantuvo a todo el mundo concentrado en el presente, mientras que la innovación implica hacer sacrificios hoy para tener más mañana.
Pero, incluso cuando las primas y los incentivos resultaban eficientes para cambiar el comportamiento, a menudo creaban otros problemas. La planificación central simplemente no era buena para sustituir lo que el gran economista del siglo XVIII, Adam Smith, denominó la «mano invisible» del mercado. Cuando el plan se formulaba en toneladas de hojas de acero, la hoja era demasiado pesada. Cuando se hacía en superficie de hojas de acero, la hoja era demasiado fina. Cuando el plan de producción de lámparas se realizaba en toneladas, eran tan pesadas que apenas podían colgar de los techos.
En la década de los cuarenta, los líderes de la Unión Soviética, aunque no sus admiradores occidentales, eran muy conscientes de aquellos incentivos perversos. Y actuaron como si se debieran a problemas técnicos que se podían arreglar. Por ejemplo, dejaron de pagar primas basadas en objetivos de producción y permitieron que las empresas reservaran parte de los beneficios para pagar primas. Sin embargo, un «motivo de beneficios» no era más motivador para innovar que uno basado en objetivos de producción. El sistema de precios utilizado para calcular beneficios no guardaba prácticamente ninguna relación con el valor de la tecnología o las innovaciones. A diferencia de lo que sucede en una economía de mercado, los precios en la Unión Soviética eran fijados por el gobierno, con lo que tenían poca relación con el valor. Para crear más específicamente incentivos para la innovación, la Unión Soviética introdujo primas de innovación explícitas en 1946. Ya en 1918, se había reconocido el principio de que un innovador debía recibir una recompensa monetaria por su innovación. Sin embargo, dichas recompensas eran pequeñas y se fijaron sin relación alguna con el valor de la nueva tecnología. Esto no cambió hasta 1956, cuando se estipuló que la prima debía ser proporcional a la productividad de la innovación. No obstante, ésta se calculaba en términos de beneficio económico medido utilizando el sistema de precios existentes. De nuevo, no resultó ser un gran incentivo para innovar. Se podrían llenar muchas páginas con ejemplos de los incentivos perversos que generaron estos métodos de planificación. Por ejemplo, como el tamaño de un fondo de primas de innovación estaba limitado por los costes salariales de una empresa, aquello reducía inmediatamente el incentivo para producir o adoptar cualquier innovación que podría haber ahorrado costes de mano de obra.
Concentrarse en las distintas reglas y sistemas de primas tiende a enmascarar los problemas inherentes del sistema. Mientras la autoridad y el poder político estuvieran en manos del Partido Comunista, era imposible cambiar de manera fundamental los incentivos básicos a los que se enfrentaba la gente, fueran primas o no. Desde su creación, el Partido Comunista no había utilizado solamente zanahorias, sino también palos, palos grandes, para imponer su voluntad. La productividad en la economía no era un caso distinto. Una serie entera de leyes fijó delitos criminales para los trabajadores que se percibía que holgazaneaban. Por ejemplo, en junio de 1940, una ley hizo que el absentismo, definido como veinte minutos de ausencia sin autorización o de estar sin hacer nada en el trabajo, fuera un delito criminal que podía ser castigado con seis meses de trabajos forzados y una reducción de sueldo del 25 por ciento. Se introdujeron todo tipo de castigos similares y se implantaron con una frecuencia sorprendente. Entre 1940 y 1955, 36 millones de personas, alrededor de una tercera parte de la población adulta, fueron consideradas culpables de dichos delitos. De éstas, 15 millones fueron encarceladas y 250.000, fusiladas. En un año cualquiera, había un millón de adultos en la cárcel por delitos en el trabajo, sin contar los 2, 5 millones de personas que Stalin envió al exilio a los gulags de Siberia. Sin embargo, aquello no funcionaba. Se puede trasladar a una persona a una fábrica, pero no se la puede obligar a pensar y a tener buenas ideas amenazándola con la muerte. Una coacción como ésa podría haber generado una producción elevada de azúcar en las islas Barbados o en Jamaica, pero no podía compensar la falta de incentivos en una economía industrial moderna.
El hecho de que no se pudieran introducir incentivos realmente efectivos en la economía de planificación central no se debía a errores técnicos en el diseño de los sistemas de primas, sino que era intrínseco a todo el método por el que se había logrado el crecimiento extractivo. Se había hecho por orden del gobierno, lo que podía resolver algunos problemas económicos básicos. Sin embargo, estimular el crecimiento económico sostenido exigía que los individuos utilizaran su talento y sus ideas, y eso nunca se podría hacer con un sistema económico de estilo soviético. Los gobernantes de la Unión Soviética tendrían que haber abandonado las instituciones económicas extractivas, pero un cambio así habría puesto en peligro su poder político. De hecho, cuando Mijaíl Gorbachov empezó a distanciarse de las instituciones económicas extractivas a partir de 1987, se desmoronó el poder del Partido Comunista y, con él, la Unión Soviética.
La Unión Soviética fue capaz de generar un rápido desarrollo incluso con instituciones extractivas porque los bolcheviques construyeron un Estado centralizado poderoso y lo utilizaron para asignar recursos a la industria. No obstante, como en todos los casos de desarrollo con instituciones extractivas, esta experiencia no incluyó un cambio tecnológico y el desarrollo no fue prolongado. El crecimiento primero se ralentizó y después se desplomó por completo. Aunque sea efímero, este tipo de desarrollo demuestra que las instituciones extractivas pueden estimular la actividad económica.
A lo largo de la historia, la mayoría de las sociedades han sido gobernadas por instituciones extractivas, y las que han conseguido imponer algún tipo de orden en los países han generado un desarrollo limitado, aunque ninguna de estas sociedades extractivas haya conseguido que fuera prolongado. De hecho, algunos de los puntos de inflexión más importantes de la historia están caracterizados por innovaciones institucionales que consolidaron las instituciones extractivas y aumentaron la autoridad de un grupo para imponer la ley y el orden y beneficiarse de la extracción. En el resto de este capítulo, primero, comentaremos la naturaleza de las innovaciones institucionales que establecen algún tipo de centralización estatal y permiten el crecimiento bajo instituciones extractivas. A continuación, veremos cómo estas ideas nos ayudan a comprender la revolución neolítica, la transición crucial a la agricultura, en la que se fundamentan muchos aspectos de nuestra civilización actual. Por último, ilustraremos, con el ejemplo de las ciudades-Estado mayas, que el desarrollo bajo instituciones extractivas está limitado no solamente por la falta de avance tecnológico, sino también porque fomenta luchas internas de grupos rivales que desean hacerse con el control del Estado y la extracción que genera.
En las orillas del Kasai.
Uno de los grandes afluentes del río Congo es el Kasai, que nace en Angola, se dirige al norte y se une al Congo en el noreste de Kinsasa, la capital de la actual República Democrática del Congo. A pesar de que este país es pobre en comparación con el resto del mundo, siempre ha habido diferencias significativas en la prosperidad de los distintos grupos del Congo. El Kasai es la frontera entre dos de ellos. Poco después de pasar al Congo a lo largo de la orilla oeste, uno encuentra al pueblo lele, y en la orilla este, a los bushongs (mapa 6). A primera vista, tendría que haber pocas diferencias entre estos dos grupos respecto a su prosperidad. Solamente están separados por un río, que cualquiera de los dos grupos puede cruzar en barca. Las dos tribus tienen un origen común y lenguas relacionadas. Además, muchas de las cosas que hacen son de un estilo parecido, desde casas o barcas hasta prendas de ropa.
Sin embargo, cuando la antropóloga Mary Douglas y el historiador Jan Vansina estudiaron a ambos grupos en la década de los cincuenta, descubrieron algunas diferencias sorprendentes. Tal y como afirmó Douglas: «Los leles son pobres, mientras que los bushongs son ricos... De cualquier cosa que tengan o hagan los leles, los bushongs tienen más y la pueden hacer mejor». Es fácil explicar esta desigualdad. Una diferencia, que recuerda a la de lugares de Perú que estuvieron o no sujetos a la mita de Potosí, era que los leles producían para la subsistencia y los bushongs, para el intercambio en el mercado. Douglas y Vansina también observaron que los leles utilizaban una tecnología inferior. Por ejemplo, no empleaban redes para cazar, aunque éstas mejoran mucho la productividad. Douglas argumentaba lo siguiente: «La ausencia de redes concuerda con la tendencia general lele de no invertir tiempo y trabajo en equipo a largo plazo».
También había diferencias importantes en cuanto a tecnologías y organización agrícolas. Los bushongs practicaban un tipo sofisticado de agricultura mixta en la que se plantaban cinco cultivos sucesivamente en un sistema de rotación cada dos años. Cosechaban ñame, boniatos, mandioca y judías, y recogían dos y en ocasiones tres cosechas de maíz al año. Los leles no tenían ese sistema y conseguían solamente una cosecha de maíz anual.
También había diferencias abismales en la ley y el orden. Los leles estaban dispersos en pueblos fortificados, que estaban en conflicto permanente. Cualquier persona que viajara entre dos pueblos o que se aventurara a ir al bosque a por comida probablemente sería atacada o secuestrada. En el país de los bushongs aquello raramente pasaba, si es que pasaba alguna vez.
¿Qué se esconde tras estas diferencias en los modelos de producción, tecnología agrícola y predominio del orden? Evidentemente, no era la situación geográfica lo que inducía a los leles a utilizar una tecnología agrícola y de caza inferior. Sin duda, tampoco era la ignorancia, porque conocían las herramientas que utilizaban los bushongs. Una explicación alternativa sería la cultura; ¿podría ser que los leles tuvieran una cultura que no fomentara la inversión en redes para cazar y en casas más robustas y mejor construidas? Esto tampoco parece ser cierto. Los leles estaban muy interesados en comprar armas de fuego, como la población del Congo, y Douglas incluso observó que «su entusiasmo por comprar armas de fuego muestra que su cultura no los limita a técnicas inferiores cuando éstas no requieren colaboración y esfuerzo a largo plazo». Por lo tanto, ni la aversión cultural a la tecnología, ni la ignorancia ni la geografía ofrecen una buena explicación a la mayor prosperidad de los bushongs respecto de los leles.
La razón que explica las diferencias entre ambos pueblos radica en las distintas instituciones políticas que aparecieron en las tierras de los bushongs y los leles. Anteriormente, apuntamos que los leles vivían en pueblos fortificados que no formaban parte de una estructura política unificada. En cambio, la situación era distinta al otro lado del río Kasai. Alrededor de 1620, se produjo una revolución política dirigida por un hombre llamado Shyaam, que creó el reino Kuba, que vimos en el mapa 6, con los bushongs en su centro y con él como rey. Antes de este período, probablemente hubiera pocas diferencias entre los bushongs y los leles; éstas aparecieron como consecuencia de la forma en la que Shyaam reorganizó la sociedad al este del río. Construyó un Estado y una pirámide de instituciones políticas, que no estaban sólo significativamente más centralizados que en el pasado, sino que también implicaban estructuras muy elaboradas. Shyaam y sus sucesores crearon una burocracia para aumentar los impuestos y un sistema legal y una fuerza de policía para administrar la ley. Los líderes eran controlados por consejos, a los que debían consultar antes de tomar decisiones. Incluso había juicios ante un jurado, algo aparentemente único en el África subsahariana antes del colonialismo europeo. Sin embargo, el Estado centralizado que construyó Shyaam fue una herramienta de extracción y era muy absolutista. Nadie le votaba y la política estatal estaba dictada desde lo más alto, no existía la participación popular.
Esta revolución política que introdujo la centralización del Estado y la ley y el orden en el país Kuba condujo, a su vez, a la revolución económica. La agricultura fue reorganizada y se adoptaron nuevas tecnologías para aumentar la productividad. Los cultivos que previamente habían sido los alimentos básicos fueron sustituidos por otros nuevos de mayor rendimiento procedentes de América (sobre todo maíz, mandioca y guindillas). En esa época se introdujo el intenso ciclo de agricultura mixta y la cantidad de comida producida por cápita se duplicó. Para adoptar estos cultivos y reorganizar el ciclo agrícola, se necesitaban más manos en los campos. Por lo tanto, la edad para casarse se redujo hasta los veinte años, lo que condujo a los hombres a la fuerza de trabajo agrícola a una edad más temprana. El contraste con los leles es profundo. Sus hombres tendían a casarse a los treinta y cinco años y solamente entonces trabajaban en los campos. Hasta entonces, se dedicaban a luchar y robar.
La conexión entre la revolución política y económica fue sencilla. El rey Shyaam y quienes lo apoyaban querían recaudar impuestos y riqueza de los kubas, que tenían que producir un excedente además de la cantidad para el consumo propio. Aunque Shyaam y sus hombres no introdujeron instituciones inclusivas en la orilla este del río Kasai, cierto grado de prosperidad económica es intrínseca a las instituciones extractivas que logran cierto grado de centralización estatal e imponen la ley y el orden. Evidentemente, fomentar la actividad económica era interesante para Shyaam y sus hombres puesto que, sin ella, no habría nada que extraer. Igual que Stalin, Shyaam ordenó crear una serie de instituciones que generaran la riqueza necesaria para sustentar aquel sistema. En comparación con la ausencia total de ley y orden que reinaba en la otra orilla del río Kasai, esto generaba una prosperidad económica significativa, aunque gran parte de ésta fue a parar probablemente a Shyaam y sus élites. Sin embargo, estaba necesariamente limitada. Igual que en la Unión Soviética, no había una destrucción creativa en el reino kuba y no hubo una innovación tecnológica tras este cambio inicial. Aquella situación permaneció sin cambios significativos hasta el momento en el que el reino fue «descubierto» por primera vez por oficiales coloniales belgas a finales del siglo XIX.
El logro del rey Shyaam ilustra que mediante instituciones extractivas se puede lograr cierto grado limitado de éxito económico. Crear tal desarrollo exige un Estado centralizado, y para ello a menudo es necesaria una revolución política. Una vez que Shyaam creó este Estado, podía utilizar su poder para reorganizar la economía e impulsar la productividad agrícola, para poder cobrar impuestos.
¿Por qué fueron los bushongs y no los leles los sujetos de una revolución política? ¿No podían haber tenido los leles su propio rey Shyaam? Lo que éste logró fue una innovación institucional no relacionada de ninguna forma determinista con la geografía, la cultura ni la ignorancia. Los leles podrían haber tenido esa revolución y haber transformado sus instituciones de forma similar, pero no lo hicieron. Quizá fuera por razones que no entendemos, por nuestro conocimiento limitado de su sociedad actual. Lo más probable es que se deba a la naturaleza contingente de la historia. La misma casualidad se dio probablemente cuando, hace doce mil años, algunas de las sociedades de Oriente Próximo se embarcaron en una serie más radical de innovaciones institucionales que condujeron al establecimiento de las sociedades sedentarias y, posteriormente, a la domesticación de plantas y animales, como comentaremos posteriormente.
El Largo Verano.
Alrededor de 15000 a. C., la era glacial llegaba a su fin a medida que el clima de la Tierra se hacía más cálido. Las pruebas encontradas en el núcleo de hielo de Groenlandia sugieren que las temperaturas medias aumentaron hasta los quince grados Celsius en un corto período de tiempo. Este calentamiento parece haber coincidido con rápidos aumentos de la población humana, cuando el calentamiento global condujo a la expansión de poblaciones animales y a una mayor disponibilidad de plantas y alimentos silvestres. Este proceso se revirtió rápidamente alrededor de 14000 a. C., durante un período de enfriamiento conocido como Dryas Reciente, pero, después de 9600 a. C., las temperaturas globales volvieron a aumentar siete grados Celsius en menos de una década y, desde entonces, permanecen elevadas. El arqueólogo Brian Fagan lo denomina el Largo Verano. El calentamiento del clima fue una coyuntura crítica enorme que preparó el trasfondo para la revolución neolítica en la que las sociedades humanas hicieron la transición a la vida sedentaria, la agricultura y la ganadería. Esto y el resto de la historia humana posterior se han desarrollado disfrutando de este Largo Verano.
Existe una diferencia fundamental entre la agricultura-ganadería, y la caza-recolección. Las primeras se basan en la domesticación de especies de plantas y animales, conllevan una intervención activa en sus ciclos de vida para cambiar la genética y hacer que sean más útiles para los humanos. La domesticación es un cambio tecnológico que permite que los humanos produzcan mucha más comida a partir de las plantas y los animales disponibles. Por ejemplo, el cultivo del maíz empezó cuando los humanos recogieron teocinte, el antepasado silvestre del maíz. Las mazorcas de teocinte son muy pequeñas, apenas miden unos centímetros de largo. Son de un tamaño muy reducido en comparación con una mazorca de maíz actual. Sin embargo, gradualmente, seleccionado las mazorcas más grandes de teocinte y las plantas que no se rompían, sino que permanecían en el tallo para ser cosechadas, los humanos crearon el maíz moderno, que proporciona mucho más alimento en la misma superficie de tierra.
Las primeras pruebas conocidas de agricultura, ganadería y domesticación de plantas y animales proceden de Oriente Próximo, concretamente de la zona conocida como Hilly Flanks, que se extiende desde el sur del actual Israel hasta Palestina y la orilla oeste del río Jordán, a través de Siria y hasta el sureste de Turquía, el norte de Irak y el oeste de Irán. De alrededor del año 9500 a. C., datan las primeras plantas domésticas. Farro y cebada se hallaron en dos carreras en Jericó, en la orilla oeste del río Jordán, en Palestina. Farro, guisantes y lentejas se encontraron en Tell Aswad, mucho más al norte, en Siria. En estos lugares se desarrolló la denominada cultura natufiense y ambos tenían grandes ciudades. La ciudad de Jericó tenía una población aproximada de quinientas personas en aquel momento.
¿Por qué aparecieron allí los primeros pueblos agrícolas y no en otro lugar? ¿Por qué los natufienses, y no otros pueblos, fueron quienes domesticaron los guisantes y las lentejas? ¿Tuvieron suerte y sencillamente vivían allí donde había muchos candidatos potenciales para la domesticación? Aunque sea verdad, muchas otras personas vivían entre esas especies, pero no las domesticaron. Como vimos en el capítulo 2, en los mapas 4 y 5, la investigación de genetistas y arqueólogos para determinar la distribución de los antepasados silvestres de los animales y plantas domesticados modernos revela que muchos de estos antepasados se habían diseminado en áreas muy grandes, de millones de kilómetros cuadrados. Los antepasados silvestres de las especies de animales domesticados se habían dispersado a través de Eurasia. Los Hilly Flanks estaban particularmente bien provistos de especies de cultivos silvestres, pero no era eso lo que diferenciaba este lugar de cualquier otro. No era el hecho de que los natufienses vivieran en una zona únicamente provista con especies silvestres lo que los hizo especiales, sino el hecho de que eran sedentarios antes de empezar a domesticar plantas o animales. Una prueba de ello procede de los dientes de gacela, que están compuestos por cemento, un tejido óseo conectivo que crece en capas. Durante la primavera y el verano, cuando el crecimiento del cemento es más rápido, las capas son de un color distinto a las que se forman en invierno. Si se corta una parte del diente, se puede ver el color de la última capa creada antes de que muriera la gacela. Y utilizando esta técnica, se puede determinar si mataron a la gacela en verano o en invierno. En los sitios natufienses, se encuentran gacelas a las que mataron en todas las estaciones, lo que sugiere que vivían allí durante todo el año. El pueblo de Abu Hureyra, en el río Éufrates, es uno de los asentamientos natufienses que se han investigado más intensamente. Durante casi cuarenta años, los arqueólogos han examinado las capas del suelo, lo que proporciona uno de los ejemplos mejor documentados de vida sedentaria antes y después de la transición a la agricultura. El asentamiento probablemente empezó alrededor de 9500 a. C., y los habitantes continuaron su estilo de vida de cazadores-recolectores otros quinientos años antes de iniciar la transición a la agricultura. Los arqueólogos estiman que la población del poblado antes de la agricultura era de entre cien y trescientas personas.
Se pueden imaginar toda clase de razones por las que una sociedad se beneficiaría al convertirse en sedentaria. Trasladarse de un sitio a otro resultaba costoso; los niños y los ancianos debían ser transportados y era imposible almacenar comida para los períodos de carestía cuando se iba de un sitio a otro. Además, ciertas herramientas, como las piedras de moler y las hoces, útiles para procesar comida salvaje, pesaban mucho. Existen pruebas de que incluso los cazadores-recolectores nómadas almacenaban comida en sitios escogidos, como, por ejemplo, en cuevas. El maíz se almacena muy bien, y ésa es la razón de que fuera muy atractivo y explica que se cultivara tan intensamente en todo el continente americano. La capacidad para manejar con eficacia el almacenamiento y acumular reservas de alimentos seguramente fuera un importante incentivo para adoptar una forma de vida sedentaria.
A pesar de que fuera colectivamente deseable convertirse en sedentario, esto no significa que tuviera que pasar necesariamente. Un grupo nómada de cazadores-recolectores tenía que ponerse de acuerdo para hacerlo, o alguien los tuvo que obligar. Algunos arqueólogos han sugerido que el aumento de la densidad de la población y la reducción del nivel de vida fueron factores clave en la aparición de la vida sedentaria, lo que obligó a la población nómada a quedarse en un lugar. Sin embargo, la densidad de los lugares natufienses no es mayor que la que había en los grupos anteriores, así que no parece haber pruebas del aumento de la densidad de la población. Tampoco los fósiles dentales y de esqueletos sugieren que su salud se deteriorara. Por ejemplo, la escasez de alimentos tiende a crear hipoplasia, líneas finas en el esmalte dental, pero éstas son menos frecuentes en el pueblo natufiense que en otros pueblos agrícolas posteriores.
Lo más importante es que, aunque la vida sedentaria tuviera ventajas, también tenía inconvenientes. La resolución de conflictos probablemente fuera más complicada para los grupos sedentarios, ya que entre los nómadas los desacuerdos se resolvían cuando ciertas personas o grupos se marchaban. En cuanto se construyeron edificios permanentes y se disponía de más bienes de los que se podían transportar, trasladarse se convirtió en una opción mucho menos atractiva. Así que los pueblos tenían que dotarse de formas más efectivas de resolver conflictos y de nociones de propiedad más elaboradas. Había que tomar decisiones sobre quién tenía acceso a qué parte de tierra cerca del pueblo o quién recogería fruta de qué filas de árboles y quién pescaría en qué parte del arroyo. Hubo que desarrollar reglas, y también las instituciones que debían crearlas y hacerlas cumplir.
Para que apareciera la vida sedentaria, parece plausible que los cazadores-recolectores hayan sido obligados a establecerse, lo que debió estar precedido por una innovación institucional que concentrara el poder en manos de un grupo que se convertiría en la élite política, que impusiera derechos de propiedad, mantuviera el orden y también se beneficiara de su estatus obteniendo los recursos del resto de la sociedad. De hecho, es probable que se produjera una revolución política similar a la iniciada por el rey Shyaam, aunque a menor escala, y ése sería el avance que habría conducido a la vida sedentaria.
De hecho, las pruebas arqueológicas sugieren que los natufienses desarrollaron una sociedad compleja caracterizada por jerarquía, orden y desigualdad (el comienzo de lo que reconoceríamos como instituciones extractivas) mucho tiempo antes de convertirse en agricultores. Una prueba sólida de esta jerarquía y desigualdad se encuentra en las tumbas. Algunas personas eran enterradas con una gran cantidad de conchas de obsidiana y dentalium, que procedían de la costa del Mediterráneo próxima al monte Carmelo. Otros tipos de ornamentación incluyen collares, bandas y brazaletes, realizados con conchas, dientes caninos y falanges de ciervos. Otras personas eran enterradas sin ninguna de estas cosas. Se comerciaba con conchas y con obsidiana, y el control de este comercio, muy probablemente, era una fuente de desigualdad y acumulación de poder. Existen más pruebas de desigualdad económica y política en el sitio natufiense de Ain Mallaha, al norte del mar de Galilea. Entre un grupo de alrededor de cincuenta cabañas redondas y muchos pozos, claramente utilizados como almacén, existe un gran edificio intensamente enlucido próximo a una plaza central despejada. Lo más seguro es que fuera la casa de un jefe. Aparte de las sepulturas del lugar, algunas de las cuales son mucho más elaboradas, también hay pruebas del culto a las calaveras, lo que posiblemente indique adoración a los antepasados. Estos cultos están extendidos por los sitios natufienses, sobre todo en Jericó. El predominio de pruebas de lugares natufienses sugiere que probablemente ya se trataba de sociedades con instituciones elaboradas que determinaban la herencia del estatus de la élite. Comerciaban con lugares lejanos y tenían formas incipientes de jerarquías políticas y religiosas.
Lo más probable es que la aparición de las élites políticas provocara, en primer lugar, la transición a la vida sedentaria y, después, a la agricultura. Tal y como muestran los lugares natufienses, la vida sedentaria no significaba necesariamente agricultura y ganadería. La población se establecía en un sitio, pero continuaba cazando y recolectando para vivir. Al fin y al cabo, el Largo Verano hizo que las cosechas silvestres fueran más abundantes y la caza y la recolección, probablemente, más atractivas. La mayoría de la población habría estado bastante satisfecha con una vida de subsistencia basada en la caza y la recolección, que no exigían mucho esfuerzo. Ni siquiera la innovación tecnológica conduce necesariamente a un aumento de la producción agrícola. De hecho, se sabe que una innovación tecnológica importante como la introducción del hacha de acero entre los aborígenes australianos conocidos como Yir Yoront no condujo a una producción más intensa, sino a más tiempo para dormir, porque les permitía alcanzar los requisitos de subsistencia con más facilidad y había pocos incentivos para trabajar para lograr más.
La explicación tradicional, basada en la situación geográfica, para justificar la revolución neolítica (eje central del argumento de Jared Diamond, descrita en el capítulo 2) es que fue impulsada por la disponibilidad inesperada de muchas especies de plantas y animales que se podían domesticar fácilmente. Aquello hizo que la agricultura y la ganadería fueran atractivas y provocó la vida sedentaria. Después de que las sociedades se volvieran sedentarias y empezaran a dedicarse a la agricultura, comenzaron a desarrollarse la jerarquía política, la religión y otras instituciones significativamente más complejas. Las pruebas de los natufienses sugieren que esta explicación tradicional, aunque esté ampliamente aceptada, empieza la casa por el tejado. Los cambios institucionales tuvieron lugar en sociedades mucho antes de que iniciaran la transición a la agricultura y probablemente fueron la causa tanto del paso al sedentarismo, que reforzó los cambios institucionales, como, posteriormente, de la revolución neolítica. Este patrón es sugerido no solamente por las pruebas de los Hilly Flanks, el área estudiada con más intensidad, sino también por la mayoría de las pruebas encontradas en América, el África subsahariana y el este de Asia.
Sin duda, la transición a la agricultura condujo a una mayor productividad agrícola y permitió una expansión significativa de la población. Por ejemplo, en lugares como Jericó y Abu Hureyra se observa que el pueblo agrícola inicial era mucho mayor que el preagrícola. En general, los pueblos crecieron entre dos y seis veces después de la transición. Además, muchas de las consecuencias que tradicionalmente se ha defendido que fluyeron tras esta transición sin duda tuvieron lugar. Hubo una mayor especialización en las profesiones, un progreso tecnológico mucho más rápido y, probablemente, se desarrollaron instituciones políticas más complejas y posiblemente menos igualitarias. Sin embargo, que esto ocurriera en un sitio concreto no estuvo determinado por la disponibilidad de especies de plantas y animales, sino porque la sociedad experimentó los tipos de innovaciones institucionales, sociales y políticas que habrían permitido que apareciera la vida sedentaria y, posteriormente, la agricultura.
El Largo Verano y la presencia de cultivos y especies de animales permitieron que esto tuviera lugar, pero no determinaron dónde ni cuándo exactamente, sino que sucediera después de que el clima se hubiera vuelto más cálido. De hecho, lo determinaron la interacción de una coyuntura crítica, el Largo Verano, con pequeñas pero importantes diferencias institucionales. A medida que el clima se hizo más cálido, algunas sociedades, como la natufiense, desarrollaron elementos de jerarquía e instituciones centralizadas, pero a una escala muy pequeña en relación con la de los Estados-nación modernos. Como los bushongs bajo Shyaam, las sociedades se reorganizaron para aprovechar las mayores oportunidades que ofrecía el exceso de animales y plantas silvestres y, sin duda, fueron los miembros de la élite política los principales beneficiados de estas nuevas oportunidades y del proceso de centralización política. Otros lugares que tenían instituciones un poco distintas no permitieron a sus élites políticas que aprovecharan del mismo modo esta coyuntura y quedaron rezagados en su proceso de centralización política y en la creación de sociedades asentadas, agrícolas y más complejas. Aquello sentó las bases para una divergencia posterior exactamente del tipo que hemos visto con anterioridad. Una vez que aparecían estas diferencias, se extendían a algunos lugares pero no a otros. Por ejemplo, la agricultura se extendió a Europa desde Oriente Próximo a partir de 6500 a. C., sobre todo como consecuencia de la migración de agricultores. En Europa, las instituciones se distanciaron de otras partes del mundo, como África, donde las instituciones iniciales habían sido diferentes y las innovaciones puestas en marcha por el Largo Verano en Oriente Próximo sucedieron mucho más tarde, e, incluso entonces, adoptaron una forma muy distinta.
Las innovaciones institucionales de los natufienses casi con toda probabilidad se fundamentaron en la revolución neolítica, pero no dejaron un simple legado en la historia del mundo y no condujeron inexorablemente a la prosperidad a largo plazo de sus tierras de origen en los actuales Estados de Israel, Palestina y Siria. Siria y Palestina son partes del mundo moderno relativamente pobres y la prosperidad de Israel fue, en general, importada por el asentamiento de población judía después de la segunda guerra mundial y su nivel elevado de educación y fácil acceso a tecnologías avanzadas. El desarrollo inicial de los natufienses no pasó a ser prolongado por la misma razón que se detuvo el desarrollo soviético. A pesar de que fue muy significativo, e incluso revolucionario para su tiempo, era un desarrollo bajo instituciones extractivas. Para la sociedad natufiense, también era probable que este tipo de desarrollo creara conflictos profundos sobre quién controlaría las instituciones y la extracción que permitía. Para cada élite que se beneficia de una extracción, existe una no élite que querría sustituirla. En ocasiones, las luchas internas simplemente sustituyen a una élite por otra. En otros casos, destroza toda la sociedad extractiva y desencadena un proceso de colapso estatal y social, como experimentó la espectacular civilización que construyó las ciudades-Estado mayas hace más de mil años.
La extracción inestable.
La agricultura apareció de forma independiente en varios lugares del mundo. En lo que hoy es México, las sociedades formaron estos Estados y asentamientos estables y pasaron a la agricultura. Como los natufienses en Oriente Próximo, también consiguieron cierto nivel de desarrollo económico. De hecho, las ciudades-Estado mayas del área del sur de México, Belice, Guatemala y el oeste de Honduras, construyeron una civilización bastante sofisticada con su propio tipo de instituciones extractivas. La experiencia maya ilustra no solamente la posibilidad de desarrollo bajo instituciones extractivas, sino también otro límite fundamental para este tipo de crecimiento: la inestabilidad política que aparece y que, en última instancia, conduce al colapso tanto de la sociedad como del Estado a medida que los diferentes grupos y personas luchan para llegar a convertirse en los extractores.
Las ciudades mayas se empezaron a desarrollar alrededor de 500 a. C. y finalmente fracasaron en algún momento del siglo I d. C. Entonces, apareció un nuevo modelo político, que sentó las bases para la era clásica, entre 250 y 900 d. C. Este período marcó el florecimiento total de la cultura y la civilización mayas. Sin embargo, esta civilización más sofisticada también sucumbiría en el curso de los siguientes seiscientos años. Cuando los conquistadores españoles llegaron a principios del siglo XVI, los grandes templos y palacios de sitios mayas como Tikal, Palenque y Calakmul se habían desvanecido en la selva y no se volverían a descubrir hasta el siglo XIX.
Las ciudades mayas nunca se unieron en un imperio, aunque algunas estaban subordinadas a otras y, a menudo, parecen haber cooperado, sobre todo en guerras. La conexión principal entre las ciudades-Estado de la región, cincuenta de las cuales se pueden reconocer por sus propios glifos, es que sus habitantes hablaban unas treinta y una lenguas mayas, distintas pero estrechamente relacionadas. Los mayas desarrollaron un sistema de escritura, y existen como mínimo quince mil inscripciones que describen muchos aspectos de la cultura, la religión y la vida de la élite. Además, tenían la cuenta larga, un calendario sofisticado para registrar fechas que se parecía mucho a nuestro calendario, ya que contaba el transcurso de los años desde una fecha fija y era utilizado por todas las ciudades mayas. La cuenta larga empezó en el año 3114 a. C., aunque no sepamos qué significado daban los mayas a esta fecha, que hace referencia a un tiempo que precede a la aparición de cualquier cosa parecida a la sociedad maya.
Los mayas eran albañiles hábiles que inventaron el cemento. Sus construcciones e inscripciones proporcionan información vital sobre las trayectorias de las ciudades, ya que a menudo registraban acontecimientos fechados de acuerdo con la cuenta larga. Al estudiar todas las ciudades mayas, los arqueólogos pueden contar cuántos edificios se acabaron en años concretos. Alrededor del año 500 a. C., había pocos monumentos fechados. Por ejemplo, la fecha de la cuenta larga correspondiente al año 514 a. C. registraba solamente diez. Hubo un aumento constante, que llegó a veinte en el año 672 d. C. y a cuarenta a mediados del siglo VIII. Después, el número de monumentos datados se desploma. En el siglo IX, es inferior a diez al año y en el siglo X, es de cero. Estas inscripciones que incluían fechas nos dan una imagen clara de la expansión de las ciudades mayas y su posterior declive a partir de finales del siglo VIII.
Este análisis de fechas puede complementarse examinando la lista de reyes que registraron los mayas. En la ciudad maya de Copán, actualmente en el oeste de Honduras, hay un monumento famoso conocido como Altar Q que registra los nombres de todos los reyes desde el fundador de la dinastía K’inich Yax K’uk’ Mo’, o «Primer Rey Dios Sol Verde Quetzal Guacamayo», llamado así en honor no solamente al Sol, sino también al de dos pájaros exóticos de la selva de América Central cuyas plumas eran muy apreciadas por los mayas. K’inich Yax K’uk’ Mo’ llegó al poder en Copán en 426 d. C., dato que sabemos por la fecha de la cuenta larga del Altar Q, y fundó una dinastía que reinaría durante cuatrocientos años. Algunos de los sucesores de K’inich Yax también tenían nombres llamativos. El glifo del trigésimo gobernante se traduce como «18 Conejo», a quien siguieron «Humo Mono» y «Humo Concha», que murió en 763 d. C. El último nombre del altar es el rey Yax Pasaj Chan Yoaat o «Dios de la Primera Luz del Ocaso», que fue el decimosexto gobernante de esta línea y asumió el trono tras la muerte de Humo Concha. Después de él, solamente conocemos a un rey más, Ukit Took («Rey Patrono de Pedernal») a partir de un fragmento de un altar. Después de Yax Pasaj, las construcciones y las inscripciones se detuvieron y parece que la dinastía fue derrocada al cabo de poco tiempo. Ukit Took probablemente no fuera el pretendiente real al trono, sino un pretendiente más.
Existe otra forma de ver estas pruebas de Copán, la desarrollada por los arqueólogos Ann Corinne Freter, Nancy Gonlin y David Webster. Estos investigadores registraron el auge y el declive de Copán examinando la extensión del asentamiento en el valle de Copán durante un período de 850 años, de 400 d. C. a 1250 d. C., utilizando una técnica denominada hidratación de obsidiana, que calcula el contenido de agua de ésta en la fecha en la que se extrajo. Una vez obtenida, el agua cae a un ritmo conocido, lo que permite calcular la fecha en la que se extrajo un trozo de obsidiana. Freter, Gonlin y Webster fueron capaces de trazar un mapa para situar en qué lugar del valle de Copán se habían encontrado los trozos de obsidiana datada y hacer un seguimiento de la expansión de la ciudad y su declive posterior. Como es posible hacer un cálculo razonable del número de casas y edificios de una zona en particular, se puede estimar la población total de la ciudad. En el período entre 400 y 449 d. C., la población era insignificante, estimada en unas seiscientas personas, y aumentó de forma constante hasta alcanzar un pico de veintiocho mil entre los años 750 y 799 d. C. Aunque no parezca una cifra elevada para los criterios urbanos contemporáneos, era enorme para aquel período; en aquel entonces, Copán tenía más habitantes que Londres o París. Sin duda, otras ciudades mayas, como Tikal y Calakmul, eran mucho más grandes. De acuerdo con las pruebas de las fechas de la cuenta larga, la población alcanzó su máximo histórico en Copán el año 800 d. C. Después empezó a descender y en el año 900 d. C. era de alrededor de quince mil personas. A partir de entonces, continuó la caída y, hacia el año 1200 d. C., el número de habitantes había vuelto a ser el mismo que ochocientos años antes.
La base del desarrollo económico de la era clásica maya era la misma que para los bushongs y los natufienses: la creación de instituciones extractivas con algún tipo de centralización estatal. Estas instituciones tenían varios elementos clave. Alrededor del año 100 d. C. en la ciudad de Tikal de Guatemala, apareció un nuevo tipo de reino dinástico. Una clase dirigente basada en el ajaw (señor o gobernante) arraigó con un rey llamado k’uhul ajaw (señor divino) y, bajo él, una jerarquía de aristócratas. El señor divino organizaba la sociedad con la cooperación de estas élites y también se comunicaba con los dioses. Que sepamos, este nuevo grupo de instituciones políticas no permitió ningún tipo de participación popular, pero aportó estabilidad. El k’uhul ajaw cobraba impuestos a los agricultores y organizaba la mano de obra para que construyera los grandes monumentos, y la coalescencia de estas instituciones creó la base para que hubiera una impresionante expansión económica. La economía maya se basaba en una especialización ocupacional amplia, con hábiles alfareros, tejedores, carpinteros y creadores de herramientas y adornos. También comerciaban con obsidiana, pieles de jaguar, conchas marinas, cacao, sal y plumas, entre ellos y con otros Estados situados a largas distancias en México. Probablemente tuvieran dinero y, como los aztecas, utilizaban los granos de cacao como moneda.
La era clásica maya se fundó sobre la creación de instituciones políticas extractivas, de una forma muy parecida a la de los bushongs, en la que el Yax Ehb’ Xook de Tikal tuvo un papel similar al del rey Shyaam. Las nuevas instituciones políticas condujeron a un aumento significativo de la prosperidad económica, gran parte de la cual fue extraída entonces por la nueva élite relacionada directamente con el k’uhul ajaw. Una vez que se consolidó este sistema, alrededor del año 300 d. C., hubo pocos cambios tecnológicos adicionales. Aunque haya pruebas de la mejora del riego y de las técnicas de gestión del agua, la tecnología agrícola era rudimentaria y, aparentemente, no cambió. Las técnicas artísticas y las de construcción se hicieron mucho más sofisticadas con el tiempo, pero, en conjunto, hubo poca innovación.
Tampoco hubo destrucción creativa. Sin embargo, existieron otras formas de destrucción, ya que la riqueza que creaban las instituciones extractivas para el k’uhul ajaw y la élite maya condujo a una guerra constante que empeoró con el tiempo. La secuencia de los conflictos está registrada en las inscripciones mayas, con glifos especiales que indican que tuvo lugar una guerra en una fecha concreta en la cuenta larga. El planeta Venus era el patrón celestial de la guerra, y los mayas consideraban que algunas fases de la órbita de este planeta eran particularmente favorables para librar guerras. El glifo que indicaba la guerra, conocido como «estrella-guerra» por los arqueólogos, muestra una estrella tirando un líquido que podría ser agua o sangre sobre la Tierra. Las inscripciones también revelan patrones de alianza y competencia. Había largas luchas por el poder entre los Estados más grandes, como Tikal, Calakmul, Copán y Palenque, y otros más pequeños subyugados a un estatus de vasallos. Las pruebas de estas luchas proceden de los glifos que marcaban las ascensiones reales. Durante este período, empiezan indicando que los Estados más pequeños entonces estaban dominados por un gobernante exterior.
En el mapa 10 se muestran las ciudades mayas principales y los distintos patrones de contacto entre ellas tal y como las reconstruyeron los arqueólogos Nikolai Grube y Simon Martin. Estos patrones indican que, a pesar de que las ciudades más grandes como Calakmul, Dos Pilas, Piedras Negras y Yaxchilán tuvieran amplios contactos diplomáticos, algunas a menudo estaban dominadas por otras y también luchaban entre sí.
El hecho más importante del colapso maya es que coincide con el derrocamiento del modelo político basado en el k’uhul ajaw. Vimos que, en Copán, después de la muerte de Yax Pasaj en el año 810 d. C., no hubo más reyes. Aproximadamente en aquel momento, los palacios reales fueron abandonados. A unos 32 kilómetros al norte de Copán, en la ciudad de Quiriguá, el último rey, Jade Cielo, ascendió al trono entre 795 y 800 d. C. El último monumento datado es del año 810 d. C., según la cuenta larga, el mismo año en el que murió Yax Pasaj. Poco después, la ciudad fue abandonada. Por toda la zona maya, se repite esta historia: las instituciones políticas que habían proporcionado el contexto para la expansión del comercio, la agricultura y la población desaparecieron. Los tribunales reales no funcionaban, los monumentos y los templos no se tallaban y los palacios se vaciaron. A medida que se deshacían las instituciones políticas y sociales, revirtiendo así el proceso de centralización estatal, la economía se contrajo y la población descendió.
En algunos casos, los principales centros se hundieron debido a la violencia generalizada. La región de Petexbatún de Guatemala (donde los grandes templos posteriormente fueron derribados y su piedra que utilizada para construir amplias murallas defensivas) proporciona un ejemplo claro. Como veremos en el capítulo siguiente, fue muy parecido a lo que sucedió en el Imperio romano. Más tarde, incluso en lugares como Copán, en los que hay menos signos de violencia en el momento del colapso, muchos monumentos fueron dañados o destruidos. En algunos lugares, la élite perduró incluso tras el derrocamiento inicial del k’uhul ajaw. En Copán hay pruebas de que continuó erigiendo edificios durante, como mínimo, otros doscientos años antes de desaparecer definitivamente. En otros lugares, las élites parecen haberse ido al mismo tiempo que el señor divino.
Las pruebas arqueológicas existentes no nos permiten llegar a una conclusión definitiva sobre por qué el k’uhul ajaw y las élites que lo rodeaban fueron derrocados y las instituciones que habían creado los mayas en la era clásica desaparecieron. Sabemos que tuvo lugar en el contexto de intensas guerras entre ciudades y parece probable que la oposición y la rebelión dentro de las ciudades, quizá dirigidas por distintas facciones de la élite, derrocaran la institución.
A pesar de que las instituciones extractivas que los mayas crearon suficiente riqueza para que florecieran las ciudades y la élite consiguiera ser rica y generara arte y edificios monumentales, el sistema no era estable. Las instituciones extractivas sobre las que gobernaba esta reducida élite crearon una importante desigualdad y, en consecuencia, generaron también la posibilidad de luchas internas entre aquellos que se podían beneficiar de la riqueza extraída al pueblo. Finalmente, este conflicto condujo a la ruina de la civilización maya.
¿Qué va mal?
Las instituciones extractivas son muy habituales en la historia porque tienen una lógica aplastante: pueden generar cierta prosperidad limitada y, al mismo tiempo, repartirla entre una pequeña élite. Para que se dé este crecimiento, debe haber centralización política. Una vez que existe, el Estado (o la élite que lo controla) normalmente tiene incentivos para invertir y generar riqueza, animar a los otros a invertir para que el Estado pueda extraer recursos de ellos e incluso imitar algunos de los procesos que normalmente pondrían en marcha los mercados y las instituciones económicas inclusivas. En las economías de plantaciones caribeñas, las instituciones extractivas adoptaron la forma de una élite que utilizaba la coacción para obligar a los esclavos a producir azúcar. En la Unión Soviética, adoptaron la forma del Partido Comunista, que reasignaba recursos de la agricultura a la industria y estructuraba algún tipo de incentivos para los gestores y los trabajadores. Como hemos visto, estos incentivos fueron debilitados por la naturaleza del sistema.
El potencial para crear un desarrollo extractivo da impulso a la centralización política y es la razón de que el rey Shyaam deseara crear el reino de Kuba, y probablemente explica por qué los natufienses en Oriente Próximo fijaron una forma primitiva de ley y orden, jerarquía e instituciones extractivas que, finalmente, conducirían a la revolución neolítica. Asimismo, también es probable que hubiera procesos similares que socavaran la aparición de sociedades estables y la transición a la agricultura en América, y se puede ver en la civilización sofisticada que construyeron los mayas en las bases establecidas por las instituciones muy extractivas que coaccionaban a muchos para provecho de sus reducidas élites.
Sin embargo, el desarrollo generado por las instituciones extractivas es muy distinto del que se crea bajo instituciones inclusivas. Lo más importante es que no es sostenible. Por su propia naturaleza, las instituciones extractivas no fomentan la destrucción creativa y generan, en el mejor de los casos, solamente una cantidad limitada de avance tecnológico. Por lo tanto, el desarrollo que crean dura mientras duran dichas instituciones. La experiencia soviética es un ejemplo claro de este límite. La Unión Soviética generó un crecimiento rápido ya que pronto se puso al día de algunas de las tecnologías avanzadas del mundo y asignó recursos del muy ineficiente sector agrícola al sector industrial. Al final, los incentivos en todos los sectores, desde la agricultura hasta la industria, no pudieron estimular el avance tecnológico. Esto tuvo lugar solamente en algunos núcleos en los que se dirigían los recursos y donde la innovación era fuertemente recompensada debido a su papel en la competencia con Occidente. Sin embargo, el desarrollo soviético, a pesar de ser rápido, estaba condenado a durar poco, y ya perdía impulso en la década de los setenta.
La falta de innovación y destrucción creativa no es la única razón por la que existen límites graves al crecimiento bajo instituciones extractivas. La historia de las ciudades-Estado mayas ilustra un fin más siniestro y, por desgracia, más común, de nuevo implícito en la lógica interna de las instituciones extractivas. Como éstas crean beneficios significativos para la élite, habrá fuertes incentivos para que otros luchen para sustituir a la élite actual. Por lo tanto, las luchas internas y la inestabilidad son rasgos inherentes de las instituciones extractivas y no solamente crean más ineficiencias, sino que también suelen revertir la centralización política, en ocasiones incluso conduciendo al fracaso total de la ley y el orden y al caos, como experimentaron las ciudades-Estado mayas tras su éxito relativo durante la era clásica.
Aunque sea inherentemente limitado, el crecimiento bajo instituciones extractivas puede parecer espectacular cuando está en marcha. Muchas personas de la Unión Soviética y muchas más en el mundo occidental se quedaron asombradas con el crecimiento soviético de los años veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta e incluso setenta del siglo XX, de la misma forma que las fascina el ritmo vertiginoso del crecimiento económico chino actual. Sin embargo, como comentaremos con más detalle en el capítulo 15, China, bajo el control del Partido Comunista, es otro ejemplo de sociedad que experimenta un crecimiento bajo instituciones extractivas y es igualmente improbable que genere un desarrollo sostenido a menos que emprenda una transformación política fundamental hacia instituciones políticas inclusivas.