Capítulo 29
Descubrir las relaciones físicas, el sexo, fue para Eve Weitz como encontrar un tesoro de inconmensurable valor. Amaba a Robert, desde hacía mucho tiempo, y durante su corto noviazgo se habían besado y tocado con bastante audacia, incluso había acariciado con ternura su cuerpo semidesnudo cuando estaba en el hospital y ayudaba a bañarlo y cambiar sus vendas. Jamás se había mostrado retraída a la hora de tocarse, pero esas escaramuzas eran briznas de nada comparados con la posibilidad de poder devorarlo en la cama, todo el día, mientras se besaban y hacían el amor como locos, como si no hubiera nada más en el mundo, salvo ellos dos desnudos y enamorados.
Durante dos días con sus noches permanecieron encerrados en la suite nupcial del Scotsman, sin vestirse, en un constante éxtasis de felicidad, que hacía reír a un Rab McGregor completamente hechizado por su joven y apasionada mujer. Eve no solo era preciosa y desinhibida, además era intensa, como en todos los ámbitos de su vida, y llegó a pensar que se volvería loco de amor en sus brazos mientras ella gemía y se deshacía bajo su cuerpo. Literalmente se entregaba al máximo, lo llenaba de pasión, pero también de ternura. Aprendía rápido, estaba abierta a conocer todos los secretos del amor y lo miraba con esos ojos inocentes y dulces, sin ninguna malicia, haciendo que él cayera completamente rendido a sus pies.
—¿O sea que no te quedas a vivir en Edimburgo? —preguntó de pronto Florence, la abuela McGregor, mirando a Eve con cara de asombro. Desde que habían llegado a la comida organizada en su honor, la abuela paterna de Robert no podía dejar de mirar a la guapa recién casada, repitiendo una y otra vez que jamás había visto a una chica tan bonita—. ¿Por qué?
—Porque Eve trabaja en Londres, es periodista y colabora con la Cruz Roja Internacional, mamá, además sus padres viven allí y Robert está en Cambridge… —respondió el doctor McGregor, acercando una taza de té a su flamante nuera—. Cuando acabe la guerra y Rab vuelva a casa se instalarán los dos aquí, no te preocupes.
—¿Y cuándo será eso?
—No lo sabemos, abuela, pero esperamos que sea pronto —Rab se acercó a la anciana y le besó la cabeza—. Muy pronto.
—A propósito de eso, los Maclachlan se marchan a vivir a Gales, su hija Martha va a tener su cuarto hijo y quieren estar cerca de ella —intervino Maggie McGregor—. Van a poner en venta su casa de Eglinton Crescent, es una propiedad estupenda y muy cerca de aquí, tal vez os interese verla y llegar a un acuerdo con ellos.
—Esa casa es perfecta —exclamó Robert, mirando a Eve—, y está aquí al lado.
—Así, cuando empiecen a llegar los niños, os podremos echar una mano. ¿Qué te parece, Eve?, ¿te gusta este barrio?
—Me encanta, es precioso, central y…
—Muy bien, llamaré a los Maclachlan e intentaremos verla mañana, antes de coger el tren ¿sí? Te va a encantar, pequeña, y tiene mucho espacio para llenarla de niños.
—¿Y que pasará cuando tenga niños?, ¿seguirás trabajando, querida? —preguntó la abuela.
—Claro, yaya, ¿por qué no? —intervino Anne, guiñando un ojo a Eve, que llevaba dos horas siendo observada e interrogada a conciencia por toda la familia.
La chica era muy joven, muy guapa, pero también muy inteligente, se habían caído bien en cuanto las habían presentado en Londres, y estaba encantada de que al fin Robert hubiera sentado la cabeza con alguien como ella, así que decidió librarla un poco de tanto acoso familiar e intervenir antes de que cogiera su abrigo y saliera huyendo de allí.
—¿Y por qué no dejamos a mi cuñada en paz, por favor? ¿Dónde está Kate?
—Aquí estoy —la hermana pequeña entró en ese preciso instante en el salón, sacándose el abrigo y saludando a todo el mundo con la mano—. Siento el retraso, pero estábamos en Sighthill, en casa de Graciella, que, por cierto, ha venido conmigo para daros una maravillosa noticia.
—¿Cómo dices? —Anne frunció el ceño.
Eve percibió perfectamente el cambio de semblante en la cara de Rab. Él la miró y le guiñó un ojo tranquilizador, aunque de repente una tensión extraña se extendió por todas partes.
—¡Hola a todos! Querida abuela McGregor, por Dios, si está cada día más guapa —Graciella Fitzpatrick irrumpió en el salón vestida completamente de color morado y se fue directo a besar efusivamente, primero a la abuela y después a la dueña de casa, antes de girarse y hacer un saludo general, ignorando ostensiblemente a Eve, que no fue capaz de moverse de su sitio—. ¿Reunión familiar?
—Eve y Rab se van mañana a Londres y estábamos celebrando con ellos su boda —Anne se puso de pie y se cruzó de brazos en una pose bastante agresiva—. Una íntima reunión familiar, como puedes ver.
—Claro, ¿me dais una taza de té? Llevamos toda la mañana reunidas con el comité y estamos agotadas, ¿verdad, Kate?
—Horrible, a lo mejor cuando vuelvas por aquí te apetece conocer nuestro comité de damas escocesas, Eve —habló Kate con mucha cordialidad, aunque Graciella casi la fulmina con la mirada—. Cuando te vengas a vivir a Edimburgo, te perseguiré hasta que consiga ficharte para uno de nuestros proyectos.
—Me encantaría…
—Es un comité de damas escocesas —interrumpió Graciella sin mirarla—. Dudo mucho que a la señorita Weitz, que es inglesa, le interesen nuestras actividades tan provincianas.
—La señorita Weitz, que ahora es la señora McGregor —intervino sin pizca de enfado el doctor McGregor—, ya es una dama escocesa, ¿o no sabes, querida, que una mujer que se casa con un escocés se convierte automáticamente en escocesa? Es una costumbre ancestral, que por aquí nos gusta respetar.
—Eso es medieval.
—Pero completamente cierto. Eve, cariño… —Robert intervino, tragándose un monumental enfado y caminó hacia su mujer ofreciéndole la mano—. Ya es hora de irse, la esposa de Danny nos espera en Leith y…
—Vale, no os vayáis todavía, Graciella tiene algo muy importante que contaros. Venga, Cilly, habla de una vez —Kate dio unas palmaditas y Graciella simuló un repentino ataque de vergüenza—. Vamos…
—Bueno, no sé por donde empezar… Está bien… Andrew y yo nos hemos comprometido, nos casaremos el próximo verano.
—¿Qué? —Robert y Anne preguntaron al unísono.
—Sí, ayer por la noche.
—¿Ayer por la noche?, ¿por teléfono? —soltó Rab casi riéndose, miró a su hermana y esta salió sin despedirse del salón, Eve la siguió con los ojos y comprendió que aquello no tenía nada de normal—. Estás loca, Graciella, te lo digo en serio, pobre Andy, solo espero que lo trates como se merece o te las verás conmigo.
—Rab McGregor, no te atrevas a estropear mi felicidad, eres…
Robert ni la miró y salió detrás de Anne dejando el salón en completo silencio. Eve se puso de pie sin saber qué hacer y entonces fue su suegra la que se acercó a Graciella para abrazarla.
—Enhorabuena, querida, espero que seáis muy felices.
—Bueno, mejor me voy, es increíble que Robert no se alegre por nosotros —miró de reojo a Eve y la escrutó de arriba abajo con desprecio, luego agarró su abrigo y se fue dejando en el aire un dulzón y pesado perfume a violetas.
—Eve, cariño, ¿quieres otra taza de té? —preguntó la señora McGregor como si nada hubiese pasado.
Ella la miró, encogiéndose de hombros.
—Bueno…
—Nada de té, tenemos que irnos —Rab apareció por su espalda y le entregó su abrigo—. Nos esperan en Leith y luego tenemos reserva para cenar. Papá, me dejas tu coche, ¿no?
—Claro, llevároslo.
—Gracias.
—Muy bien, pues mañana os vemos antes de que toméis ese tren.
—Adiós a todos —se despidieron con prisas y Robert se sentó al volante del coche canturreando, lo puso en marcha y solo entonces la miró a los ojos y vio su cara de interrogación—. ¿Qué ocurre? Sé conducir, ¿eh?
—¿Qué ha pasado aquí?
—¿Cuándo?
—Con Graciella. ¿Qué ha pasado?, ¿no te alegras que se case con tu mejor amigo?
—Él está loco por ella desde que tenemos diez años. Lo que no encaja es que ella se quiera casar con él, ya ha estado casada antes, ¿sabes?, dos veces, aunque tiene prohibido que le recordemos el tema, y sus maridos no le han durado ni seis meses. Además, no la soporto y no se merece a alguien como Andy, él se merece a una mujer infinitamente mejor.
—¿Y Anne opina lo mismo?
—¿Por qué?
—He visto su reacción.
—Opina lo mismo. ¿Eve?… —Levantó el pulgar y le indicó una casa a su derecha—. Esa es la propiedad de los Maclachlan, ¿qué te parece?
—Guau, es preciosa.
Se trataba de una enorme casa victoriana, con un cuidadísimo jardín delantero, tres plantas y unos ventanales antiguos muy valiosos.
—Haremos una oferta, este es el mejor momento para comprar y yo tengo unos ahorros…
—Tengo dinero, un fideicomiso y dinero en efectivo en el banco, lo sabes.
—Oh, no, muchas gracias.
—¿Qué?
—Yo compraré nuestra casa.
—Ese dinero ahora es nuestro, podemos…
—No, no discutas conmigo, en este tema no pienso transigir, por favor, ¿eh?
—¿Te has enfadado?
—No.
—¿Ah, no? —Se acercó y le besó el cuello, le acarició el pecho y se acurrucó en su hombro—. Tengo dinero y ahora es nuestro, tú puedes comprar la casa y yo la decoraré, ¿qué te parece?
—Ya veremos.
—¡Rab!
—Ya veremos —le clavó los ojos color turquesa y Eve comprendió en ese preciso instante, que él era como los demás hombres, muy moderno, liberal y tolerante, pero en el fondo, tan conservador y convencional como sus padres.
—Vale —se apartó y se dedicó a mirar por la ventanilla el paisaje de esa ciudad que no conocía y que le apetecía enormemente descubrir. No pensaba discutir con él por la casa, no durante su luna de miel, pero evidentemente aún les quedaba mucho de lo que hablar al respecto.