Capítulo 25
Salió del club de caballeros de Daniel Drogheda, tras pasar por su despacho, y un bar al que le dijeron que solía ir todas las tardes, y se encaminó directo a su mansión de St Stephens Green, ubicada justo al lado contrario de la casa de Virginia y Henry.
Voló por Grafton Street, pasó bordeando la casa alquilada por sus amigos y cruzó el parque a buen paso. Hacía muchísimo frío, estaba empezando a caer agua nieve, pero apenas lo notó. Miró su reloj de bolsillo y comprobó que eran las seis y media de la tarde, una hora muy inapropiada para visitar cualquier residencia privada sin invitación, pero no tenía más remedio que ir hasta allí y comprobar si este tipo sabía algo de Harry.
Hacía hora y media Virginia había aparecido en casa de su madre destrozada y pidiendo ayuda. Entre lágrimas les contó que Henry se había marchado de casa. Había cogido su equipaje, todas sus cosas y había desaparecido en plena noche sin hacer ruido y dejando encima de su cama una nota que rezaba: Lo siento.
—Nos hemos dado cuenta después de la comida —explicó ella sin parar de llorar—. Yo pensaba que estaba en su cuarto enfadado y que por eso no abría a nadie, pero no… Kelly mandó a uno de los mozos con leña para la chimenea y cuando abrió la puerta se encontró la habitación vacía y las ventanas abiertas de par en par. Incluso pensé que se había lanzado al vacío…
—¡Jesús bendito! —exclamó su madre y se santiguó—. No digas eso ni en broma, hija.
—¿Y por qué estaba enfadado? —quiso saber Thomas y Virginia se tapó la cara con las dos manos.
—Anoche tuvimos una discusión tremenda, nos dijimos cosas terribles.
—Todos los matrimonios discuten, hijita, seguro que Harry vuelve a casa esta noche. Tú tranquila.
—Madre —susurró Thomas sin dejar de observar el aspecto desolado de Virginia—, ¿puedes traer uno de tus remedios para los nervios?
—Claro, ahora vengo.
—No pienso tomar nada, tengo que estar alerta… —protestó Virginia poniéndose de pie. Él se acercó y le cogió la muñeca.
—Shhh, dime, ¿qué ha pasado?
—Una pelea como nunca habíamos tenido —soltó un sollozo—. Le pedí que se quedara conmigo anoche y se negó, yo dije cosas que jamás debí decir y él respondió con otras tantas barbaridades. Le aseguré que me iba de vuelta a Nueva York hoy y ahí quedó todo.
—Está enfadado, se le pasará, ya sabes cómo es.
—Esta vez no, esta vez ha sido grave y sé que se ha ido con sus drogas lejos de mí. No quiero que esté a mi lado por obligación, pero tampoco quiero que se mate por mi culpa.
—No digas eso…
—Me dijo que solo era amable conmigo por lo que había hecho por su familia, por mi dinero, pero que en realidad le parecía una mujer lamentable, por suplicar amor y…
—¿Te dijo eso? —se le tensaron los músculos de todo el cuerpo y cerró los puños—. ¿Se ha atrevido a…?
—Yo dije cosas aún peores. Supongo que le falté al respeto y los dos perdimos los papeles —se pasó la mano por la cara—. Créeme, Tom, esta vez ha sido muy grave, sé que está ofendido, dolido y que buscará consuelo donde no debe.
—Ya estoy aquí —Bridget regresó con una tisana, se acercó a Virginia y se la puso en las manos—. Tú te tomas esto y te quedas conmigo mientras Thomas va a buscar a Henry. Seguro que da con él enseguida, esta es una ciudad muy pequeña.
—No quiere tomar nada, mamá, muchas gracias.
—Tú te callas.
—Dice que ya se encuentra mejor.
—No te metas, Tom.
—En serio, deja…
—¡Thomas John Patrick! Sé tratar a una joven asustada y nerviosa. Tú ve a buscar a Harry y déjanos solas, ella estará bien.
Y así fue, las dejó en casa acompañadas por Theresa y se marchó a buscar a Henry sin mucho éxito. Preguntó por los fumaderos de opio, los clubs clandestinos y los antros más populares de la ciudad, y nadie supo darle una respuesta satisfactoria, así que pensó en Daniel Drogheda.
Ese tipo era de la misma cuerda de Henry. Verlo después de varios años solo le había confirmado que, a pesar de estar casado y ser padre de familia, seguía siendo un crápula, un viva la vida que seguramente había dado cobertura a Harry en sus andanzas por Dublín. Si es que eso había pasado, Virginia tenía razón, y su amigo había huido de casa para volver a las andadas, como siempre.
Y si esos eran los hechos, aquello representaba un verdadero desastre, otro paso atrás, un fracaso inmenso no solo para Harry, sino también para su mujer, que se había dejado la piel en su curación, en cuidarlo antes y después de la muerte de su padre, en estar con él «en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad» y que estaba demasiado afectada como para intuir lo que acabaría haciendo si se confirmaban sus temores. Lo peor esta vez no era solo que Henry hubiese sufrido su enésima recaída, lo más duro, lo que más le preocupaba, lo aterraba en realidad, era la reacción de Virginia, las decisiones que pudiera llegar a tomar y que tal vez la empujaran a dejar Inglaterra de inmediato para volver a los Estados Unidos.
Ella estaba en todo su derecho de abandonar a Henry e incluso pedir el divorcio. Lo sabía, era consciente, pero si se iba, si decidía marcharse, no estaba seguro de lo que podría llegar a hacer él para impedirlo. Virginia no era su mujer, ni su novia, ni su prometida, no podía obligarla a nada, no obstante, no era capaz de imaginar su vida si ella. No podía vivir sin ella, de eso estaba seguro, y si tenía que llevar a rastras a Henry de vuelta a casa para que le pidiera perdón de rodillas y conseguir así que ella se quedara, lo haría, no le cabía la menor duda. Haría eso y todo lo que fuese necesario para no perderla.
—Señora Drogheda —saludó cuando la mujer de Daniel apareció en el recibidor con cara de pregunta—. Siento molestar a estas horas, pero se trata de una emergencia. Me llamo Thomas Kavanagh, estudié con su esposo en Oxford y soy amigo de lord Chetwode-Talbot, el duque de Aylesbury.
—¿Y?
—Estoy buscándolo y pensé que tal vez Daniel podría ayudarme, yo…
—Mi marido no está aquí.
—Lo sé, me lo ha dicho su mayordomo, pero aun así he querido hablar con usted. ¿Sabe dónde podría encontrarlo?
—Se ha ido a París, o eso me dijo.
—¿París?
—Va mucho a París. Allí tiene negocios, amistades y la prostituta a la que mantiene a mis espaldas… —soltó como si tal cosa y lo miró de arriba abajo, coqueta—. ¿Su amigo tiene mucho dinero?
—¿Cómo dice?
—¿Aylesbury? ¿Tiene mucho dinero? Porque si lo tiene, seguro que Daniel se lo ha llevado con él. No anda muy bien de efectivo, ¿sabe?
—¿Cuándo tenía planeado viajar a París? —preguntó obviando la pregunta y ella se encogió de hombros.
—Nunca lo planea, simplemente se aburre, se va al puerto y se larga a Francia. Lo hace siempre.
—Muchas gracias, y siento las molestias —se dio la vuelta y ella lo detuvo alzando la voz.
—¿No quiere tomar algo conmigo? Estamos a punto de cenar. ¿Es usted de Dublín? Creo que nunca lo había visto antes, si no, seguro que me acordaría.
—No, muchas gracias. Tengo que encontrar a Aylesbury. Buenas noches.
Salió de aquella enorme mansión con la convicción de que Henry se había largado a Francia con Daniel Drogheda. Una certeza clara se le asentó en el pecho, pero había que confirmarlo y solo logró hacerlo tras visitar el puerto y acudir a un hermano de su madre, su tío Joe Hanninghan, que trabajaba en aduanas y que no puso ninguna pega en ayudarlo. Él sabía perfectamente quién era la familia Chetwode-Talbot, y también quienes eran los Drogheda, así que accedió a revisar los manifiestos de ese día, la lista de pasajeros de todos los barcos que habían zarpado rumbo a Francia, y en menos de media hora le confirmó la peor, aunque más probable, de las opciones.
—Chetwode-Talbot y Drogheda embarcaron a las ocho de la mañana en el Santísima Trinidad rumbo a Cherburgo. Llegan la próxima madrugada a Francia.
—Madre de Dios —él se apoyó en la pared y respiró hondo.
—¿Sabes quién es ese Daniel Drogheda, Tom?
—Sí, estudiamos juntos en Oxford.
—¿Ah sí? Pues menuda pieza. Es muy peligroso. ¿Qué hace Henry con él? ¿No acaba de casarse? ¿No estaba con su mujer pasando las Navidades en Dublín?
—Sí, pero… ya sabes. Harry tiene sus problemas y…
—No lo sé, no conozco sus problemas, pero espero que no sean legales porque ese Drogheda no es de las mejores compañías. Además de dilapidar la fortuna de su familia, hace contrabando con lo que puede, nada bueno, claro. Es un sinvergüenza y dicen que en París regenta varios de esos locales donde la gente rica se mata a fuerza de fumar aquella mierda. No deberías acercarte mucho a él, hijo, aunque sea un antiguo camarada de estudios, no te conviene, tú eres abogado…
—¿Opio? —preguntó pensando en cómo se lo iba a decir a Virginia, y su tío asintió.
—Opio, sí, y otras mierdas importadas de esas. Un peligro, hazme caso.