Capítulo 17
Chica infeliz (Dance remix)
—¿Un cigarrillo? —preguntó Taylor.
Martika negó con la cabeza, bajando la ventanilla del coche.
No sabía cómo iba a tomarlo. Taylor era su mejor amigo desde... desde siempre. La conocía mejor que nadie y ella lo conocía mejor que nadie, pero no sabía cómo iba a tomarse la noticia.
—¿Estás bien, princesa? Te va a encantar Arthur. Está para comérselo. Y a él le encantarás tú.
—¿Estás seguro? —murmuró Martika, distraída. Seguía recordando la conversación con su madre. No había decidido todavía si iba a vivir en casa y tampoco quería contárselo a Taylor.
—Claro que sí. Además, si no le encantas, ya se puede ir despidiendo.
Ella se volvió, genuinamente sorprendida.
—¿Lo dices en serio?
—Cariño, ya sabes que sí. O sea, un polvazo es un polvazo, pero, si lo piensas, ¿con quién quieres hacerte mayor, con tu mejor amiga o con un polvo?
—Por eso te quiero —sonrió Martika.
—Ja. Yo pensé que era porque...
—Voy a tener el niño.
—¿Cómo?
Martika respiró profundamente.
—Voy a tener el niño. He decidido tenerlo.
No había otra decisión, eso era lo que iba a hacer.
—Ya veo —murmuró Taylor, sin palabras por primera vez.
—Te parece una tontería, ¿verdad?
Él no respondió, simplemente siguió conduciendo.
Y eso la puso furiosa. Era un mecanismo de defensa, pero si no necesitaba el mecanismo de defensa en ese tema, no sabía para qué iba a necesitarlo.
—Yo creo que seré una madre estelar.
—¿Por eso lo haces?
Martika lo miró para ver si estaba siendo irónico, pero su expresión era indescifrable.
—Tengo una tonelada de razones para hacerlo. Supongo que a ti te parecerá una estupidez, pero yo tengo un montón de razones.
—Dime una, Martika.
—Muy bien.
«Porque siempre he querido ser madre». No, demasiado cursi.
«Porque no puedo soportar la idea de abortar. Porque por fin tengo la oportunidad de querer a alguien sin preocuparme por lo que piense de mí. Porque por fin he encontrado a alguien que podría quererme de verdad. Porque el resto de mi vida no tenía sentido hasta que ocurrió esto».
Martika respiró profundamente.
—Porque esto no es sobre mí. Es sobre otra persona, Taylor.
Él puso el intermitente y detuvo el coche en el arcén.
—Esta noticia se merece un abrazo —dijo, apretándola contra su corazón.
—Vas a ser su padrino, espero que lo seas.
—Por supuesto. Y no se te ocurra pensar en otra persona.
Dos días más tarde, Sarah estaba en una elegante cafetería, deseando que se la tragara la tierra. Martika había desaparecido, probablemente estaría durmiendo en casa de Taylor o buscando un nuevo compañero de piso. Estaba segura de que no volvería a cometer el error de vivir con una chica.
Habían llamado de Tempus Fugit pidiéndole disculpas, pero no podía trabajar aquella semana... estaba demasiado angustiada. Además, querían enviarla de nuevo a la oficina de Jeremy.
Y tampoco había vuelto a hablar con Kit.
No. No iba a pensar en él.
Otra vez estaba como al principio: sin trabajo, sin nadie que la ayudase a pagar el apartamento, con muy pocos amigos y sin saber qué cono hacer.
¿Cómo podía ser tan patética?
Pensaba que sabía lo que quería, pero el futuro le estaba dando una bofetada tras otra.
¿Qué iba a hacer?
Ojalá no se hubiera peleado con Martika. Ojalá Richard no la hubiese despedido. Ojalá...
—¿Sarah?
Ella levantó la mirada. Ojalá no fuera Benjamín.
—Hola Benjamín. No te había visto.
—¿Qué te pasa, cariño?
«Oh, por favor».
Sarah sonrió como la había enseñado Martika, con displicencia, estirándose la monísima camiseta rosa.
—No me pasa nada. ¿Por qué?
—No, por nada. ¿Qué tal te va con tu compañera de piso?
—Muy bien.
—¿Y en el trabajo?
—Estupendo.
—¿Sigues saliendo con el tipo ese con el que te vi en la puerta del bar?
—Jeremy es solo uno de tantos —contestó Sarah—. No me gusta atarme a nadie.
Benjamin se sentó a su lado.
—Entonces, ¿por qué pareces una niña desolada?
—¿Qué quieres decir?
—No me mientas, Sarah. Te conozco demasiado bien. ¿Qué te pasa? Me preocupas.
—¿Te preocupo? ¿Porque estoy pasándolo bien sin: augusta presencia? ¿Porque me acuesto con otros tíos?
—Me preocupa que estés destrozando tu vida.
Como no estaba lejos de la verdad, Sarah se mordió los labios.
—Como puedes ver, estoy bien.
—Lo que veo es que estás disgustada. Te he echado de menos, Sarah —dijo Benjamin entonces, con su mejor voz de comercial.
—Vete a tomar por saco...
Él parpadeó, sorprendido.
—Me gusta lo que Los Ángeles ha hecho por ti. Antes no tenías personalidad, pero ahora puedes plantarme cara. Me gusta mucho eso, Sarah.
—Me da igual
—Lo que quería decir es que de verdad te echo de menos. Eramos un buen equipo.
Ella lo miró. Un cachorro no podría poner una expresión más tierna.
—¿No me digas?
—¿Recuerdas cuando me pasabas los apuntes al ordenador?
—Claro.
—¿Y cuando te quedabas en casa y me hacías la comida porque yo tenía exámenes finales? Me ayudabas con la colada...
—¿Estás intentando restregarme por la cara lo imbécil que era, Benjamin?
—¡No es verdad! Me ayudaste mucho. Y ahora quiero ayudarte yo a ti.
—Sí, seguro. Me temo que sigo escribiendo más rápido que tú y no pienso dejar que me hagas una cena.
—Sarah, quiero que vuelvas conmigo.
Ella se levantó, indignada.
—Esta conversación se ha terminado.
Pero antes de que llegase a la puerta, Benjamin la tomó del brazo.
—Escúchame.
—¿Por qué? ¿Jessica no te escucha lo suficiente?
—He roto con ella —contestó Benjamin, con tono irritado. Curiosamente, Sarah confiaba más en ese tono que en el de vendedor de lujo—. Es que... Jessica no eras tú. Tú eres diferente, siempre tenías planes, siempre querías hacer cosas... yo necesito eso ahora más que nunca.
—¿Por qué?
—Me voy al norte de California. Ninguno de los dos está hecho para vivir en Los Ángeles, Sarah. Este sitio es una pocilga.
Ella se encogió de hombros.
—Yo ya me he acostumbrado.
—¿Estás diciendo que no te gustaría volver a una ciudad pequeña? ¿Y los planes que teníamos? Los niños, una casa en un sitio tranquilo... ¿de verdad crees que podrás tener eso aquí?
Sarah no contestó.
—¿Y tus planes, Sarah? ¿De verdad te ves viviendo así muchos años, sin trabajo fijo, sin una relación estable? ¿Por eso quieres quedarte?
Ella se mordió los labios.
—¿Qué estás ofreciéndome, Benjamin? ¿La oportunidad de vivir contigo, la oportunidad de esperar mientras tú ordenas tu vida, sin trabajo, sin...?
—No. Quiero hacer tu vida más fácil. Tú me ayudaste, ¿recuerdas? No tendrías que buscar trabajo, no tendrías que hacer nada. Cásate conmigo, Sarah.
—¿Qué?
—Cásate conmigo —repitió Benjamin, tomando su mano—. Sé que no estoy siendo muy romántico, pero no podía soportar la vida sin ti... iba a llamarte y, de pronto, te he visto. Ha sido como una señal.
—¿Quieres que me case contigo?
—En cuanto sea posible. No quiero cometer el mismo error dos veces.
Todo era tan repentino... Pero habían estado años prometidos, antes de la ruptura...
«Un momento. ¿Estoy pensándolo en serio?»
—¿Por qué iba a casarme contigo, Benjamin? —preguntó, soltando su mano—. Dame una buena razón.
Él se quedó callado un momento y después sonrió, una sonrisa calculada, retadora.
—Porque te quiero y quiero cuidar de ti. Podemos intentarlo otra vez, ahora en serio. ¿Qué podrías perder?
Sarah se quedó pensativa.
«Sin compañera de piso, sin trabajo, sin esperanza... y ahora un tío me dice que me quiere y que quiere ayudarme».
—No es una buena razón, pero es una razón —dijo por fin.
Cuando sonó el teléfono Judith dio un salto, con el corazón acelerado.
—¿Dígame?
—Judith, soy Sarah.
—Hola, Sarah.
De todos los días que podría haber llamado, pensó, abriendo el horno y pinchando el asado como si quisiera matarlo, tenía que llamar precisamente aquel.
—¿Qué tal va todo?
—Bien... regular.
—¿Llamo en mal momento?
«Estoy a punto de contarle a mi marido que he tenido una aventura».
—Estoy haciendo la cena. ¿Ocurre algo?
—No, no... solo quería invitarte a algo.
—¿Te llamo la semana que viene? Podríamos comer juntas.
«Si sobrevivo a esta cena».
—Bueno, la verdad es que esto no puede esperar.
Judith miró al techo.
—Ya.
—Es que me caso el viernes, en Las Vegas. Y me gustaría que fueras mi dama de honor.
—¡Te casas! ¿Con quién?
—Con Benjamín.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque me quiere. Porque... no sé. Porque me parece lo más lógico.
Judith apretó el auricular.
—¿Cuándo ha ocurrido?
—Me lo pidió hace una semana y, como hemos estado prometidos durante casi cinco años, hemos pensado que no merece la pena esperar.
—Ah, qué romántico —dijo Judith, irónica.
—Es lo que siempre he deseado. Benjamín me quiere y quiere cuidar de mí.
—¿Y qué es lo que tú quieres? —preguntó Judith, sin disimular su desdén. Le habría gustado darle una bofetada—. ¿Te conformas con un tío que cuide de ti?
—Benjamin me quiere, Judith. Pensé que te haría ilusión. Después de todo, fuiste tú quien me dijo que debería darle una segunda oportunidad —replicó Sarah, irritada.
—Eso fue antes... Ahora sé que estás cometiendo un error.
—Muy bien, veo que no quieres ser mi dama de honor. ¿Vendrás a la boda siquiera? Estaría bien que hubiese algún amigo.
—Sarah, tienes, que pensártelo. Esto no es buena idea. En la vida se necesita algo más que seguridad. Se necesita pasión. Créeme.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo —replicó Sarah—. Estaremos en el hotel Excalibur el viernes a las cinco. Nos vamos mañana por la noche. Si quieres ir a la boda, estupendo. Si no, también. Te llamaré cuando vuelva.
—Sarah... no lo hagas.
—Hablaremos en otro momento —dijo ella antes de colgar.
Judith parpadeó, confusa. No podía solucionar los problemas de Sarah cuando ella misma tenía tantos.
En ese momento vio que salía humo del horno y se puso los guantes a toda prisa para sacar la bandeja.
—¿Judith? —oyó la voz de su marido—. ¿La cena está lista?
—Ya está casi lista...
—Qué buena pinta. ¿Dónde has comprado la carne?
—En la calle Olympic. Han abierto una carnicería estupenda.
—Había pensado invitar a los Henderson a una barbacoa. Podríamos comprar costillas y...
—David, he tenido una aventura.
David miró el asado.
—Si ponemos verduras a la parrilla y maíz fresco, quedaríamos estupendamente.
—David, he tenido una aventura.
Él la miró, muy serio.
—Perdona. ¿Acabas de decir que has tenido una aventura?
Judith asintió.
—¿Con alguien que conozco?
—No —contestó ella—. Tampoco yo lo conozco.
—¿Qué quieres decir? ¿Te has acostado con un completo extraño?
—No. Lo conocí en Internet.
David hizo una mueca. Y, entonces, para su sorpresa, soltó una carcajada.
—Esto es genial. ¿Cuánto tiempo ha durado?
—Hemos estado escribiéndonos durante más de un mes.
—¿Y os habéis conocido personalmente?
—Ayer —contestó ella—. Nos conocimos ayer.
—Así que solo te has acostado una vez con él.
—En realidad, no nos hemos acostado.
—¿No habías dicho que era una aventura?
Judith lo miró, sorprendida.
—David, ¿no lo entiendes? He estado hablando, ligando con otro hombre. Un hombre por el que creía sentir... sentir algo.
—¿Y no lo sientes?
—Digamos que cuando lo conocí en persona... no era lo que yo esperaba.
David sonrió, malicioso.
—Ya veo, ¿gordo, calvo y viejo?
Ella no contestó. Era más fácil dejar que pensara eso... para salvar su orgullo.
¿Y por qué tenía que salvar su orgullo?, se preguntó entonces. ¿No llevaba años haciéndolo?
Sería mejor salvar su propio orgullo.
—El asunto es que tenemos problemas, David. Yo creo que deberíamos acudir a un consejero matrimonial.
—¿Por qué? —suspiró su marido—. Ya sabes que no tengo tiempo para eso. ¿Sabes lo poco que me queda para que me hagan socio del bufete? ¿Sabes lo que he trabajado para llegar a eso?
—Claro que sí —contestó Judith—. ¿Es que no te he ayudado yo en todo lo posible?
—Por favor... Deja la cruz, no eres ninguna víctima —replicó David—. ¿Sabes una cosa? Creo que lo que pasa aquí es el típico caso de una esposa que cree no recibir suficiente atención. Pero yo siempre he sido así. Lo sabías cuando estaba estudiando la carrera y lo has sabido siempre... yo no he cambiado. No voy a tener tiempo de repente para comprarte rosas, ni para estar todo el día encima de ti. Los dos somos adultos, ¿no?
—¿Podrías ser un poquito más paternalista? —replicó Judith.
—¿Y podrías ser tú un poco más razonable? Una aventura en Internet, por favor... ¿No te das cuenta de que es patético? Si fueras la esposa de otro, estaría muerto de risa.
—Pero no soy la esposa de otro, soy la tuya.
¿Por qué había ocurrido aquello con Roger? Porque no era feliz. Así de sencillo.
¿De verdad había pensado que David cambiaría, que podría hacerla feliz? ¿Pensaba que contándoselo despertaría?
—Mira, no tengo tiempo para esto. Si quieres flores, te las mandaré, pero ya eres mayorcita para saber lo que haces.
David se metió en el estudio y cerró la puerta. Judith sin pensar, mecánicamente, empezó a limpiar la cocina.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Podría marcharse.
¿Para qué?, se preguntó. Le haría daño a David, su familia se llevaría un disgusto...
Tenía razón, aquel no era el momento. Esperaría a que lo hiciesen socio del bufete. Entonces estaría tan ocupado que ni siquiera notaría su falta.
Judith miró la bandeja con el asado.
¿Y qué ganaría con esperar?
Entonces se quitó el mandil, dejó la cocina como estaba y subió a su habitación.