Capítulo 18
El barco de los locos

Otro trabajo temporal. Diferente mesa, el mismo ordenador. Afortunadamente, aquel era un trabajo muy sencillo. Sarah podría hacer presentaciones de Power Point en sueños.

Iba a casarse. Sonaba raro. Con Benjamín, además.

Si Martika aparecía en el apartamento, le contaría lo de su boda... o no. Seguramente a su loca compañera de piso no le haría ninguna gracia que se casara y tuviese un propósito en la vida. Afortunadamente, se casarían en Las Vegas. No imaginaba a su madre en la boda. Y su padre no tendría tiempo para asistir a algo tan espontáneo. Aunque aprobaría que se casara con Benjamin.

Ese pensamiento era vagamente desconcertante.

Sarah decidió no pensar más en ello. Aunque le gustaría que alguno de sus amigos estuviera presente en la ceremonia... Evidentemente, no iría nadie de la pandilla. Ellos no lo entenderían.

Pensó en Kit, pero enseguida lo apartó de su mente. No le había contado a nadie lo de Kit, especialmente a Benjamin, claro. Por supuesto, después de lo de Jessica no podría decir nada, pero era mejor dejar todo aquello atrás.

Y Judith... Judith no la entendía. A pesar de todo, le habría gustado que ella o Martika fuesen a la boda. Una novia necesita una dama de honor.

—¿Cómo va la presentación?

Sarah levantó los ojos. Era John, un jefecillo con muchos aires.

—Ya casi he terminado.

—¿En serio? No puede ser. Había casi ochenta páginas.

Ella se encogió de hombros.

—No ha sido tan difícil.

Al hombre no pareció hacerle gracia: «Ah, tú eres una de esas», parecía pensar. Pero a Sarah le daba igual. Después de Becky, cualquier jefe le parecía fácil de manejar.

—Puede que tengamos que hacer cambios el viernes —dijo John entonces, para fastidiar.

—El viernes no estaré aquí.

—Perdona, pero te hemos contratado por tres semanas. Deberías...

—Le dije a la agencia que solo podría trabajar hasta el jueves... porque me caso el viernes. Si eso es un problema, le recomiendo que hable con ellos.

—Pero...

—Tiene razón.

Sarah se volvió para mirar a quien hablaba.

Era una mujer de pelo corto y traje de chaqueta rojo, muy elegante.

—De hecho, la agencia llamó esta mañana preguntando por ti y no te encontró, John. ¿A qué hora has llegado a la oficina?

Aparentemente, John tenía problemas. Y su tono pasó de agresivo a obsequioso.

—Es que estaba... en el cuarto piso, hablando con el encargado del correo —era una excusa inventada y se notaba mucho. Sarah tuvo que disimular una risita.

—Hola, soy Erica Ross —dijo la mujer entonces, ofreciéndole su mano.

—Hola, Sarah Walker. Encantada de conocerte.

La mujer levantó una ceja.

—No sabes quién soy, ¿verdad?

—Pues no, lo siento.

—Soy la directora de este departamento.

—Ah, no lo sabía.

—Veo que has hecho un buen trabajo —dijo Erica entonces pasando las páginas rápidamente con el ratón—. Me sorprende que lo hayas hecho en un solo día.

Sarah se encogió de hombros.

—Era relativamente fácil.

—Me caes bien. ¿Estás buscando un puesto fijo?

Sarah sintió una ola de ¿felicidad? ¿Emoción? Pero desapareció rápidamente.

—No, lo siento.

—¿Por qué no? Ofrecemos un buen salario y tengo la impresión de que dentro de nada tendremos un puesto libre —dijo Erica entonces mirando a John, que estaba pálido.

—Yo... mi marido se muda al norte de California. Además, prefiero la libertad que tengo ahora.

¿Por qué había dicho eso?

La mujer sonrió, comprensiva.

—Ya veo. Bueno, me gustaría que te quedases. Me interesa la gente que no hace las cosas solo para complacer al jefe. Si cambias de opinión, solo tienes que llamarme.

Sarah asintió, pero su mente era un caos. ¿Así de fácil? ¿Solo tenía que hacer su trabajo sin pensar en nada más? ¿Solo tenía que cortarle el rollo a un tío que intentaba pasarse con ella y le ofrecían un puesto fijo?

—Gracias —murmuró—. Si cambio de opinión, te llamaré.

Judith tenía el corazón tan acelerado como si hubiese tomado una pastilla de éxtasis. Estaba en el portal de Sarah, con la maleta en la mano. Llevaba ropa para dos semanas y todo su maquillaje. En el maletín, los papeles de la oficina.

Aunque tuviera que dormir en el sofá de Sarah, aunque tuviera que compartir baño con su altísima compañera de piso. Tenía que hacerlo. Y en algún momento David se daría cuenta de que no estaba.

Quizá debería haber dejado una nota.

Las puertas del ascensor se abrieron entonces. ¿Para qué dejar una nota? David estaba demasiado ocupado como para leer una nota sobre algo tan poco importante como su matrimonio.

Nerviosa, llamó al timbre. Pero quien abrió fue Martika, con todo el pelo en la cara y el móvil pegado a la oreja.

—¿Sarah?

—Hola —dijo Judith.

—¿Has visto a Sarah?

—No.

—¡Maldita sea! Taylor, se acabó. Nos vamos a Las Vegas... ya sé que hay mil capillas, pero la encontraremos... ¿Y yo qué coño sé? Contrata a un detective.

Judith dejó la maleta en el pasillo.

—¿Vengo en mal momento?

—No lo sé. Sarah ha dejado una nota diciendo que tengo que irme del apartamento porque va a casarse... con el gilipollas de su novio. A mí me parece mal momento, ¿tú qué crees?

Judith se quedó boquiabierta.

—¿De verdad va a casarse? ¡Creí que lo decía por decir!

—Un momento. ¿Te ha contado que va a casarse? Taylor, espera un momento... ¿Qué te ha dicho? ¿Cuándo has hablado con ella?

—Hace un par de días. Me dijo que iba a casarse con Benjamín, pero pensé que era una de sus cosas...

—¿Te dijo dónde estaría?

—En el castillo medieval ese... Excalibur.

—¿Te lo contó a ti y a mí no? —exclamó Martika, indignada.

—Es que quería... —Judith no terminó la frase. No le parecía prudente contarle lo de la dama de honor—. Quería que fuese a la boda.

—¿Y no vas a ir?

Judith dejó escapar un suspiro.

—Me temo que no le hice mucho caso. Las últimas semanas han sido muy complicadas para mí... tenía problemas con mi marido.

—Ya veo —murmuró Martika sin indagar más—. No sabrás cuándo piensa casarse?, ¿no?

—Mañana. Pensaban irse esta noche a Las Vegas, si no recuerdo mal.

—Taylor, ¿has oído eso? ¡Sarah se casa mañana y estará esta noche en el Excalibur...! Sí, ya, bueno, yo creo que ser hortera es el menor de sus problemas ahora mismo.

De repente, Martika se agarró al brazo del sofá, como si hubiera perdido el equilibrio.

—¿Te pasa algo? —preguntó Judith.

—No, nada, son los mareos de todos los días —sonrió ella—. Taylor, estoy bien. Haz la maleta, nos vamos a Las Vegas.

—¿Crees que debes viajar en estas condiciones? Si estás enferma... —empezó a decir Judith.

—No estoy enferma, estoy embarazada.

—Ah, no lo sabía.

—Además, conducirán los chicos. Voy a hacer la maleta.

—¡Pero si Sarah no nos quiere allí!

—Vamos a detener esa boda como sea —replicó Martika.

—¿Qué?

—Que vamos a detener esa boda.

—Pero...

—Tiene que pensarlo mejor antes de dar ese paso. El tal Benjamin es un gilipollas, pero si eso es de verdad lo que quiere... aunque yo creo que solo se casa porque tiene miedo, se siente sola y necesita seguridad.

Judith se quedó pensativa. ¿Por qué se había casado ella con David?

¿Lo habría hecho si alguna amiga le hubiera preguntado de corazón si sabía lo que estaba haciendo, si de verdad eso era lo que quería hacer?

—Voy contigo —dijo entonces.

Martika sonrió.

—Estupendo.

De modo que aquello era Las Vegas. Sarah había estado allí una vez, cuando sus padres estaban casados todavía. ¿O había sido en Reno?

En cualquier caso, era una ciudad llena de luces, brillante, excitante y la manera perfecta de empezar su vida de casada. Martika estaría orgullosa...

No, Martika no estaría orgullosa, pero le encantaría Las Vegas. Los casinos, las luces... la prostitución legal, pensó Sarah entonces.

Le habría gustado que Martika estuviese en su boda. Y Judith.

O alguien.

Pero no quería tener pensamientos tristes. Así era como quería que fuese su vida a partir de aquel momento. Viviría en el norte de California, sin compañeras de piso, sin líos, sin problemas. Por fin tenía algo que hacer, por fin tenía un futuro, un propósito en la vida.

—Estoy deseando explorar Las Vegas —dijo cuando llegaron a la habitación del hotel—. Siempre he querido ir al Luxor.

Benjamín levantó una ceja.

—¿El edificio en forma de pirámide?

—Ese. Por lo visto, tienen una pista de baile increíble. ¿Qué te parece, Benjamín? ¿Vamos a echar un vistazo?

—A mí me gustaría pasar la noche en la habitación, relajándonos. Ha sido una semana tremenda, nena... Cuando deje la empresa nos tomaremos dos semanas de vacaciones, ¿te parece?

—Muy bien. Pero ahora me apetece salir.

—¿Por qué no descansamos un poco? —susurró Benjamín, besándola en el cuello—. Seguramente mañana tendremos que hacer un montón de papeles antes de la boda.

—¿No te apetece ir a algún casino?

—Pues...

—Entonces iré yo sola. Nos veremos más tarde.

—¿Piensas salir sola por Las Vegas? —preguntó Benjamín, molesto.

—No pasa nada. He ido sola por Los Ángeles, no creo que sea peor esto.

—Y tuviste suerte de que no te pasara nada. ¿Por qué no nos quedamos aquí?

«Porque me aburro», hubiera querido decir Sarah.

—¿Cuándo dejarás la empresa?

—El lunes. He pensado que podríamos vivir en casa de tu madre hasta que encuentre otro trabajo.

Ella lo miró, horrorizada.

—Lo dirás de cachondeo.

—¡Claro que sí, tonta! —exclamó Benjamín—. Pero cuida el vocabulario. Ya no estás con esos compañeros de piso tan raros.

A Sarah no le hizo ninguna gracia el tono condescendiente. Pero no dijo nada.

—La verdad, estoy deseando empezar una nueva vida —suspiró Benjamin—. Una casa, hijos, ir al cine de vez en cuando, tener un negocio propio...

Sarah lo escuchó describir su vida ideal y sintió aprensión. La verdad, no había pensado en los hijos. Solo tenía veinticinco años... Pero estaba segura de que Benjamin no querría tener hijos inmediatamente.

—Y también podríamos salir de vez en cuando. Ya sabes, cenar, ir a bailar...

—Yo iré a verte bailar —sonrió él—. Ya sabes que no me gusta. En cuanto a cenar... sí, eso desde luego. Tendré que confraternizar con los clientes.

Sarah se mordió los labios. Esa era su idea de la vida: trabajar y cenar con los clientes.

—¿Sabes una cosa? Creo que voy a tomar una copa ahora mismo.

—El minibar cuesta carísimo —dijo Benjamin.

—No te preocupes. Esta la pago yo.