CAPÍTULO VEINTICINCO

Una hilera de chispas, rojas como ojos demoniacos, se extiende frente a la puerta que conduce al cuarto principal de la estación de comunicación: el cuarto de control. Señor Huesos está parado frente a ella, esperando. Tararea una breve canción disonante; una canción que algún maniaco consideraría hermosa, la clase de melodía que suena como algo que el viento cantaría aullando a través de una caverna. Sinjir también espera, pistola desenfundada.

«Vendrán por nosotros». Y luego se pregunta: «¿entonces qué?».

Ya ha alertado a los imperiales que él, de hecho, sigue vivo. Ellos no se habrán dado cuenta todavía. Pero cuando todo esto termine, alguien en algún lugar, en alguna oficina del Imperio, se dará cuenta de que el oficial Rapace sondeó la red con su nombre y su registro facial. ¿Qué si lo capturan?

¡Oh!, el colmo de las ironías… Es probable que lo lleven ante un oficial de confianza. Uno como él.

Casi quiere reírse por eso.

La hilera de chispas ya va a medio camino, subiendo por la puerta.

—Espera —dice Temmin—. Espera, espera, espera. Mira.

Sinjir voltea. Una unidad de evaporación cuelga del techo, como un droide embarazado.

—¿Y? Es un evaporador. Ellos no usan conductos en los que quepamos, sólo tubería, ¿no es así? A menos de que tengas por ahí un rayo de miniaturización molecular que por arte de magia nos encoja al tamaño de un hámster, no creo que…

—No, mira. —Temmin señala un par de bisagras. Se para de puntillas, y luego golpetea la cosa con la parte trasera de los nudillos.

El resultado es un bong, bong, bong hueco.

—Es de mentira —se da cuenta Sinjir, en voz alta.

—Correcto. Es una salida. Probablemente a la azotea. Solían hacer transmisiones rebeldes desde esta cabina. Mi papá podría haber puesto esto ahí. O haberlo usado. —Temmin brinca y toma el borde metálico del artefacto; su peso jala la cosa hacia abajo, y entonces el chico se cuelga de las bisagras.

La línea de soldadura alrededor de la puerta casi llega a su fin.

—No hay mejor tiempo que el presente —dice Sinjir, y se impulsa hacia arriba.

Más arriba parece haber una escalera.

El muchacho está en lo correcto.

Ellos trepan.

Temmin mete la cabeza a través de una escotilla. La puerta se abre y todo se baña en una ola de blanco abrasador: el cuarto de control de comunicación estaba muy oscuro, y aquí afuera es demasiado brillante. Se jala hacia afuera, aunque sus ojos todavía se están ajustando. Al echarse de panza sobre el techo de la estación de comunicaciones, no puede evitar sentir una extraña oleada de orgullo. Dentro de su mente, él repite lo que le dijo a Sinjir: «Mi papá podría haber puesto esto ahí».

Pero, después, una conocida ira lo pisotea:

«El hecho de que papá fuera un rebelde fue la razón de que lo atraparan».

«Y de que mamá se fuera».

«Y de que todo se viniera abajo».

Esa agradable sensación que tuvo se volvió tóxica en un instante. Como una hermosa flor rociada con ácido, que se marchita y se pudre dentro de él.

Voltea hacia arriba, y luego parpadea.

Él escucha el sonido antes de verlo.

Ve un caza TIE.

El chico vuelve a parpadear, mirando fijamente el cielo, hacia el sol.

No. No un caza TIE. Dos de ellos.

Le ayuda a Sinjir en su ascenso…

—¡Tenemos que movernos! ¡Se aproximan!

El primer TIE se les echa encima, como un meteorito listo para rodar directo sobre ellos. Es entonces cuando él entiende.

Temmin sabe lo que vino a hacer ese caza aquí.

Huesos brinca fuera del hoyo…

Temmin derriba a Sinjir y al droide de combate. Los tumba a ambos detrás de una pieza metálica que pretende parecer el mecanismo exterior del sistema de evaporación, que en realidad no funciona.

Todos se tiran pecho tierra. Justo cuando el TIE dispara sus cañones frontales.

El edificio tiembla; en la otra esquina de la estructura hay flamas y una pequeña nube emergente de humo amarillo. Temmin asoma la cabeza y ve la serie de antenas que se inclinan hacia afuera del techo y caen, dejando atrás una lluvia de brasas eléctricas.

Cortaron la transmisión.

Sólo le queda la esperanza de que el holovideo se hubiera quedado en el aire el tiempo suficiente.

Y ahora, aquí viene el segundo caza TIE. Comienza a disparar a la azotea, probablemente intentando derrumbar el edificio completo. No es un bombardero, así que eso no sucede con una descarga, pero esas armas suyas al frente tampoco son pequeñas pistolas de juguete. Un par de descargas, y la parte superior de la estación de comunicaciones será transformada en escombros llameantes.

Él toma ambos lados de la cabeza de Huesos.

—¿Te encargas tú?

Huesos dice en esa voz que gorjea de profundo a estridente, una distorsión mecanizada:

—CONSIDÉRELO HECHO, AMO TEMMIN.

Los cañones del TIE comienzan a destrozar la otra mitad del techo. Salpicones de escombros. Columnas de fuego. El sonido del caza y sus armas, y las explosiones, rugen en los oídos de Temmin. No sólo en sus oídos; puede sentirlo también en la parte posterior de los dientes. Sinjir hace una mueca de dolor, claramente sintiéndolo, pero apareciendo de repente para disparar unas cuantas descargas fútiles al caza que se aproxima, y luego voltea para dispararles a los soldados de asalto que se acercan a través del pozo de escape.

Huesos chilla:

—ENTENDIDO.

Enseguida, el droide de combate salta al aire, plegando sus brazos y piernas juntos, para formar una bala de cañón…

Y se estrella contra el cristal frontal del caza TIE.

La nave se bambolea en el aire, escorando, dando tumbos por las azoteas myrranenses; se pierde de vista zigzagueando y sacudiéndose.

Justo cuando el primer TIE, ahora dando vuelta en su viaje de regreso, comienza a disparar sus cañones, los disparos acribillan la parte superior del edificio, cruzan la azotea y se acercan a ellos. Temmin voltea y mira… no hay tiempo para pensar, sólo tiempo para actuar, pero no hay ningún otro techo al cual puedan brincar…

Sinjir señala.

Un tercer TIE se acaba de unir a la batalla.

Se abalanza, blásters frontales destellando… Disparos láser descosen el cielo.

Algunos disparos se estrellan contra el costado del primer TIE, al cual se le desprende el ala del panel hexagonal que va a golpear la lateral de la estación de comunicaciones. El resto gira hacia el otro lado, impactándose en un costado del edificio, como un meteorito; se estrella contra el viejo edificio de oficinas, con un ¡bum! que sacude el suelo.

El tercer TIE, su salvador, chilla por encima.

Sinjir, jadeando, dice:

—Creo que tu madre encontró su nave.

Temmin asiente con la cabeza, revisándose por todos lados para asegurarse de que está completo. «Mamá realmente es un piloto estelar», se dice. No hay tiempo de pensar en eso, o en ella, por ahora. En cambio dice:

—Será mejor que nos vayamos. Nos van a rodear como hormigas, en un santiamén.

Norra se sorprende a sí misma pensando en avispas.

Aquí, en Akiva, existe una avispa: la chaqueta roja. Es del largo y ancho de la punta de un pulgar; la avispa chaqueta roja es una calamidad. Son criaturas malas, feroces. Pican. Sus aguijones succionan sangre. Toman la sangre para alimentar a sus crías y para construir sus distintivos nidos de color rojo óxido. Generalmente, las encuentras en las selvas, aunque de vez en cuando se apartan de su confort; puedes encontrar un nido debajo de un volado o en una azotea. (En ese caso, la solución habitual sólo es quemar la cosa entera con solvente de motor y un encendedor, construyendo un lanzallamas casero).

La cosa es que esas avispas vuelan de cierta forma. De manera individual, son tan difíciles como cualquier cosa de atrapar o matar, porque vuelan hacia arriba, hacia abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha. Pueden volar hacia delante, luego detenerse en el aire y flotar, antes de volar otra vez en dirección contraria. (En este momento suelen lanzarse a picar, y el piquete de un solo aguijón de chaqueta roja te puede dejar el brazo entero adormecido por una hora).

A Norra volar un TIE le recuerda a esas avispas.

Es increíble tanta maniobrabilidad. Puede hacer justo lo que las avispas hacen: empujar hacia delante, luego usar retropropulsión para frenar, enseguida marcar hacia la izquierda o hacia la derecha. Por capricho, le da un giro a la cosa completa; literalmente gira como sacacorchos, mientras vuela sobre la ciudad que alguna vez fue su hogar.

Claro está, hay una contraparte: el TIE es una nave suicida, ¿no es así? Para obtener la velocidad y la maniobrabilidad, el Imperio sacrificó la seguridad y cordura en el resto del diseño. La cosa completa es quebradiza como el esqueleto de un ave. Ni siquiera tiene un asiento eyectable.

En situaciones extremas, hace las veces de tumba para el piloto.

Aún así, Norra no está pensando en eso cuando elimina al otro caza TIE que amenazaba la azotea de la estación de comunicaciones. Su doble cañón láser arrancó el ala del panel que, al estrellarse, se desintegró.

Ella piensa:

«Eso te pasa por meterte con mi hijo».

Y grita entusiasmada.

—¡Ahora, a lo que nos toca!

Adelante, a través de la neblina y con el brillo del sol que cubre la ciudad, avista la inmensa ciudadela que es el palacio del sátrapa. Llamativa y opulenta. Todas sus torres y parapetos extendidos en la asimetría de un ser demente. (Cada sátrapa construye algo más en el palacio, al parecer, sin importar qué tan bien coincida con el diseño del resto. El resultado es algo mucho más caótico de lo previsto. Aunque las construcciones son hermosas, también, en su extraña manera chapucera).

Alrededor del domo y de la torre central hay un anillo. Y alrededor del anillo están estacionadas las conocidas aletas de naves imperiales.

Esos son los blancos.

Abajo, su pantalla parpadea y luego destella en verde.

Hay dos naves identificadas detrás de ella. Otro par de cazas TIE, uniéndose a la batalla. Ella piensa: «Está parpadeando en verde porque no sabe que somos enemigos, ¿correcto?». Lee sus firmas como amistosas.

Ella espera que ellos también la lean como amistosa.

Pero descubre rápidamente la realidad de la situación cuando ambos ojos malvados abren fuego detrás de ella; la memoria muscular precede al pensamiento adecuado, pues sus manos son veloces aun cuando su cerebro es lento. Y otra vez gira el caza por el aire, haciendo una espiral hacia delante y luego hacia arriba, al tiempo que rayos láser ametrallan el aire a su alrededor. Fuerzas gravitacionales ponen presión sobre sus sienes como un aplastante tornillo de banco, y se siente como si sus piernas y tripas estuvieran en algún lugar a unos mil metros por abajo. Y todo se siente como si fuera a ser despedazado…

La sangre se le sube a la cabeza. (¿O sale de ella? Imposible saberlo). Pero cuando de nuevo endereza el TIE, sus dos perseguidores son los perseguidos, el par que vuela justo enfrente de ella.

Siente un arrebato de emoción. El pánico queda enterrado debajo.

Entonces, Norra aprieta los gatillos en sus palancas de vuelo gemelas.

Lásers verdes cortan el aire y dejan al primer TIE hecho metralla pura. El grueso del caza destruido se inclina sobre el otro. Un destello. Una fuerte conmoción estremecedora de aire y fuego, al tiempo que sus enemigos descienden en espirales y desaparecen en la ciudad con una detonación final.

Ella vuela a través del fuego.

Y de nuevo pone la mira en el palacio que está enfrente.

Ahí, en la pantalla vertical que Adea tiene en la mano, se ve un TIE. Con un combatiente enemigo volándolo. Y dirigiéndose al palacio.

Rae entiende su propósito. No puede hacerle nada al palacio. Los muros son demasiado gruesos. Pero una parte está expuesta:

«Las naves».

Esas naves son sus líneas de vida.

Es demasiado tarde para poner sus propias naves de regreso al aire. Y no tienen defensas, ni cañones, ni…

«Espera…».

Ella arranca la holopantalla de la mano de Adea y oprime los controles de uno de los tres cañones turboláser superficie-órbita que montaron a lo largo de la ciudad capital de Akiva. Los ojos de su asistente se abren de par en par.

—Almirante, el turboláser no está destinado para esto…

—Es nuestra única oportunidad.

—Apunta directo hacia el palacio.

Rae mira la trayectoria calculada.

No es ideal.

Pero tendrá que ser suficiente.

Y dispara.

En un momento, Norra está volando su ruta, a salvo, segura. Y de pronto el aire se ilumina con una luz cegadora, y algo rebana el ala derecha de su TIE. Y de repente…, ella pierde todo el control.

«No, no todo».

Ella está girando, una vez más serpenteando por el aire, en esta ocasión en una espiral sin control, pero sí tiene algo de control.

Sólo un poco. Lo suficiente.

Sujeta con firmeza las palancas de vuelo, bloqueando una contra la otra, luchando contra el giro. Su cabeza se marea. Todo da vueltas. Sus tripas se revuelven y quiere vomitar. «Tranquila. Tranquila».

Un pensamiento distante la alcanza:

«Me voy a morir».

Esto es todo. La culminación de todo lo que ella ha hecho y todo lo que ella es. Parte de su ser se siente orgulloso.

«He logrado tanto», piensa.

Pero entonces otro pensamiento la conflictúa, se entromete como un visitante grosero: «Pero no he logrado tanto. Le he fallado a mi hijo. Y le he fallado a mi esposo. Brentin, Temmin, los amo».

Ella dirige el giratorio TIE al palacio. Justo enfrente está el círculo de aterrizaje. Las naves. Un jet. Están alineados a la perfección.

«Tal vez, tal vez me los pueda llevar conmigo…».

Un pensamiento perdido e inútil, mientras el palacio se acerca precipitadamente a su encuentro.

«Realmente quisiera que estas cosas tuvieran un asiento eyectable».