CAPÍTULO OCHO

Norra vuelve a bajar al sótano. La puerta secreta sigue cerrada; el valacorde continúa ahí. Ella refunfuña, más para ella misma que a otra cosa. Ahora tiene que hacer algo para lo que nunca ha sido buena. Tiene que recordar cómo tocar el valacorde.

Bueno, tiene que recordar cómo tocar unas cuantas notas en el valacorde, porque no es como si alguna vez hubiera tenido el uno por ciento del talento musical de su esposo o hijo. Se sienta, pulsa unas cuantas teclas; cada nota tiene un tono melodioso teñido de un débil susurro mecánico tras él. Tap, tap, tap. No está haciendo música. Sólo está haciendo un desastre.

Pero entonces… «Ah», suspira. Eso. Ese es. Ese es el principio de «La choza de Cart and Cobble», ¿no es así? La vieja canción de mineros. Norra cierra los ojos. Recuerda las manos de su esposo sobre las teclas. La forma en que su pulgar y su meñique se separaban. La progresión de notas: uno-dos-tres-cuatro-cinco…

Respira profundo y continúa tocándolas.

La puerta se abre con el sonido del aire que corre.

Un alivio la inunda, y Norra se levanta y cruza la entrada. Otra vez la golpea ese olor: edad, polvo, moho. El olor de cuando rompes un terrón de tierra en la mano, o el de moho seco y deshecho.

Los muros enfrente parecen ser de roca vieja. Myrra solía ser el hogar de Norra y ella sabe que debajo de la ciudad están las viejas catacumbas, una ciudad debajo de otra, el laberinto de una época muy temprana. Abundan los rumores sobre el laberinto: ¿es un templo de entrenamiento jedi, una trampa sith, la primera morada de los primitivos uugteen, alguna zona de reproducción viscosa hutt? Hay historias acerca de personas que se han perdido aquí abajo, y que jamás fueron encontradas. Acaso fueron devoradas por rancors, o cayeron para siempre en las profundidades de fosas sin fondo; quizá fueron robadas por los Uugteen y convertidas en uno de ellos, sean lo que ellos sean. Incluso hay historias de fantasmas, como si el lugar estuviera embrujado de alguna forma.

Ella conoce las historias.

Norra no sabía que las viejas catacumbas se conectaban hasta su casa. ¿No es sorprendente?

Da un paso y…, casi grita.

Temmin está sentado justo ahí, en un hueco pequeño; su rostro es iluminado por el brillo azul de una pequeña computadora holotab. En ella, un mapa. Él la voltea rápidamente, y la pantalla se pone negra. Sorbe. Se limpia los ojos con el dorso de la mano y luego levanta el mentón como para esconder el hecho de que ha estado llorando.

Norra dice:

—Lo siento.

—Sí. Yo también.

Ella le estrecha la mano y él la toma. Norra le da un pequeño apretón.

—No sabía que esto…, estaba aquí.

Él mira hacia arriba y alrededor.

—¿Las catacumbas? Sí. Conseguí un mapa hace un par de años. El subterráneo se conecta a un montón de casas, en especial aquí en Colina Chenza.

—Hablé con tus tías.

—¿Sí?

—Me dijeron que ya ni siquiera te quedas con ellas.

Él aclara su garganta.

—No. Vivo aquí ahora. Soy independiente. —Suspira—. ¿Las vas a ver mientras estás aquí?

—No —dice ella.

—No me extraña.

Una espina de enfado se clava dentro de ella. No siente enojo hacia Temmin, sino hacia las dos tías; su hermana, Esmelle, y su esposa, Shirene. No es su culpa, lo sabe, pero no puede evitar lo que siente. No supieron lidiar con Temmin y ahora aquí está. Dirigiendo esta tienda. Viviendo su vida. Casi lo matan…, ¿quién? Criminales locales. Maleantes. Bestias.

—Hablé con ellas. No quieren irse de Akiva. Están instaladas aquí, y creo que no las culpo.

Temmin se levanta, con una sonrisa sarcástica e incrédula en su rostro.

—¿Irse? ¿Qué significa, irse?

—Temmin. —Norra le aprieta más la mano—. Por eso estoy aquí. Estoy aquí para llevarte. Tenemos que irnos.

—¿Irnos? De ninguna manera. Esta es mi vida. Esta es mi tienda. Este es mi hogar. Estás loca si crees que me voy a ir.

—Escúchame. Algo está sucediendo aquí. El Imperio está derrocado pero no derrotado. La ciudad está ahora repleta de soldados de asalto. El Imperio está aquí. Han instaurado un bloqueo y una suspensión de comunicaciones.

Él entorna los ojos. No sabía eso, ¿o sí? Es probable que la mayor parte de Myrra no supiera, aunque tarde o temprano se enterarían.

—Da lo mismo. Tengo una entrada con algunos imperiales. Les vendo cosas. No estoy preocupado. Tú deberías ir y salvar a tu…, amigo. Wedgie, o como se llame.

—Wedge.

—Claro.

Ella dice:

—No lo haré. Escuché lo que dijiste, Temmin. Estoy tomando una elección, y esa eres tú. Tú eres la prioridad. Te voy a sacar de aquí.

—No. No lo harás. Me quedaré aquí. Aunque, puedes irte si quieres. Yo seguiré haciendo lo que he estado haciendo: sobrevivir bien sin ti.

Ella se muerde el labio, tratando de no decir todas las cosas que amenazan con salírsele. Siempre fue obstinado y caprichoso, pero esto lo lleva por completo a otro nivel. Temmin la dejó atrás, dirigiéndose de regreso hacia el sótano de la tienda, va por la puerta secreta.

—Temmin, espera…

—Tengo que empezar a cargar estas cosas a las catacumbas. Esconderlas de Surat. Fue agradable verte, mamá. Puedes irte.

Ella le sujeta el brazo mientras él pasa a través de la puerta. Cuando voltea, ve lo que está en la mano de ella, y su boca forma una «O» de protesta…

Norra introduce la aguja, aquella medio rota que robó del droide interrogador, en su cuello. Sólo necesita oprimir parte del émbolo; los párpados de Temmin se baten como mariposas en un frasco.

Él pierde el conocimiento, y ella lo atrapa.

—Lo siento —dice ella.

Luego comienza a arrastrarlo de regreso al piso de arriba.