Capítulo 10
Pecando con la imaginación

Judith estaba esperando a Sarah en el pub Harry en Century City. Nerviosa, se dio cuenta de que estaba saltándose la laca de uñas, un hábito que empezaba a aumentar la cuenta de su manicura.

Había intentado quedar con Sarah todas las semanas, sobre todo después de su ruptura con Benjamín. Seguía un poco enfadada con ella por haber dejado la agencia, pero todo el mundo sabía que Becky era un auténtico ogro. Además, desde que se casó tenía muy pocas amigas con las que pudiese hablar. Trabajaba muchas horas y su tiempo libre lo pasaba con David. O en Internet. Últimamente, pasaba mucho tiempo hablando con Roger.

Le gustaría hablar con Sarah sobre Roger. Si salía el tema. Aunque no había nada que decir. Estaba allí para darle apoyo moral a una amiga y...

—Hola.

Judith levantó la mirada. Seguía sin acostumbrarse al nuevo look de Sarah. Suspirando, se levantó para darle un abrazo.

—¿Cómo estás?

—Hecha una mierda. Pero tengo trabajo. Eso ya es algo.

—¿De qué?

—Estás mirando a la ayudante personal de Richard Peerson, autor.

—Ayudante personal... es un trabajo temporal, ¿no? Espera un momento, Richard Peerson... ¿el que escribió El ser y el todo?

—Probablemente.

—Es un autor multimillonario.

Sarah se encogió de hombros.

—Pues qué bien.

Qué típico de Sarah. Trabajaba para un millonario y cuando lo mencionaba se encogía de hombros.

—Así que vas a ser ayudante personal, está bien. ¿Qué sabes de Benjamín? Estoy segura de que te echa de menos.

Judith observó que Sarah se ponía tensa.

—Sí, seguro.

—¿Has hablado con él?

—La verdad es que sí —dijo Sarah entonces, tomando un sorbo de agua—. Me acosté con él el otro día.

—¿Estáis juntos otra vez? Qué alegría.

—No he dicho que estemos juntos.

—Pero al menos tenéis abierta la línea de comunicación.

—La razón por la que no estamos juntos es que descubrí que estaba viviendo con otra. Y lo descubrí después de acostarme con él.

—¿En serio? —exclamó Judith, atónita.

—No pienso volver con Benjamín. Si hay algo que no soporto es una persona que engaña a su pareja.

Judith se mordió los labios, incómoda.

—Bueno, en realidad no te ha engañado. Ya no estabais juntos, así que solo está viendo a otras personas...

—No estaba engañándome a mí, estaba engañando a la Jessica esa o como se llame. Pero da igual. Es un mentiroso y punto.

—Quizá está confuso...

—¿Por qué lo defiendes? —le espetó Sarah.

¿Quién estaba defendiéndolo?

—Sarah, sé que estás dolida, pero yo creo que la culpa la tienes tú.

—¿Qué?

—Lo que quiero decir es que si hubieras sido un poco más... si hubieras podido seguir en la agencia en lugar de dimitir de una forma tan escandalosa, si hubieras sido más comprensiva con la carrera de Benjamín, más flexible...

—¡ Si hubiera sido más comprensiva con su carrera, sería la secretaria de Benjamín! Judith, no puedo creer que te pongas de su lado.

—No me estoy poniendo de su lado. Estoy siendo práctica. Eres tú quien está siendo poco razonable —replicó Judith, con voz helada—. A veces creo que ya no te conozco.

—Quizá es así —dijo Sarah, levantándose—. Quizá no me has conocido nunca.

Judith se levantó también.

—Sarah, por favor, no te vayas. Estás haciendo una escena.

—¿Sabes cuál es tu problema, guapa?

—No, pero estoy segura de que me lo vas a decir —suspiró Judith.

—Que nunca has hecho una escena. Y deberías.

—No es algo que me atraiga demasiado —dijo ella, volviendo a sentarse—. Pero gracias por la información.

—Siento mucho que tu vida sea tan estéril, Judith. Si puedes encontrar la forma de saltar el muro que has colocado alrededor de ti misma, es posible que volvamos a vernos.

Judith no se molestó en replicar.

—¿Por qué voy a querer ligar con nadie?

Martika, con un pantalón bajo de cadera que mostraba su nuevo piercing y un top ajustado que mostraba sus generosas (pero no nuevas) tetas, miró a Sarah con expresión incrédula.

—¿Y por qué no?

Sarah miró alrededor. Había un tío que parecía salido del programa Los más buscados de América y que las miraba como si fueran aperitivos.

—Ese, por ejemplo.

Martika sacudió la cabeza.

—Mira, utilizar a los hombres como si fueran Kleenex es más inteligente que guardar un Kleenex usado toda la vida.

Sarah hizo una mueca.

—¿Qué pasa?

—Nada. Creí que se me había roto el sujetador este de agua que me hiciste comprar.

—Pero te queda muy bien. A los hombres les gustan las tetas. Mucho. Que no te engañen las modelos... especialmente en esta ciudad. Los hombres no quieren follar con un palo de escoba, nena.

Sarah miró hacia abajo.

—Pues va a ser un problema cuando se den cuenta de que esto es relleno.

Martika movió una mano en el aire, impaciente.

—Aún no te has acostado con nadie, pero tendrás que aprender un par de lecciones básicas. ¿Qué pasa? ¿Es que nadie ligaba en Fairfax?

—Fairfield —la corrigió Sarah—. Sí, pero allí no era una ciencia.

—Si vas a hacer algo, hazlo bien —afirmó Martika. Estaban en un bar menos escandaloso que el 5140, pero nada respetable. Martika no habría soportado eso—. Venga, vamos a elegir un objetivo.

Sarah miró alrededor, sintiéndose como en una subasta. Pero considerando que, normalmente, era ella quien se sentía observada, le parecía un buen cambio.

—¿Qué tal ese? —preguntó, señalando a un chico con camiseta y pantalón corto.

—¡No lo mires a los ojos!

—¿Por qué no?

—Ese está todavía en la universidad. Son un problema, te lo aseguro. Y, en general, malísimos en la cama.

—Ah, muy bien.

Como que ella habría notado la diferencia. Aunque eso no pensaba decírselo a Martika.

—Entonces, ¿qué estoy buscando?

—Alguien que tenga la palabra «sexo» escrita en la cara, pero que no se dé cuenta del todo. Quieres a alguien que te haga sentir el centro del universo, alguien que no esté pagado de sí mismo, que sepa moverse y que te haga desear enredar las piernas alrededor de su cintura solo con una sonrisa. Eso es lo que estás buscando.

Sarah la miró, incrédula.

—¿Y eso se encuentra en alguna parte?

—No, pero eso es lo que estamos buscando. Lo que encontraremos seguramente será un tío normal que sepa qué hacer con las manos. O mejor... con la lengua.

Sarah se puso como un tomate.

—Martika...

—Me matas —rió ella—. Mira, ahí hay un posible candidato.

Era un chico sudamericano con unos ojos preciosos.

—¿Seguro que es de nuestro bando? —preguntó Sarah, observando los pantalones negros y la camiseta del mismo color.

—Seguro. Yo atraigo más maricas que nadie, en serio. Si me fuera a un pueblo perdido en Alaska, el único gay en mil kilómetros a la redonda vendría a preguntarme la hora. ¡Mira, ya está!

—¿Qué?

—Nuestro objetivo. Ha vuelto a mirar. Está preguntándose si tiene algo que hacer con nosotras. Puede que se arriesgue.

El chico miró hacia ellas entonces como si quisiera comérselas. Sonriendo, como si supiera algo que ellas no sabían.

El corazón de Sarah dio un saltito. Aquello era como... cazar, o algo así. Muy divertido.

—Bueno, ya tenemos un objetivo. ¿Y ahora qué?

—Hay que esperar a que se acerque. Si no estuvieras aquí, yo sería más descarada. Incluso me acercaría a él... a los tíos les encanta y a mí no me gusta esperar. Pero las dos juntas, no.

—Eso no suena tan mal.

—¿Quieres intentarlo?

—¿Ahora mismo?

—¿Por qué no?

—No estoy preparada.

—Acabas de decir que no suena mal —suspiró Martika—. Pero mueve un poco las caderas, como si caminaras por una pasarela. Y después pregúntale si quiere una copa. Venga, vamos.

—No sé...

—No tienes que llevártelo a casa, hija. Solo tienes que invitarlo a una copa.

—Pero...

—Solo tienes que decirle hola.

Aquello era sospechosamente como el instituto, pensó Sarah mientras se levantaba de la silla. Cada paso le parecía eterno. Intentaba mover las caderas, pero tenía la impresión de que todo el bar estaba mirando. Cuando llegó a su lado, en lugar de acercarse directamente a él, decidió apoyarse en la barra.

—¿Qué quieres tomar? —le preguntó el camarero.

—¿Qué me recomiendas? —sonrió Sarah, intentando que su voz sonara más como la de Lana Turner que como la de la novia del pato Donald.

El camarero la miró como diciendo: «Esto es un bar. Si no sabes lo que quieres tomar, deja sitio en la barra».

—Tomaré un Absolut con naranja.

—¿Una sola pajita?

—Sí, gracias.

Sarah se volvió entonces, preguntándose cómo podría empezar una conversación con el de los ojos negros. El chico estaba hablando de deportes con su amigo. ¿Qué podía decirle? ¿De dónde eres? ¿Te conozco de algo? ¿Estudias o trabajas? ¿Quieres echar un polvo?

Aquello era un desastre.

—Un Absolut con naranja. Son doce dólares.

—Doce dólares —repitió Sarah, atónita. Era una copa de martini, pero tres veces más grande... Entonces se le ocurrió una idea—. ¿Quieres compartirla conmigo? —preguntó, volviéndose un poco.

Cuando vio a quién le estaba ofreciendo la copa tuvo que ahogar un grito. Era el amigo del chico sudamericano. Mucho menos guapo que el primero, todo cejas. Y dientes.

—Encantado.

—Perdona. Creí que eras... mi amiga.

Cuando se volvió hacia la mesa vio que su posible ligue estaba sentado con Martika, habiéndole al oído. No había perdido un segundo el tío. Martika, sonriendo como la Mona Lisa, se levantó para acercarse a la barra. Todos los hombres estaban mirándola.

—¿Necesitas ayuda con eso? —preguntó, pagando la copa y caminando de vuelta hacia la mesa como una pantera. Sarah iba detrás, sintiéndose completamente ridícula.

—Sarah, te presento a Rinaldo.

—Encantada.

Rinaldo sonrió vagamente antes de volverse hacia Martika.

—Rinaldo, esta noche estoy con mi amiga —dijo ella, mirando la silla con toda intención.

El chico se levantó, a regañadientes.

—¿Puedo llamarte algún día?

—¿Tienes un bolígrafo?

Unos minutos después, tomando un sorbo de la inmensa copa, Sarah miró a su amiga con admiración.

—¿Cómo lo haces?

—Puede que tardes algún tiempo en aprender. Pero un par de consejos: el primero, no intentes ser sutil con un tío. Los tíos son como ordenadores. Si quieres que hagan algo, tienes que ser directa.

—Entonces, ¿por qué no le has preguntado al moreno si quería echar un polvo?

Martika sonrió.

—Porque a los hombres les gusta sentir que son los cazadores. Ridículo, pero así es.

—¿Y cuál es el segundo consejo?

—No vuelvas a pedir vodka con naranja. Sabe fatal —sonrió Martika, tomando un sorbo—. Yo prefiero vodka con tónica.

Sarah había hecho una cadena con un montón de clips, aburrida de la muerte.

Llevaba un mes como ayudante personal de Richard Peerson y lo único que hacía era saludar a su jefe. La primera semana intentó consolidar una agenda sacándola de notas en el correo electrónico, papelitos y servilletas. Pero, por supuesto, Richard no miraba nunca la agenda y era ella quien tenía que decirle lo que debía hacer.

Su trabajo empezaba a las nueve y terminaba... a las nueve y cuarto. Richard apenas entraba en el despacho y, en realidad, apenas se veían. La oficina era agradable, con un escritorio nuevo, un ordenador nuevo y un DVD. Podría ponerse a ver películas, pero le parecía un poco descarado. Detrás de ella, el jardín, con una enorme piscina en forma de riñón.

La pieza de decoración más llamativa en la oficina era un espejo redondo enmarcado en bronce. Podía mirarse mientras tomaba café, que era lo único que hacía en realidad.

Se peinaba en la peluquería de Joey, su maquillaje era el mejor, su ropa comprada en Rodeo Drive... de la temporada anterior. Estaba estupenda. No tenía mucho éxito con los hombres, pero en apariencia era un bombón.

El caso era que no sabía dónde se equivocaba.

Sarah se miró al espejo, con una sonrisa seductora.

—Hola —susurró—. Me llamo... no, soy Sarah. Soy Sarah. No, eso suena fatal. Soy Sarah.

Sonaba como una de las Super nenas.

Se levantó entonces para mirarse al espejo, levantando la barbilla.

—Soy Sarah. ¿Vienes mucho por aquí? No, muy hortera. Soy Sarah. ¿Y tú eres? No, esa es Martika... Me llamo Sarah y tengo un problema con la cosa del ligue. Pertenezco a una asociación de incapacitadas para ligar. ¿Te importaría hacer un donativo? O podrías llevarme al cine, que para eso me he gastado un dineral en ropa... Por favor, debo estar perdiendo la cabeza.

—Pero es muy divertido.

Sarah se volvió, horrorizada. Era Richard.

—Hola. ¿Desde cuándo estás ahí?

La estaba mirando como si tuviera dos cabezas, con una sonrisa en los labios, eso sí.

—A mí me ha parecido muy gracioso. Pero deberías trabajar en el tono.

Sarah se preguntó si tirarse por la ventana arreglaría algo.

—Perdona...

—Eres una chica muy guapa. Y que conste que no intento ligar contigo.

—No, claro.

—Pero deberías trabajar en la presentación —insistió Richard entonces, con cierta timidez.

Quizá su millonario jefe podría darle algún consejo. Total, su trabajo no podía ser más raro.

—¿Y qué sugieres?

—Para empezar, que trabajes en tu voz.

—Lo sé. Parezco un personaje de Disney.

—El problema es que hablas como Minnie Mouse... intentando imitar a Lauren Bacall. Utiliza lo que tienes.

—¿Debo usar mi propia voz?

—Seguro que la persona que te está dando consejos es una dominanta.

Sarah pensó en Martika.

—Más o menos.

—Pero no eres tú. Tú eres otro tipo de mujer.

Sarah dejó escapar un suspiro.

—Entonces, ¿soy el tipo de mujer que debería buscar marido?

—¡No, no! Yo estaba pensando más bien en inocencia y travesura. Blanco en contra del negro. Con tu cara y tu voz... bueno, yo no soy un experto, pero diría que deberías usar colores pastel.

Ella arrugó el ceño.

—Pero me hacen parecer muy joven.

—Es que eres muy joven. Además, mejor. En Los Ángeles eso es lo único importante, parecer joven. Como Alicia Silverstone, esa niña-mujer.

Niña-mujer. Uf.

—Ya sé que eso deja el feminismo en la caverna. Pero, si no me equivoco, es igual de malo que practicar el ligue delante de un espejo.

Sarah lo fulminó con la mirada y Richard soltó una risita.

—Eres mucho más divertida que la señora Honeywell. ¿Has comido ya?

Sarah miró su reloj.

—Pero si son las once de la mañana.

—Ah, es verdad. ¿Has desayunado?

Sarah aceptó desayunar con su jefe. Y en lugar de hablar sobre el trabajo, que habría sido lo normal, se pusieron a hablar sobre sus vidas privadas. Sarah le habló de Benjamín y por qué se había mudado a Los Ángeles.

—¡Menudo gilipollas!

—Sí, eso digo yo.

Después de desayunar, fueron a ver escaparates en Beverly Hills. Incluso le regaló un par de copias de su libro.

—Tengo que escribir esta tarde —dijo Richard cuando volvían a casa.

—Lamento haberte hecho perder tiempo.

—No, en absoluto. ¿Tengo algo que hacer hoy?

Sarah miró la agenda.

—No.

—Estupendo. ¿Por qué no te tomas la tarde libre?

—¿En serio?

—En serio. Date un baño, cómprate alguno de los vestidos que hemos visto —sonrió Richard—. Practica delante del espejo.

Sarah le sacó la lengua.

—Muy bien. Nos veremos mañana a las nueve en punto.

—Tranquila. Ven cuando quieras.

Estaba guardando sus cosas cuando Richard la llamó:

—¡Espera un momento!

—¿Sí?

Él le mostró una invitación de ANAIS.COM.

—¿Qué es esto?

—Es una revista sobre sexo. De muy buen gusto, ¿eh? De hecho, es muy intelectual. El caso es que yo escribí un artículo para ellos y desde entonces me invitan a todas sus fiestas. Y son legendarias. ¿Por qué no vas con tus amigos?

Sarah miró la invitación.

—La verdad es que me vendría bien una fiesta.

Además, Martika estaría encantada.