Capítulo 38
En cuanto regresaran a Aylesbury, un tutor de Oxford y una institutriz francesa se harían cargo de la educación de Jack. Desde muy pequeñito, Tracy y ella habían procurado estimular su curiosidad y su inagotable capacidad de aprendizaje. Era muy despierto e inteligente, y a los cuatro años ya sabía leer, le encantaba pintar y escuchar música. Jugaba como todos los niños de su entorno y se divertía con normalidad, pero también disfrutaba de pasar tiempo entre los libros de la biblioteca y no se cansaba de hacer preguntas.
Era un chico especial y, aunque el jefe de estudios de Eton le había hecho llegar una carta asegurándole que el honorable lord John Patrick Henry Chetwode-Talbot, duque de Aylesbury, ya contaba con su plaza en el Colegio del Rey de Nuestra Señora de Eton, donde se habían educado todos los varones de su familia desde el siglo XVII, ella seguía pensándose si iba a ser capaz de soportar alguna vez mandarlo a estudiar interno fuera de casa. Así que había optado, al menos de momento, por la alternativa del tutor y la institutriz.
Henry y el propio Thomas habían ingresado en Eton a los ocho años, así que tenía tiempo de sobra para decidir lo que haría con Jack en un futuro. Un futuro que también podía pasar por educarlo en los Estados Unidos, algo un poco insólito para un duque de la Corona británica que, sin embargo, podía acabar siendo la opción más beneficiosa para todos.
Se levantó del escritorio de su padre, donde repasaba algunos documentos, y se asomó a la salita de su madre, donde a esas horas Jack comía con ella y con Thomas. Era la tercera vez que se veían de ese modo y el resultado desde el primer momento había sido inmejorable. Se entendían a la perfección. Tom no se mostraba nada ansioso o inquieto por pasar tiempo con su hijo y encima Jack se divertía mucho con él.
Observó con calma el innegable parecido físico que compartían, y luego volvió a pensar en su tutor, el señor McNamara, un catedrático de Oxford retirado, amigo de su suegro y de Henry, que era un intelectual muy reconocido y un verdadero experto en el ducado de Aylesbury. El señor McNamara no solo iba a introducir a Jack en la génesis del conocimiento, le explicó una tarde en Aylesbury House, sino que, por encima de todas las cosas, pretendía instruirlo profundamente en la historia de su familia, desde el primer duque de Aylesbury, que había obtenido su título tras salvar heroicamente la vida del rey Ricardo III durante una batalla en el siglo XV, hasta llegar al siglo XX. Un recorrido apasionante que esperaba animar al pequeño a amar, conocer y honrar el ducado que le había tocado en suerte.
Bruce McNamara era un entusiasta y se mostraba adorable con Jack, al que llamaba milord y al que visitaba desde su nacimiento con regularidad. Sin embargo, un par de horas con Thomas habían logrado estimular el interés del niño por su ducado y por Aylesbury mucho más que cualquier esfuerzo del viejo profesor.
Tom le había contado algunas historias de Ricardo III, de su reinado, de su antepasado más ilustre, el primer duque de Aylesbury, que se llamaba Jeffrey Billinghurst, y ante las preguntas del pequeño, había acabado explicándole detalles de las tierras que pertenecían al título y que tanto Henry como él se conocían al dedillo porque las habían recorrido mil veces a caballo y también a pie.
La experiencia estaba siendo inmejorable y tuvo que reconocer que su padre, y muchas personas más, tenían razón cuando decían que Thomas era la persona más idónea para hablar de Harry y hacerlo más presente en la vida de Jack. No sabía si para el propio Tom el asunto podía resultar a veces doloroso, porque al fin y al cabo se trataba de «su» hijo y no del de Henry, pero ahí estaban, intentando un acercamiento.
—Buenas tardes —la voz de su hermano Sean la sacó de golpe del espionaje silencioso que estaba realizando sobre Jack y Thomas, y se volvió hacia él sonriendo—. ¿Qué haces, Gini?
—Nada, estaba mirando cómo come Jack. Está almorzando con mamá y con Thomas Kavanagh y no quiero que se despiste.
—¿Y por qué no comes con ellos?
—Es pronto para mí y tenía unos documentos que revisar —fijó los ojos en los azules de su hermano y él levantó las cejas con cara de duda—. ¿Qué haces a estas horas por aquí? ¿Hay alguna novedad?
—Creo que sí. Nada importante, pero ya que dentro de hora y media tengo una reunión aquí al lado, aprovecho para comer y contártela.
—Genial.
Lo vio entrar a grandes zancadas en la salita y lo siguió en silencio. Después de Kevin, Sean era su hermano más cercano, con el que más confianza compartía, y en ausencia de Kev, que a esas horas iba rumbo a Europa de luna de miel, había acudido a él para comentarle sus sospechas sobre Beau Campbell y su posible implicación en el ataque contra Thomas.
Sean, como abogado, manejaba muchos contactos en las altas esferas de la policía y el Ayuntamiento de Nueva York, se había hecho cargo desde un principio del asunto y había sido el primero en saber que los atracadores no eran unos simples rateros, sino más bien unos matones a sueldo contratados por alguien que quería ver a Thomas Kavanagh muerto.
Esa gente había hablado durante el interrogatorio policial, no habían revelado ningún nombre, pero al menos habían dejado claras sus intenciones, y con esa evidencia en la mano había sido fácil interesar a Sean en su teoría, sin mencionar, claro está, la existencia de la fotografía con la que había intentado chantajearla. En lugar de la fotografía mencionó un documento de vital importancia para Thomas y su gobierno, que Beau Campbell decía tener gracias a un intermediario que pedía dinero por él, y Sean había comprendido sin más explicaciones el asunto.
—Mamá —besó a su madre en la frente y luego revolvió el pelo rubio de su sobrino—. Hola, campeón, ¿qué tal comes?
—Muy bien —respondió Jack muy animado, y Sean le guiñó un ojo antes de dar la mano a Thomas.
—Tom. Madre, ¿puedes darme de comer?
—Por supuesto, hijo, espera un segundo —Caroline se levantó y se encaminó enseguida hacia la cocina.
—Antes de que vuelva mamá os diré que Campbell no está en Nueva York —soltó sentándose en una silla frente a Thomas—, pero volverá pronto.
—¿Dónde está? —Virginia se acercó a la mesa y acarició la cabeza de su hijo.
—En Pensilvania, cerrando un negocio. Pidió financiación a O’Callaghan Investments y por eso sé que anda por ahí en algo relacionado con la construcción.
—¿Lo habéis financiado? —preguntó Thomas y Sean negó con la cabeza—. No, no nos pareció viable. Si lo hubiese sido nos habríamos sumado como socios capitalistas, pero no nos convenció. Bueno, no a nuestro gerente, Peter O’Reilly, ni a Robert ni a mí.
—¿Y Robert sabe…?
—Sí, se lo comenté, por supuesto. ¿No has crecido en esta familia, hermana? Aquí todo se comparte.
—Ya, pero… —cruzó una mirada con Tom y él sonrió tranquilizador.
—En cuanto vuelva lo buscaremos y le presionaremos, el muy hijo de puta recibirá su castigo.
—¡Sean!
—¡¿Qué?! —le contestó a su madre, que había vuelto sigilosa al saloncito, y Jack se echó a reír a carcajadas.
—El niño, ¿no ves que está delante? Tanta palabrota, tanta palabrota, santísima madre de Dios, parece que os hubieseis criado en el puerto.
—Las palabrotas son parte del idioma que hablamos los hombres, mamá, no sufras tanto.
—¿Has visto lo que tengo que soportar, Thomas? Unos brutos, eso es lo que son. La sangre irlandesa, diría mi madre.
—Y a mucha honra —comentó Sean viendo como le servían un enorme plato de estofado, y Virginia decidió sentarse al lado y acompañarlos.
—¿Ya hay fecha para el inicio de la campaña de Pat? —preguntó Tom—. En Washington no se hablaba de otra cosa.
—¿Ah, sí?
—Sí, hay mucha expectación.
—Un neoyorquino católico-irlandés en el Congreso de los Estados Unidos, eso sí que está levantando ampollas, ¿no?
—No es el primero —apuntó Caroline—. Está…
—Lo sé, mamá, pero hay muy pocos y, con algo de fortuna, tu primogénito será el primer presidente católico de este país.
—Ya veremos.
—Nos dejaremos la piel en ello, tú confía un poco, madre. Por cierto, Tom —Sean lo miró a los ojos—, ¿por qué no te quedas para trabajar con Pat? Necesitaremos toda la ayuda posible en la campaña y una mente preclara formada en Oxford siempre es un buen elemento.
—Bueno, yo…
—No te canses, vuestro padre ya ha intentado convencerlo para que se quede trabajando con él y tampoco ha querido.
—¿Y eso? —Virginia levantó los ojos y lo observó con atención. No sabía nada de esa propuesta y vio que él dejaba la servilleta encima de la mesa y pegaba la espalda al respaldo de la silla. Siempre tan sereno, educado y elegante. Siempre tan atractivo—. No sabía nada.
—El señor O’Callaghan es muy amable, pero me es imposible vivir aquí. Mi trabajo con el gobierno británico es un compromiso a largo plazo.
—¿Y qué haces tú trabajando para esos ingleses? —bromeó Sean.
—Lo mismo dijo tu padre.
—Seguro que si Gini se viene a vivir a Nueva York no te importaría mudarte a los Estados Unidos… —todos guardaron silencio y Virginia sintió claramente como le subían los colores a la cara—. Lo digo porque Henry quería que estuvieras cerca de Jack, eso les decía a mis padres en su última carta.
—En fin… —interrumpió Virginia poniéndose de pie—. Jack se despide porque es la hora de su siesta.
—Adiós, Jacky, hasta otra —le dijo su tío, y Thomas se levantó para acariciarle el pelo.
—Hasta pronto, Jack.
—Adiós —se despidió el pequeño besando a su abuela y Virginia lo agarró de la mano para llevárselo a su cuarto. Todo muy normal hasta que salió al pasillo y oyó claramente como su querido hermano soltaba otra perla de las suyas. Una demasiado inapropiada como para ignorarla y seguir andando con normalidad.
—También te podrías casar con Virginia, Tom. Piénsalo, luego os venís los tres juntos a Nueva York y todos felices.
—No incomodes a nuestro Thomas, por el amor de Dios, hijo.
—Estoy seguro de que Henry lo aprobaría, nosotros encantados y ella…, solo hay que ver cómo te mira.
—¡Sean Joseph O’Callaghan! Calla de una vez, ¿quieres?
Virginia ya no oyó nada más. Cogió a su hijo en brazos y subió corriendo a su habitación, entró y cerró la puerta con un golpe seco. «¿Solo hay que ver cómo te mira?» Madre de Dios, ¿en serio? Mataría a Sean, lo haría trocitos, eso lo primero y después…, después adelantaría su vuelta a Inglaterra.