Capítulo 8
Quiéreme dos veces

Sarah debía haberse emborrachado un poco también... al menos, eso pensó al contestar el teléfono a las siete de la mañana. O eso o seguía soñando.

—¿Puedo hablar con Sarah Walker?

—Soy yo.

—Sarah, te llamo de Tempus Fugit.

¿La agencia de empleo? Un trabajo. Debía haberlos impresionado más de lo que creía.

—Dígame.

—Hoy no tienes que ir a la oficina.

—¿Cómo?

—Que no tienes que ir a la oficina en la que estabas trabajando.

Sarah esperaba una explicación, pero entonces se dio cuenta de que la persona que llamaba estaba a punto de colgar.

—¡Espere! ¿Cuándo debo volver?

Al otro lado del hilo hubo una pausa.

—¿Oiga?

—La persona que te atendió en la agencia era Mónica, ¿no?

—Sí, pero...

—Voy a pasarte con Mónica —dijo la voz, dejándola colgada con La vida loca de Ricky Martin.

Aquello no sonaba nada bien.

—¿Sarah?

—¿Mónica? ¿Qué ha pasado?

—Sarah, esto es muy serio —dijo Mónica entonces con su desagradable voz de pito—. Han llamado de la oficina para quejarse.

—¿Quejarse? ¿De qué?

—Aparentemente, ciertos datos económicos se borraron anoche. Por lo visto habían sido grabados en tu ordenador.

—¿Que han perdido el presupuesto?

—Sí, creo que mencionaron un presupuesto.

—Pues yo no sé cómo se borrarían, pero supongo que tendrán una copia en alguna parte.

—Parece que no... se borró todo y no encuentran las cifras. Incluso se ha corrido el rumor de un virus.

—Un momento. ¿Estás diciendo que yo he destruido esas cifras a propósito?

Mónica dejó escapar un suspiro.

—La empresa dice que es una destrucción criminal de archivos o... asombrosa estupidez, si quieres que te diga la verdad.

Sarah cerró los ojos. La habitación había empezado a dar vueltas.

—Mónica, tú me conoces. Sabes que se me dan muy bien los ordenadores.

—Exactamente. Por eso creo que en Tempus Fugit tampoco hay sitio para ti.

—¿Qué?

—No necesitamos rumores de espionaje industrial. Así que a partir de hoy no te tenemos en la lista. Tu último cheque te llegará por correo, no hace falta que te pases por aquí.

—Mónica, no habrás creído esa historia... Tengo que probar que...

—Además han dicho que te acostabas con uno de los empleados.

Sarah miró el teléfono, convencida de que estaba soñando.

—¿Qué?

—No te creía capaz de eso. Normalmente, suelo juzgar bien a la gente.

—Mónica, escucha...

—No hace falta que me des explicaciones. Adiós, Sarah.

Ella se quedó mirando el teléfono, boquiabierta.

Muy bien. Judith no la había preparado para aquello.

Sarah estaba agotada. Tenía que buscar otro trabajo, probablemente como dependienta o en un MacDonalds, con el salario mínimo...

¿Cómo había llegado a eso?, se preguntó. Lo tenía todo planeado. Ayudaría a Benjamín, se casaría con él, después encontraría un trabajo divino o tendría niños y pospondría su carrera.

Pero no tenía nada. Si alguna vez había temido ser una fracasada, podía dejar de temer: lo era.

Y todo por culpa de Benjamín.

Hubiera deseado ponerse a gritar, romper algo. En lugar de eso, encendió la radio y buscó una emisora de rock duro. Cuanto más lo pensaba, más decidida estaba. Casi inconscientemente buscó la empresa de Benjamín en la guía.

«No llames. Es una estupidez».

Pero tomó el teléfono y empezó a marcar. Era mejor llamar a Benjamín que ir a ver a la señora Peccorino con un bate de béisbol.

—Becker Electrónica.

—Quiero hablar con Benjamin Slater, por favor.

—¿Puede decirme su nombre y el motivo de su llamada?

—Soy Sarah Walker. Y él sabe el motivo de mi llamada.

Aunque esperaba que no. Si supiera que llamaba para ponerlo verde, no contestaría al teléfono.

—Un momento, por favor.

La dejó esperando con una horrible música romántica. Lo cual era irónico, considerando la situación.

—Benjamin Slater.

Su voz. El traidor corazón de Sarah dio un saltito.

—Hola, Benjamin.

Al otro lado del hilo hubo una larga pausa.

—No sabía que eras tú.

—Ya veo —de repente Sarah no sabía qué decir. ¿Para qué había llamado?

—¿Quieres gritarme otra vez?

—¿Por qué crees que quiero gritarte?

—Porque te conozco. Evidentemente, tienes algo que decir.

—Yo... —empezó a decir Sarah. Sí, tenía algo que decir, pero, ¿qué? «Me has destrozado la vida». «Eres un canalla egoísta», por ejemplo—. Ni siquiera has llamado para ver si seguía viva.

Sonaba fatal. Derrotada, como una cría.

—Evidentemente, sigues viva. ¿Cómo estás?

—Eso es muy bajo.

—¿Qué es muy bajo?

—Que aparentes estar preocupado. Si no te hubiera llamado, tú no habrías vuelto a pensar en mí. Eres un egoísta y un...

—Pienso en ti, Sarah. Pienso mucho en ti.

Eso pinchó el globo.

—¿De verdad?

—Todo el tiempo.

—¿Qué pasa, te debo dinero o algo así?

—Eso no tiene gracia. Sabes que me importas, Sarah. Que no me gustase ver cómo dejabas un trabajo a lo loco no significa que hayas dejado de importarme.

Sarah se sintió como una idiota. Una niña inmadura.

—No me apoyaste, hiciste que me sintiera sola.

—Yo no hice que te sintieras de ninguna forma. Solo te dije que dejar el trabajo, un trabajo que te gustaba y que te había conseguido tu mejor amiga, no era buena idea.

No quería dejarse convencer. No quería ablandarse.

—Estaba disgustada, Benjamín. Tú siempre me dejas fuera o me dices que debo madurar. Nunca has prestado atención a cómo me siento ni a por qué hago lo que hago.

—¿Sabes tú por qué haces lo que haces?

—¡Claro que sí!

—Entonces, ¿por qué dejaste el trabajo?

Sarah se pasó una mano por la frente. Aquello parecía haber ocurrido hace mucho tiempo.

—Porque era un sitio insoportable. Trabajaba quince horas al día y mi jefa era un demonio. Y nunca era feliz. Y esperaba que tú vinieras a Los Angeles para ayudarme, pero me abandonaste.

—Estabas esperando que te rescatase, cariño.

Sarah se puso colorada como un tomate.

—Vete al infierno, Benjamin.

—No lo digo para que te sientas mal. Pero es un hecho.

—Yo no necesito que me rescates. Solo necesito que estés a mi lado. Y tú siempre estás muy ocupado. Todo lo demás es más importante que yo para ti. Pero yo soy más importante, Benjamin. Y me merezco algo mejor —dijo Sarah entonces, con voz temblorosa.

—Quizá no te haya prestado la atención que necesitabas. Ya sabes lo importante que es el trabajo para mí. Solo quería tener una base firme...

—Me da igual.

Benjamin dejó escapar un suspiro.

—Has elegido un buen día para hablar de esto. ¿Quieres que comamos juntos?

¿Comer juntos? Sarah parpadeó.

—Pues... muy bien.

—Yo invito. ¿Qué tal en... ese sitio del que hablan tanto, Jozu?

—De acuerdo.

—Iré a buscarte a la una.

—Muy bien —se encogió Sarah de hombros.

Que gastase él la gasolina. ¿Por qué no?

Se cambió tres veces. La primera, eligió un traje que era dinamita. Pero no quería que Benjamin pensara que quería volver con él, así que se puso vaqueros y una camiseta. Pero le pareció demasiado informal y acabó eligiendo un vestido que no era ni demasiado llamativo ni demasiado moderno.

Entonces sonó el timbre.

—¿Sí?

—Soy Benjamín.

—Bajaré en un minuto.

Estaba guapo, pensó al verlo. Llevaba un traje nuevo. Seguramente lo que se ponía en Fairfield ya no valía en Los Ángeles. Ella lo sabía bien.

Benjamín tenía un aspecto serio y un poco conservador. Pero considerando el tiempo que pasaba con Martika, Taylor y Pink, Sarah ya no sabía muy bien lo que era normal.

—Te has cambiado el pelo —dijo Benjamin, arrugando el ceño.

—Sí.

—Lo llevas mucho más corto.

—Me gusta así. Y a mucha gente también.

Por «gente» quería que entendiese hombres, por supuesto.

—No digo que no me guste. Solo digo que está mucho más corto.

Sarah se encogió de hombros.

—¿Nos vamos?

Fueron al restaurante en relativo silencio y, una vez allí, Sarah intentó relajarse. Se preguntó si sería una horterada pedir una tila antes de comer... Pero, si no lo hacía, sus hombros se quedarían tiesos para siempre.

—¿Por qué decidiste llamarme precisamente hoy?

—No lo sé. Supongo que llevaba algún tiempo pensándolo.

—¿Qué tal te van las cosas?

Ella dejó escapar un suspiro.

—Veamos... Ahora trabajo como secretaria temporal.

—Ya veo. Esperaba que todo te fuera bien,

—¿Por qué no me llamaste?

—Porque me dolía demasiado.

Esas palabras le encogieron el corazón. La echaba de menos, la quería. Tuvo que hacer un esfuerzo para no tomar su mano como solía hacer. Así que se concentró en la carta y en pedir lo que deseaba cuando llegó el camarero.

—¿Qué tal el trabajo? —preguntó por fin. Sabía que era un tema del que le gustaba hablar.

Benjamin se encogió de hombros.

—Bien, pero no es lo que yo esperaba. No me gusta Los Ángeles. Me estoy acostumbrando, pero no es un sitio que me guste. ¿Echas de menos Fairfield?

—Un poco. Pero Los Ángeles tiene muchas cosas buenas —mintió Sarah.

¿Muchas cosas buenas? Estaba en la ruina, la habían echado del trabajo sin dar explicaciones, todo el mundo era rarísimo....

—Sí, es como un parque de atracciones. Si buscas un poco de diversión está bien. Pero íbamos a hablar de nosotros, Sarah.

—No hay un «nosotros», Benjamin.

—¿Y de quién fue la idea?

—Ya te he explicado por qué.

—Yo creo que has cambiado. Siempre has sido un poco cambiante...

—¿Cambiante?

—Ya sabes a qué me refiero. Nunca te quedas con nada definitivamente.

—¡Me quedé contigo! Tú eras toda mi vida, Benjamin. No necesitaba una carrera, tú eras un trabajo de tiempo completo.

Él se quedó en silencio unos segundos.

Sarah tenía ganas de llorar. No la entendía. Nunca la entendería.

—Te quiero, Sarah.

Ella parpadeó, con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué?

—Me has oído. Que te quiero. Tú me hacías sentir bien... siempre preocupada por mí. Solo cuando me dejaste me di cuenta de lo que había perdido.

—No puedes decirme eso ahora.

—Deja que intente arreglarlo. Pasa la tarde conmigo.

—¿No tienes que volver al trabajo?

«Si comer con él ha sido mala idea, pasar la tarde con Benjamín es aún peor. Podrías acabar acostándote con él».

—Me da igual. El trabajo seguirá allí aunque yo no vaya...

Sarah lo observó, atónita, llamar a su secretaria para decirle que se tomaba la tarde libre.

—¿Quieres ver mi casa?

Estaba a punto de decir que no, pero se dio cuenta de que ya estaba asintiendo con la cabeza.

Oía campanitas de alarma, pero las ignoró. Lo echaba de menos. Echaba de menos hablar con él, pasear con él, sentir su mano en la cintura. Eso era lo que siempre había querido.

No lo que tenía: un trabajo temporal que había perdido sin saber por qué, ir de discotecas, intentar estar a la altura de Martika...

Todo eso era emocionante, pero temporal. Benjamín era sólido y estable. Benjamín era permanente.

Cuando llegaron a su casa, tenía los nervios en el estómago. Pero no se sentía culpable.

La casa era una típica construcción de estuco en West Los Ángeles. Habían pasado Westwood y UCLA no estaba muy lejos. Aquello era lo que había esperado cuando llegó allí. Los muebles bien ordenados, a juego... aunque ella hubiera puesto la televisión en la otra pared.

—¿Te gusta?

Sarah dejó escapar un suspiro.

—Mucho.

—¿Quieres ver el dormitorio? —sonrió Benjamín.

Su conciencia le envió una última advertencia.

Pero ella la ignoró.

—¿Cariño? He de irme... Esta noche tengo una cena de negocios.

Sarah se movió bajo las sábanas. Estaba saciada y medio dormida. El sexo después de una pelea era genial, pensó.

—Dame un minuto para despertarme.

—Ha sido increíble —rió Benjamín.

—Mmmrnmmmm.

Él se levantó desnudo para ir al cuarto de baño y Sarah se incorporó en la cama. Le dolía todo porque hacía tiempo que no mantenía relaciones sexuales, pero no era un dolor desagradable.

Mientras se vestía pensó en Martika. Sabía que su amiga no aprobaría que volviese con Benjamin. El «gilipollas», como lo llamaba ella.

El teléfono empezó a sonar entonces.

—¿Quieres que conteste?

Benjamin no podía oír el teléfono en la ducha, de modo que Sarah decidió dejar que saltase el contestador. Estaba en el pasillo cuando oyó el mensaje de salida:

—Hola, este es el contestador de Benjamin y Jessica. Ahora no estamos en casa, pero deja tu mensaje y te llamaremos en cuanto sea posible.

Era la voz de Benjamín.

¿Quién demonios era Jessica?

Con el corazón acelerado, Sarah volvió al dormitorio y abrió el armario. Al lado de los trajes de Benjamin había... vestidos. Vestidos de mujer.

«Te quiero, Sarah».

El canalla. Aquel canalla, gilipollas...