Capítulo 7

 

AQUELLO era lo que Javier había estado esperando, la lenta llama que llevaba al incendio, porque sabía que habría un incendio. Sophie rezumaba atractivo sexual prácticamente sin ser consciente de ello. Y se le había ofrecido. No se había equivocado sobre las señales que había estado captando. ¿Cómo había podido dudar de sí mismo?

Por supuesto, tendría que dejarle bien claro que no se trataba de una especie de relación, que hicieran lo que hicieran, sería puramente un acto físico y animal. Habían tenido su oportunidad para el romance en el pasado, pero ella le había puesto punto final. El romance era ya algo impensable entre ellos.

Sonrió, frunciendo sensualmente los labios mientras miraba el rostro arrebolado de Sophie. Notó que le temblaban ligeramente las manos y que tenía un tic nervioso en el cuello, el pulso que anunciaba lo que deseaba tan alto y tan claro como si estuviera escrito en letras de neón.

Lo deseaba a él.

El ciclo se había completado y, tras haberse alejado de él, había regresado a su lado. Eso le sabía muy bien, pero le sabría aún mejor cuando le especificara sus condiciones.

—¿De verdad? —susurró él con voz ronca. La erección que tenía amenazaba con impedirle el movimiento.

Sophie no respondió. Leyó la satisfacción en los ojos de Javier y experimentó una lujuria tan poderosa que borró fácilmente todas las dudas que ella pudiera tener sobre lo que estaba a punto de ocurrir.

Javier agarró las solapas de la americana y tiró de ellas para acercarla más a él.

—Había maneras menos complicadas de llamar mi atención, Soph… —murmuró—. Un simple te deseo habría bastado…

El hecho de que Javier no hiciera ademán alguno de besarla resultó ser un poderoso afrodisíaco. El corazón le latía tan fuerte que parecía que iba a explotarle en el pecho. Se lamió los labios y Javier siguió ese pequeño movimiento con tan intensa concentración que la sangre le hirvió a Sophie en las venas un poco más.

—Eso habría sido demasiado… —musitó ella—. Ya fue lo suficientemente duro…

Indicó la falta de ropa. Javier sonrió, recordando lo tímida que había sido ella en el pasado a pesar de que tenía un rostro y una figura espectaculares.

—¿Te refieres a ponerte esa ropa tan escasa? Vamos dentro. Hace un poco de fresco aquí.

Javier mantuvo la distancia, pero la electricidad restallaba entre ellos. No se atrevía a tocarla porque, con el más breve de los contactos, tendría que poseerla inmediatamente, rápido y duro contra la pared.

No quería eso. Quería disfrutar lentamente. Quería explorar cada centímetro de la mujer que se le había escapado hacía siete años. Solo entonces podría alejarse satisfecho.

Mientras se dirigían hacia la casa, se fijó en las señales de abandono que no había visto al llegar. Se detuvo y observó la fachada, asombrado del daño que podían hacer unos años de abandono. Sophie se detuvo también y lo miró atentamente. Ansiaba tocarlo, entrelazar los dedos con los de él como habían hecho en el pasado. Recordó que los tiempos habían cambiado desde entonces. En aquella ocasión, se trataba de algo muy diferente.

—Tienes razón —dijo él secamente dando un paso atrás mientras ella abría la puerta principal—. Esta casa se está cayendo.

—Lo sé…

Sophie miró a su alrededor y lo vio todo a través de los ojos de él. Javier estaba acostumbrado a lo mejor de lo mejor. El apartamento que le había prestado era maravilloso, como algo sacado de las páginas centrales de una revista de decoración. Aquella casa, por el contrario…

Entraron en un vestíbulo oscuro como una cueva. Javier pudo ver que había sido una casa enorme y muy elegante, pero la pintura se estaba desprendiendo y había grietas en el maravilloso techo. Con toda seguridad, aquellos no eran los únicos problemas.

—Lo siento… —dijo.

—¿El qué?

—Me dijiste que estas penurias eran más duras para ti que lo que lo habían sido para mí y seguramente tenías razón. Yo no conocía otra cosa y solo podía mejorar. Tú conociste lo mejor de lo mejor, por lo que la pérdida de todo debió de ser muy dolorosa. Sin embargo, has conseguido salir adelante…

—No me quedó elección, ¿no te parece?

De repente, Sophie se sintió muy tímida. ¿Deberían dirigirse al dormitorio? ¿Qué deberían hacer dos personas que habían decidido que iban a acostarse juntas? En realidad, más que una decisión apasionada, en la que habrían subido las escaleras abrazándose y tropezándose, parecía más bien una transacción económica. Al menos esa era la imagen que daban. La de dos personas que iban a poner punto y final a un asunto inacabado.

Se deseaban, pero a ninguno de los dos les gustaba.

—Muéstrame el resto de la casa.

—¿Por qué?

—Siempre me preguntaba cómo era. Me hablabas mucho de tu casa cuando estábamos… saliendo. En ese momento, me parecía una especie de paraíso, sobre todo comparado con el lugar en el que yo había crecido.

—Y me apuesto algo a que estás pensando que hasta las torres más altas caen —comentó ella, riendo a pesar de que se sentía como si estuviera pisando arenas movedizas. Aquel era el hombre del que se había enamorado. Un hombre que se interesaba por ella, cálido, curioso, empático… Durante un instante, el cínico desconocido desapareció.

—Eso no es cierto. Estoy pensando que debió de hacer falta mucho valor para no haberse desmoronado por la presión.

Sophie se sonrojó y comenzó a mostrarle todas las salas de la planta baja de la casa. Había muchas, aunque la mayoría ya estaban cerradas y con la calefacción desconectada para que pudieran ahorrar algo de dinero. A pesar de los esfuerzos de Oliver y ella por reparar todo lo que podían, ni siquiera la pintura era capaz de ocultar el estado real de la casa.

Cuanto más hablaba, más consciente era de que él estaba a su lado, observándolo todo. Si aquella era la idea que él tenía de juegos previos, no podría haber sido más eficaz. Sophie se sentía ardiendo.

Hablar… ¿Quién habría pensado que podría haber ayudado a cambiar el ambiente entre ellos tan completamente?

Tenía los pezones tensos, vibrantes. La presión que sentía entre las piernas le hacía desear gemir en voz alta. Podía sentirle de tal manera…

Cuando terminaron con la planta baja, Sophie miró la escalera que conducía a la planta superior. Entonces, carraspeó y se volvió a mirar a Javier.

—Los dormitorios están arriba —dijo.

Quería parecer una mujer controlada y adulta, a cargo de la situación que ella misma había creado. Sin embargo, su voz sonó débil y desesperada.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —le preguntó él mientras extendía la mano para colocarle la chaqueta, que ella aún llevaba sobre los hombros. Después, no apartó la mano—. No es que no hayas sentido antes el tacto de mis labios sobre los tuyos…

Sophie respiró profundamente.

Había llegado hasta allí, pero acababa de darse cuenta de que no había pensado en lo que ocurría a continuación. A nivel físico, por muy aterrador y excitante que todo le resultara, su cuerpo seguramente se haría cargo de la situación. Recordó lo que había sentido cuando él la tocaba, el modo en el que todo el cuerpo le ardía presa de las llamas…

¿Acaso no sería mucho más glorioso sentir cómo él le hacía el amor?

Se sentía muy nerviosa, muy excitada ante la perspectiva de hacer el amor con él. Sin embargo, había otras cosas que debían hablar… Había llegado el momento de hacerlo y ella se preguntó si podría abrirse a él.

—Estoy… estoy nerviosa por…

—¿Acostarte conmigo? ¿Porque yo te toque por todas partes? ¿Pechos y pezones con la lengua? ¿El vientre?

A Javier le encantaba ver cómo ella pestañeaba mientras escuchaba cómo él hablaba, el modo en el que se humedecía los labios. La respiración se le había acelerado también y esos pequeños suspiros le resultaban muy excitantes porque le mostraban lo que en realidad ella estaba sintiendo. Dudaba que Sophie pudiera describir lo que estaba sintiendo porque…

Era tan tímida… Esto casi le hacía reír, porque, después de todo, ella ya era viuda y había compartido intimidad con un hombre…

—¡No estoy nerviosa por nada de eso! —exclamó ella—. En realidad, no.

—Estás tan nerviosa como una gata sobre un tejado de zinc caliente. Si eso no son nervios, entonces no sé qué es.

—Tengo que hablar contigo…

—¿Acaso te vas a echar atrás? —le preguntó él suavemente—. Porque no me gustan esa clase de juegos. Ya me dejaste colgado en una ocasión y no me gustaría pensar que estás a punto de repetir lo mismo…

Sophie se mordió el labio con nerviosismo. Abrirse a él dejaría tantas cosas al descubierto, pero no podía no hacerlo…

¿Cómo iba a poder explicarle el hecho de que seguía siendo virgen?

Una viuda virgen. No era la primera vez que quería reírse ante la ironía de todo aquello. Reír o llorar. Tal vez las dos cosas.

¿Se daría él cuenta de que era virgen? Notaría que le faltaba experiencia, pero ¿llegaría a notar hasta dónde llegaba su falta de experiencia? ¿Podría fingir?

—No voy a echarme atrás —dijo mientras comenzaba a subir las escaleras. Allí se quitó la americana y la dejó colgada sobre la balaustrada—. Si no quisiera hacerlo… —añadió con una sonrisa—, ¿acaso haría esto otro?

Javier la miró durante un largo tiempo y luego sonrió.

—No, supongo que no…

Comenzó a subir las escaleras de dos en dos hasta que llegó al lado de ella. Entonces, se pegó al cuerpo de Sophie de un modo que resultaba muy sexy… A continuación, le colocó la mano detrás de la nuca y la besó.

Con un gemido, Sophie se dejó llevar. Le desabrochó un par de botones de la camisa y le deslizó las manos por debajo del sedoso algodón. El suave gemido se transformó en un gruñido de pasión al sentir los poderosos músculos del pecho bajo las manos.

Había soñado tantas veces con aquel momento… Justo entonces, cuando le estaba tocando, comprendió cuánto tiempo había soñado con aquello, versiones diferentes de lo mismo…

Javier se apartó por fin de ella y la miró a los ojos.

—Tenemos que ir a una cama —murmuró, con la voz ebria de deseo—. Si no lo hacemos, voy a convertirme en un hombre de las cavernas, te voy a desgarrar la ropa y te voy a poseer aquí mismo en la escalera…

Sophie descubrió que aquella imagen la excitaba profundamente.

—Mi dormitorio está al final del pasillo…

Los dos echaron a andar. Había muchos dormitorios en aquel rellano, pero la mayoría de las puertas estaban cerradas, lo que llevó a pensar a Javier que no se usaban. Probablemente se encontraban en el mismo estado que las salas habían sido cerradas en la planta de abajo.

El dormitorio de Sophie era enorme.

—Tengo intención de alegrarlo un poco —comentó, nerviosa de nuevo porque los dos estaban por fin en su dormitorio. Todos sus miedos y preocupaciones volvieron a tomar forma—. Tengo algunos de esos cuadros y fotografías en las paredes desde que era una niña y ahora, por extraño que parezca, me daría pena quitarlos de las paredes y tirarlos a la basura.

Javier comenzó a recorrer el dormitorio para observarlo todo, desde los libros que había en la estantería junto a la ventana a las fotos familiares que se alineaban sobre la cómoda.

Por fin, se volvió a mirar a Sophie y empezó a desabrocharse la camisa.

Sophie se tensó y tragó saliva. Observó con fascinación cómo se abría la camisa, dejando el torso al descubierto. Cuando Javier se la quitó, la tiró al suelo y comenzó a andar lentamente hacia ella.

—Hay… hay algo que debería decirte…

Javier no se detuvo. Llegó ante ella y le acarició suavemente el cuello.

—Nada de conversación…

—¿Qué quieres decir?

—No quiero confidencias ni largas explicaciones sobre por qué estás haciendo lo que estás haciendo. Los dos sabemos la razón por la que estamos aquí —afirmó. Enganchó los dedos sobre el nudo de la camisa y lo desató lentamente—. Seguimos deseándonos… —añadió mientras le mordisqueaba suavemente la oreja.

—Sí…

Sophie prácticamente no podía ni hablar. El cuerpo le vibraba por todas partes. Las delicadas caricias de Javier le provocaban sensaciones por todo el cuerpo. Sophie se frotó los muslos el uno contra el otro y oyó que él reía suavemente, como si supiera que estaba tratando de aliviar la presión que sentía entre ellos.

Javier comenzó a empujarla suavemente hacia la cama, pero ella no se dio cuenta hasta que se chocó contra el colchón y cayó sobre la colcha. Él se inclinó sobre ella y apoyó una mano a cada lado de ella mirándola fijamente.

Aunque lo hubiera intentado, Sophie no podría haber pronunciado ni una sola palabra. Se sentía hipnotizada por la intensidad de la expresión de Javier, por el suave acento de su voz, por la penetrante negrura de sus ojos.

De algún modo, había conseguido desabrocharle el último botón de la camisa. El aire fresco fue un dulce antídoto para el calor que la estaba abrasando. Entonces, Javier se irguió y se detuvo unos segundos con los dedos descansando suavemente sobre la cremallera del pantalón.

Sophie se percató del bulto de su erección y cerró los ojos al pensar en que algo tan grande pudiera entrar en su cuerpo…

Sin embargo, él había dicho que no quería hablar… No quería hablar porque no le interesaba lo que ella pudiera tener que decir.

Como si estuviera leyendo la ansiosa dirección que tomaban sus pensamientos, Javier bajó la mano y se volvió a tumbar con ella en la cama. La colocó de costado para que los dos estuvieran frente a frente. Sin embargo, ella volvió a tumbarse de espaldas para mirar el techo.

—Mírame, Soph…

Le enmarcó el rostro con una mano para que ella se viera obligada a mirarlo. El tacto de su piel era cálido y ella quería evitar la letal seriedad de la mirada de Javier.

—Sea lo que sea lo que quieres decirme, aguántate, porque no estoy interesado —le dijo.

Le dolió decirle aquellas palabras, pero sentía que debía seguir. La situación había cambiado y, en aquellos momentos, era él quien mandaba. Sin embargo, le daba la sensación de que debería haber resultado más satisfactorio de lo que realmente era…

—Esto es algo que los dos tenemos que hacer, ¿no te parece? Si tú no hubieras regresado a mi vida, no estaríamos aquí ahora. Sin embargo, aquí estamos y… —susurró. Le deslizó la mano sobre el muslo y sintió que Sophie se echaba a temblar. Deseó que ella ya estuviera desnuda porque ardía en deseos de sentirla contra su piel, desnuda y suplicante—. Tenemos que terminar esto. Sin embargo, el hecho de terminarlo no implica compartir nuestras historias familiares. No se trata de un cortejo y resulta muy importante que lo reconozcas.

Sophie se sonrojó. Por supuesto, él estaba siendo sincero. Por supuesto, aquello tan solo tenía que ver con el sexo que deberían haber disfrutado hacía ya tantos años. Nada más. Si pudiera, Sophie se habría levantado de la cama, le habría mirado con altivez y desdén y le habría dicho que se marchara. Sin embargo, no podía oponerse a lo que su cuerpo quería y necesitaba.

—Lo sé —afirmó con voz tranquila, aunque eso no reflejaba exactamente cómo se sentía en el interior—. ¡Yo no quiero cortejo alguno! ¿De verdad crees que soy la misma chica idiota de hace siete años, Javier? ¡He madurado! La vida… me ha endurecido de muchas maneras que ni siquiera sabes.

Javier frunció el ceño. Era cierto que ella no era la misma mujer de entonces, pero el tono de su voz… la manera en la que temblaba… Todo ello parecía indicar algo muy diferente, lo que, por supuesto, era una ridiculez.

—Bien. Veo que nos entendemos…

—Una noche —murmuró ella colocándole una mano en el torso. Ella jamás había sido mujer de una noche, pero una noche con Javier merecía la pena para conseguir demoler toda su vida pasada.

Javier se sentía algo extrañado por la velocidad con la que ella había aceptado la brevedad de lo que estaban a punto de empezar, pero no quería hablar.

—Si no dejas de contenerme, no voy a poder terminar lo que hemos empezado del modo que debe terminarse.

—¿Qué es lo que quieres decir?

—Que es hora de dejar de hablar.

Javier se puso de pie y, con un fluido movimiento, comenzó a desnudarse. Ella se maravilló ante la total falta de pudor que él mostraba. La miraba atentamente mientras se quitaba los pantalones y los arrojaba contra el suelo. Se quedó tan solo con unos calzoncillos que no lograban ocultar la evidencia de su excitación. Aquello era lo que Sophie provocaba en él…

Acto seguido, llegó otro pensamiento, mucho menos bienvenido que el anterior…

¿Cuántas otras mujeres le habrían hecho sentirse así? ¿Cuántas otras mujeres habrían estado tumbadas en una cama, observándole con la misma fascinación que ella?

La diferencia era que no se había acostado con ninguna de ellas para terminar algo que habían empezado años atrás. Ni porque se viera obligado a hacerlo… La diferencia era abismal, pero estaba bien que ella se hubiera percatado porque así sería más fácil alejarse de él cuando hubieran terminado de hacer el amor.

—Me sorprende mucho que no te hayas casado… —comentó ella mientras Javier sonreía y se tumbaba a su lado.

La erección le rozaba el muslo y luego el vientre cuando Javier la colocó frente a frente con él.

Javier estaba acostumbrado a las mujeres que no podían esperar a desnudarse para mostrarle lo que tenían que ofrecerle. Resultaba erótico de un modo algo extraño estar desnudo en la cama con una mujer que aún seguía completamente vestida. Se moría de ganas por quitarle la ropa, pero, al mismo tiempo, no quería desnudarla. Anhelaba saborear la emoción de la anticipación.

Cuando hubieran hecho el amor, cuando la hubiera poseído, todo terminaría entre ellos. ¿Qué mal podía haber en retrasar ese inevitable momento? Tenían la noche entera para hacer al amor. Por la mañana, tras haber cerrado aquel capítulo para siempre, Javier se marcharía y no volvería a verla nunca. Su relación con la empresa de Sophie cambiaría y se convertiría en un acuerdo comercial más, que tendría el mismo éxito que los otros negocios de los que se había ocupado a lo largo de los años.

Aquello no sabía a venganza, al menos a la venganza que había planeado en un principio cuando Oliver entró en su despacho para pedirle ayuda. Era más bien una conclusión, una situación que él controlaba completamente. Eso le hacía sentirse bien.

—No creo que el matrimonio y yo nos lleváramos bien —dijo mientras se apoyaba sobre un codo y empezaba a desnudarla—. Un matrimonio de éxito requiere el compromiso adecuado —añadió. Le había quitado la camisa.

Sophie comenzó a quitarse los pantalones cortos y no tardó en quedarse tan solo con unas braguitas de encaje que le hacían juego con el sujetador. Tenía los senos redondos y firmes. Javier podía adivinar la oscura aureola a través del encaje.

—Compromiso que yo no tengo… —añadió—. Tus pechos me están volviendo loco, Sophie…

Se inclinó sobre ella para besar el pezón a través del encaje. Ella contuvo la respiración y se arqueó contra él.

Ni siquiera habían llegado hasta aquel punto la primera vez. Ella se había mostrado tan monjil y casta como una doncella victoriana y Javier se había contenido, domando su instinto.

No le desabrochó el sujetador. Se lo apartó de los senos y, durante unos segundos, se limitó a mirar. Los oscuros pezones parecían llamarle. Los senos eran cremosos y sedosos. Volvía a ser un adolescente de nuevo, esforzándose por no alcanzar el orgasmo prematuramente. Estuvo a punto de reír de incredulidad ante la extraordinaria reacción de su cuerpo.

Lamió un pezón y luego gozó con algo que había soñado desde siempre, meterse el pezón en la boca y chuparlo ávidamente, acariciándolo con la lengua. Le encantó ver cómo respondía Sophie debajo de él…

Sin romper aquella caricia, deslizó la mano por la espalda de ella y se la colocó en la cintura, obligando a Sophie a arquearse más contra él. Aquello le estaba volviendo completamente loco…

Tuvo que contenerse unos segundos para recuperar el aliento y recuperar toda la fuerza de voluntad. En ese instante, Sophie levantó las manos y comenzó a acariciarle el rostro, desesperada porque él volviera a reanudar lo que había interrumpido.

Sin su habitual delicadeza, Javier le arrancó el resto de la ropa. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando aquel momento? Le parecía que una eternidad.

Ella era perfecta… Tenía la piel suave, los pechos erguidos, invitando toda clase de pícaros pensamientos y más abajo… El suave vello que le cubría la entrepierna le provocó un gruñido de indefensión…

Así se sentía una mujer… El poder que Sophie experimentó al ver cómo la miraba Javier y perdía el control era indescriptible.

Cuando se casó con Roger, ya sabía muy bien la magnitud del error que había cometido. Sin embargo, era joven e ingenua y confiaba ciegamente en sus padres cuando estos le hablaban sobre las locuras de la juventud y la naturaleza transitoria de la atracción que ella sentía por el hombre equivocado. No había estado lo suficientemente segura de sí misma como para dudar de la sabiduría de las dos personas a las que más amaba.

Pensó que seguramente el tiempo le haría ver las cosas y la ayudaría a olvidar a Javier. No era que Roger no le gustara…

Sin embargo, las cosas no salieron como ella pensaba. Ninguno de los dos había sido capaz de sentir nada. El odio no tardó en instalarse entre ellos, forjando un sendero de destrucción por encima del afecto y de la amistad.

Sophie no le excitaba, y al mismo tiempo Roger jamás ejerció en ella el efecto que Javier le producía.

De repente, era muy importante que consumaran el acto. ¿Se marcharía Javier si supiera que ella era virgen? ¿Acaso pensaba que ella era muy experimentada en la cama y esperaba que realizada toda clase de ejercicios gimnásticos?

No sabía qué hacer… Por un lado, ¿y si Javier se sentía desilusionado porque ella no hubiera cumplido sus expectativas? Por otro lado, estaba la vergüenza de tener que confesarle la verdad sobre el matrimonio que jamás debería haber celebrado…

Esto último la llevaría por caminos desconocidos. ¿Cómo iba a poder explicarle su error sin decirle la profundidad de sus sentimientos hacia él, lo profundamente enamorada que había estado?

A su vez, eso podría llevarle a pensar que Sophie podría volver a hacer lo mismo, a pesar de que él le había advertido que solo era sexo y nada más. Nada de romances, ni de cortejos ni de repetir el pasado…

—Yo nunca he hecho esto antes…

Javier tardó unos segundos en reaccionar. Se apartó de ella para mirarla fijamente.

—¿Quieres decir que nunca has tenido una aventura de una noche con un antiguo novio?

—No.

El rostro de Sophie ardía de la vergüenza. Se sentó y se cubrió con el edredón.

—Entonces, ¿qué? —le preguntó Javier. Nunca había hablado en la cama con una mujer. Lleno de frustración, se mesó el cabello con los dedos y suspiró—. ¿Necesito vestirme para hablar de esto?

—¿De qué estás hablando?

—Lo que te estoy preguntando es si esto va a ser una conversación larga llena de confidencias. ¿Me preparo una tetera y me siento para escuchar lo que se me viene encima?

—¿Por qué tienes que ser tan sarcástico? —le preguntó Sophie, dolida.

—Porque esta situación debería ser sencilla. Sophie. En el pasado hubo algo entre nosotros. Ahora no lo hay, aparte, por supuesto, de que hemos conseguido atravesar la puerta del dormitorio. Efectivamente, hace siete años ni siquiera llegamos a estar cerca. Por eso estamos aquí, para rectificar lo que no hicimos antes de separarnos. No estoy seguro de que haya mucho de qué hablar porque no se trata de una situación en la que debamos conocernos…

—Lo sé. Eso ya me lo has dicho a pesar de que no hacía falta. Sé perfectamente por qué estamos aquí y sé que no tiene nada que ver con que debamos conocernos, como si fuéramos a empezar una relación. ¡Te aseguro que yo no quiero conocerte, Javier!

Javier frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que no eres la clase de hombre que me podría interesar ahora…

¿Le molestó a él aquel comentario? No. ¿Por qué iba a molestarle?

—Explícate —le pidió. Solo por curiosidad. Nada más.

—Eres arrogante, condescendiente… Crees que, porque tienes montones de dinero, puedes decir lo que quieres y hacer lo que te venga en gana. Ni siquiera puedes fingir ser educado porque no crees que lo tengas que ser…

Javier se sentía escandalizado.

—¡No puedo creer que esté escuchando esto!

Se levantó de la cama y comenzó a pasear de arriba abajo por la habitación. Sophie le observaba, atónita por lo que acababa de decir. Sin embargo, no tenía intención alguna de retirarlo. No podía dejar de mirarlo porque aquel glorioso cuerpo estaba provocando estragos en ella, incluso a pesar de la pequeña guerra que había estallado entre ellos.

—Eso es porque me apuesto algo a que nadie ha tenido nunca el valor de criticarte.

—¡Eso es ridículo! ¡Animo a mis empleados a que sean abiertos conmigo! De hecho, aprecio las críticas positivas de todo el mundo.

—Tal vez se te olvidó decírselo, porque te comportas como si no soportaras que nadie se atreva a decirte lo que piensa.

—Tal vez… —dijo él. Se acercó a la cama y la inmovilizó contra el colchón, colocándole una mano a cada lado— tú seas la única que cree que tengo margen de mejora…

—¡Arrogante! ¿De verdad crees que eres tan perfecto?

—No he tenido quejas —ronroneó él—. En especial del sexo opuesto. Deja de discutir, Soph… y deja de hablar…

No iba a permitir que ella siguiera tratando de retrasar lo que quería decirle. Ni ella tampoco deseaba que así siguiera siendo.

Sophie lo miró a los ojos y respiró profundamente.

—No te lo vas a creer…

—Odio que la gente abra una frase con ese comentario…

—Nunca he tenido relaciones con nadie antes, Javier. Sigo siendo virgen…