INTERLUDIO


THEED, NABOO

El muchacho pelirrojo de labio leporino está ahí con los otros niños. Niños de todas las formas y tamaños, todas las edades y razas alienígenas. La mayoría son menores que él. Mientras más joven es un niño, mayor es la atención que recibe de los aspirantes que se reúnen alrededor, buscando adoptar. Todos ellos, enviados aquí de diversas partes de la galaxia.

El muchacho se inclina hacia la niña cabeza de cola junto a él, y le dice:

—Nunca iremos a casa con alguna de estas personas.

—Cállate, Iggs —dice ella—. Estás siendo un gran fastidio.

Él se encoge de hombros.

—Yo lo sé y tú lo sabes, Streaks. Ellos quieren a los peques. Los más chicos. Nosotros estamos muy grandes.

—No estamos tan grandes —susurra ella—. Además, somos héroes.

—¿Héroes? —Él mira para arriba—. Ay, por favor. Ellos no saben eso y si lo supieran, no lo verían así.

—Nosotros fuimos la Brigada Muerdetalones de Pueblo Coco. Eso significa algo.

—Significa dos cosas: cero y nada. La gente ni siquiera sabe qué hicimos. ¿Tú crees que a la gente le importa que un puñado de huérfanos se escondieron en las cloacas y se metieron con los cabeza de cubeta y otros imperiales? No sé si te has dado cuenta, pero ya no estamos en Coruscant. Y aún si estuviéramos, ¿eso qué? —Fueron, los recogieron y los trajeron aquí. Para que estuvieran fuera de peligro, según les dijeron. Pero, Iggs y Streaks, ellos eran el peligro. Ellos y otros huérfanos estaban haciendo el trabajo de los rebeldes. Atacando desde las sombras. Escondidos en callejones y contenedores de transporte. Derribaron a toda una fragata imperial…, una que reabastecía el frente imperial.

—Sí les importa. Hicimos más que eso. Pasamos mensajes. Les informamos de los movimientos de las tropas. Les dimos información, Iggs. ¿Cómo crees que los rebeldes retomaron Pueblo Coco? Fuimos nosotros.

Él le hace un gesto desdeñoso con la mano.

—Tú sabes que yo sé eso. Pero estas personas nunca lo sabrán. O nunca les importará.

El rostro de ella se entristece.

—¿Tú crees?

De repente él se siente mal. Aprieta su brazo.

—Siempre nos tendremos el uno al otro. Y a los otros.

Ahora se acercan la señorita con la piel verde y la otra mujer mayor (la experta, la que ha estado hablando con los huérfanos y los padres aspirantes sobre esto y aquello). Iggs escucha a la señorita verde hablar con un par de humanos adinerados, pieles rosas con ropa elegante. Están hablando de lo importante que es tratar de que la galaxia vuelva a la normalidad, acerca de cómo muchos niños pobres han sido desplazados porque sus padres se fueron a la guerra o fueron víctimas en ese conflicto o esta batalla y de que es momento de poner a las familias como prioridad. Y sobre todo a Iggs, quien se queda ahí parado haciendo caras, alzando los ojos. A la vez que Streaks está ahí también, vibrando visiblemente.

—Quizá vengan y nos entrevisten —dice ella—. Quizá hoy nos iremos con alguien a casa. —Él escucha la esperanza en su voz. Como si quisiera decir: «Quizá podamos tener padres otra vez».

—No vendrán a hablar con nosotros. Parecemos niños sucios de la calle.

—¡Puede que vengan!

—No vendrán.

Pero efectivamente, ahí vienen. La señorita verde y la experta. Los adultos se agachan y la señorita verde les dice a ambos:

—¿Cuáles son sus nombres?

Contestan que él es Iggs y ella es Streaks.

La mujer no consigue del todo contener su alegría. Hay una pequeña sonrisa con suficiencia en su rostro. «Síguete riendo», piensa Iggs. Ella charla de forma trivial con los niños. Sólo cosas tontas. Su sabor favorito de malteada, si esperaban que comenzara otra vez el Torneo de Pelota Grav al año siguiente, cosas como esas. Un pequeño grupo de padres aspirantes comienza a reunirse ahora, adinerados al estilo Naboo, con sus galas y elegancia. Iggs sólo se siente como una mancha en un mantel bonito.

—¿Qué les sucedió a sus padres? —pregunta la mujer.

Iggs se congela. No quiere pensar en ello o siquiera decirlo. Trata de bloquear los recuerdos de ver a sus dos padres tumbados ahí como…

Streaks, sin embargo, se lanza de lleno:

—Mis padres eran rebeldes. Su transporte fue atacado justo después de Tanis. Y yo también soy una rebelde; Iggs y yo éramos parte de un equipo de chicos, llamados la Brigada Muerdeta…

¡Puf! No. Se siente fuera de lugar. Un pedazo de basura que se quedó en una repisa bonita. Así que mientras ellos hablan con Streaks, él se escapa por debajo de la carpa y empieza a buscar formas de salir de ahí. El plan ya está formado en su cabeza. Encontrar las cloacas; tienen que dirigirse hacia algún lado. Abrirse camino de regreso al centro de Theed. Encontrar un puerto espacial. Atrapar un viaje de regreso a la acción. De regreso a la guerra caliente en Coruscant. Hogar del Pueblo Coco, donde la Brigada Muerdetalones pueda cabalgar otra vez y ayudar a los rebeldes.

Ahí. Una rejilla. Con eso basta. No parece estar empernada. Es dorada y hermosa, como todo en esa ciudad de museos.

Iggs se mete de regreso por el costado de la carpa. Está por gritarle a Streaks que es tiempo de marcharse, tiempo de fugarse de ahí y olvidar toda esta sandez de ser adoptado, pero voltea y…, ella se ha ido. No. No se ha ido. Ahí, a unos metros de distancia. Hablando con una pareja de aspecto agradable, un limpio par de pieles rosas con lindo cabello y dientes brillantes. Ella se ve feliz. Ellos se ven felices.

Iggs piensa, bien por ella, bien por ella.

Luego, porque nadie está poniendo atención, se escabulle solo. Encuentra la rejilla del drenaje, la abre y se agacha hacia la oscuridad. Es hora de irse a casa. Es hora de regresar a la batalla.