Capítulo 7
Horas grises
El escritorio en casa de Judith era de caoba, grande y caro. David y ella lo habían buscado por todo California durante meses. Su marido solía trabajar muchas horas en casa y Judith se llevaba trabajo de vez en cuando, pero lo tenía todo tan organizado que lo único que le quedaba era entrar en Internet. Eso era más fácil que hacer cursos en UCLA. Por el momento pertenecía a lo que Newsweek llamaría una «cibercomunidad», foros en los que chateaba con amigos. El ordenador hacía el típico ruidito mientras sus dedos volaban sobre las teclas.
En aquel momento estaba en uno llamado «Gente ocupada», un foro para profesionales que buscaban más eficacia en sus vidas. Escribió un saludo y recibió un coro de respuestas.
Feyn: Hola, Judith 23.
Isabella749: Hola, Judith.
Roger: Hola, Judith.
Sexy ejecutiva: Hola, guapa.
Judith miró el tema de discusión. Feyn hablaba sin parar, como siempre. Roger escribía frases cortas. Isabella hablaba sobre quedarse en casa con su hijo. La sexy ejecutiva intentaba ligar con Roger y Feyn, aunque Judith dudaba que este último fuese un hombre.
—Esta noche estoy cansada —escribió.
Feyn: Pero si solo es martes.
Roger: ¿Cómo estás, Judith?
En realidad, aquel había sido un buen día. Había vuelto a la meditación y conseguido una inserción publicitaria para un cliente de Becky. También llevó el coche de David al taller y pasó por la consulta del ginecólogo. Su agenda era como una máquina bien engrasada.
—Regular —contestó, sin embargo.
Isabella749: ¿Por qué?
Feyn: Te lo digo en serio, estos foros están reemplazando el contacto físico y me alegro.
Roger: ¿Te encuentras bien, Judith?
Sexy ejecutiva: Roger, ¿qué llevas puesto?
Judith leyó las respuestas. Feyn y Sexy estaban a lo suyo, como siempre.
—Una amiga me ha hecho una pregunta muy rara. Quería saber si yo era feliz.
Isabella749: ¿Y lo eres?
Feyn: Mis amigos me dicen que estoy loco por entrar en un foro como este.
Roger: ¿Y tú qué le has contestado?
Sexy ejecutiva: Yo he pensado en quedar con gente del foro. ¿Qué os parece, Feyn, Roger?
—Le dije que sí, pero tuve que pensarlo. No lo había pensado nunca —contestó Judith. Después escribió otra pregunta—. ¿Vosotros sois felices?
Roger: En general, yo diría que soy feliz. Ocurren cosas malas en la vida, pero todo depende de cómo reacciones.
Isabella749: Yo solía tener períodos de depresión, pero entonces empecé a tomar litio. ¿Tú tomas algo?
Feyn: ¡Yo soy muy feliz! No sé por qué la gente piensa que la vida social en la calle es la única que vale.
Sexy ejecutiva: ¿Qué? ¿Quién no es feliz?
Judith dejó escapar un suspiro.
—Isabella, no, no tomo ninguna medicación. Roger, estoy de acuerdo contigo, cada uno toma sus propias decisiones. Feyn, estoy de acuerdo, las relaciones sociales en el foro son tan interesantes como en la vida real. Sexy, nadie es infeliz.
Isabella749: Si no tomas ninguna medicación, te la recomiendo. Es genial.
Feyn: Vosotros sois mis mejores amigos. Bueno, no todos.
Sexy ejecutiva: Me aburro. Me voy a otro foro. Chao.
Judith lamentó haber sacado el tema. Entonces oyó la campanita del chat privado. Tenía un mensaje de Roger.
Roger: Hola. Lamento que no tengas un buen día. ¿Estás bien?
—Estoy bien —escribió Judith. Le caía bien Roger. Era médico, vivía en Atlanta y tenía una activa vida social. Y parecía muy agradable.
Roger: ¿De verdad? ¿Algún problema en el trabajo? Me han dicho que en las agencias de publicidad tratan a sus empleados como esclavos.
Judith se restregó los ojos.
—Mi trabajo va bien, pero tengo una amiga con problemas laborales... tenía un trabajo estupendo y lo ha dejado así, a lo loco.
Roger: Lo siento. Un abrazo.
Judith sonrió.
—Gracias.
En el foro estaban debatiendo si Feyn debía tomar medicación para su inseguridad. También hablaban de cuántos años había estado cada uno haciendo terapia. Como nadie en su familia había ido nunca a un psicólogo, Judith dudaba que ella pudiese aportar algo a la conversación.
Roger: Entonces, ¿qué ha pasado? Cuéntame.
—Su jefa la trataba como si fuera una esclava, pero es lógico porque acababa de llegar a la agencia. Además, en publicidad todo el mundo trabaja más horas de las normales.
Roger: ¿Tú también?
—Especialmente yo —contestó Judith.
Roger: Tengo la impresión de que estás más estresada de lo que dices. Si no fuera así, ese asunto no te habría alarmado tanto.
Judith se quedó helada. Ella no era el tipo de persona que cuenta sus problemas, como alguno de sus compañeros, que parecían llevar escrito en la cara: «Trabajo tanto y soy tan importante que estoy a punto de volverme loco».
—¿Por qué dices eso? —preguntó. Roger era una persona inteligente y quizá podría ayudarla.
Roger: Por tu forma de escribir. Controlada, segura, parca.
Judith sonrió.
—Soy así.
Roger: Esas personas suelen tener muchos demonios en su interior.
«¡Yo no!», pensó ella.
—Una teoría interesante —escribió, sin embargo.
Roger: Pues a mí me gustan los demonios escondidos. Son más interesantes que la fachada que protegen. Tengo la impresión de que eres una persona muy interesante, Judíth.
Judith leyó el mensaje un par de veces. Lo había visto ligar con varias chicas en el foro, nada serio, solo alguna insinuación. ¿Estaba ligando con ella? Había j pasado tanto tiempo que no sabía si reírse o preocuparse.
—Me estás tirando los tejos, ¿verdad?
Roger: ¡Por supuesto! ¿Está funcionando?
Judith sonrió de nuevo, mirando hacia atrás, como si David hubiese entrado en casa y estuviera mirándola con gesto desaprobador.
—Es muy halagador, pero no creo que a mi marido le hiciese gracia.
Roger: Yo estoy en Atlanta y tú estás en Los Ángeles. La idea de una aventura clandestina entre los dos parece imposible, ¿no?
Judith arrugó el ceño. Cierto. Estaba siendo una tonta. Roger vivía a dos mil kilómetros de distancia. Aunque estuviera ligando con ella, ¿qué más daba?
Roger: Perdona, no quería que te sintieras incómoda. Internet es así. Lo siento. ¿Amigos?
De repente, ella se sintió como una tonta.
—Claro. Venga, sedúceme, espero encontrar fuerzas para resistir.
Roger: Lo intentaré, te lo aseguro.
Judith sonrió de nuevo, sintiéndose mejor que en mucho tiempo.
Sarah estaba sentada frente a un escritorio. Tenía delante un ordenador, un teléfono con un aparato de manos libres y una calculadora. Se sentía como una niña nueva en el colegio. La gente la miraba con curiosidad o sencillamente la ignoraba.
Así eran los trabajos temporales.
«Da igual lo que piensen. Voy a hacer esto lo mejor que pueda», pensó, tomando la agenda.
Objetivo a corto plazo: encontrar un trabajo fijo. Siempre había querido trabajar para un departamento de marketing. Su objetivo a largo plazo: desarrollar un plan para mi carrera.
En cuanto a relaciones: decidir qué cualidades busco en un hombre.
Después guardó la agenda en la mochila ergonómica que Judith le había regalado. Parecía algo menos sobrio que un maletín, aunque allí nadie esperaría verla con un maletín. Iba vestida de manera más formal que sus compañeros, que iban la mayoría en vaqueros. Al contrario que en la agencia de publicidad, allí nadie parecía tener ninguna prisa.
La oficina era como cualquier otra oficina, con paneles divisorios, ordenadores y alguna plantita aquí y allá. La cantidad de basura que había sobre cada mesa denotaba el tiempo que la persona llevaba trabajando allí.
Sarah miró la de al lado. Le sorprendió que la chica de pantalones dorados cupiese allí. Tenía de todo sobre la mesa, de modo que debía llevar varios años.
—¿Sarah?
Ella levantó la mirada, sintiéndose culpable por estar cotilleando a la de la mesa de al lado.
—¿Sí?
—Me alegro de que hayas llegado a tu hora. Soy la señora Peccorino —sonrió una mujer rubia, estrechando su mano—. Vaya, has venido muy guapa.
Sarah se estiró la falda azul marino. La chaqueta a juego estaba sobre la silla. Era un traje bastante normal, pero en aquel ambiente era como si llevase un vestido de noche.
—Gracias.
—Poca gente aquí sabe cómo vestir apropiadamente —dijo la señora Peccorino entonces, mirando por el rabillo del ojo a la del pantalón dorado.
Su nueva jefa llevaba una copia de Chanel en tono rosa. Y el pelo rubio en contraste con las cejas negras sugería que ese no era su tono natural.
—Lo siento, en la agencia solo me dijeron que debía conocer Excel y PowerPoint. No dijeron nada sobre la ropa.
—A mí me parece muy bien que vengas arreglada. Ven, tenemos mucho trabajo. Te mostraré tu primer encargo.
Sarah siguió a la mujer hasta un archivador, a través de un laberinto de mesas. Janice Peccorino señaló entonces un montón de cajas amontonadas unas sobre otras.
—Necesitamos que archives todo eso. Me temo que hay mucho trabajo, tardarás algún tiempo.
Sarah miró las cajas. Allí debía haber miles de archivos.
—Todo lo que tenga más de un año, debe ser archivado —dijo Janice entonces, abriendo un armario que prácticamente explotó en sus manos. Allí dentro había tantos archivos que era increíble que la puerta se mantuviese cerrada.
—¿Todos los armarios están así? —preguntó Sarah.
—Me temo que sí.
—¿Y cuándo fue la última vez que se hizo una revisión?
—La verdad es que no hemos tenido tiempo hasta ahora.
En otras palabras, nunca.
Sarah se pasó todo el día comprobando archivos y maldiciendo en voz baja. Aquello era un caos. Miró su reloj. Eran las doce y media, pero tenía la impresión de que llevaba archivando toda la semana.
—Esas son muchas cajas.
Ella levantó la mirada. Un chico guapo de pelo negro y piel bronceada la miraba, sonriendo.
—Sí, muchas.
«Y tú estás muy bueno».
—Eres una empleada temporal, ¿no?
—¿No es evidente?
—Sí, el traje da muchas pistas. Pero te queda bien, si no te importa que lo diga.
—Gracias.
—¿Crees que... estarás muy ocupada más tarde?
«Oh, cielos, el tío bueno me está invitando a salir». Sarah empezó a sentirse culpable, para variar.
—¿Por qué? —preguntó, sin mirarlo—. Lo siento, pero seguramente estaré ocupada.
«Hala, chúpate esa». Estaba haciéndose la dura. Incluso Martika lo habría aprobado.
—Puedo esperar —sonrió él—. No quiero meterte prisa.
—No me gusta que me metan prisa, la verdad. Prefiero tomarme mi tiempo.
—Ya veo —dijo él, levantando una ceja—. Me alegra saber que eres una persona juiciosa.
Sarah empezó a sentirse como una solterona, pero mantuvo el papel.
—Es mejor que lo sepas.
—Además, mis archivos no van a irse a ninguna parte —dijo él entonces, encogiéndose de hombros.
De repente, Sarah se sintió como en una película extranjera, sin subtítulos.
—¿Archivos?
—Sí, necesito que me hagas un montón de etiquetas.
Oh, cielos. No quería saber qué haría después del trabajo, solo lo que haría cuando terminase con aquel montón de cajas...
Horror.
—Pues... lo haré en cuanto sea posible.
—Como he dicho, no hay prisa —dijo él entonces, burlón—. Por cierto, me llamo Jeremy.
Después se alejó, dejando a Sarah roja como un tomate. Ya no se sentía culpable, se sentía como una tonta.
En fin, un paso adelante.
—Esta es mi amiga Pink. Tiene un ojo increíble para la ropa.
Pink sonrió, quitándose las gafas de sol. Llevaba una especie de capita de color azul sobre un body negro, como el que llevaba Emma Peel en Los Vengadores, y botas negras. Lo más alucinante era su pelo, una melenita estilo paje de color rosa.
—Me teñí el pelo de rosa antes de que me pusieran Pink. Que conste.
Sarah estrechó su mano.
—Encantada.
Pink entonces dio una vueltecita a su alrededor, como había hecho Joey, el peluquero.
—Esta es la ex del gilipollas, ¿no?
—Es una larga historia... —empezó a protestar Sarah.
—Sí, larguísima —la interrumpió Martika.
—Lo tengo —dijo Pink entonces, sacando un cuaderno—. Recomendaciones para prendas básicas con objetivo: «caza del hombre». Voy a hacerte un par de preguntas, teniendo en cuenta tu color de piel y de pelo, y después te diré lo que creo que deberías ponerte. Buenas tetas, por cierto.
Sarah se puso como un tomate. Y Martika soltó una carcajada.
—Soy bi, por cierto. Vamos a hablar de colores —dijo Pink, con una sonrisa en los labios—. ¿Qué colores sueles usar? ¿Qué colores te atraen?
—Pues... —Sarah estaba tan sorprendida que tuvo que pensarlo dos veces—. Me gustan los tonos pastel.
—Bien. ¿Qué tipo de pastel?
—Azules, verdes, lavandas...
—¿Te importa si entro en tu habitación?
—No, claro.
Pink entró en la habitación y apartó las cortinas.
—Ah, colores como los nenúfares de Monet. Entiendo. Eres una romántica. Podemos empezar por ahí. ¿En qué trabajas?
—Ahora mismo estoy entre un trabajo y otro...
—¿Cómo te ves a ti misma en el trabajo? ¿Qué trabajo te gusta hacer? ¿Qué se te da bien?
Sarah la miró, intrigada. Nadie le había preguntado nunca eso. Normalmente le preguntaban: «¿Qué piensas hacer con tu vida?»
—Lo que me gusta... no sé, solucionar crisis. Se me da bien apagar fuegos y hacer que la gente se sienta cómoda. Supongo que debería ser bombera.
—Es un principio —murmuró Pink—. Segunda pregunta: sexo.
—¿Sexo?
—Ya sabes. ¿A qué clase de persona intentas atraer? ¿Con quién te encuentras cómoda? ¿Qué te gusta en una persona?
Sarah se quedó mirándola sin decir nada. ¿Todo aquello para elegir un vestuario?
—Venga, contesta —la urgió Martika.
—¿Sabes una cosa? Taylor tenía razón, es como una muñeca.
—Lo sé. Con la ropa adecuada, en el sitio adecuado...
—Bueno, Sarah, dime.
—Pues... me gusta el sexo. Supongo.
Pink y Martika se miraron la una a la otra.
—Houston, tenemos un problema.
—¿Qué? ¿Qué he dicho?
—Cariño, si de verdad te gustase el sexo... ahora lo entiendo todo —suspiró Martika.
Sarah no sabía si sentirse insultada o confusa.
—No pasa nada, no pasa nada. Vamos a mirar esto desde otro ángulo. ¿Qué actores te ponen?
Sarah parpadeó.
—Pues...
—¿Leonardo di Caprio o Russell Crowe?
—Russell Crowe.
—Ah, ahora estamos yendo a alguna parte. ¿Hablamos de Russell Crowe en Gladiator?
—Sí. Y En LA. Confidential.
—Totalmente —aprobó Martika.
—Muy bien. ¿Y lo ves con Kim Bassinger o con la pelirroja de Gladiator?
—No lo veo con ninguna de las dos.
—¿Con quién crees que haría una pareja ideal? —preguntó Pink.
Sarah se lo pensó un momento. Aquello era divertido. Raro, pero divertido.
—No lo sé. Con... no con Gwyneth Paltrow no.
—Eso espero —murmuró Martika.
—Ni con Sandra Bullock, ni Meg Ryan...
—Gracias a Dios.
—¡Martika! —la silenció Pink.
—Perdón.
—¿No salía con Nicole Kidman? Ella es perfecta para Russell.
—¿En Días de trueno o Eyes wide shut?
Sarah sonrió.
—En Moulin Rouge.
—A esta chica le gusta el cine, desde luego. Creo que ya sé qué clase de ropa te iría bien. A ver, ven aquí.
Pink sacó del bolso una cinta métrica para tomar sus medidas.
—Ahora, hablemos de presupuesto.
—No quiero gastarme mucho dinero hasta que tenga una idea de cuál es el estilo que tienes en mente —dijo Sarah. Martika sacudió la cabeza—. No pienso gastarme un dineral en ropa.
—¿Cuánto dinero no piensas gastarte? —preguntó Pink.
Martika sonrió.
—Unos cinco mil dólares.
—Con eso podría conseguirte un fondo de armario increíble.
—¿Cinco mil dólares? —repitió Sarah, atónita—. No pienso gastarme esa cantidad de dinero. Ni siquiera tengo un trabajo fijo.
Pink miró a Martika.
—Parece que no está muy interesada.
—Lo estará —dijo la segunda, llevándose a Sarah a la cocina—. ¿Qué te pasa? No tienes que gastártelo todo de una vez. Y tienes tarjetas de crédito, ¿no?
—¡No pienso gastarme cinco mil dólares en ropa!
—No es solo ropa —dijo Pink desde el salón—. También necesitas accesorios y maquillaje.
Sarah se cubrió la cara con las manos.
—Mira, Pink está aquí para hacerme un favor. Querías cambiar, ¿no? ¿Era verdad o solo lo decías por decir?
—Esto es demasiado... demasiado rápido. Quiero cambiar un poco, pero no dar un salto mortal, ¿entiendes?
Martika lanzó un gruñido de frustración. Después, volvieron al salón.
—Creo que empezaremos por echar un vistazo a ese nuevo vestuario y ver cuánto puedo gastarme —dijo Sarah diplomáticamente.
—Es una cobarde —murmuró Martika.
—Entiendo que todo esto es nuevo para ti —sonrió Pink—. Puede ser traumático y no todo el mundo puede dar el salto así, de repente. Podemos comprar un traje y algún cosmético y luego decidirás si merece la pena esa inversión.
—Muy bien. Pero no más de doscientos dólares.
—En ese caso, empezaremos solo con los cosméticos.
Sarah estuvo a punto de gritar: ¿Doscientos dólares en cosméticos?, pero la mirada de Martika la detuvo.
—No te preocupes, chica, tendrás un look inminentemente follable —sonrió Pink, poniéndose las gafas de sol—. Ciao.
Cuando desapareció, Martika se volvió hacia Sarah.
—Pensé que te habías olvidado de Benjamín.
—¿Qué tiene que ver Benjamín?
—Si lo hubieras olvidado, no te asustaría tanto cambiar de aspecto —replicó su compañera de piso, cruzándose de brazos.
—Cinco mil dólares es muchísimo dinero. ¿Prefieres que no pague el alquiler?
—Tienes tarjetas de crédito, Sarah. Podrías usarlas de vez en cuando. Esto no tiene nada que ver con el dinero.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Quizá no estoy preparada. Esto va demasiado rápido.
Martika levantó una ceja.
—La vida va muy rápido en Los Ángeles, nena. Piénsalo.
Sarah le sacó la lengua... cuando entró en su habitación.
—Te he visto —dijo Martika—. Lo veo todo. Pero algún día me darás las gracias.
Sarah respiró profundamente. Llevaba en aquella oficina casi un mes y no estaba impresionando a nadie. Y mucho menos haciendo progresos hacia su objetivo de encontrar un trabajo fijo. Tenía que... ¿cómo se decía? Expandir sus objetivos profesionales o algo así.
Pero aquel trabajo tenía potencial, si mostraba cierta iniciativa.
«Potencial para que te cortes el dedo con un papel», le pareció oír la voz de Martika.
Sarah cerró los ojos.
—¿Te encuentras bien?
Era Janice Peccorino, mirándola con una mezcla de aprensión y amabilidad. No sabía cuánto tiempo había estado allí sentada, oyendo la voz de Martika.
Evidentemente, aquel no iba a ser un buen día para conseguir sus objetivos.
«No, esa no es la actitud adecuada. Tienes que enfocar y Ser positiva».
Estupendo. La voz de Judith. Era como un duelo entre el ángel y el demonio. Judith, con un vestidito blanco y una agenda en la mano y Martika, con un vestido de cuero negro y el tenedor, por supuesto.
Tenía que dejar de imaginar cosas.
—¿Sarah?
Sarah miró a Janice... a la señora Peccorino.
—Lo siento. Es que esta mañana estoy un poco preocupada. Estaba intentando recordar si tenía algo para Jeremy... para el señor Anderson.
—Sí, claro. Espero que no te dé mucho trabajo.
—Necesitaba etiquetas para sus archivos y...
—Nada, no pasa nada. ¿Tienes tiempo para echarme una mano? Me salvarías la vida.
Sarah sonrió. Aja. La oportunidad que estaba esperando.
—Sí, claro. Lo que estoy haciendo... no es prioritario.
Eso sonaba mejor que «lo que estoy haciendo es una gilipollez de marca mayor».
—Genial —dijo la señora Peccorino, entrando en su despacho. Unos minutos después volvía con un montón de papeles—. Necesito que metas todas estas cifras en una hoja de cálculo de Excel.
Sarah miró la pila de papeles.
—Muy bien.
—Sé que esto es pedir demasiado, pero son informes presupuestarios. Si ves algún error, ¿te importaría comunicármelo?
¿Errores? Allí había centenares de cifras. Además, ella no tenía mucha experiencia en asuntos administrativos.
—Ya sé que no eres contable. Pero si ves alguna repetición extraña... no te preocupes, lo reconocerías.
Sarah sonrió. No pensaba preocuparse en absoluto.
—Muy bien.
—Lo necesito para las cinco, ¿crees que podrás?
Sarah arrugó el ceño. Eran las doce. ¿Cinco horas para copiar todas aquellas cifras?
—Pues...
—Por favor.
—De acuerdo.
«Concéntrate en el objetivo a corto plazo. Expandir tus objetivos profesionales».
«Así se hace», le decía el angelito de Judith.
«Y ahora tendrás que hacer esto todos los días. Qué divertido», le decía el demonio de Martika.
Sarah se dispuso a trabajar. A las cinco menos cuarto había copiado todas las cifras y notó ciertas repeticiones. Además, había más negativos que positivos. Si estaba leyendo las cifras correctamente (y podría ser que no, porque nadie le había dado instrucciones), el departamento estaba varios millones de dólares por encima de lo presupuestado. Eso no sonaba bien.
En quince minutos dibujó una tabla que mostraba por dónde se iba el dinero y qué cuentas parecían ser las responsables. Luego añadió una notita diciendo que podría saber dónde iba el dinero si le daban un informe más detallado... Se preguntó si aquello era demasiado pelota. La Judith que había en ella le dijo que no.
La señora Peccorino apareció entonces, con ese paso de pingüino tan típico en ella.
—¿Lo tienes ya?
—Sí —contestó Sarah, conteniendo el impulso de sacarse brillo a las uñas en la chaqueta—. Está hecho.
—¿Y todo está bien?
—Yo no diría eso —dijo Sarah entonces, mostrándole la tabla.
—¿Estás segura? ¿Has comprobado los números?
—El presupuesto ha sido rebasado en casi quince millones de dólares, así que he comprobado las cifras.
Así era. Quince millones de dólares le parecía una barbaridad, pero esa era la cantidad que la firma estaba perdiendo.
La señora Peccorino se puso pálida.
—Esto es... —la mujer seguía mirando la pantalla, comprobando los números.
Diez minutos después, Sarah se aclaró la garganta.
—Son las cinco. Me gustaría marcharme... a menos que me necesite.
«Pelota», le dijo la voz de Martika.
—No, vete a casa. Has hecho un trabajo excelente, Sarah. Desconcertante, pero excelente. Tienes mucha experiencia en ordenadores, ¿no?
Ella sonrió.
—Así es.
—Fantástico. Muy bien, no olvidaré este favor.
Sarah se fue a casa de muy buen humor. Martika estaba tumbada en el sofá, con un té helado en una mano y el mando de la tele en la otra.
—¿Qué tal el día? ¿Has hecho amigos, has conseguido alguna influencia?
No debería haber dejado sobre la mesa los libros que Judith le había prestado.
—Puede que sí.
Martika empezó a hacer ruidos, como si tuviera arcadas. Tan expresiva como siempre.
—¿Taylor y tú salís esta noche?
—No, ha quedado con el imbécil de su novio. Yo no entiendo lo que ve en Luis. Es insoportable.
—¿Vas a salir sola?
Su compañera de piso miró al techo.
—No lo sé. Oval está lleno de gente últimamente. Las discotecas en Los Ángeles son horribles, ¿no crees?
Sarah sacó una coca-cola de la nevera.
—A lo mejor te estás haciendo...
Martika levantó una mano.
—No lo digas.
—Iba a decir experimentada.
—Cariño, yo soy experimentada desde que tenía doce años.
—¿Quieres que salgamos a cenar? —sonrió Sarah—. Creo que hoy he hecho progresos en el trabajo. Incluso puede que me compre algo de ropa. Un vestido, para empezar.
—¡Vamos a celebrarlo! —exclamó Martika—. ¿Qué tal El Torito? Me apetece emborracharme un poco. Un mucho, mejor.
Sarah soltó una carcajada. Las cosas empezaban a mejorar.