INTERLUDIO


CHANDRILA

—¿Cuál es su nombre? ¿Su rango? —pregunta Olia.

El hombre que encabeza la procesión de prisioneros parece desconcertado.

—Soy el cabo Argell. Camerand Argell, S…, señora, ¿usted es?

Pero ella no responde. En lugar de eso pregunta:

—¿Qué es esto? —Hace un gesto hacia la fila de prisioneros. Imperiales todavía en uniforme, parcialmente: soldados de asalto en su ropa interior, oficiales en sus trajes grises y negros. No es un grupo grande: sólo como una docena.

—Se me hace que… eso es obvio. Son prisioneros —continúa él, mirando de forma nerviosa hacia Lug, el trandoshano, ahí parado con la cámara.

—Capturamos una pequeña guarnición de renegados en Coruscant. Los colocaremos aquí, en uno de los campos. Y el comandante Rohr consideró prudente hacerlos desfilar un poco por acá, dado el…, el…, aaah…, el triunfo del día y todo eso. —Parpadea—. ¿Estoy al aire?

—Sí —dice ella—. Y esto no está bien. Lleve a estos hombres a donde pertenecen. No son ganado. ¡No son un premio!

—Pero debemos estar orgullosos de ganar la guerra…

—Nadie debe estar orgulloso de la guerra, cabo. Nadie. Esto no es algo que hacemos porque nos guste ganar o por la gloria que significa subyugar a cualquiera. Lo hacemos porque queremos estar en el lado correcto de las cosas. Esto… —Ella agita la manos en el aire, tratando (y fallando, en cierto modo) de contener su ira—. Esta clase de cosas es lo que haría el Imperio. Hacer marchar a sus prisioneros alrededor: una exhibición para irritar la sangre de los fieles. Nosotros no hacemos eso. Tenemos que ser mejores que eso. Asiente con la cabeza si me comprendes.

Vacilante, él asiente.

—Por supuesto, señora.

—Bien. Bien. Ahora ve. Dile a tu comandante que los planes han cambiado.

Argell traga saliva visiblemente y saluda de forma incómoda a la cámara. Luego serpentea de regreso por donde vino, llevándose la hilera de prisioneros. Olia se queda ahí parada, echando humo.

Tracene se acerca. La cámara sigue prendida.

Ella pone una mano sobre el hombro del pantorano. Un gesto pequeño, pero suficiente: Olia deja escapar un suspiro contenido.

—Eso también fue algo valioso. En realidad eres buena para esto —dice Tracene.

Olia sonríe con rigidez.

—Sólo tenemos que hacerlo mejor. Todos nosotros. Si vamos a seguir con esto, tenemos que hacerlo bien.

—¿Estás preocupada porque la Nueva República lo haga mal? Porque los manifestantes, los huérfanos, los desfiles de prisioneros, ¿sean señales de advertencia? ¿Sobrevivirá la Nueva República?

Olia voltea. Levanta la barbilla. Y habla con autoridad.

—Esto es democracia —dice ella—. Es extraña. Y es un desastre. No se trata de hacerlo bien. Se trata de intentar hacerlo bien. Sí, es un poco caótico. Sin duda haremos algunas cosas mal. ¿El Imperio? A él no le importaba nada la democracia. Valoraban el orden por sobre todas las cosas. Querían estar bien, tan desesperadamente que cualquiera que siquiera diera indicios de hacerlo mal o hacerlo diferente era etiquetado como enemigo y arrojado a una prisión oscura en algún lugar. Destruyeron otras voces para que sólo la de ellos permaneciera. Eso no somos nosotros. No siempre lo vamos a hacer bien. Nunca vamos a hacerlo perfecto. Pero escucharemos. A las incontables voces gritando a lo largo de la galaxia; hemos abierto nuestros oídos y siempre escucharemos. Así es como la democracia sobrevive. Así es como prospera. Mira. Ahí.

Ella señala.

Y ahora hay una nueva procesión.

Senadores. Un centenar de ellos, tal vez más. De sistemas de toda la galaxia, ahora incluso algunos del Borde Exterior. Marchando hacia la antigua casa del Senado de Chandrila. Una pequeña multitud de ciudadanos reuniéndose, aplaudiendo, silbando. Sólo es el principio. Un nuevo y humilde comienzo. Pero ahí está.

Olia sonríe.

—Eso es democracia. Eso es la Nueva República. Y, si me disculpas, tenemos una gran cantidad de trabajo por hacer. Que la Fuerza te acompañe, Tracene.

La reportera sonríe.

—Acábalos, Olia.