Capítulo 10

 

SOBRE qué? —le preguntó él mientras terminaba de vestirse. Sophie lo miraba desde la puerta, con los brazos cruzados—. No hay nada que pueda terminar más rápidamente con un buen ambiente que una charla.

—¿Acaso hablas por experiencia propia? —le preguntó Sophie fríamente—. Por supuesto que sí. Supongo que algunas de esas mujeres con las que saliste quisieron que les dieras algo más que sexo.

—¿Es sobre eso de lo que quieres hablar? —replicó Javier mientras se acercaba a ella y le agarraba del brazo—. ¿Acaso quieres más?

De repente, Javier cayó en la cuenta de que llevaba viéndola varios meses, prácticamente a diario y no se había cansado de ella. Inmediatamente sintió que sus defensas se colocaban en posición.

—No soy idiota —mintió Sophie valientemente—. Tendría que ser completamente estúpida para querer más de un hombre como tú.

Con eso, se zafó de él y lo miró con desaprobación. El corazón le latía tan fuerza que le parecía que iba a explotar. Le habría gustado borrar la conversación anterior, fingir que no había nada de qué hablar porque no había visto ninguna foto suya en una galería de arte con una modelo colgada del brazo.

—No eres capaz de darle a nadie nada más que sexo —le espetó. Con eso, se marchó hacia la cocina para encontrar la fotografía que pensaba presentarle como prueba de lo que estaba diciendo.

—Pues hace cinco minutos no te quejabas…

Sophie pensó que aquello había sido un golpe bajo, pero sabía que él tenía razón. No se había quejado. De hecho, en algún momento recordaba haberle pedido más.

—No quiero nada más de ti, Javier —le espetó. Entonces, agarró el periódico y, con manos temblorosas, lo abrió en la página correspondiente. Se lo mostró y se puso al otro lado de la mesa con los brazos cruzados—. Sin embargo, lo que quiero es saber si has estado con otras mujeres a mis espaldas mientras estábamos juntos.

Javier miró la fotografía. Se acordaba de cuándo había sido tomada. En otra aburrida inauguración de una galería de arte. Como siempre ocurría en aquella clase de fiestas, había mujeres hermosas buscando a hombres con dinero. Él se había convertido en un objetivo desde que entró por la puerta. Se había deshecho de ellas como si fueran moscas, pero al final de la velada estaba tan cansado que prácticamente se había rendido. Ese había sido el momento en el que el fotógrafo realizó aquella toma tan comprometedora…

Podía entender por qué Sophie tenía preguntas que hacerle, aunque si siquiera se acordaba del nombre de aquella mujer. Tan solo que era modelo y que se le agarró del brazo como si fuera una lapa… Recordaba que, justo en ese momento, también estaba hablando con un hombre, que había desaparecido misteriosamente de la foto…

Sin embargo, no pensaba justificarse. ¿Por qué iba a hacerlo? Miró el rostro enojado y dolido de Sophie e ignoró algo que se retorcía en su interior.

—¿Me estás pidiendo cuentas de mis actos cuando no estoy contigo?

—No creo que estuviera mal por mi parte.

—Jamás he sentido necesidad alguna de justificar mi comportamiento con nadie. Nunca.

—¡Pues tal vez deberías! Porque, cuando te estás acostando con alguien, en realidad, estás viajando por una calle de doble sentido, te guste o no.

—¿Qué significa eso?

—Que no es todo sobre lo tuyo y sobre lo que tú quieras.

—Y tal vez así será algún día, cuando decida que deseo algo más que una situación pasajera con una mujer.

Sophie se encogió como si hubiera recibido un golpe físico. De repente, la ira desapareció y empezó a sentirse vacía y muy triste. Por supuesto que lo haría algún día. Daría cuentas de su comportamiento cuando encontrara a la mujer adecuada. Mientras tanto, se estaba divirtiendo. Nada más. No se sentía atado a ella más de lo que se había sentido con ninguna otra mujer en el pasado

—¿Te acostaste con esa mujer? —le preguntó sin poder contenerse.

—No te voy a responder esa pregunta, Sophie…

Javier se sentía furioso de que ella se hubiera atrevido a cuestionar su integridad. ¿Acaso pensaba que era la clase de hombre que no podía controlar su libido y que disfrutaba del sexo siempre que podía?

También se sentía enojado consigo mismo por haber llegado hasta aquel punto, en el que ella sentía que tenía derecho a pedirle cuentas. Había sido perezoso. Aquella relación debía haber terminado hacía mucho tiempo.

—Tal vez ya va siendo hora de que pensemos lo que está ocurriendo entre nosotros.

Sophie asintió secamente, a pesar de que parecía que el suelo se le había abierto bajo los pies. Sin embargo, no iba a suplicar ni a pedirle nada.

—Tu empresa ha vuelto a tener beneficios. Tu hermano ha desaparecido y ha regresado a los Estados Unidos y ya no es necesario que tomes parte activa en la dirección de la empresa. Las personas adecuadas ocupan los puestos clave para dirigir el barco. Puedes hacer lo que desees. Regresar a la universidad, buscarte otro trabajo… o cruzar el Atlántico para reunirte con tu hermano.

—O irme a Francia

—¿Cómo has dicho?

—Llevo un par de semanas pensándolo.

Javier no sabía de qué estaba hablando ella.

—¿Pensando qué, exactamente?

—El puesto de Ollie aún sigue vacante —respondió ella pensando sobre la marcha—. Y tiene que ver con Marketing, que es algo que he descubierto que me gusta bastante y se me da bien.

—¿Y has estado pensando en marcharte a Francia?

Sophie se irguió. ¿Acaso pensaba Javier que no era lo suficientemente buena para el trabajo?

—Más o menos estoy decidida —declaró con firmeza—. He encontrado comprador para la casa, como ya sabes, y parece que está decidido a adquirirla como está y terminar él mismo las reformas que he empezado. Por lo tanto, no hay nada que me sujete aquí, aparte de mi madre, claro está, y creo que estará encantada de poder venir a verme a París una vez al mes. Por supuesto, yo también puedo ir fácilmente a Cornualles a verla.

—Entonces, ¿me estás diciendo que has estado pensando todo este plan a mis espaldas?

—No se trata de un plan, Javier… No estoy segura de cuándo, pero al ver esa fotografía tuya en el periódico…

—¡Por el amor de Dios! —exclamó él—. ¿Qué diablos tiene que ver una fotografía de un tabloide con todo esto?

—Me ha hecho darme cuenta de que ha llegado la hora de dar el siguiente paso.

—¿El siguiente paso? ¿De qué siguiente paso hablas? —le preguntó Javier. Comenzó a mesarse el cabello con los dedos. Se sentía como si le hubieran quitado la alfombra de debajo de los pies y no le gustaba esa sensación—. ¡Por supuesto que no puedes irte a Francia! ¡Es una idea descabellada!

—Tú puedes hacer lo que quieras con quien quieras, Javier, pero es hora de que yo vuelva a salir con hombres y que conozca a alguien con el que compartir mi vida… Siento que mi juventud se ha quedado en un impasse y ahora tengo la oportunidad perfecta para recuperarla.

—¿En Francia?

—Así es.

—¿Y si no hubieras visto nunca esa fotografía? ¿Qué habría ocurrido?

—Era simplemente cuestión de tiempo. Y ese momento ha llegado.

—Me estás diciendo, después del sexo que hemos compartido, que quieres dejarlo… —dijo. Entonces, soltó una carcajada de incredulidad.

Sophie sintió deseos de darle un bofetón ante una reacción tan arrogante.

—Te estoy diciendo que ha llegado el momento cuando tiene que haber algo más que sexo. Por lo tanto, he decidido ir a buscar mi media naranja.

—¿Que vas a buscar tu media naranja? —repitió Javier. Se odió a sí mismo por prolongar aquella conversación. En el momento en el que Sophie empezó con lo de la fotografía, debía haber terminado con ella. No necesitaba que nadie le dijera que tenía derecho alguno sobre él—. Está bien —añadió levantando las manos—. Pues buena suerte, Sophie. La experiencia me ha enseñado que algo así no existe. Me sorprende que, dado tu pasado, no lo hayas aprendido tan bien como yo.

—Más bien al contrario —replicó ella. Sintió náuseas al ver que él se dirigía hacia la puerta—. La vida me ha enseñado que hay un arcoíris a la vuelta de cada esquina…

—Qué horterada…

Se despidió de ella con un saludo militar. Sophie permaneció donde estaba mientras él salía de la cocina. Y de su vida para siempre.

 

 

De España a Francia.

Cuando lo pensaba, tenía sentido. No había participado en modo alguno en la empresa de Sophie desde hacía más de tres meses. Había delegado su responsabilidad en uno de los directivos en los que más confiaba y se había retirado de la escena. Había cumplido con su palabra. La empresa estaba surgiendo de sus cenizas y lo estaba haciendo en un tiempo récord. Era una historia de éxito.

Él, por su parte, había seguido con su vida. Estaba centrado en otra absorción y, además, acababa de disfrutar de unas buenas vacaciones con sus padres. Los había convencido para que le permitieran comprarles una casa en la playa al sur de Francia, donde podrían ir siempre que quisieran relajarse. Además, les había prometido que se reuniría allí con ellos al menos tres veces al año y pensaba cumplirlo.

De algún modo, había comprendido el valor de la relajación. ¿Qué importaba que no hubiera podido hacerlo en compañía de ninguna mujer desde que salió de la vida de Sophie? Había estado muy ocupado.

Sin embargo, estaba en España. Francia parecía estar tan cerca… Si iba a París, era lógico pasarse a ver a Sophie y comprobar cómo le iba, algo que, por otro lado, era su deber como jefe suyo que era.

Tomó su decisión en cuestión de segundos. Ya se estaba alejando del mostrador de primera clase, pero regresó rápidamente.

Un billete a París. En el siguiente vuelo. Primera clase.

 

 

Sophie entró en su apartamento y cerró la puerta con fuerza. Hacía tanto frío fuera…

Iba vestida con varias capas, pero, aun así, el duro viento parecía encontrar cualquier resquicio para colarse y lograr alcanzar la suave calidez de la piel.

Se quitó el gorro, la bufanda y los guantes y miró a su alrededor. ¡Había tenido tanta suerte en encontrar aquel apartamento! Era pequeño, pero muy cálido, cómodo y con una localización muy conveniente para ella. Y París, por supuesto, seguía siendo tan hermoso como recordaba… Había conseguido dejar su zona de confort y, en aquellos momentos, estaba viviendo en una de las ciudades más hermosas del mundo. Estaba segura de no equivocarse al decir que había muchas mujeres de su edad que habrían dado cualquier cosa por estar donde ella se encontraba en aquellos momentos. Si iba a pasar una noche de viernes en casa sola, sin más planes que acomodarse con su tableta vestida con su pijama de franela, era simplemente porque hacía mucho frío… Cuando llegara la primavera, saldría a buscar pareja, tal y como se había prometido hacer antes de abandonar Inglaterra. Por el momento, estaba perfectamente feliz relajándose en casa.

Cuando el timbre la puerta sonó, no se movió del sofá. Dio por sentado que se trataba de alguien vendiendo algo y ella no tenía interés alguno por comprar nada. Al ver que el timbre no dejaba de sonar, apretó los dientes y se dirigió como una bala hacia la puerta para abrirla, dispuesta a decirle al desconsiderado visitante lo que pensaba de él.

Javier no había dejado de apretar el timbre ni un segundo. Sabía que ella estaba en casa. Tenía un apartamento en el sótano y veía las luces encendidas a través de las cortinas.

Desde que se marchó de España, no había cuestionado ni una sola vez su decisión de ir a visitarla, pero, cuando se encontró frente a la puerta y oyó que ella se acercaba, sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

Se irguió cuando ella abrió la puerta y, al verla, le ocurrió algo sorprendente. Perdió la capacidad de pensar. Sophie llevaba el cabello suelto e iba vestida con un grueso pijama de franela. Sin sujetador.

—¿Siempre abres tu puerta a los desconocidos? —le preguntó él.

—¡Javier! —exclamó ella al verlo.

Sophie creía haber avanzado en la vida al mudarse a París y empezar allí una nueva. Sin embargo, al ver a Javier apoyado contra su puerta, vestido con unos vaqueros negros, un jersey del mismo color y el abrigo por encima del hombro, supo que seguía en el mismo lugar en el que había estado antes de llegar allí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó—. ¿Cómo has averiguado dónde vivo?

—Los ordenadores son unas herramientas maravillosas. Te sorprendería toda la información que revelan, en especial considerando que trabajas para una empresa de la que soy dueño en parte.

No se había parado a pensar qué clase de recibimiento le haría Sophie, pero jamás había pensado que se mostraría tan hostil. De repente, se sintió muy vulnerable. Enfermo.

—Vete. No quiero verte…

Javier colocó la mano sobre el marco de la puerta para evitar que Sophie le diera con ella en las narices.

—He venido…

—¿Para qué? —le espetó ella.

—Yo…

Sophie abrió la boca, pero volvió a cerrarla. No comprendía lo que estaba pasando. Javier parecía turbado. Confuso. Inseguro. ¿Desde cuándo Javier se mostraba inseguro?

—¿Te encuentras bien? —le preguntó. Se apiadó de él lo suficiente como para dejarle entrar en el apartamento. Entonces, cerró la puerta y se apoyó contra ella.

—No —respondió él mirándola fijamente.

—¿Qué es lo que dices? ¿Estás enfermo?

—¿Podemos sentarnos en alguna parte?

—¡Dime primero qué es lo que te pasa! —exclamó ella.

Se acercó a él y le colocó la mano sobre el brazo. No sabía lo que le ocurría, pero, fuera lo que fuera, ciertamente Javier no parecía el mismo.

—Te he echado de menos —susurró él antes de que pudiera contenerse.

—¿Que me has echado de menos? —repitió ella con incredulidad.

—Me has preguntado qué es lo que me pasa.

—¿Y echarme de menos está mal? —quiso saber ella.

De repente, algo en su interior estalló y le hizo querer reír y llorar al mismo tiempo. Tuvo que recordarse que Javier no había mencionado nada de amor. Si la estaba echando de menos, lo más probable era que echara de menos su cuerpo, que era algo completamente distinto.

Los dos se dirigieron al salón y tomaron asiento en el sofá.

—Jamás… jamás he echado de menos a nadie… —confesó Javier.

—En ese caso, es algo bueno.

—No me podía centrar —admitió él—. No podía dormir. Te metiste en mi cabeza y no te podía sacar de ella.

Sophie sintió que el corazón le cantaba. No quería hablar. ¿Y si rompía aquel momento?

—Ya sabes que te deseaba… Creo que, en realidad, jamás dejé de desearte. Por eso, cuando tu hermano se presentó en mi despacho, me imaginé que se había dado la manera perfecta de acabar con ello para siempre. Un sencillo intercambio de favores. Dinero a cambio de un poco de diversión entre las sábanas. Sin embargo, entonces decidí que quería mucho más que eso… No quería una amante de mala gana que estuviera motivada por las razones equivocadas.

—¿Estás dando por sentado que yo me habría revolcado entre las sábanas contigo solo por dinero? —le preguntó. Se sentía furiosa.

—Soy muy arrogante —admitió con una media sonrisa—, tal y como tú me has dicho un millón de veces. Pensaba que sería una noche, tan sencillo como eso, pero cuando me dijiste que tú eras virgen, que tu esposo era homosexual…

—Sobre eso…

—Acostarme contigo esa primera vez fue maravilloso. Y no fue solo porque jamás me había acostado con una virgen antes, sino porque esa persona eras precisamente tú…

—Debería contarte una cosa —dijo ella, antes de que él pudiera continuar—. Roger no era homosexual. Más bien lo contrario. Le encantaban las mujeres.

—Pero tú dijiste… —comentó Javier atónito.

—No, Javier. Lo dijiste tú. Es una historia tan larga… Siento si te dejé que pensaras que Roger era…

Roger la miró fijamente.

—Cuéntamelo todo desde el principio —le dijo lentamente.

—Está bien. Yo había estado tonteando con Roger antes de ir a la universidad. No sé por qué, pero él estaba siempre a mi alrededor y supongo que me dejé llevar. Resultaba cómodo. Nos relacionábamos en los mismos círculos, teníamos los mismos amigos… Su madre murió cuando era pequeño y su padre y él se pasaban mucho tiempo en mi casa. Cuando su padre murió, se convirtió prácticamente en uno más. Estaba loco por mí y creo que mis padres asumieron que terminaríamos casándonos. Entonces, yo me marché de casa para ir a la universidad. En ese momento, todo cambió. Roger no quería que yo fuera a la universidad. Era tres años mayor que yo y no había ido. Había hecho un curso y había empezado a trabajar directamente para una empresa local. Sus padres habían tenido mucho dinero y, por lo tanto, él había heredado todo dado que era hijo único. Por lo tanto, no había necesidad alguna de estudiar. Además, no era demasiado inteligente —suspiró—. Él quería divertirse y tener una esposa que cuidara de él. Sin embargo, en cuanto fui a la universidad, me di cuenta de que no le amaba. Me gustaba, pero no lo suficiente para casarme con él. Se lo dije, pero no me hizo caso. Entonces, te conocí a ti y… dejó de preocuparme si era feliz o no. Dejé de preocuparme por todo y por todos. Solo me preocupaba por ti.

—Y, sin embargo, terminaste casándote con él. No tiene sentido.

—Mi padre me pidió que regresara a casa. Fui inmediatamente porque sabía que tenía que ser importante y me preocupaba que fuera mi madre. Su salud no había sido buena y todos estábamos muy preocupados por ella. jamás me imaginé que lo que mi padre me iba a decir era que estábamos en bancarrota —susurró ella. Respiró profundamente—. De repente, empezaron a ocurrir todas las cosas malas posibles y lo hicieron a la vez. La empresa. Mi padre admitió que tenía cáncer y que era terminal. Roger se me presentó como la única solución posible.

—¿Por qué no recurriste a mí?

—Quería hacerlo, pero ya me estaba costando bastante defenderte sin presentarte a mis padres. Ellos no querían tener que ver nada contigo. Dijeron que Roger aportaría el dinero que necesitábamos para revitalizar la empresa y sacarnos de los números rojos. Mi padre temía no seguir con vida el tiempo suficiente para salvar la empresa. Se sentía muy culpable por haber permitido que la empresa llegara a ese punto, pero creo que sus propias preocupaciones personales, que no le había contado a nadie, debieron de ser enormes. Me dijeron que lo que sentía por ti era algo pasajero. Que era joven y que, a la larga, no serías bueno para mí. No formabas parte de mi clase social y, además, eras extranjero. Con esas dos cosas hubiera bastado para condenarte, pero, si no hubiera sido por lo que estaba ocurriendo en la empresa, no creo que me hubieran obligado a casarme.

—Pero te convencieron de que casarte con Roger era vital para la empresa. Con tu padre enfrentándose a la muerte, no había tiempo para largos debates…

—No lo habría hecho. Estaba tan enamorada de ti… Se lo dije a Roger. Le supliqué que lo viera desde mi punto de vista. Sabía que, si él me apoyaba, mis padres podrían olvidarse de la boda. Sin embargo, él no me apoyó. Se puso enfermo de ira y de celos. Se marchó en su coche. Por aquel entonces, tenía un deportivo rojo…

—Y se estrelló, ¿verdad? Y tú te sentiste culpable…

—Así es. Fue un accidente muy grave. Roger estuvo en el hospital durante casi dos meses. Cuando estaba a punto de salir, yo ya me había resignado. Incluso empecé a creer que tal vez mis padres tenían razón. Tal vez lo que sentía por ti era un espejismo, mientras que con Roger tenía una historia común que, a la larga, podría ser más poderosa.

—Sin embargo, no fue así…

—No. Fue un desastre desde el principio. Nos casamos, pero el accidente había cambiado a Roger. Tenía muchas secuelas. Rápidamente se convirtió en adicto a los analgésicos. Antes jugaba al fútbol, pero ya no podía. Nuestro matrimonio se convirtió en un campo de batalla. Me culpaba por todo y, cuanto más me culpaba, más culpable me sentía yo. Tenía aventuras, que me contaba sin pelos en la lengua. Y lo que hizo en la empresa ya lo sabes. Derrochó muchísimo dinero, pero no había nada que yo pudiera hacer porque se volvía muy violento rápidamente. Cuando murió… yo había dejado de ser la misma…

—¿Por qué me dejaste creer que era homosexual?

—Porque pensé que, si te contaba toda la historia, sabrías lo mucho que significabas para mí entonces y rápidamente deducirías que eso no había cambiado. Además, siempre me había sentido avergonzada de dejar que me persuadieran para hacer algo que no quería hacer…

—Cuando dices que eso no había cambiado…

—Sé lo que esto significa para ti. Pensaste que yo me había cansado de ti y, cuando tuviste la oportunidad, te imaginaste que podías tomar lo que debería haber sido tuyo siete años atrás. Durante un tiempo, yo me engañé haciéndome creer que eso era lo que yo también quería. Llevaba siete años soñando contigo y se me había dado la oportunidad de convertir esos sueños en realidad, pero para mí era mucho más que eso. No querrás escuchar esto, pero te lo diré de todos modos. Jamás dejé de amarte. Eras el hombre de mi vida, Javier. Y siempre lo serás…

—Sophie… —susurró él. Se acercó a ella y entrelazó los dedos con los suyos—. Te he echado tanto de menos… Pensé que podría poner distancia entre nosotros, igual que pensé que podía acostarme contigo para solucionar de manera sencilla el problema de no haberte podido olvidar a pesar de los años. Tú me dejaste tirado y te casaste con otro hombre. No importaba cuántas veces me dijera que era mejor haberme librado de ti porque creía que me habías utilizado. A pesar de todo, era incapaz de olvidarte. Nos acostamos juntos y, en un abrir y cerrar de ojos, mi vida cambió. Que tú no formaras parte de ella era impensable. Me domesticaste hasta el punto de que no quería estar en ningún sitio a menos que tú estuvieras a mi lado. Me dio miedo, Soph. De repente, sentí que los muros se cerraban a mi alrededor. Reaccioné por instinto y salí huyendo.

—Pero ahora has vuelto… Sin embargo, no puedo tener una relación contigo, Javier. No puedo volver a vivir día a día, sin saber si tú vas a decidir que te has aburrido de mí y te tienes que marchar.

—¿Y cómo podría yo aburrirme de ti, Sophie?

Le tocó ligeramente la mejilla con los dedos. Sophie se dio cuenta de que él estaba temblando.

—¿Acaso no ves lo que necesito decirte? No es que te desee solamente. Te necesito. No puedo vivir sin ti, Sophie. Me enamoré de ti hace siete años y sí, eres lo más importante de mi vida y siempre lo serás. ¿Por qué crees que he venido hasta aquí? Porque tenía que hacerlo. No podía soportar estar separado de ti ni un solo minuto más.

Sophie se arrojó a sus brazos y él la estrechó con fuerza, riendo de felicidad.

—Entonces, ¿quieres casarte conmigo? —le susurró él al oído.

Sophie se retiró un instante. Tenía una amplia sonrisa en los labios. Quería reír y gritar al mismo tiempo.

—¿Lo dices en serio?

—Con cada gota de sangre que me fluye por las venas. Déjame que te demuestre lo maravilloso que puede llegar a ser el matrimonio —le dijo riendo—. Jamás pensé que me oiría a mí mismo decir algo así.

—Yo tampoco —admitió Sophie. Le besó suavemente y se retiró para mirarle a los ojos—. Y ahora que lo has hecho, no te voy a permitir que te eches atrás. Por lo tanto, sí, amor mío, me casaré contigo.