Capítulo 4

 

NO SÉ qué es lo que te preocupa tanto. Sus condiciones me parecen bastante justas. De hecho, mejor que justas. Va a tener un porcentaje de la empresa, pero, al menos, será una empresa que esté ganando dinero.

Esa fue la reacción de Oliver cuando Sophie le presentó, hacía ya dos semanas, la oferta que Javier le había puesto sobre la mesa. Su hermano se había mostrado incrédulo de que ella pudiera dudar de lo que se les ofrecía. Inmediatamente, convocó una reunión extraordinaria con el resto de los directivos y les presentó el plan de Javier. Sophie tuvo que hacerse a la idea de que su pasado la había alcanzado y estaba a punto de unirse con su presente.

Desde entonces, con los papeles firmados y todo debidamente organizado a la velocidad de la luz, el pequeño local que tenían abierto en Notting Hill se había visto envuelto en una actividad frenética.

Sophie se había negado a ir. Había delegado aquella tarea en su hermano, que había estado encantado de marcharse de Yorkshire durante un par de semanas. Él le había informado con gusto de las renovaciones que se estaban haciendo y, en su interior, Sophie se sentía como si de repente hubiera perdido las riendas de su vida.

Sabía que estaba siendo ridícula…

Javier había accedido a verlos por su vínculo del pasado, pero no había habido nada más. Él no había intentado de ningún modo hablar sobre lo ocurrido entre ellos. Se había mostrado tan frío como era de esperar dadas las circunstancias de su ruptura y a ella no le quedaba duda alguna de que la única razón por la que había accedido a ayudarles era porque veía que podía sacar un beneficio en lo que se le ofrecía.

El dinero era lo único que le importaba y sospechaba que les iba a sacar a ellos una gran cantidad. Después de todo, la posición en la que se encontraban no les permitía elegir. Javier había hecho sus deberes y había acumulado toda la información posible sobre la empresa, por lo que no les ofrecería un rescate si no supiera que iba a sacar mucho dinero.

Se sacudió la falda y se estiró la blusa mientras se miraba en el espejo del recibidor, pero en realidad no veía su reflejo. Estaba pensado, tratando de persuadirse de que la actitud de Javier en aquella situación hacía que todo fuera mucho más fácil. Para él, el pasado era historia. Lo único que los unía en aquellos momentos era un acuerdo de negocios que le había llovido del cielo.

Seguramente también se sentía satisfecho por ser él quien movía los hilos. En cualquier caso, Sophie no parecía importarle lo más mínimo.

Desgraciadamente, el efecto que Javier ejercía sobre Sophie no era el mismo, aunque las respuestas que ejercía ante él fueran una ilusión producto de la nostalgia, porque, en realidad, su corazón estaba bien protegido y no volvería a exponerse a tal clase de sufrimiento.

Parpadeó y se centró en su imagen. Todo bien. Dentro de unos pocos minutos, el taxi llegaría para llevarla a la estación. Hacía un mes, Sophie habría tomado el autobús, pero Javier les había dado una generosa cantidad de dinero para cubrir gastos y asegurarse de que todos los empleados recibían dinero por las horas extras que habían hecho a lo largo de muchos meses y que nunca habían visto recompensadas.

Tomaría el taxi para ir a la estación y el tren para ir a Londres para ver cómo había quedado todo y comprobar cómo se había reformado el local en el que estaría trabajando el tiempo que fuera necesario para ponerlo todo en marcha.

—¿Cuánto tiempo crees que va a llevar? —le había preguntado a Javier un día, con el corazón latiéndole alocadamente ante la perspectiva de estar en un despacho en el que él podía presentarse sin previo aviso.

—¿Quién sabe? —había respondido él encogiéndose de hombros—. Hay mucho trabajo que hacer antes de que la empresa empiece a tirar hacia delante. Se ha desperdiciado mucho dinero y recursos, con gastos que bordeaban en lo criminal realizados por un personal incompetente.

—¿Y vas a estar tú… supervisando?

Javier había entornado la mirada al escuchar aquella pregunta.

—¿Acaso te asusta esa perspectiva, Sophie?

—En lo más mínimo —había replicado ella rápidamente—. Simplemente me sorprendería si tú consiguieras sacar tiempo de todo lo que tienes entre manos para ocuparte de una pequeña empresa en apuros. ¿Acaso no tienes gente que se hace cargo cuando absorbes empresas con problemas?

—Creo que en este caso les voy a dar un descanso… —había murmurado él.

—¿Por qué?

—Este asunto es un poco más personal, Sophie —le había respondido él desde el otro lado de la mesa de la sala de reuniones donde los dos se habían quedado después de que el equipo de abogados se hubiera marchado—. Tal vez quiera ver que el trabajo se hace de la mejor manera posible dada… dada nuestra relación en el pasado.

Sophie no había sabido si darle las gracias o seguir preguntando, por lo que había permanecido en silencio. Sin que pudiera evitarlo, había bajado los ojos hasta la sensual boca de Javier antes de apartar por completo la mirada porque el calor la consumía.

Con un suspiro, agarró el bolso al oír que el taxi se detenía frente a la puerta y salió, esperando que al menos Javier no estuviera esperando en las oficinas cuando llegara por fin. Por otro lado, deseaba que así fuera y se odiaba por ello.

No tenía ni idea de lo que podía encontrar. La última vez que visitó aquel lugar fue hacía ya dos años, cuando Oliver y ella estaban tratando de decidir cuál de las dos cerrar. Recordaba que era un lugar espacioso, pero como no se había remodelado en los últimos tiempos, comenzaba ya a mostrar señales de abandono. No había tenido ni idea de los cambios que habían estado ocurriendo sin que ella se diera cuenta hasta que fue demasiado tarde.

Ollie, al menos, había tenido la excusa de estar en el extranjero, dado que se marchó a los Estados Unidos dos años antes de que ella comenzara en Cambridge.

Sin embargo, ella aún había estado viviendo en casa. ¿Por qué no había hecho preguntas cuando la salud de su madre comenzó a fallar? El médico había hablado de estrés y Sophie no podía entender que no hubiera investigado un poco más para saber a qué se debía el estrés, dado que, en apariencia, su madre no podía haber llevado una vida más relajada.

Tampoco había cuestionado la frecuencia con la que el nombre de Roger había aparecido en la conversación o el número de veces que se le había invitado a la casa para fiestas varias. A ella le había divertido su entusiasmo y, sin saber cómo, había empezado a salir con él. Nunca había sospechado lo mucho que sus propios padres lo habían animado a hacerlo.

Dicho todo esto, había permitido que la envolvieran en algodón. Por eso, cuando aquel algodón se le había arrancado cruelmente, el shock había sido mucho mayor.

Se encontró con todo de repente. Se vio bombardeada por todas partes y, además, tuvo que enfrentarse al trauma de descubrir lo enfermo que estaba su padre y las molestias que se había tomado para evitar que ellos se enteraran de lo que estaba ocurriendo.

Sophie sentía que debería haber estado al lado de su progenitor, ayudándole, mucho antes de que explotara la bomba. Si lo hubiera estado, tal vez todo habría sido diferente y no estaría en la situación en la que se encontraba en aquellos momentos, a merced de un hombre que aún la afectaba físicamente a pesar de que ella quisiera creer lo contrario.

Cuando llegó a Londres, tomó otro taxi para llegar a las oficinas de Notting Hill.

Oliver le había dicho que las cosas iban muy bien, pero no le había especificado hasta qué punto habían progresado en tan solo unos días. No era tan solo la pintura de la fachada, sino la maceta y las letras doradas que anunciaban el nombre de la empresa.

Al ver el elegante exterior, Sophie se quedó boquiabierta. Entonces, la puerta se abrió y ella se encontró frente a frente con Javier, que a su vez se puso a mirarla a ella mientras se apoyaba con gesto indolente contra la puerta. Con los brazos doblados sobre el pecho, tenía toda la apariencia de ser el dueño y Sophie la visitante.

—Vaya —dijo ella mientras se acercaba a la entrada. Esperó un instante a ver si él se retiraba, lo que hizo después de unos segundos. Tras estirar elegantemente su cuerpo, se apartó para que ella pudiera pasar rozándole antes de darse la vuelta inmediatamente y establecer una distancia física segura entre ambos—. El exterior ha cambiado por completo…

—No sirve de nada tener unas oficinas que repelan a los posibles clientes —dijo Javier secamente.

Una vez más, Sophie iba vestida con atuendo de trabajo mientras que, en aquella ocasión, él iba vestido muy informalmente. Aquella clase de ropa absorbía la belleza natural de ella.

—¿Por qué has venido vestida con un traje? —le preguntó él—. ¿Y dónde está tu equipaje? ¿Acaso no has comprendido que vas a vivir en Londres durante un tiempo?

—Lo he estado pensando…

Javier, que había echado a andar, se detuvo en seco y se volvió para mirarla.

—Olvídalo.

—¿Cómo has dicho?

—¿Te acuerdas de las condiciones? Una de ellas es que vivas aquí para que puedas supervisar el funcionamiento de la sucursal de Londres.

—Sí, pero…

—No hay peros, Sophie —replicó él con voz fría. Se enganchó los pulgares en los vaqueros negros y la miró fijamente—. Tú no entras y sales de esto cuando decidas. Estás metida en esto como tu hermano y como yo mismo. No creas que vas a recoger las recompensas sin trabajar por ello. Yo tengo la intención de supervisarlo todo inicialmente, pero tengo que estar seguro de que tu hermano y tú no devolveréis la empresa a donde está ahora en el instante en el que yo me dé la vuelta. No te olvides que esto no es un gesto caritativo de buena voluntad por mi parte. No voy a desprenderme de mi dinero si no estoy seguro de que mi inversión tendrá beneficios.

Sophie se dio cuenta de que había estado en lo cierto. Para él todo se reducía al dinero. Efectivamente había una relación personal, pero la animosidad de su ruptura no era lo fundamental en la decisión que había tomado de ayudarles. Lo que importaba era que tenía entre manos un negocio con muchos beneficios a un precio muy barato porque Oliver y ella estaban desesperados.

Estaba segura de que la compañía no tardaría en dar beneficios. Cuando eso ocurriera, Oliver, que poseía un tercio de la empresa, perdería rápidamente el interés y vendería sus acciones. Recogería su dinero y se marcharía de nuevo a California, donde podría continuar su carrera deportiva como entrenador. Solo quedaría ella.

—Pensé que podría ir y venir…

Javier soltó una carcajada.

—Si fuera tú, ni siquiera se me pasaría esa idea por la cabeza. En las primeras semanas, seguramente habrá que hacer muchas horas extra. Sería imposible hacerlo si tienes que andar subiéndote y bajándote de un tren.

—No tengo ningún sitio en el que alojarme aquí…

Hacía tiempo tenían un apartamento en Kensington, pero habían tenido que venderlo hacía mucho tiempo.

—Tu hermano se aloja en un hotel cuando está aquí, pero, dado que tú vas a estar aquí mucho más tiempo, ya te he organizado uno de los apartamentos que tengo en Notting Hill —dijo él mientras la miraba fijamente—. Podrás venir andando, así que no tendrás excusa alguna para no entregarte al máximo a tu trabajo.

—¡No!

—¿Y la razón es…?

—Yo… ¡No puedo venirme a vivir a Londres, Javier!

—No es algo sobre lo que se pueda discutir.

—No lo comprendes…

—En ese caso, explícamelo…

Ni siquiera habían entrado en las renovadas oficinas y ya estaban discutiendo.

—Tengo que vigilar la casa —dijo ella con evidente mala gana.

—¿Qué casa?

—La casa familiar.

—¿Por qué? ¿Acaso corre riesgo inminente de derrumbarse si no estás tú a mano con la tirita y la cinta de carrocero?

Los ojos de Sophie se llenaron de lágrimas, pero trató de contenerlas con la ira que las acompañaba y que se apoderó de ella en un instante.

—¿Desde cuándo eres tan arrogante? —le espetó.

Los dos se miraron durante un instante, sumidos en un silencio eléctrico, antes de que Sophie rompiera el contacto visual para marcharse rápidamente hacia la hermosa recepción, en la que ella no se había fijado en absoluto.

Javier tardó un par de segundos en seguirla. No estaba acostumbrado a que lo tacharan de arrogante. De hecho, que alguien le hablara en ese tono de voz era poco usual. La agarró del brazo y la obligó a darse la vuelta para mirarlo, pero la soltó inmediatamente. Sentir la suavidad de su pie era como poner la mano contra una llama. Le enfurecía que ella aún pudiera provocar aquel efecto en él. Le enfurecía que, por primera vez muchos años, su cuerpo se negara a obedecer a su mente.

—¿Estás segura de que es la casa de lo que tienes que estar cerca? —gruñó.

—¿De qué estás hablando?

—Tal vez hay un hombre esperando…

Javier se sintió muy mal al darse cuenta de que estaba tratando conseguir información. ¿Qué le importaba a él que hubiera un hombre esperándola? No estaba casada y eso era lo que importaba. Jamás se habría acercado a ninguna mujer que llevara una alianza en el dedo, pero si tenía novio, otro de esos idiotas de la alta sociedad que pensaban que un acento perfecto era lo único necesario para progresar en la vida, sinceramente…

Todo valía en el amor y la guerra.

Sophie se sonrojó. Los recuerdos desagradables trataron de resurgir, pero ella los contuvo en los rincones más apartados de su pensamiento.

—Porque, si tienes novio, él tendrá que esperar… el tiempo que haga falta. Y para que conste, mi apartamento solo es para que vivas en él…

—¿Quieres decir que, si hubiera un hombre en mi vida y yo estuviera viviendo en uno de tus muchos apartamentos, no podría estar allí con él?

Javier miró la atónita expresión de su rostro. Él no era la clase de hombre que acababa de presentar. ¿Por qué se estaba comportando de aquella manera?

—Lo que quiero decir es que probablemente vayas a trabajar muchas horas. La distracción de un hombre que quiere que regreses a casa para prepararle la cena no va a funcionar —dijo. Era lo máximo que pudo ofrecer.

Sophie se echó a reír. Si él supiera…

—No hay ningún hombre que me distraiga —respondió en voz baja—. Y sí, de hecho, la casa se está cayendo y Oliver no estará allí porque ha tenido que marcharse a Francia para ver cómo va la empresa allí…

—¿Tu casa se está cayendo?

—Literalmente, no —admitió Sophie—, pero tiene muchas cosas en mal estado y no hago más que pensar que si estalla una tubería y no estoy allí para solucionarlo…

—¿Desde cuándo lleva tu casa en ese estado?

—No importa…

Sophie suspiró y miró a su alrededor, consciente aún de que él seguía observándola e incluso más consciente de que los dos estaban demasiado cerca el uno del otro.

—Has organizado muy bien el espacio —comentó. Solo quería alejarse de la amenaza de las preguntas personales. Se alejó unos pasos de él y se tomó el tiempo de examinar todo lo que se había hecho. Todo parecía distinto a como lo recordaba.

Todo parecía mucho más grande. Se dio cuenta de que la razón era que el espacio se había maximizado, aprovechándolo al máximo. Se había sustituido la moqueta por suelos de madera y todos los escritorios y muebles en general eran nuevos. Escuchó atentamente cómo él le explicaba cómo iba a funcionar todo a partir de entonces y quién debería trabajar allí. Tendrían que poner al día el listado de clientes y crear un equipo de ventas mucho más agresivo. Javier había identificado huecos en el mercado que ellos podrían explotar.

Todo era perfecto. Además, había dos despachos privados, uno de los cuales era el de Sophie. Terminaron el recorrido en la cocina, que se había modernizado también, sentados a la mesa con dos tazas de café.

—A pesar de todo, no me gusta la idea de dejar mi casa ni la de ocupar uno de tus apartamentos…

Javier tendría otra llave… podría acudir sin avisar cuando quisiera… Ella podría estar en la ducha cuando entrara…

Los pezones se le pusieron erectos, levantando el encaje del sujetador y enviándole placenteras sensaciones por todo el cuerpo. Se lamió los labios y se recordó que lo único que seguramente Javier sentía hacia ella era odio por todo lo ocurrido entre ambos en el pasado. Aunque, en realidad, seguramente ni siquiera experimentaba un sentimiento tan poderoso. Lo más probable era que tan solo sintiera indiferencia.

Seguramente, si entrara en su apartamento, el último lugar en el que la buscaría sería la ducha. Desgraciadamente, aquella reacción indicaba claramente que no era tan inmune a él como tan desesperadamente estaba tratando de demostrar.

—Haré que regrese tu hermano.

—¡No!

—¿Por qué no?

Javier levantó las cejas con sorpresa, aunque conocía la razón muy bien. A Oliver no le gustaba estar en Yorkshire ni veía su futuro unido al del negocio familiar. Lamentaba todas las penurias que estaban pasando y, aunque reconocía la importancia de recuperar todo lo perdido, no significaba mucho para él. Tarde o temprano, terminaría vendiendo sus acciones, lo que podría ser interesante para Javier si decidía que quería más. No obstante, era poco probable, dado que, cuando terminara de conseguir lo que buscaba, estaría encantado de desaparecer y dejar el mando de todo aquello a un subordinado.

—Le gusta estar en París.

—Y así ha sido siempre, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir?

—Recuerdo cómo hablabas de tu gemelo. El animal de las fiestas. Se marchó a California cuando tú estabas haciendo tu reválida. Se le alababa por ser deportista cuando la mayoría de chicos de su edad habrían estado estudiando para asegurarse de aprobar los exámenes. Cuando venía a verte, se pasaba todo el tiempo de juerga. Se divertía, disfrutaba del dinero de mamá y papá y nunca tuvo que enfrentarse a la amarga realidad porque, cuando todo empezó, él estaba en California con su beca deportiva… Me apuesto algo a que nadie le contó la realidad de las pérdidas de la empresa, ni siquiera cuando eran francamente evidentes. ¿Conspiró tu amado esposo del mismo modo para que el inmaduro de tu hermanito no se enterara de nada?

—Ya te he dicho que no quiero hablar sobre Roger —respondió ella, tensándose al escucharle.

Javier apretó los labios. Ver cómo evitaba hablar de su esposo le provocaba aún más curiosidad. Recordaba amargamente cuando ella le dejó, cuando le dijo que su destino era casarse con otra persona… Cuando investigó al hombre con el que ella se había casado en Internet… Sin embargo, había aprendido a ser fuerte desde una edad muy temprana. Había necesitado mucha fuerza de voluntad para evitar las zancadillas que la pobreza le ponía. La manera más fácil habría sido dejarse llevar por las drogas o la violencia, como les había pasado a muchos de sus amigos, pero él se había marchado a Inglaterra para darle la espalda a todo aquello y conseguir salir adelante. Para lograr algo así, se necesitaba mucha fuerza interior. Javier había puesto la mirada en sus objetivos y no se había permitido apartarse de ellos.

Sophie sí lo había hecho en el pasado y lo estaba haciendo de nuevo. Cuanto antes lograra olvidarse de ella, mejor.

—Si tu hermano se queda en París, yo podría encargar a alguien que se ocupara de vigilar tu casa diariamente para evitar que se caiga…

—Tal vez a ti te parezca gracioso, Javier, pero no lo es. Tal vez tú vivas en una mansión ahora y puedes conseguir todo lo que quieras chascando los dedos, pero no resulta divertido cuando hay que mirar cada paso que se da porque podría haber una mina esperando a explotarte bajo los pies. Me sorprende que no muestres compasión alguna, considerando que tú no…

—¿Que no tenía dinero? Un pobre inmigrante tratando de empezar a subir la escalera del éxito… Sí, creo que es justo decir que nuestras circunstancias eran muy diferentes.

—Sin embargo, probablemente no tienes ni idea de lo mucho que empeora eso las cosas para mí…

Giró la cabeza. Aquellas ropas tan formales que llevaba puestas le parecían una camisa de fuerza. El elegante recogido le resultó de repente muy incómodo. Sin pensar, se lo soltó y se mesó el cabello con los dedos mientras le caía sobre los hombros.

Javier la observó atentamente. La boca se le quedó completamente seca. Aquella melena cayendo en cascada por los hombros y la espalda, una vibrante oleada de color que le arrebataba el aliento… Tuvo que apartar la mirada, pero no pudo evitar que la respiración se le acelerara al imaginársela desnuda, sintiendo casi cómo sería deslizar las manos por las delicadas curvas de su cuerpo…

—Tienes razón. Oliver siempre ha estado muy protegido —admitió ella—. Solo se enteró de… todo cuando la enfermedad de papá dio la cara, pero ni siquiera entonces le dijimos que la empresa estaba en las últimas. De hecho, regresó a California y solo regresó después del… del accidente cuando… Bueno, regresó para el entierro de papá y para el de Roger. Entonces, hubo que decírselo. Sin embargo, no le importa demasiado la empresa ni tampoco la casa. Mi madre vive ahora en Cornualles y, por lo que se refiere a Ollie, él vendería la casa al mejor postor si hubiera alguien interesado. Le importa un comino que se caiga en pedazos mientras saquemos algo de dinero por ella. Por lo tanto, no, no le gustaría tener que dejar París para venir a cuidar de la casa… Esa casa no ha recibido mantenimiento alguno desde hace años. Tenía problemas en el tejado y en los cimientos que no se solucionaron en su momento y ahora no hay dinero para hacerlo. Yo me ocupo de las cosas más urgentes. Cuanto peor esté la casa, menos dinero nos darán por ella si conseguimos al final venderla. No me puedo permitir que una tubería rota, por ejemplo, la estropee aún más.

—¿Por qué le permitiste que se comportara así? —preguntó él atónito.

—No quiero hablar de ello. Es pasado y no hay razón para remover cosas que no se pueden cambiar. Solo cuenta lo que yo pueda hacer a partir de ahora.

—Podría ser que Oliver fuera indiferente o que no tuviera ni idea de negocios, pero evidentemente tú tienes la capacidad para ponerte a ello. ¿Por qué no lo hiciste? Tú sabías lo que estaba ocurriendo…

—La salud de mi madre no era buena. Llevaba mucho tiempo sin serlo. Entonces, papá se empezó a comportar de un modo extraño, errático… De repente, todo parecía estar ocurriendo a la vez. Descubrimos lo enfermo que estaba y, en ese momento…, todo lo de las apuestas y las malas inversiones de Roger comenzó a salir a la luz. No había nadie al mando. Todos los buenos se marcharon. Fue un caos.

Incluso a pesar de lo que Sophie le estaba contando, Javier se sorprendió al escuchar que no había palabras recriminatorias sobre su esposo. Pensó con amargura que no había perdido su lealtad hacia él.

—Contrataré a alguien que se ocupe de cuidar la casa —reiteró, pero ella negó con la cabeza. Javier ya se había infiltrado demasiado en su vida. No quería más.

—Yo vendré a Londres —concedió—. Gracias por dejarme utilizar tu apartamento. No tengo mucho dinero disponible, pero quiero que me digas el alquiler que debo pagarte…

Javier se reclinó sobre su silla y le dedicó una mirada a través de las largas pestañas que pareció más bien una caricia.

—Ni se te ocurra pagarme alquiler alguno —dijo—. Será… por los viejos tiempos. Confía en mí, Sophie. Te deseo… —se interrumpió un segundo— al timón cuando los cambios tengan lugar y yo suelo conseguir lo que deseo, sean cuales sean los costes.