Capítulo 5

 

SOPHIE miró a su alrededor y, con cierta culpabilidad, se dio cuenta de que, después de llevar dos semanas viviendo en el apartamento que tan amablemente le había prestado Javier sin pedirle ningún alquiler a cambio, se sentía extrañamente feliz.

El apartamento era maravilloso. Aún se quedaba maravillada con la decoración cada vez que regresaba a casa del trabajo y se quitaba los zapatos para andar descalza por el fresco suelo de madera.

Había esperado una decoración minimalista, llena de superficies blancas, cuero negro y metal por todas partes. Había asumido que se vería abrumada por una descarada ostentación de riqueza y que se sentiría como una intrusa en tierra extraña.

Javier ya no era el hombre bromista, cálido, sexy y divertido que ella había conocido. Javier era un hombre duro, implacable e imponente con sus trajes hechos a mano y sus zapatos italianos y había supuesto que esa nueva personalidad se vería reflejada en el apartamento del que era dueño.

Cuando la asistente personal de Javier la acompañó al apartamento para mostrárselo, se quedó sorprendida, atónita incluso.

—Ha sido reformado —le había dicho la mujer en un tono vagamente perplejo—, por lo que esta es la primera vez que veo esta nueva versión…

Sophie no le había preguntado cómo era antes. Había supuesto que estaría en muy mal estado. Seguramente Javier había comprado un montón de apartamentos algo anticuados y luego había pagado a un contratista para que los reformara y los convirtiera en la clase de inversión que se pudiera alquilar por una pequeña fortuna. Evidentemente, quien hubiera realizado la reforma había hecho un gran trabajo.

Se dirigió a la cocina, decorada con armarios gris pálido y suelos blancos de estilo antiguo a juego con las encimeras de granito.

El diseño era abierto. Entró en el salón con una taza de té y se sentó en el cómodo sofá. Entonces encendió la televisión para ver las noticias.

Era viernes y la ropa de trabajo estaba ya en la cesta de la colada. Javier le había dicho que estaba bien ir vestida más informalmente al trabajo, pero ella no le había hecho caso.

«Es mejor mantenerse profesional, centrada en el trabajo», había pensado. Los vaqueros y las camisetas borrarían los límites entre ellos… al menos en su caso.

En cualquier caso, no creía que supusiera diferencia alguna el modo en el que ella vistiera. Después del primer día, Javier había desaparecido. Se había puesto en contacto con ella ocasionalmente a través del correo electrónico o por teléfono. Había visitado las oficinas en un par de ocasiones, pero ella había estado fuera tratando de conseguir más clientes. Sophie no dejaba de pensar que él había hecho coincidir aquellas visitas con su ausencia para evitar encontrarse con ella.

Resultaba evidente que él no pensaba en absoluto en ella, mientras que Sophie no podía dejar de pensar en él. Peor aún, en su despacho, se pasaba el día pensando que él iba a llegar inesperadamente. A las cinco y media, se sentía profundamente desilusionada porque no hubiera aparecido.

Por eso, el corazón le daba un brinco cuando abría su correo electrónico y veía que tenía un mensaje de él. O cuando escuchaba su profunda voz al otro lado de la línea telefónica. Corría el peligro de obsesionarse con un hombre que pertenecía a su pasado, al menos emocionalmente.

De repente, él había aparecido en escena, haciéndola pensar en el pasado y despertando recuerdos de las elecciones que había hecho en esos momentos y obligándola a rememorar la historia de horror que se había producido a continuación.

Javier la hacía pensar en Roger. Sentía curiosidad por él, tal vez no a nivel personal, sino porque había muchas cosas que no entendía. Le había preguntado por qué no había hecho nada cuando se enteró de que Roger estaba fundiendo grandes sumas de dinero en el juego. O cuando descubrió el nivel de los problemas económicos de la empresa. No podía entender por qué ella no había actuado con más decisión.

Desde entonces, Sophie había madurado mucho. Había tenido que hacerlo. En el proceso, había visto lo débil que era su hermano para tomar decisiones o seguir caminos difíciles.

Cuando pensaba en la persona que ella era hacía siete años, le parecía ver a una desconocida. La joven sin preocupaciones con una vida llena de opciones había desaparecido para siempre. Se había convertido en una mujer con opciones limitadas y demasiados malos recuerdos a los que enfrentarse.

¿Era esa la razón por la que se había obsesionado con Javier? ¿Porque él le recordaba a la mujer que fue?

Desgraciadamente, no solo era eso. Le aceleraba los latidos del corazón de la misma manera que entonces. Más que eso. Hacía que sintiera el cuerpo vivo como no lo había sentido desde hacía años. En realidad, desde que estuvo con él. Javier hacía que volviera a sentirse joven.

Chascó la lengua con impaciencia y subió el volumen de la televisión, decidida a no desperdiciar la tarde pensando en Javier y recordando cómo era la vida siete años atrás.

Estuvo a punto de no oír que alguien estaba llamando al timbre. Cuando lo oyó, pensó que debía de haberse equivocado porque ella no recibía visitas de nadie.

Desde que se mudó a Londres, se había mostrado muy reservada. Conocía a algunas personas, pero casi todos los empleados eran nuevos y ella había evitado entablar amistad con ellos. Además, era su jefa más o menos. No quería que nadie supiera detalles de su vida que prefería ocultar. Por ello, quien hubiera llamado al timbre del portal no podía ser alguien que fuera a verla a ella.

Fue al intercomunicador, que le permitía ver a quien estuviera abajo. Su inesperado visitante la dejó sin aliento.

—Veo que estás en casa…

Javier había tomado la decisión de ir a verla en el último minuto. Desde que Sophie empezó a trabajar en Londres, la había visto tan solo en una ocasión, pero había hablado con ella por teléfono y por correo electrónico en varias ocasiones. Había mantenido adrede las distancias porque el efecto que Sophie ejercía sobre él lo había dejado sin palabras. Estaba acostumbrado a controlar todos los aspectos de su vida y había dado por sentado que la aparición de ella en su vida no supondría nada que no fuera capaz de manejar.

Sin embargo, desde el primer instante que la vio, comprendió que eso no iba a ser posible. Había tenido la intención de intercambiar fríamente su ayuda por el cuerpo que ella le negó hacía siete años, el cuerpo que aún seguía deseando. Sophie lo había utilizado y el destino le había dado una oportunidad de oro para vengarse.

Al verla, todo aquel plan le había parecido más que simple. Una estupidez.

No iba a perseguirla ni a presentarse todos los días en su lugar de trabajo, aunque tuviera todo el derecho de estar allí considerando la cantidad de dinero que había invertido en aquella empresa.

Quería que ella acudiera a él, pero mantenerse alejado, esperando, le había resultado mucho más difícil de lo que había pensado en un principio.

Por eso estaba allí.

Sophie se preguntó si estaría mal decirle que estaba a punto de salir. Aquella inesperada aparición le había provocado un sudor frío. Había estado pensado en él y, de repente, allí estaba, como si su imaginación lo hubiera conjurado.

—Yo… yo…

—Déjame entrar.

—Estaba a punto de… de tomar algo para cenar.

—Perfecto. Me apunto.

Aquello no era lo que Sophie tenía en mente. Había tratado de ponerle una excusa y conseguir que quedaran en otra ocasión, cuando ella tuviera sus defensas preparadas. Además, estaba despeinada, vestida con unos pantalones de chándal y una camiseta vieja y encogida.

—¡Vamos, Sophie! ¡Voy a echar raíces!

—Está bien…

Le abrió la puerta al recordar que, después de todo, aquel apartamento le pertenecía a él. Además, como no le pagaba ni un penique por el alquiler, Javier tenía todo el derecho.

Se arregló un poco el cabello en el espejo que había junto a la puerta. A pesar de que ya sabía que él subía, se sobresaltó cuando llamó a la puerta.

Evidentemente, había ido a verla directamente del trabajo, aunque parecía haber tenido tiempo para quitarse la corbata, desabrocharse un par de botones de la camisa y remangarse hasta los codos. Sophie no pudo evitar mirarle los fuertes antebrazos antes de centrarse de nuevo en su rostro.

—Estás muy arrebolada —le dijo él mientras se apoyaba contra el marco de la puerta—. No te he interrumpido en medio de algo muy urgente, ¿verdad?

Así era como la recordaba. Arrebolada. Sexy. Fresca. Y tan inocente…

Recorrió su figura. Se fijó en la silueta de los firmes pechos bajo una camiseta varias tallas más pequeña, el liso vientre donde terminaba la camiseta y los pantalones de deporte. Aunque un atuendo así no debería haberla favorecido en nada, estaba muy guapa y el cuerpo de Javier respondió con vigor.

Se irguió y frunció el ceño ante la repentina incomodidad que le provocaba la erección.

—No te he visto mucho en las últimas dos semanas —dijo para tratar de no pensar en Sophie y en una cama—. Por eso pensé venir a verte aquí antes de que te marcharas al norte para pasar el fin de semana.

—Por supuesto.

—¿Y bien? —le preguntó—. ¿Qué te parece el apartamento?

Algunos podrían decir que había sido un dispendio innecesario volver a decorar el apartamento, dado que un mes antes estaba en perfecto estado. Sin embargo, Javier lo había recorrido, había mirado la fría decoración y se había imaginado perfectamente la reacción de Sophie: desdén. Siempre le había divertido el gusto que ella tenía por lo antiguo.

—Me imagino que tu casa estará a la última en lo que se refiere a muebles y decoración —había bromeado él en una ocasión, cuando la sorprendió mirando una cama con dosel, cubierta por un millón de cojines, en el escaparate de una tienda.

—No. Mi madre es como yo —había respondido ella con una sonrisa—. Le encantan las antigüedades y todo lo viejo y lleno de carácter…

Por eso, Javier personalmente se había encargado de decorar el apartamento con algunas piezas de carácter. Él, que le encantaba lo moderno y lo minimalista. La casa de sus padres había estado muy limpia, pero casi todo lo que tenían era de segunda mano. Había crecido con tantos muebles que habían tenido demasiado carácter que, en aquellos momentos, tan solo le gustaba lo más moderno.

Sin embargo, había disfrutado mucho escogiendo él mismo los muebles nuevos para el apartamento. Había disfrutado imaginando su reacción al ver la cama con dosel que había comprado, el hermoso sofá tapizado de flores y la gruesa alfombra persa que alegraba un poco el pálido suelo.

—El apartamento está bien —dijo Sophie mientras daba un paso atrás—. Más que bien —admitió—. Me encanta la decoración. Deberías felicitar a tu diseñador o diseñadora de interiores.

—¿Y quién ha dicho que lo haya tenido?

Aquella pregunta hizo que Sophie se sonrojara y se sintiera bastante confusa. Imaginárselo escogiendo personalmente todos los muebles resultaba algo… íntimo. Pero por supuesto él jamás habría hecho algo así. ¿Qué hombre soltero y rico perdería el tiempo en buscar alfombras y cortinas? Ciertamente no alguien como Javier, que era masculino hasta el último hueso de su cuerpo.

—Me temo que no tengo gran cosa para cenar…

Sophie se dio la vuelta. El corazón le latía tan fuerte que casi no podía respirar. La presencia de Javier parecía filtrarse por todo el apartamento, llenándolo con sofocante y masculina intensidad. Así era y así había sido siempre con él. En su presencia, se sentía débil y agradablemente indefensa. Incluso cuando no tenía dinero, Javier conseguía proyectar un aire de seguridad en sí mismo absoluta. Hacía que, en comparación suya, el resto de los chicos parecieran niños pequeños.

La diferencia era que, entonces, había podido disfrutar de tanta masculinidad. Había podido tocar, acariciar sin permiso algo. Había podido desearle y mostrarle lo mucho que ella lo deseaba a él.

Eso ya no era posible.

Además, no quería desearle. No quería verse transportada a un pasado que había desaparecido para siempre. No quería que el corazón le latiera alocadamente como si fuera el de un adolescente solo porque estuviera compartiendo el mismo espacio que ella. Era una mujer y había sufrido mucho en la vida. Su perspectiva había cambiado para siempre por las cosas a las que había tenido que enfrentarse. Ya no tenía ilusiones ni creía que tuviera derecho a ser feliz. Javier Vázquez pertenecía al pasado, un pasado que se erguía entre ambos como un muro infranqueable al igual que todos los cambios que le habían ocurrido a ella.

—No esperaba compañía —añadió al comprobar que él la había seguido hasta la cocina.

—Huele muy bien. ¿Qué es?

—Solo una salsa de tomate. Iba a tomarla con pasta.

—Nunca te gustó cocinar…

—Lo sé —admitió ella con una sonrisa mientras observaba cómo él se sentaba en una silla—. Nunca tuve que hacerlo. A mi madre le encantaba cocinar y yo estaba encantada con que ella se ocupara. Cuando cayó enferma, siguió haciéndolo porque decía que la mantenía ocupada y la ayudaba a no pensar en sus problemas de salud. Yo me limitaba a fregar los platos y a colocarlo todo, pero ella era la chef. Entonces…

Suspiró y se puso a terminar de preparar la cena, aunque era consciente de cómo la miraban los ojos de Javier.

Él se resistió a presionarla para que le diera respuestas.

—Y aprendiste a cocinar —dijo él ayudándola a pasar el mal trago para que prosiguiera hablando.

—Sí. Y descubrí que me gustaba bastante.

Parecía que la curiosidad inicial de Javier había desaparecido. Dio las gracias en silencio por ello, porque había demasiadas cosas que jamás podría contarle. Sin embargo, junto con el alivio, experimentó una cierta desilusión. Aquella falta de curiosidad solo podía indicar la indiferencia que sentía hacia ella.

Le sirvió un plato de pasta y se sentó frente a él. Le habría gustado sentarse encima de sus traidoras manos por si a ellas se les ocurría hacer algo inapropiado, pero tuvo que recordarse que era una mujer adulta.

Se oyó hablar sobre sus habilidades culinarias mientras él comía y la escuchaba, aparentemente muy interesado en lo que ella tuviera que decir.

—Entonces, ¿te gusta el apartamento? —le preguntó él cuando ella terminó de hablar mientras se tomaba un poco de vino—. ¿Y el trabajo?

—Resulta algo… incómodo.

—Explícate.

—Tenías razón —dijo ella mientras se levantaba para empezar a recoger la mesa—. Algunas de las personas en las que mi padre confiaba han defraudado a la empresa de mala manera a lo largo de los años. Solo se me ocurre pensar que emplear a amigos era un lujo que mi padre tenía cuando inicio la empresa. Después, o siguió pensando que estaban haciendo un buen trabajo o sabía que no lo estaban haciendo, pero le resultaba difícil despedirlos. Entonces…

—Entonces, ¿qué?

—Nunca se deshizo de ellos. Por suerte, la mayoría ya se han marchado, pero con una generosa pensión o con una buena compensación…

—La empresa está en peor situación de la que había imaginado.

Sophie palideció. Observó cómo él la ayudaba a recoger y llevaba su plato al fregadero.

—¿Qué quieres decir?

—Tu padre no perdió solo el negocio de vista cuando cayó enfermo. En realidad, dudo que lo controlara desde el principio como debía.

—¿Cómo puedes decir eso?

—He repasado los libros con cuidado, Sophie —respondió mientras se colocaba el trapo de cocina con el que se había secado las manos sobre el hombro y se apoyaba contra la encimera con los brazos cruzados sobre el pecho.

Javier siempre había sospechado que el padre de Sophie había jugado un papel fundamental en la decisión que ella tomó de dejar la universidad y volver con el hombre con el que siempre había estado destinada a casarse, aunque Sophie nunca se lo había dicho. Lo único que le había dicho, casi sin mirarle a la cara, fue que tenía que dejar la universidad por una situación familiar que les había surgido.

Javier nunca le había dicho que, después, fue a ver a sus padres como tampoco que se enfrentó con su padre. Él no le dejó duda alguna de que no iba a permitir que su hija tuviera una relación permanente con alguien como él.

Se preguntó si la extrema reacción del padre de Sophie había estado relacionada con su enfermedad. Frunció el ceño al recordar la acalorada discusión que se produjo a continuación y que provocó que él se marchara de allí sin mirar atrás.

Aquel era el momento perfecto para despojar a Sophie de las ilusiones que tenía sobre un padre que, evidentemente, sabía muy poco sobre cómo dirigir un negocio. Sin embargo, al ver la tristeza en el rostro de Sophie, dudó.

—Era un padre maravilloso —afirmó ella, pensando en las muchas veces que se había llevado a toda la familia de excursión, dejando a menudo la empresa a cargo de los hombres que trabajaban para él. Su lema era «La vida es para disfrutarla». Jugaba al golf y los llevaba de vacaciones a lugares estupendos.

Sophie admitía que la poca falta de supervisión no ayudó a la situación de la empresa. Él había heredado un negocio boyante, pero, cuando todo empezó a basarse en la tecnología, él no supo progresar con los tiempos.

Desgraciadamente, mirando atrás, ella comprendía que los problemas habían empezado a acumularse como nubes oscuras en el horizonte, esperando el momento de crear la tormenta que los había llevado a la situación en la que se encontraban en aquellos instante.

Javier abrió la boca para decirle la verdad sobre su padre, pero entonces pensó en el suyo propio. A él no le gustaría que nadie hablara mal en contra de su padre. Por ello cambió de actitud.

—Tu padre no sería el primero que fallara a la hora de ver áreas posibles de expansión —dijo con voz ronca—. Ocurre.

Sophie supo que él había cambiado lo que iba a decir. Algo se desató en lo más profundo de su ser mientras lo miraba fijamente a los ojos.

—Gracias… —susurró.

—¿Por qué me las das?

—Estaba muy chapado a la antigua y, desgraciadamente, las personas en las que delegó lo estaban tanto como él. Mi padre debería haber realizado una auditoría externa en el momento en el que los beneficios comenzaron a bajar. Sin embargo, prefirió no ver lo que ocurría.

«Igual que le pasó con tu marido».

Ese pensamiento hizo que Javier se tensara. Su padre había estado tan chapado a la antigua que tenía puntos de vista pomposos y arrogantes sobre los «advenedizos extranjeros» como para pensar que un perdedor con el acento perfecto era la clase de hombre con el que su hija debería casarse.

Sin embargo, no pensaba ir por ahí porque ese punto de vista hubiera absuelto a Sophie de toda culpa, cuando nadie le había puesto una pistola en la cabeza ni la había obligado a casarse.

Ella había querido dar ese paso. Ella había querido seguir con su marido, aunque sabía que él estaba arruinando la empresa con sus alocadas inversiones. Había preferido guardar silencio. Y la única razón por la que lo había hecho era porque lo amaba.

Se dio la vuelta de repente y rompió el contacto visual con Sophie. La boca se le había llenado de un amargo sabor.

—La empresa tendrá que aligerarse aún más —afirmó él—. Los pesos muertos ya no se pueden tolerar más —añadió mientras observaba cómo ella fregaba los platos.

—¿Estás diciendo que vas a despedir a los viejos amigos de mi madre? Es eso, ¿no?

—Es lo que hay que hacer.

—Algunos de ellos tienen familias. Están a punto de jubilarse… Tal vez no hayan sido los más eficaces del planeta, pero han sido leales…

—Y tú valoras mucho la lealtad, ¿verdad? —murmuró.

—¿Y tú no?

—Hay ocasiones en las que el sentido común tiene que ganar la batalla.

—Tú estás a cargo ahora. Supongo que no tengo elección, ¿verdad?

En vez de tranquilizarlo, aquella actitud pasiva y resentida acicateó la ira dentro de él.

—Si hubieras dado un paso atrás —le espetó con crueldad—, y hubieras cambiado la lealtad ciega por el sentido común, podrías haber controlado algunos de los escandalosos excesos de tu querido esposo…

—¿De verdad lo crees? —replicó ella. Dio un paso atrás y lo miró con desprecio.

—¿Y qué otra cosa se puede creer? —le preguntó él con sarcasmo—. Si se unen los puntos, normalmente se termina teniendo una imagen bastante exacta.

—¡Yo no podría haber detenido a Roger en modo alguno! —le gritó, arrepintiéndose enseguida de haber estallado de aquella manera—. ¡Siempre que trataba de hacerle ver las cosas con sentido común había consecuencias!

El silencio que se produjo después de aquel estallido fue eléctrico, tanto a que Sophie se le puso el vello de punta.

—¿Consecuencias? ¿Qué clase de consecuencias? —insistió Javier.

—Ninguna —musitó Sophie. Se dio la vuelta, pero él le agarró del brazo y la obligó a volverse de nuevo hacia él.

—Después de abrir el cajón de los truenos, no puedes terminar así esta conversación, Sophie.

Sophie no quería recordar aquellos errores en voz alta, y mucho menos con Javier como testigo. No quería su pena. No quería que él viera su vulnerabilidad.

—¡No es relevante! —le espetó tratando de zafarse de él sin conseguirlo.

—¿Acaso te…? No sé lo que pensar, Soph…

Escuchar la abreviatura de su nombre le produjo una oleada de recuerdos que abrieron un enorme agujero en sus mecanismos de defensa. Los labios comenzaron a temblarle y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Parpadeó rápidamente para contener las lágrimas.

—Podía ser imprevisible…

Tensó la mandíbula y apartó la mirada. Sin embargo, Javier no le permitió que lo evitara. Le colocó un dedo debajo de la barbilla y le hizo girar de nuevo el rostro.

—Esa es una palabra muy amplia… Trata de especificar un poco…

—Podía insultar verbalmente —confesó ella—. En una ocasión, el daño fue físico…Ya lo sabes, Javier. Si yo trataba de interferir en su problema de juego, no se podían saber cuáles podrían ser las consecuencias para mí.

Javier se sentía horrorizado. Bajó la mano y agarrotó los dedos.

—¿Y por qué no te divorciaste de él?

—Fue un matrimonio muy breve de todos…

—¿Sabías que él tenía problemas para controlar la ira? —le preguntó Javier mientras se mesaba el cabello. De repente, la cocina le pareció del tamaño de una caja de cerillas. Necesitaba andar, golpear algo…

—Por supuesto que no y ciertamente no era así cuando… No lo entiendes. Y yo de verdad que preferiría no seguir hablando de esto más.

Javier se había sentido incrédulo ante la confesión de Sophie. Sus palabras le hicieron dudar una vez más de lo que en un principio habían sido sus intenciones con respecto a ella.

Se recordó que, fundamentalmente, nada había cambiado. Sophie había iniciado algo hacía siete años y no había podido terminarlo porque había elegido marcharse con su novio, que era socialmente más aceptable para él. Ese novio a su vez había fallado a las expectativas puestas en él. Después, varios acontecimientos de su vida le obligaron a dar un giro desastroso. Sin embargo, nada de eso cambiaba el hecho de que ella lo había engañado.

No obstante…

El deseo era tan fuerte y lo sentía recorriéndole las venas… Ella seguía mirándolo muy fijamente, incapaz de romper el contacto visual.

Sutilmente, el ambiente cambió. Javier notó el cambio en la respiración de ella, vio cómo se le dilataban las pupilas, cómo separaba los labios como si estuviera a punto de decir algo…

Javier le enmarcó el rostro entre las manos y escuchó el largo suspiró que ella exhaló antes de echarse a temblar.

Sophie sentía que los párpados le pesaban mucho. Quería cerrar los ojos como si así pudiera respirar a Javier más profundamente. Quería hacerlo, quería respirarlo, quería tocarlo y poder arrancarse la espina que llevaba clavada desde que él volvió a entrar en su vida.

Quería besarlo y saborear sus labios.

Tan solo se percató de que se estaba poniendo de puntillas hacia él cuando sintió la dureza del torso bajo las palmas de las manos. Oyó que un gemido se le escapaba de los labios y, de repente, comenzó a besarlo. Las lenguas se entrelazaron, explorando, aliviando en parte el dolor de su cuerpo…

Se acercó más a él, apretándose contra su cuerpo. Quería frotarse contra él, sentir la desnudez de su cuerpo contra el suyo propio…

No se podía saciar de él.

Era como si el tiempo no hubiera transcurrido entre ellos, como si volvieran a estar donde entonces, cuando él podía hacer arder su cuerpo con la más mínima caricia. Nada había cambiado, pero al mismo tiempo nada era igual.

—¡No! —exclamó. Recuperó la cordura horrorizada, presa del pánico—. Esto es… Yo no soy la de entonces… yo… ¡No!

Se había abalanzado sobre él. Se le había ofrecido. Prácticamente lo había asaltado como si fuera una mujer desesperada por falta de sexo… Y Javier ni siquiera sentía nada por ella…

La humillación se apoderó de ella. Se sonrojó y dio un paso atrás.

—Te ruego que me perdones. No debería haber ocurrido nunca. No sé qué me ha pasado… —susurró. Se mesó el cabello y trató de permanecer tranquila, pero estaba temblando de la cabeza a los pies.

Javier frunció las cejas y ella se sonrojó aún más.

—Entre nosotros solo hay ya asuntos profesionales —insistió ella—. No sé… Debo de haber tomado… Normalmente no suelo beber…

—¿No te parece la excusa más increíble del mundo? —murmuró Javier—. Echarle la culpa al vino…

—¡Me importa un bledo lo que pienses tú! —exclamó. Intentó tranquilizarse enseguida. Tenía que recuperar el control de la situación.

Se aclaró la garganta y lo miró fijamente.

—Yo… Tenemos que seguir trabajando juntos durante un tiempo y esto ha sido un desafortunado error. Te agradecería mucho que no lo volvieras a mencionar. Los dos podemos fingir que no ha ocurrido nunca porque no volverá a ocurrir jamás.

Javier bajó la mirada e inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera considerando lo que ella acababa de decir. ¿De verdad creía Sophie que podía cerrar el libro sobre la página que acababan de escribir?

La había saboreado y solo un instante no le iba a bastar. Ni a él ni a ella. Los dos necesitaban saciarse…

—Si eso es lo que quieres —dijo él encogiéndose de hombros—. Desde el lunes, cuenta que estaré por aquí la mayor parte del tiempo. Los dos queremos lo mismo, ¿no?

—¿Cómo? —preguntó ella confusa.

¿Qué era lo que quería ella? Desgraciadamente, le daba la sensación de que era exactamente lo mismo que quería él.

—Resolver los problemas de la empresa tan rápidamente como sea posible —dijo él en tono de voz sorprendido, como si no comprendiera cómo ella no había sabido la respuesta inmediatamente—. Por supuesto…