Capítulo 9

 

SOPHIE tembló de anticipación, pero, en aquella ocasión, fue ella la que decidió tomarse las cosas con calma. Él le había dado placer de la manera más íntima y maravillosa y ahora le tocaba a ella corresponder.

Se arrodilló y, suavemente, lo empujó para que él se tumbara. La expresión inicial de sorpresa rápidamente dio paso a una de picardía al comprender que ella quería disfrutar de la oportunidad de tomar las riendas en vez de dejárselo todo a él.

—Nada de tocar —le dijo ella con voz ronca.

—Eso va a ser imposible.

—Pues vas a tener que colocarte las manos detrás de la cabeza. Después de todo, es lo mismo que me pediste a mí que hiciera.

—En ese caso… de acuerdo. Será mejor que obedezca, ¿no?

Javier se tumbó y colocó los brazos detrás de la cabeza. Podría haber observado aquel glorioso cuerpo durante toda la eternidad. La delicada cintura, los rotundos pechos, la perfecta definición de los pezones, las pecas que le cubrían el escote, el minúsculo lunar en el pecho izquierdo…

Nunca antes se había sentido tan vivo cuando estaba haciendo el amor. De algún modo, parecía estar funcionando a otro nivel, donde cada sensación se veía acrecentada hasta un límite casi insoportable.

¿Sería la razón que por fin estaba haciendo el amor con la única mujer que se le había escapado? ¿Era eso lo que se sentía cuando se cerraba por fin un capítulo?

¿Se habría sentido así si la hubiera poseído la primera vez? No. De eso estaba seguro. Por muy loco que hubiera estado por ella, sabía mucho más sobre sí mismo en aquellos momentos de lo que sabía entonces. Sabía que no estaba hecho para el compromiso ni la permanencia. Si se hubieran acostado juntos, si las circunstancias no hubieran interrumpido su relación, a pesar de eso no habría durado tampoco. Tanto si a Javier le gustaba como si no, tan solo estaba centrado en una cosa: la adquisición de riqueza suficiente para darle poder, para procurarle la seguridad financiera que jamás había tenido en su infancia.

No sentía deseos de tener una familia ni hijos. Además, jamás había habido ninguna mujer en su vida que le hiciera dudar. Suponía que, si se casara, sería un matrimonio de conveniencia. Esto podría ocurrir muchos años después con una mujer adecuada que se convirtiera en una compañera adecuada con la que jubilarse. Una mujer que tuviera su propia fortuna, que disfrutara las mismas cosas que él y que no le exigiera nada. Buscaría una relación armónica.

En los últimos años de su vida, algo así sería aceptable. Hasta entonces, seguiría con su interminable fila de mujeres, todas hermosas, todas divertidas, todas dispuestas a agradarle y que se contentaran fácilmente con joyas y regalos si él decidía terminar con ellas.

En una vida dirigida por la ambición, resultaba tranquilizador tener una vida privada en la que no hubiera sorpresas.

Excepto en aquellos momentos. Sophie era la excepción a la regla. Una excepción necesaria. Y estaba disfrutando cada minuto de ella.

Sophie se sentó a horcajadas sobre él. Entonces, se inclinó sobre él para poder tentarle los labios con los senos. Javier pudo lamer, pero solo un instante. También chupar, pero solo un segundo. No se le permitió tocar.

Sophie le hizo lo que él le había hecho a ella. exploró su torso con la boca. Besó los poderosos músculos de los hombros y luego rodeó los pezones con la lengua, lamiéndolos con movimientos tan delicados como los de un gato.

Ella sentía la potente erección contra su cuerpo. Entonces, se deslizó hacia abajo y agarró la potente masculinidad con la mano. Apretó firmemente y, de algún modo, supo lo que había que hacer, cómo sacarle a Javier gemidos de placer, cómo acelerarle la respiración hasta que cada aliento se viera acompañado por un temblor.

Instinto.

O algo más. Amor. Un amor nacido años atrás y que se había olvidado de que debía morir. Como una hierba del campo, había sobrevivido a las peores condiciones posibles y había seguido creciendo. Contra todo pronóstico. Le esperaban condiciones aún peores, pero antes de que se las encontrara, disfrutaría de aquella noche al máximo.

Se irguió, con los ojos oscuros por el deseo y una media sonrisa en los labios. Tal vez le faltara experiencia, pero en lo que se refería al poder del deseo, no era la única que estaba en su poder. No era la única que había perdido el control. Eso equilibraba la balanza.

Poseída por un desenfreno que jamás hubiera creído posible, se colocó a horcajadas encima de él para que Javier pudiera respirar el aroma de su sexo. Entonces, se posicionó encima de él para que pudiera explorarle entre las piernas con la lengua.

Contuvo la respiración cuando él entró el clítoris y comenzó a estimularlo con la punta de la lengua. Javier seguía sin tocarla, con las manos aún debajo de la cabeza. Ella tenía los puños apretados a los lados, pero el calor que reinaba entre ellos era indescriptible.

Sophie le permitió que la saboreara hasta que ya no lo pudo soportar, hasta que tenía la respiración tan errática que casi se ahogaba. Podría seguir moviéndose contra la boca de Javier, pero no quería volver a alcanzar el orgasmo. No así…

Se deslizó de nuevo por encima de Javier hasta que fue ella la que comenzó a saborearle a él. La firmeza de la erección la fascinaba. Se la metió en la boca y lamió la punta, jugueteando con ella entre las manos, saboreándola y gozando con su sabor.

—Está bien —dijo Javier incorporándose sobre los codos y agarrándole el cabello con una mano—. Ya basta. Mi tensión sanguínea no puede soportarlo más.

Sophie lo miró.

—Eres una bruja —añadió él—. Ven aquí y bésame…

Su beso fue una mezcla de los aromas de ambos. Sophie se perdió en él. Quería abrazarse a él y no dejarlo nunca escapar. Quería aferrarse a él, exigirle, hacer todas esas cosas que harían que él saliera huyendo sin mirar atrás.

Quería mostrarse abierta y sincera, decirle cómo se sentía, declararle su amor. El hecho de no ser capaz de hacerlo le suponía un peso imposible sobre los hombros.

—¿Sigues estando nerviosa?

—Un poco —admitió ella.

Podría haber admitido mucho más. Podría haber admitido que lo que realmente le ponía nerviosa era la perspectiva de lo que pudiera ocurrir cuando aquella gloriosa noche terminara y los dos regresaran a sus pequeños mundos.

Desgraciadamente, no creía que a Javier le gustara escucharlo.

—No lo estés —murmuró él—. Confía en mí.

Javier realizó movimientos tentativos con la punta de su erección, sintió la humedad y, suavemente, se abrió camino.

Ella era muy estrecha. ¿Habría adivinado él que Sophie nunca había hecho el amor antes? Probablemente. Dicho lo cual, se alegraba de ser su primer amante.

Fueran cuales fueran los sentimientos que aún tenía por el imbécil que se había casado con ella, él sería el hombre al que recordaría durante el resto de su vida y no a su marido. Cuando estuviera en la cama, él ya no ocuparía sus pensamientos. No. Sería Javier el que ocupara sus recuerdos.

Sophie respiró y se tensó, pero estaba tan excitada que la tensión se evaporó rápidamente. No quería que él la tratara como una figura de porcelana que podría hacerse mil pedazos si era demasiado brusco con ella.

Quería que se hundiera en ella profundamente. Quería su urgencia y su deseo.

—Muévete más rápido…

Fue la única invitación que Javier necesitó. Estaba muy excitado. Aquel ejercicio de contención le había parecido una hazaña sobrehumana porque le volvía loco que Sophie le tocara.

Comenzó a moverse con habilidad y destreza. Sintió que ella encogía un poco cuando la penetraba más profundamente y luego, poco a poco, se relajó. Los cuerpos de ambos no tardaron en moverse al unísono, en armonía, tan dulcemente como los acordes de una canción.

Javier se negaba a alcanzar el orgasmo antes que ella. Esperó hasta que ella acrecentó el ritmo y sintió que ya estaba cerca. Sophie levantó las piernas y le rodeó la cintura con ellas dispuesta a recibirle más plenamente.

Ella alcanzó el clímax por fin, ascendiendo a un mundo diferente en el que no existía nada más que su cuerpo y sus poderosas respuestas. Fue consciente de que Javier se arqueó y que su cuerpo se tensaba también para alcanzar el orgasmo.

Sophie jamás se había sentido más cerca de nadie en toda su vida y no era solo por el sexo. De algún modo, en lo más profundo de su ser, supo que era por lo que sentía. No podía separar sus emociones de sus respuestas. Las dos estaban completamente entrelazadas.

No se imaginaba sintiendo algo parecido por nadie más, nunca. Y eso la aterrorizaba porque, cuando todo aquello terminara, no le quedaría más opción que recoger los trozos de su corazón y seguir con su vida. Tendría que olvidarse de él y encontrarse una pareja porque no podía imaginarse pasando el resto de su vida sola.

Estaba tumbada entre sus brazos. Los dos miraban hacia el techo. La respiración de él era pesada, pero, de repente, la movió y la puso de costado para que los dos estuvieran frente a frente, con sus cuerpos apretados el uno contra el otro.

De algún modo, se había deshecho del preservativo. Era un hombre muy bien dotado e incluso aunque la erección ya no era tan potente, el tamaño de su miembro seguía siendo considerable. El deseo volvió a despertarse dentro de ella a pesar de que se sentía un poco dolorida y tan cansada como si hubiera corrido un maratón.

Se preguntó qué iría a pasar a continuación. No podía levantarse de la cama, vestirse y marcharse porque era su casa. Eso significaba que tenía que esperar a ver qué hacía él, lo que le hacía sentirse un poco incómoda. No quería que él se pensara que estaba esperando una repetición.

Tenía miedo de seguir compartiendo aquella intimidad, porque no quería que él adivinara la profundidad de sus sentimientos hacia él.

Quería mantener su dignidad, En aquellos momentos, él poseía una parte de la empresa familiar. Podría ser que él decidiera ponerse en un segundo plano dado que ya habían hecho el amor y había conseguido la consumación que tanto deseaba. Podría ser que él desapareciera y que nunca más volviera a verlo. Fuera como fuera, no quería que él supiera lo que ella sentía. Si volvía a encontrarse con él, quería que él pensara que se mostraba tan distante de toda la experiencia como él. Quería poder hablar con él teniendo la cabeza alta y, preferiblemente, con un hombre del brazo.

—Bien…

—Sí… Ha estado muy agradable…

Javier se echó a reír.

—¡Te aseguro que es la primera vez que una mujer me dice después que el sexo ha sido muy agradable!

Sophie no quería pensar en las mujeres con las que se había acostado ni en las posibles conversaciones que habían tenido después de hacer el amor.

—No tienes que decirme nada de eso…

—¿No?

—Ya me he hecho una idea de la clase de mujeres que tú… con las que tú sales y supongo que te habrán dicho que eras genial y te habrán ofrecido todo lo que tú querías…

—¿Y no te pareció que yo estuve genial?

Sophie se sonrojó.

—¿Es un sí? —añadió él mientras le mordisqueaba suavemente el cuello y, con gesto ausente, le colocaba una mano entre las piernas.

—¿Qué va a pasar con la sesión fotográfica?

—No quiero hablar de eso ahora. No quiero hablar de lo maravilloso que me encontraste entre las sábanas.

Sophie no quería echarse a reír, pero no podía contenerse. Su arrogancia resultaba tan divertida…

—Me alegro de que hayamos hecho el amor —le dijo ella—. Yo…

—No vayas por ese camino, Soph…

Se tumbó de espaldas mirando al techo porque aquello era precisamente lo que no quería. Excusas o explicaciones sobre lo ocurrido siete años atrás. Ella ya le había dicho más que suficiente. Javier sabía suficiente. No estaba interesado en escuchar nada más.

—¿Que no vaya por qué camino?

—Este no es el momento en el compartimos las historias de nuestra vida —dijo mientras la tomaba entre sus brazos.

Después del sexo, por muy bueno que este hubiera sido, su instinto siempre había sido de marcharse de la cama tan rápido como fuera posible, ducharse y marcharse. Nunca se había quedado entre las sábanas, hablando sobre el futuro, un futuro que no iba a ocurrir.

Sin embargo, con Sophie sí quería quedarse entre las sábanas. Pero no hablar. No quería que ella empezara a hablar del pasado y le obligara a enfrentarse con la terrible verdad de que, a pesar de seguir siendo virgen, ella le había abandonado por otro hombre, un hombre al que probablemente seguía amando, aunque nunca había sido su esposo en el sentido pleno de la palabra.

—No —afirmó ella—. Simplemente iba a decir que probablemente sería buena idea si te marcharas ahora a casa. Desgraciadamente, la habitación de invitados no está en muy buena situación. Me temo que no tengo sábanas de hilo ni esponjosas toallas.

Ella hizo ademán de levantarse, pero Javier tiró de ella. No estaba dispuesto a dejarla marchar aún. No se había saciado de ella. Sorprendente, pero cierto. No quería darle tiempo para pensarse las cosas. La quería cálida, suave, dócil… tal y como estaba en aquellos momentos.

—No estoy seguro de que me pueda enfrentar a la historia de terror que supone volver a Londres en coche —murmuró él curvando el cuerpo contra el de ella y empujándole el muslo entre las piernas.

—Hay hoteles —repuso ella, sin poder evitar que el corazón le diera un salto en el pecho. No quería que él se marchara. Resultaba agotador fingir que no le importaba—. Esto debe de ser como el fin del mundo para ti comparado con Londres. Sin embargo, tenemos buenos hoteles por aquí. Todos tienen todas las comodidades posibles, como sábanas limpias, ventanas que se abren y sin olor a humedad por haber estado cerrados mucho tiempo.

Javier se echó a reír. Se había olvidado de lo divertida que ella era.

—Lo del hotel me pilla un poco lejos —murmuró él—. Eso supondría levantarme, vestirme… ¿Y si luego resulta que están todos llenos?

—¿Qué es lo que estás diciendo?

—Que me podría ahorrar el follón y pasar la noche aquí…

—Algunos de los dormitorios… Bueno, supongo que podría acondicionar el que está al final del pasillo. Resulta increíble pensar lo rápido que se han estropeado las cosas aquí. Es como si todo hubiera estado sujeto con cinta adhesiva y un día, tras tirar de un lado, toda la cinta se despegó y todo empezó a estropearse, como si fuera un castillo de naipes. Me alegro de que mi padre no siga con vida y que me mi madre esté en Cornualles para que no puedan ver la casa como está. Lo siento… —susurró ella tras mirarlo muy seriamente—, se me había olvidado que no te gusta conversar entre las sábanas.

—Eso no fue lo que dije —mintió, a pesar de que ella había dado en el clavo—. ¿Cómo puede ser que tu madre no sepa lo que está ocurriendo aquí? ¿Con cuánta frecuencia vas a Cornualles a visitarla? Además, ella debe de venir alguna vez de visita….

—¿De verdad te interesa? No tienes que preguntarme solo porque te vas a quedar unas horas más…

—¿Significa eso que me vas a dejar quedarme?

—A mí me da igual…

—Bien, porque me gustaría echarle un vistazo a la casa por la mañana. Ver el verdadero estado en el que se encuentra a la luz del día.

—¿Por qué?

—Curiosidad. Me estabas explicando el misterio de por qué tu madre no sabe la situación que hay aquí.

—¿Te gustaría comer o beber algo?

—Estoy bien aquí…

Para Sophie, estar charlando de aquellos temas en la cama resultaba algo íntimo. No quería dejarse llevar por toda clase de sentimientos prometedores e inapropiados y pensar que aquello era más de lo que realmente era.

—Bueno, pues yo estoy muerta de hambre —afirmó. Se desembarazó de él y se dirigió directamente al cuarto de baño para darse una ducha.

Javier frunció al verla marchar. ¿Desde cuándo las mujeres rechazaban invitaciones para quedarse en la cama con él hablando? En realidad, ¿desde cuándo invitaba él a las mujeres a que se quedaran en la cama para hablar?

Se levantó de la cama y se dirigió también al cuarto de baño. Le sorprendió que las habitaciones no tuvieran todo el cuarto de baño dentro, pero luego se dio cuenta de que la casa era anterior en el tiempo a tales lujos.

Abrió la puerta para darse un festín con la mirada. Sophie se estaba inclinando en aquellos momentos sobre la bañera para probar el agua. Sin poderse resistir, se colocó justo detrás de ella y le agarró los dos senos con las manos.

—No me he podido resistir —murmuró.

Sophie se incorporó y se apoyó contra él. Javier comenzó a acariciarle los senos y se inclinó para mordisquearle y besarle el cuello. Con un suspiro, Sophie cerró los ojos y cubrió con las manos las de él.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con voz ronca.

—¿Acaso hay alguna duda?

—Me iba a dar un baño… y luego iba a preparar algo para cenar.

—Todo lo que deseo está aquí mismo…

Sophie gimió suavemente. Respiró profundamente al notar que una de las manos de Javier comenzaba a bajar por el costado, acariciándolo suavemente.

—Separa las piernas —le ordenó él. Sophie obedeció tan mansa como un gatito.

Sabía lo que él iba a hacer, pero gimió sorprendida cuando él encontró el henchido clítoris con un dedo. Javier lo frotaba hábilmente, aplicando la presión justa. Sus dedos eran tan hábiles… Sophie echó las manos hacia atrás para encontrar la erección de él. Desgraciadamente, el ángulo era algo incómodo y ella no podía hacer ni la mitad de lo que le habría gustado.

Tampoco tuvo tiempo.

El ritmo que él imprimía a sus caricias fue haciéndose más rápido. Los dedos provocaban en ella un millón de sensaciones que se le extendían por todo el cuerpo hasta que ella se vio presa de los temblores de un orgasmo. Comenzó a cabalgarle sobre la mano, incapaz de contener los gemidos de placer que expresaban su satisfacción física.

Se dio la vuelta y comenzó a besarle apasionadamente. Entonces, se arrodilló delante de él y acogió su potente masculinidad en la boca. Sabía deliciosamente. Comenzó a moverse, a estimularle. Javier le agarró el cabello con las manos y fue perdiendo poco a poco el control. Los hábiles dedos de Sophie agarraban la erección al mismo tiempo, moviéndose y masajeando, imponiendo su propio ritmo.

Javier nunca se había sentido tan fuera de control en toda su vida. Ella le excitaba de un modo que ninguna otra mujer había conseguido nunca. Era tan incapaz de controlar sus orgasmos como de impedir que el sol saliera o se pusiera en el horizonte.

Completamente agotado, la ayudó a ponerse de pie y, durante unos instantes, sus cuerpos se entrelazaron en un hermoso abrazo, el culmen de la satisfacción física que los dos acababan de experimentar.

—Tal vez tenga que compartir esa bañera contigo —murmuró él tras besarla suavemente en los labios.

Sophie sonrió.

Podría ser que aquellos detalles fueran la clase de cosas que él daba por sentadas y que no significaban nada para él. Sin embargo, Sophie tenía miedo de dar un paso más… de perderse en una relación que no iba a llegar a ninguna parte.

No obstante, ¿qué podía haber de malo en darse un baño con él?

—De acuerdo.

—Luego me puedes cocinar algo para cenar —le dijo. Era la primera vez que le decía algo así a una mujer.

—No esperes comida digna de un restaurante cordon bleu.

—Unas tostadas estarán más que bien.

Sophie se metió en el agua. Javier hizo lo mismo y se sentó frente a ella.

—¿De verdad?

—Sí. Y luego espero que me hables de tu madre y me cuentes cómo has podido ocultarle esta situación.

Javier comenzó a acariciarle la pantorrilla. Las sensaciones volvieron a apoderarse de ella. parecía que le resultaba imposible saciarse de él. Le maravillaba la capacidad de reacción de su cuerpo para pasar de saciado y satisfecho a deseoso y necesitado de sus caricias.

—Después, podemos hablar de esta casa, que efectivamente parece estar a punto de desmoronarse. Sin embargo, antes de todo eso, date la vuelta para que pueda empezar a enjabonarte…

 

 

Sophie miró el periódico, que estaba extendido sobre la mesa de la cocina justo delante de ella.

Había resultado tan fácil acostumbrarse a tenerlo en casa… Le había parecido de lo más natural. Trabajar en Londres, verlo en la oficina y luego, cuando estaban solos, esos momentos maravillosos en los que podían hablar, reír, hacer el amor…

La empresa había conseguido remontar bastante en el breve espacio de solo unos meses. Gracias a la reputación de Javier habían conseguido recuperar muchos clientes. A los clientes que regresaban con ellos se les trataba de una manera especial para asegurar su lealtad. Con los beneficios, llegó también el dinero que pudieron empezar a gastar en la casa. Oliver también aprovechó la mejora para abandonar su trabajo en la empresa y regresar a los Estados Unidos para convertirse en profesor de Educación Física de uno de los mejores colegios privados. Todo parecía ir encajando en su lugar y, por supuesto, Sophie se había confiado.

¿Quién no lo habría hecho? En secreto, había empezado a imaginar un futuro para ellos. La aventura de una noche se había convertido en una relación que duraba ya casi cuatro meses. Incluso Sophie había dado por sentado que pasarían las Navidades juntos. La esperanza, ese sentimiento tan peligroso, había comenzado a echar raíces. Amar a Javier la había convertido en un ser vulnerable. Había empezado a tener pensamientos alocados sobre si ellos podrían tener una relación de verdad, sobre si Javier podría intentarlo y podría llegar a pensar incluso en el compromiso…

Era culpa suya por no haber escuchado los dictados del sentido común. Y aquello era lo que había conseguido.

Miró la fotografía que ocupaba gran parte de una página del tabloide que había comprado aquella mañana guiada por un impulso. Ella no compraba periódicos, sino que leía las noticias en una app de su teléfono móvil.

La fotografía se había tomado en la inauguración de una galería de Londres. Ni siquiera sabía que Javier había sido invitado. Ella llevaba dos semanas en Yorkshire, ocupándose de la oficina local, por lo que lo había visto con menos frecuencia. Iba a llegar a los pocos minutos. Sophie había estado cocinando en la nueva cocina, que habían renovado recientemente y que se encontraba en perfecto estado de revista.

Dobló el periódico justo cuando sonó el timbre de la puerta. Cerró los ojos y respiró profundamente para tratar de tranquilizarse.

—¿Te he dicho lo mucho que te he echado de menos? —le dijo él en cuanto ella abrió. Cerró el espacio que los separaba con un fluido movimiento y la tomó entre sus brazos.

Así había sido. Habían pasado tres días separados y Javier se había ido cada noche a la cama con una potente erección, la misma con la que se había levantado. Ni siquiera las picantes llamadas telefónicas de por las noches le ayudaban a aliviarse. Solo lo conseguía dándose placer a sí mismo.

La besó apasionadamente, tanto que Sophie se olvidó de la fotografía. Desgraciadamente aquella velada iba a ser diferente a las anteriores por aquella imagen. No habría charla, comida y sexo.

Sin embargo, Javier siguió besándola y la empujó hasta la pared, como si no ocurriera nada. Sophie había dejado de llevar sujetador en la casa. Le gustaba que él pudiera tocarla cuando quisiera sin tener que quitárselo. Aquella tarde tampoco lo llevaba. Echó la cabeza hacia atrás cuando él le levantó la camiseta para tocarla.

—Quiero poseerte aquí mismo —le confesó entre susurros—. Ni siquiera creo que pueda llegar al dormitorio. Ni a cualquier otra habitación…

—No seas tonto…

Necesitaba hablar con él. Sabía que no iba a ser una conversación cómoda, pero, de repente, pasó a un segundo plano cuando Javier le desabrochó el botón de los pantalones y le bajó la cremallera. Ella le colocó las manos sobre los hombros y dejó de pensar. Aún tenía la camiseta subida, por lo que el aire fresco de la noche le refrescaba los pezones. Quería que él se los lamiera, pero, como él, ansiaba unirse físicamente a él.

Le ayudó a bajarse los pantalones. Como ella estaba tomando la píldora, ya no tenían que preocuparse de ponerse preservativo. Mientras Sophie terminaba de quitarse los suyos, Javier hacía lo mismo con los que él llevaba puestos. Al ver que él se arrodillaba ante ella, apretó los puños y separó las piernas para acomodarle entre ellas. Cuando vio cómo la cabeza de él se movía entre las piernas, se sintió terriblemente excitada.

—¡Te quiero dentro de mí ahora mismo!

Oyó que Javier se echaba a reír. Entonces, se puso de pie y la levantó a ella del suelo. Sophie le rodeó con las piernas y se aferró a él mientras Javier empezaba a moverse dentro de ella. Él le sujetaba el trasero con las manos mientras que los pechos se le movían alocadamente.

Fue una experiencia tórrida, apasionada, terrenal. Durante un rato, Sophie se sintió transportada a otro lugar, a otra dimensión, un sitio en el que las conversaciones complicadas con consecuencias desconocidas no tienen lugar.

Sin embargo, cuando terminaron, mientras se vestía, su mente regresó a lo que había estado mascullando justo antes de que él llegara. Se sentía horrorizada de que hubiera podido olvidar todas sus preocupaciones en el instante en el que él la había tocado.

Eso era precisamente la esencia del problema. Cuando Javier la tocaba se convertía en masilla entre sus dedos. Le resultaba imposible decirle que no, lo que significaba que aquella relación seguiría hasta que él se cansara de ella y la dejara para seguir con su vida. Cuando ese momento llegara, ¿dónde quedaría la dignidad de Sophie?

Había tenido cuidado de no revelarle sus sentimientos, pero sufriría mucho cuando él decidiera que todo se había terminado. En ese instante, Javier se daría cuenta de lo que sentía por él. De hecho, que estuviera a punto de decirle lo de la fotografía lo decía. Sin embargo, no le importaba. Tenía que saber qué terreno pisaba.

—Hay algo que quiero mostrarte —le dijo—. En realidad, se trata de algo que quiero preguntarte —añadió con un suspiro—. Javier, tenemos que hablar…