CAPÍTULO SIETE

Sobre la ciudad de Myrra hay una neblina. Incluso el sol, brillante, poderoso y punitivo, parece que tiene que empujar su luz a través del aire espeso. Los vapores del calor van subiendo, distorsionando todo. La humedad de este lugar se ve igual que como se siente.

Por esto, Jas Emari tarda un rato en confirmar qué es lo que está viendo. Ahí, descendiendo de los cielos como si fuera una cuadriga divina, una nave centellea por el sol. De hecho, es un yate estelar: ornamentado y opulento, de reluciente tubería color bronce y carmín, una nave construida cuidadosamente respecto a su funcionamiento como a su apariencia.

Es el yate estelar de Arsin Crassus.

El Imperio Galáctico es un leviatán de fuerza, un puño de carbono blindado que aplasta a los sistemas que se atreven a negar su autoridad. Pero semejante fuerza y semejante autoridad no pueden ser invocados de la nada. Ni siquiera los sith pueden manejar esa clase de magia. Hay algo que hace la diferencia: créditos, dinero.

Crassus es uno de los principales prestamistas del Imperio. Lo ha sido por décadas. Cuenta la historia que alguna vez fue un joven, en la Federación de Comercio, que ayudó al aún no formado pero emergente Imperio a llevar al matadero a las cabezas de la Federación en Mustafar, mientras saqueaba todas sus cuentas para ayudar también a financiar al nuevo gobierno. Y ahí es donde ha estado desde entonces: ayudando al lado corporativo del gobierno imperial.

Es también un esclavista.

Pero el día de hoy, él es el blanco de ella.

Jas se aferra a la vieja torre oxidada que se eleva por encima del obsoleto capitolio de Myrra. Tiene cables amarrados alrededor de su cintura y de su muslo derecho, atándola a la estructura. De tal manera que pueda asomarse con algo de libertad de movimiento y, lo más importante, con las dos manos libres. Todo para no caerse.

La cazarrecompensas ha estado aquí por algún tiempo. Esperando. Apenas durmiendo. Está cansada. Le duelen los músculos. Pero este es su trabajo. La vida de un cazarrecompensas requiere de una gran cantidad de observación y espera… Esos largos periodos acompañados de muy pequeñas e intensas ráfagas de acción.

Se desabrocha el rifle de la espalda: un rifle de largo alcance que la zabrak construyó por sí misma. Basándose en un viejo lanzabalas czerka, lo modificó para disparar diferentes municiones según sus necesidades, dependiendo de qué cañón y qué cámara usase en el arma. Jas escuchó alguna vez la historia de que los jedi construían sus propias espadas láser y se preguntó: «Bueno, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo con mi rifle?». Así que lo hizo. Porque ella puede hacer lo que quiera.

Jas lleva su rifle al hombro, después, con su mano izquierda baja el monópode telescópico, que se engancha con un clic a la argolla «D» en su cintura. El soporte le da al rifle estabilidad extra, especialmente en una posición tan inestable como la que ella tiene; colgando de más o menos un centenar de metros en el aire y mirando hacia la desproporcionada ciudad. La chica aprieta el ojo en la mira.

Ahí, el jet. La mira le da datos críticos: la temperatura que sale por atrás de él, la velocidad y trayectoria de la nave, cualquier señal biológica (por el momento esta es nula, debido al blindaje del jet).

Apunta el arma hacia la plataforma de aterrizaje que está encima del palacio: hogar del sátrapa Isstra Dirus, un gobernador sobornable y conocido por lo poco que le importa la gente de su ciudad y por lo mucho que han engordado sus bolsillos con los créditos de otras personas.

En una galaxia perfecta, él también sería un blanco.

Pero Jas Emari es una profesional. No hace daño colateral. Esté justificado o no.

A través de la mira lo observa:

El jet va aproximándose suavemente para aterrizar. Expulsa vapor por unas columnas fantasmales. Aterriza, meciéndose suavemente. Y los tripulantes bajan por una rampa de desembarque. Aparece el sátrapa: un hombre alto, alguna vez guapo, pero incluso a través de la mira puede observar las líneas que marcan su pétreo rostro, como agua escarbando canales en la montaña. Él es todo sonrisas y gentiles aplausos. Hace reverencias y se arrastra porque sabe de qué lado de su pan muftari están las especias y la sal. Jas ha visto sus registros, ha visto cómo el flujo de créditos viene de varias corporaciones imperiales y gotea en sus cofres sin fondo. Los planetas del Borde Exterior son un muy buen lugar para esconder dinero y conseguir mercancía ilícita, incluyendo esclavos. Y Akiva es uno de esos planetas. Detrás del sátrapa, están dos de sus guardias. Cascos altos con plumaje rojo. Cada uno con un vibropico más alto que sus cascos, con la punta de sus hojas apuntando hacia el cielo.

Crassus desciende por la rampa, asistido por su propios guardias: mujeres con máscaras de animales con laca endurecida. También esclavas, seguramente.

El hombre mismo no es un blanco pequeño. Es grande y redondo, con barba teñida del color del espacio más profundo; viene arrastrando una túnica reluciente como un pavo real con su cola en la tierra. Bate las manos para luego tomar las muñecas del sátrapa.

Ambos se ríen.

Ja, Ja, Ja.

«Es hora de terminar con tu júbilo, Arsin Crassus», piensa Jas.

Pero entonces su mira centellea…

Naves entrantes.

Jas pivota su rifle, siguiendo las flechas dentro de la pantalla de la mira… Y ahí ve una nave imperial, clase Lambda, bajando en espiral a través de la capa de nubes. Una segunda y una tercera flecha destellan.

Otras dos naves.

Y con ellas, cazas TIE.

La chica balancea su rifle de regreso a la plataforma. Crassus sigue ahí. Ella respira siseando a través de sus dientes, contenta de no haber perdido su oportunidad gracias a una distracción; ahora Crassus está parado, codo a codo con el sátrapa. Sus propios guardias se han alineado, esperando. Crassus se ha quitado su túnica y ahora uno de sus guardias lo está refrescando con un abanico abierto.

Entonces, tres soldados de asalto entran por la puerta de la azotea.

Curioso.

«Dispara», piensa. «Gánate los créditos».

Pero…

«Pero…».

Algo está pasando. Su información no decía nada de esto, y ahora se maldice a sí misma por caer en una trampa común. Opera con demasiada frecuencia a ciegas. Cuando ve el blanco, apunta en línea recta hacia él. Y a veces, cuando hace eso, se le escapan cosas. Un panorama más grande. Amigos inadvertidos. Complicaciones. La vista de la mira es todo lo que necesita, o así lo cree hasta que la realidad demuestra lo contrario. Ya ha estado cazando a Arsin Crassus por un mes, siguiendo su engreído rastro de vapor mientras revolotea por la galaxia como un gorrión thatch asustado. Pero, cuando se enteró de la reunión entre él y el sátrapa Dirus, dejó de buscar más.

Resulta que…, debió haberlo hecho.

Su dedo vacila; una por una, las naves comienzan a aterrizar.

Estas, posándose en un medio círculo, empiezan a abrirse.

Su tripulación va saliendo.

Con ello, la chica se quedó sin aliento. Se siente como alguien que ha cavado un hoyo en su jardín sólo para encontrar un baúl lleno de dactarios de la Antigua República… Una caja de tesoros inesperados.

Arsin Crassus, sí.

Entonces, aparece alguien que ella no conoce, alguien con un tocado absurdo. (Si Jas tuviera que describir el sombrero, sugeriría que parece como si alguien hubiera matado a un urogallo de kofta esmeralda y se lo hubiera empotrado en la cabeza). Con una exuberante y lujosa túnica morada de un viejo consejero imperial.

De la siguiente nave sale alguien que reconoce al instante: Jylia Shale. Una mujer mayor, encogida como un cálculo biliar y con toda la dureza de una nuez sin romper. Con los hombros hacia delante y las manos unidas detrás de la espalda, Shale viste el nítido uniforme gris imperial; tiene el cabello peinado en un chongo austero sobre la cabeza. La acompañan un par de guardias imperiales con cascos y capas rojas. Parte de la protección real del propio Palpatine.

Y después de la última nave…

Moff Valco Pandion.

Tieso, con el mentón partido y una cicatriz que corre por la ceja, la clase de cicatriz que parece tener una historia.

Y ahí, en el pecho, un emblema curioso: uno rectangular, con seis cuadrados azules en la hilera superior, y tres rojos y tres amarillos debajo.

Ese no es el emblema de Moff, sino el de Gran Moff.

¿Un título asignado o uno reclamado y asumido?

Ahí, en la plataforma, se encuentran tres blancos significativos. Crassus es el objetivo planeado, pero ¿Shale?, ¿Pandion? Darían mejor paga. Pandion, en particular, es el número más alto en la baraja de Pazaak, repartida por su contacto dentro de la Nueva República: mientras más alto el número de la carta, más valioso el objetivo. Y hay tres de esos objetivos.

Siente cómo las mariposas revolotean en su estómago.

«Mata a Pandion», se dice.

La Nueva República los querrá vivos pero de todas maneras pagará bastante por sus cadáveres. Mientras no estén desintegrados, claro está… Entregar un tarro de ceniza grasienta no es una buena forma de recibir paga. Siempre tuvo la intención de matar a Crassus. Es mejor que un hombre como ese sea enviado bajo tierra a que sea arrojado a una celda. Es la mejor penitencia por sus crímenes.

En la plataforma de aterrizaje, Pandion se une a los otros, aunque se mantiene uno o dos pasos atrás: distante, altivo, apartado deliberadamente. Los otros están conversando. Se presentan por primera vez o vuelven a presentarse.

Jas visualiza todo esto en su cabeza. Se quita las anteojeras y trata de pensar más allá del momento, más allá de apretar el gatillo.

Matar a Pandion, o a cualquiera de ellos, es una opción.

Un solo tiro, y uno cae. Con eso: un día de pago significativo.

Los demás se dispersarán. Irán de regreso a las naves o tras la puerta del palacio. Si regresan al palacio, entonces tal vez, tal vez, ella tenga la oportunidad de eliminar o capturar a los otros. ¿Pero, si regresan a los cielos? Entonces esa oportunidad se irá.

Sopla un viento. Un viento cálido aun aquí arriba. Como el aliento de una bestia. Sisea más allá de los espinosos picos que se levantan sobre su cabeza.

Eso podría funcionar.

Dejarlos ir. Conseguir un objetivo.

Pero existe una aspiración más grande: todos ellos juntos. Sería un golpe maestro para ella. Jas tenía un nombre en el Imperio. También lo tenía entre muchos de los sindicatos criminales de aquí, en el Borde Exterior, con los Hutt, el Sol Negro, el Crymorah, el cártel Perlemian. Pero con la destrucción de la Estrella de la Muerte (otra vez) y con el cambio de su propia lealtad, su nombre y reputación están en el aire, igual que muchas cosas en la galaxia. Si va a ganarse su sustento, significa la toma de riesgos más grandes. Jugar a lo seguro, despacio y constante, no es una opción. Ella toma la decisión y guarda el rifle.

Un objetivo no es suficiente.

Tiene que encargarse de todos.

«Y tengo que hacerlo ahora mismo».

Hay turbulencia cuando la nave entra a la atmósfera de Akiva. Sloane se encuentra sentada en la silla del copiloto, un rol no esencial dada la corta distancia que volarán…, aunque podría desempeñarlo competentemente si fuera necesario; observa la oscuridad del espacio, que da paso a la luz difuminada del planeta debajo. Nubes pasan rozando el vidrio, y la pantalla de visualización rápida señala la línea horizontal, su trayectoria, su rumbo trazado.

A un lado de ella, su piloto: Morna Kee. Ha sido su piloto por un tiempo ya. Una piloto capaz. Una imperial leal. Una imperial fiel. Es agradable tener gente a su alrededor cuyos nombres se sabe. Pero su derrota en Endor, aunada a que la Nueva República está haciendo tratos por doquier con gobernadores y jefes de sector para hacerse de naves de guerra imperiales, sin mencionar la amenaza de escisión interna, la han dejado perpleja. Asiéndose a detalles que solía considerar vitales, pero que ya no pueden ser importantes.

Detrás de ella: el archivista, un hombre pequeño que tomará notas en la reunión, registrando los resultados de la cumbre para que la historia del resurgimiento imperial se escriba de forma ordenada y sea registrada oficialmente. A un lado de él, su asistente en esta misión, una joven mujer corelliana llena de energía, llamada Adea Rite. Luego, medio escuadrón de soldados de asalto. Aquellos con las mejores notas, tomados de las filas del Vigilance. Ellos vigilan a su nuevo prisionero: el capitán Wedge Antilles. El rebelde yace en una mesa médica flotante, inconsciente a causa de las drogas inyectadas en su brazo. El droide médico flota sobre él, revisando sus signos vitales y asegurando los tubos.

Ese es una mosca en la sopa.

Es peligroso. Los rebeldes vendrán a buscarlo.

¿Y luego qué?

La presión es permanente en la articulación de su mandíbula. Esto tiene que funcionar. Todo esto. La reunión debe dar resultados. El futuro del Imperio y la estabilidad de la galaxia cuentan con ello.

La reunión no fue sólo su idea, aunque los ahí reunidos creen que lo es. Otro motivo para que todo salga acorde a su plan y sin más contratiempos. «Si esto se desploma, me culparán a mí».

Debajo, la ciudad de Myrra. Un desastre desproporcionado, sofocante. Edificios de ángulos extraños salen de la selva, aunque no sin que esta contraataque: las enredaderas cubren los muros y los tejados cual dedos crueles que tratan de hacer pedazos la ciudad en cámara lenta. Entre los edificios hay sendas demasiado angostas para ser llamadas caminos, son tan sólo callejones, y una de las razones que hacen difícil la ocupación imperial aquí. Esas «calles» son demasiado angostas para cualquiera de los transportes, con excepción de los speeder bikes, y aún así las esquinas son demasiado cerradas para que estas den vuelta.

«No va a importar» se dice a sí misma. «Esto es temporal». La reunión no puede durar para siempre, aunque está segura de que eso sentirá, a veces.

La nave gira con fuerza, abalanzándose a baja altura sobre la ciudad. Justo enfrente, el palacio de su aliado, el sátrapa Isstra Dirus, un adulador execrable, aunque se recuerda a sí misma que ese tipo de personas a veces son necesarias: la maquinaria sólo funciona cuando todas las partes están de acuerdo. El palacio mismo es una cosa pomposa: un viejo templo de la ciudad reutilizado para ajustarse a la opulencia de la satrapía. Paredes de cuarcina plagadas de radiante bermellón, muros con inútiles picas doradas en las puntas y ventanas tan polifacéticas y cristalinas que, aun cuando se ven hermosas, fracasan en conservar una de las características de las ventanas: la transparencia. Ella prefiere por mucho el diseño rígido, inflexible de…

Enfrente, movimiento.

Alguien cruza por una tirolesa desde una torre de comunicación cercana que parece en desuso desde hace tiempo; alguna vez fue parte del capitolio que no consiguió mantener un gobierno decente, desde que la satrapía tomó el poder absoluto, no cuando el Imperio incautó el Senado Galáctico.

Rae oprime un botón y gira un sintonizador…

Una parte de la pantalla de visualización rápida captura la imagen del intruso en la tirolesa, haciendo un acercamiento… Es un zabrak, por la apariencia de los cuernos en la cabeza. Hembra. Rifle en la espalda. Un rifle largo, un rifle de francotirador.

«Cazarrecompensas», piensa.

Rae Sloane refunfuña, salta de su asiento y se dirige a la silla y la consola detrás de ella: la estación de artillería. Quien quiera que sea esa zabrak, Rae no tiene ni el tiempo ni la paciencia para averiguarlo. Y aunque probablemente está mal visto que una almirante se encargue de los cañones, es lo que es.

«Que se preocupen», se dice.

Ella levanta los controles y comienza a disparar.

Jas reza por que el cable que disparó desde esta torre hasta el techo, al otro lado del camino, la aguante. Es largo, y la torre a la que está anclado es débil. Incluso ahora la escucha crujir detrás de ella.

Resulta que no importa mucho.

La nave aparece de la nada a su izquierda. Otro transporte imperial clase Lambda. Ventana de vidrio negro encima del cono de proa.

Implacable e indiferente.

Los cañones comienzan a disparar. Jas aguanta la respiración y empuja su cuerpo hacia arriba, jalándose con el cable. Le arden los músculos. Levanta las piernas cerca del cuerpo, con las rodillas dobladas hacia el estómago. Todo para tratar de hacerse lo más pequeña posible mientras el cañón bláster escupe disparos láser…

Los rayos queman el aire frente a ella. Detrás de ella. Debajo y encima. Sabe que está haciendo un sonido, un grito largo y constante de ira y miedo, pero no puede escucharlo. Lo único que escucha es el viento y los cañones.

La buena noticia es que los blásters debajo de cada ala de esa nave no están diseñados para acertar a blancos tan diminutos como ella. A menos que la persona que pilota esa cosa sea sensible a la Fuerza, como un jedi o alguna Hermana de la Noche dathomiriana, atinarle sería un acto de pura providencia cósmica.

La mala noticia es: quien quiera que esté manejando aquellas armas acaba de darse cuenta de lo mismo.

La nave gira ligeramente…

Y dispara a la torre que está detrás de ella.

Un brillante resplandor de fuego brota a sus espaldas. Se escucha un chillido metálico. Y luego comienza a caer; ella sabe que está cayendo porque de repente el cable en el que viaja se afloja en sus manos. Pasa de ser una línea rígida a un fideo flácido. Ella piensa: «Sujétate de él, sujétate fuerte, te columpiará hacia abajo…».

Pero el tumulto es demasiado. El cable se le resbala de las manos.

El viento pasa de largo, velozmente. La ciudad se apresura hacia arriba para darle la bienvenida.

Jas Emari cae.