Capítulo 3

 

TAL vez deberíamos ir a otro lugar para seguir hablando de esto.

—¿Por qué?

Aquella sugerencia provocó pequeños escalofríos de alarma en Sophie. Casi no se podía creer que estuviera sentada allí en el despacho de Javier, enfrentándose al hombre que llevaba turbando su pensamiento desde hacía años. Todo lo que había ocurrido desde el momento en el que una jovencita se enamoró perdidamente de un hombre equivocado se interponía entre ambos como un abismo insondable.

Había tanto que él no sabía…

Sin embargo, ya nada era relevante. Lo único que importaba era que él iba a ayudarlos y con eso le bastaba.

—Porque —repuso él mientras se ponía de pie y se iba a poner la americana, que estaba colocada sobre uno de los sofás de la sala de estar—, creo que dos viejos amigos no deberían estar hablando de algo tan impersonal como un rescate dentro de los confines de un despacho.

¿Dos viejos amigos?

Sophie examinó el rostro de Javier para encontrar sarcasmo o ironía, pero este reflejaba tan solo una educada cortesía. Sin embargo, esa misma cortesía le provocaba una gran intranquilidad. Javier nunca había sido cortés, al menos no en el modo en el que los ingleses lo eran, tal y como a ella la habían educado. Javier siempre había dicho lo que pensaba sin importarle las consecuencias. Sophie había sido testigo de ello en la universidad, cuando en la compañía de dos de los profesores de Javier habían estado hablando de economía.

Él los había escuchado, pero luego había hecho pedazos todos y cada uno de los argumentos que los profesores le habían dado. Nunca había tenido miedo de decir lo que pensaba.

—¿Es así como vistes ahora? —le preguntó él de repente. Sophie parpadeó para volver al presente.

—¿A qué te refieres?

—Pareces una oficinista.

—Eso es exactamente lo que soy —replicó ella mientras lo seguía hasta la puerta.

No podía hacer otra cosa. Javier tenía todos los triunfos en la mano. Si quería que fueran a hablar a un bar, así sería. Había demasiado en juego como para empezar a empecinarse y a negarse a lo que él le propusiera. Había llegado hasta allí y ya no había vuelta atrás.

—Pero eso no es exactamente donde querías terminar, ¿verdad? —le preguntó Javier cuando estuvieron dentro del ascensor.

Las puertas se cerraron. Sophie se encogió de hombros mientras le miraba de mala gana a los ojos.

—Uno no siempre termina donde quisiera…

—Querías dar clases en la universidad.

—La vida me lo impidió.

—Estoy seguro de que a tu difunto esposo no le gustaría que se le considerara como alguien que se interpuso en tus planes…

—No quiero hablar de Roger.

Javier pensó que la razón era que el hecho de que su esposo ya no estuviera a su lado le resultaba demasiado doloroso. Roger podría haber sido un inútil en lo que se refería a los negocios y un jugador empedernido que se había gastado grandes sumas de dinero que debería haber empleado en salvar la empresa, pero Sophie había estado muy enamorada de él y no quería escuchar nada que se dijera en su contra.

Javier apretó los labios.

Notó el modo en el que ella salía rápidamente del ascensor, como si estuviera desesperada por poner una distancia física entre ambos.

—¿Cuándo descubriste que la empresa estaba a punto de irse a pique?

Sophie sintió una profunda angustia. Quería preguntarle si era realmente necesario hablar de eso. Tenía que separar el pasado del presente. Javier ya no era el hombre del que había estado profundamente enamorada, el hombre al que había tenido que renunciar cuando la vida que había conocido hasta entonces comenzó a cambiar. Todo aquello formaba parte del pasado y ella estaba frente a alguien que podía ayudarla económicamente. Era natural que él quisiera tener datos, aunque ella no quisiera proporcionárselos.

Sin embargo, había tanto que no quería decirle… No quería ni su ira ni su pena y sabía que tendría las dos cosas si le contaba la terrible verdad. Eso si Javier la creía, algo que dudaba.

—Sabía que las cosas no iban demasiado bien desde hacía un tiempo —dijo con evasivas—, pero en realidad no tuve ni idea de hasta qué punto hasta que… hasta que me casé.

—¿Y entonces qué?

—¿Qué quieres decir? —replicó ella.

No había prestado atención alguna a dónde se dirigían, pero cuando Javier le abrió una puerta, se percató de que estaban en un antiguo pub, la clase de lugar que abundaba en el corazón de la City.

Se deslizó por debajo del brazo de Javier mientras él sujetaba la puerta. Ella era alta con su más de un metro setenta, pero él lo era varios centímetros aún más. Siempre la había hecho sentirse muy protegida. El aroma limpio y masculino que emanaba de él le inundó los sentidos y la hizo echarse a temblar hasta que se sentó en una mesa mientras que Javier se dirigía a la barra para pedir las bebidas. Debería tomar algo sin alcohol para mantener la cabeza en su sitio, pero estaba muy nerviosa. Necesitaba algo más fuerte.

Javier, por su parte, sabía que tratar de averiguar detalles del pasado de Sophie no era relevante y se sentía furioso consigo mismo por haber sucumbido al deseo de saber más. En cuestión de minutos, ella había conseguido afectarle de nuevo y Javier se moría de ganas por tenerla, por acostarse con ella para poder librarse de la incómoda sospecha de que ella había estado a su lado desde el principio, como un espectro, esperando que llegara el momento de volver a salir a la superficie para abalanzarse sobre él.

Se dio cuenta de que, cuando trataba de pensar en la última mujer con la que se había acostado en Nueva York, no podía recordar nada sobre ella. No podía pensar en nadie que no fuera la mujer que estaba sentada frente a él y que lo miraba como si esperara que él la devorara en cualquier momento.

Tenía los más hermosos ojos de color violeta que había visto nunca, enmarcados por largas y oscuras pestañas. Javier anhelaba poder soltarle el cabello y ver si seguía siendo tan largo y tan indomable.

—¿Y bien? —preguntó con impaciencia mientras se sentaba frente a ella con las piernas extendidas. Había pedido vino, y uno de los camareros le llevó la cubitera y las dos copas.

—¿Y bien qué?

—¿Cuál fue el orden de los acontecimientos? ¿Matrimonio precipitado, luna de miel de cuento de hadas y luego, de repente, sin dinero? La vida puede ser muy cruel. ¿Y dónde estaba tu hermano mientras ocurría todo esto?

—En los Estados Unidos.

—¿Y sabía lo que estaba ocurriendo?

—No, no lo sabía —se apresuró a responder Sophie—. Y no sé por qué… todo esto puede ser relevante.

—Estoy elaborando una imagen de lo ocurrido —respondió Javier—. Habéis venido a pedirme dinero. ¿Qué creías que iba yo a hacer? ¿Daros un abrazo para que no os preocuparais y extender un jugoso cheque?

—No, pero…

—A ver si dejamos las cosas claras, Sophie —dijo él mientras se inclinaba hacia delante y la miraba fijamente a los ojos—. Tú estás aquí para pedirme un favor y, siendo ese el caso, tanto si te gusta como si no, tú no eliges qué preguntas responder ni cuáles ignorar. Tu vida privada es asunto tuyo. Francamente, no me importa. Sin embargo, necesito saber qué capacidad tienes para los negocios. Necesito saber si tu hermano está comprometido con la empresa porque, si estuvo cuatro años haciendo deporte en California, supongo que no regresaría muy contento aquí. Y la mayoría de los directivos de la empresa ni siquiera valen el dinero que se les paga.

—¡Sabes lo que se les paga!

—Sé todo lo que hay que saber sobre tu maltrecha empresa familiar.

—¿Cuándo te has vuelto tan… duro?

«Más o menos cuando descubrí la clase de mujer con la que había estado saliendo», pensó Javier con cinismo.

—No se gana dinero creyéndote todo lo que la gente te cuenta —le informó fríamente—. Tú has venido a mí con una historia, una triste historia. Si no te gusta el cariz que ha tomado esta conversación, tal y como te he dicho antes, eres libre de marcharte. Por supuesto, los dos sabemos que no lo harás porque me necesitas.

Javier estaba disfrutando con aquel juego de ir andándose por las ramas antes de poner las cartas sobre la mesa. Antes de decirle a Sophie exactamente cuáles eran sus condiciones.

—Si sabías lo que estaba haciendo tu marido y la adicción que tenía al juego y le permitiste seguir, ¿eres una persona en la que se puede confiar para estar al mando de tu empresa?

—Ya te dije que no podía hacer nada…

—Y tu hermano no tenía ni idea de lo que estaba pasando en casa, por lo que, ¿es competente para hacer lo necesario si yo decidiera ayudaros?

—Ollie… no colabora mucho en la actualidad.

—¿Por qué?

—Porque nunca ha estado interesado en la empresa y sí, tienes razón, no le hizo mucha gracia tener que volver para echar una mano. Le cuesta enfrentarse al hecho de no tener dinero.

—¿Y a ti no?

—Lo he superado.

Javier la miró y sintió admiración ante la fortaleza que vio en ella en ese momento. No solo había tenido que aceptar la caída desde lo más alto, sino también la pérdida de su esposo y de un padre al que adoraba. Sin embargo, no mostraba autocompasión en su actitud.

—Has tenido que ocuparte de muchas cosas, ¿verdad? —murmuró él suavemente. Sophie apartó la mirada.

—No soy diferente de las personas que en todo el mundo han visto cómo sus vidas cambiaban de un modo u otro. Ahora que ya sabes en qué situación se encuentra la empresa, ¿nos prestarás el dinero? No sé si mi hermano te lo contó, pero la casa familiar lleva en venta más de dos años y no podemos venderla. La gente no quiere comprar casas tan grandes. Si pudiéramos venderla, podríamos cubrir parte de los gastos.

—Aunque la rehipotecasteis…

—Sí, pero el dinero no nos vale más que para arreglar algunas cosas que necesitan atención urgente.

—Un sistema informático demasiado antiguo, por ejemplo.

—Has hecho bien tus deberes. ¿Cómo lo has conseguido en tan breve espacio de tiempo? ¿O acaso llevabas siguiendo la situación de la empresa de mi padre desde hace años?

—¿Y por qué habría hecho yo algo así?

Sophie se encogió de hombros. Parecía incómoda.

—Sé que probablemente te sientes…. Bueno, tú no comprendes lo que ocurrió hace todos esos años…

—No des por sentado que sabes lo que ocurre en mi cabeza, Sophie, porque no es así. Y, como respuesta a tu pregunta, ni he sabido lo que ocurría en la empresa de tu padre durante todos estos años ni me ha importado un comino saberlo.

Cuando supo que iba a ver a Sophie, había pensado cómo reaccionaría, pero no se parecía en nada a la manera en la que lo estaba haciendo. Había pensado que la vería y no sentiría nada más que el ácido sabor de la amargura por haber sido su juguete en el pasado.

Había aceptado que ella había ocupado su pensamiento más de lo que nunca hubiera creído posible. Con la inesperada aparición de su hermano, se había abierto una caja de Pandora. Javier había reconocido la oportunidad que se le había dado para terminar con el pasado. La tendría a su disposición, con los medios necesarios para hacer lo que quisiera.

Sophie necesitaba dinero y él lo tenía en gran cantidad. Ella aceptaría lo que se le ofreciera porque no tenía elección. Las condiciones que él impusiera serían aceptadas con aquiescencia, porque, tal y como había escuchado a lo largo de toda su vida, el dinero es poderoso caballero.

Se había acostado con algunas de las mujeres más deseables del mundo. ¿Cómo iba Sophie a competir con esas mujeres?

Se había equivocado.

Además, lo que resultaba increíblemente frustrante era que estaba empezando a darse cuenta de que deseaba mucho más de ella que poseerla durante una noche o dos. De hecho, necesitaba mucho más que una noche o dos. Quería y necesitaba respuestas. La curiosidad que sentía lo enfurecía porque había creído que, en lo que se refería a Sophie, había superado aquel sentimiento con creces.

Estaba descubriendo que tampoco quería tomar lo que sabía que a ella no le quedaría más elección que darle. No quería que lo hiciera de mala gana. Deseaba que fuera a él y al final, si lo que buscaba Javier era la venganza, ¿no sería esa la venganza más absoluta? ¿Hacer que ella lo deseara, poseerla y luego marcharse sin mirar atrás?

La parte lógica de su cerebro sabía que desear la venganza era sucumbir a una cierta clase de debilidad. Sin embargo, la atracción era tan fuerte que no podía enfrentarse a ello…

Además, estaba disfrutando…

Había alcanzado un lugar en la vida en el que podría tener todo lo que deseaba y, en ocasiones, tenerlo todo al alcance de la mano terminaba con la gloria de la persecución. No le ocurría solo con las mujeres, sino con los tratos, las fusiones, el dinero… Todo.

No tenía a Sophie al alcance de la mano.

De hecho, ella ardía de resentimiento al haber sido colocada en una posición tan desgraciada y haber tenido que acudir a él para pedirle ayuda.

Él formaba parte de su pasado, de un pasado que prefería olvidar. Seguramente, hasta lamentaba haber tenido que ver algo con él.

Sin embargo, lo había deseado… De eso Javier estaba seguro. Tal vez hubiera jugado con él o hubiera servido tan solo para presumir delante de sus amigas, pero la atracción física había surgido entre ellos. Y estaba convencido de que aún se sentía atraída por él.

Sophie se había echado a temblar cuando la acarició o cuando la besó. Javier no se había imaginado aquellas reacciones de siete años atrás. Tal vez hubiera conseguido controlar esa atracción para regresar a su zona de confort, pero, durante un breve instante, había sido suya.

¿Acaso se imaginaba Sophie que era inmune a esa atracción física solo porque el tiempo había pasado?

Imaginó que ella se abría a él como una flor y que, en aquella ocasión, le daba lo que tanto había deseado todos aquellos años atrás. Lo que seguía deseando en aquellos momentos.

Se preguntó lo que Sophie sentiría cuando se viera despreciada. Se preguntó si a él le importaría de verdad o si el mero hecho de poseerla sería suficiente. No se había sentido tan vivo desde hacía mucho tiempo y la sensación le resultaba excitante.

—Me sorprendió que tu hermano se presentara en mi despacho en busca de ayuda.

—Espero que sepas que yo jamás le pedí que viniera a verte.

—Ya me lo imagino, Sophie. Debió de escocerte mucho suplicar favores a un hombre que no era lo suficientemente bueno para ti hace siete años.

—No fue así…

Javier levantó una mano.

—Sin embargo, da la casualidad, de que verte despojada de todo no le sentaría bien a mi conciencia.

—¿No te parece que estás exagerando?

—Te sorprendería saber lo delgada que es la línea que separa a los pobres de los ricos y lo rápido que se puede cambiar de posición. Estás en lo alto del mundo y, de repente, estás hundido en la basura, preguntándote qué es lo que ha pasado. Podría decírtelo de otro modo. Primero vuelas hacia arriba, arrollando a todos los que se te ponen por delante y, un instante después, comienzas a caer en espiral y todos a los que arrollaste vuelven a estar subiendo, riéndose en tu cara. Y no olvides que el que ríe el último, ríe mejor.

—Me apuesto algo a que tus padres se apenan al ver la persona en la que te has convertido, Javier.

Javier se sonrojó, escandalizado por aquel comentario, e incluso más aún por la expresión de desilusión que había sobre su encantador rostro.

Por supuesto, en aquellos momentos que había creído que Sophie le pertenecía, le había dejado entrar en su mundo y le había confiado sus secretos como nunca lo había hecho hasta entonces con una mujer y como nunca lo había vuelto a hacer. Le había hablado de su pasado, de la determinación de sus padres para asegurarse de que abandonaba ese mundo. Javier le había contado la vida tal y como la había conocido, haciendo notar las grandes diferencias que había entre ellos y viéndolas como algo bueno en vez de como una barrera insuperable tal y como Sophie las había considerado.

—Sé que eres más rico de lo que nunca habías soñado y eso que siempre soñaste a lo grande…

La conversación parecía haber saltado las barreras y había tomado una dirección que no gustaba en absoluto a Javier. Él frunció el ceño.

—Y ahora, aquí estamos.

—En una ocasión, me dijiste que lo único que tus padres querían era que fueras feliz, que hicieras algo útil con tu vida, que sentaras la cabeza y que tuvieras una gran familia.

Javier decidió que necesitaba otra copa. Se levantó de repente y consiguió que ella se sobresaltara, parpadeara y lo mirara como si, en un instante, hubiera recordado que no estaba allí para recordar el pasado. De hecho, recordar el pasado era lo único que ella había querido.

Pidió otra botella de vino en el bar y también algo de picar porque los dos estaban bebiendo con el estómago vacío, pero lo hizo de un modo inconsciente, casi sin darse cuenta. Ella le estaba llenando la cabeza. Sentía que ella lo estaba mirando mientras estaba apoyado en la barra del bar de espaldas a ella.

Fuera los que fueran los recuerdos que tenía de ella, fueran los que fueran los recuerdos que creía haber olvidado y enterrado, estaba descubriendo que la tumba en la que se encontraban era muy poco profunda.

—Debería marcharme —dijo Sophie mientras Javier le servía otra copa de vino y la animaba a beber.

—He pedido algo para picar.

—Mi billete…

—Olvídate de tu billete.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

—Porque no tengo dinero a montones. De hecho, estoy arruinada. Ahí lo tienes. ¿Satisfecho de que lo haya dicho? No me puedo permitir perder el billete de vuelta para regresar a casa. Probablemente se te haya olvidado lo caros que son los billetes de tren, pero, si quieres que te lo recuerde, te puedo mostrar el mío. Cuestan mucho. Si quieres regocijarte con esto, adelante. No te lo puedo impedir.

—Tendrás que igualar a tus empleados.

—¿Cómo dices?

—La empresa tiene demasiados jefes y pocos empleados.

Sophie asintió. Eso era lo que ella había pensado ya, pero el hecho de sentarse con viejos amigos de sus padres para pedirles que se marcharan le resultaba demasiado duro. Oliver no podría hacerlo ni en un millón de años y, a ella, aunque era más dura que su hermano, la perspectiva de despedir a personas que llevaban toda la vida en la empresa, por muy ineficaces que fueran, le provocaba un nudo en la garganta.

Había pocas personas que les hubieran sido fieles cuando empezaron los tiempos difíciles.

—Y tienes que modernizar el negocio. Hay que correr riesgos, expandirte, tratar de capturar otros mercados más pequeños y que den más beneficios en vez de seguir con los mismos dinosaurios de siempre haciendo entregas de un lado al otro del Canal. Eso está bien, pero tienes que hacer mucho más si quieres rescatar a tu empresa de la situación tan delicada en la que se encuentra.

—Yo…

Sophie se echó a temblar al pensar en Oliver y ella con un puñado de ejecutivos no demasiado eficientes realizando una tarea de tales proporciones.

—Tu hermano y tú sois incapaces de llevar a cabo este desafío —le espetó Javier sin andarse por las ramas. Ella le dedicó una mirada de desaprobación a pesar de que él había dicho en voz alta lo que ella había estado pensando.

—Estoy segura de que, si accedes a darnos un préstamo, podremos reclutar gente preparada que pueda…

—Eso no va a ocurrir. Si meto dinero en este negocio, quiero estar seguro de que no estoy tirándolo a la basura.

—Eso es un poco injusto…

No hacía más que tocarse el recogido del cabello que, en vez de evitarle el calor, le hacía sentirse sudorosa e incómoda, al igual que las ropas formales, tan alejadas de su forma habitual de vestir con vaqueros, camisetas y deportivas. Por ello, se sentía completamente fuera de lugar y demasiado consciente del hombre que la miraba tan fijamente, como si estuviera evaluando qué clase de oponente era.

Aquel no era el hombre al que ella había conocido y amado. No la había echado de su despacho, pero, en lo que se refería a los sentimientos, no había nada. No existía la atracción que los había mantenido cautivos a ambos hacía tantos años. Javier no estaba casado, pero ella se preguntó si habría alguna mujer en su vida, rica y guapa como él.

No pudo evitar pensar cuántas mujeres caerían a sus pies porque era un hombre que lo tenía todo.

¿Qué habría ocurrido si ella hubiera desafiado a sus padres y hubiera seguido viendo a Javier? ¿Habría visto dónde los conducía su amor?

No habría funcionado.

A pesar del hecho que Sophie había crecido con dinero y había disfrutado de una vida sin preocupaciones, el dinero en sí mismo no era lo que la motivaba. En el caso de Javier, sí lo era.

Lo miró de soslayo y observó el corte de su ropa, los zapatos a medida, el carísimo reloj… Javier rezumaba riqueza. Aquello era lo que le hacía feliz y lo que le daba sentido a su vida.

Tal vez ella estaba estresada por todas las preocupaciones financieras que tenía en su vida, pero si esas preocupaciones desaparecieran y pudiera empezar de nuevo, sabía que el dinero dejaría de nuevo de ser importante para ella.

—Podemos seguir andándonos por las ramas, discutiendo lo que es o no es justo —dijo él con voz dura—, pero eso no nos va a llevar a ninguna parte. Estoy dispuesto a inyectar dinero, pero yo me quedo con una parte del pastel y os dejáis guiar por mis reglas.

—¿Tus reglas? —le preguntó ella con expresión de asombro.

—¿De verdad creíste que extendería un cheque y que luego cruzaría los dedos para que los dos supierais qué hacer con el dinero? Para que quede claro, quiero un porcentaje de vuestro negocio. No sirve de nada esperar a que llegue el momento de que me podáis pagar. Ya tengo más dinero del que necesito, pero me podría ser de utilidad vuestra empresa y ampliarla de manera que pueda tener conexiones con otras empresas mías.

Sophie se rebulló en el asiento. No le gustaba aquello. Si Javier quería una parte de su empresa, ¿no implicaría que él estaría presente más de lo deseable?

—¿Tiene tu empresa presencia en Londres? —le preguntó.

—Mínima —admitió ella—. Cerramos tres de nuestras cuatro ramas a lo largo de los años para ahorrar costes.

—¿Y dejasteis una abierta y funcionando?

—No nos podíamos permitir cerrarlas todas…

—Espléndido. En cuanto se formalicen los detalles y esté todo firmado, me aseguraré de que se modernice y esté lista para su ocupación.

—Ya está ocupada —dijo Sophie—. Mandy trabaja en la recepción y dos veces por semana uno de los contables baja a ver cómo van las cosas. Por suerte, hoy en día casi todo se puede hacer por correo electrónico.

—Haz las maletas, Sophie. Voy a instalarme en tus oficinas de Londres en cuanto estén listas y tú vas a estar sentada a mi lado.

No eran las condiciones originales que había tenido la intención de aplicar, pero, en cierto modo, eran mucho mejores…