Capítulo 25

La gran velada de la Cruz Roja en el Albert Hall tenía como fin recaudar fondos para las víctimas de la guerra y de paso celebrar el fin del asedio aéreo sobre Londres. La oficina de Eve, que llevaba las relaciones públicas de la Cruz Roja británica, había sido elegida para organizar el evento con varias semanas de antelación, y aunque se trataba de una tarea ardua, resultó ser muy divertida y ella colaboró encantada, apoyando directamente a Elizabeth Law-Smith, que estaba muy nerviosa porque se jugaba en esa noche gran parte su prestigio profesional.

Aquel día empezó temprano y no paró de trabajar hasta una hora antes de la cena, cuando se metió en uno de los camerinos del teatro para ponerse su uniforme de esa noche, un sobrio traje chaqueta azul marino, ceñido a la cintura con un amplio cinturón de cuero, camisa blanca, zapatos negros con tacón y una insignia de la Cruz Roja en la solapa. Se recogió el pelo con un moño italiano y se maquilló un poco, para no desentonar demasiado con las elegantes damas que acudirían a la fiesta, con algo de delineador y carmín. Se dio el visto bueno en el espejo y salió hacia la entrada para supervisar las mesas donde dos secretarias comprobaban las invitaciones y los pases de los ilustres asistentes, una formalidad un poco incómoda, que sin embargo era fundamental para garantizar la seguridad y el buen desarrollo de la noche.

—Debiste traer traje de noche —le susurró Elizabeth y ella se giró para admirarla de arriba abajo—, aunque con esa ropa ya estás deslumbrante, Eve.

—Tú sí que estás guapa.

—Pero debiste…

—No —la interrumpió, arreglándole la gargantilla—, alguien debía mantener la imagen de la oficina y me siento muy a gusto así.

—Vale. Bueno, voy a entrar, cuando llegue mi marido dile que me espere en la mesa, ¿quieres?, ya que está de permiso, espero que me dedique toda la noche.

—Pobrecillo…

—Me lo debe, así que ocúpate de que se siente en nuestra mesa, por favor.

—Claro, no te preocupes.

—Madre de Dios… —exclamó de pronto Beth y Eve la miró ceñuda.

—¿Qué ocurre?

—Si quieres vete dentro, yo me ocupo.

—¿De qué?

Se giró hacia las mesas de recepción y vio un uniforme de gala de la aviación entrando por la puerta, levantó los ojos y se encontró con los de Robert McGregor, que se sacaba en ese momento la gorra. Llevaba del brazo a una elegante y alta mujer rubia, preciosa, vestida con un espectacular traje azul celeste de seda. A Eve le flaquearon literalmente las piernas y el corazón se le disparó en el pecho, pero no se movió, y contempló con calma cómo la pareja llegaba hasta la mesa y como era la mujer la que se inclinaba para entregar su invitación.

Lady Graciella Fitzpatrick —susurró con un fuerte acento escocés acompañado por el tintineo de sus enormes pendientes de brillantes.

Lady Graciella —avanzó Beth y le sonrió—. Elizabeth Law-Smith, encargada del evento. Capitán McGregor, ¿se acuerda de mí?, encantada de volver a verlo.

—Claro, es usted la cuñada de Albert. Eve, qué sorpresa, ¿cómo estás? —dijo, dirigiéndose a ella, que permanecía un paso por detrás de su amiga. Se inclinó un poco buscando sus ojos y su acompañante la observó con bastante curiosidad—. ¿Eve?

—Buenas noches, capitán McGregor, lady Fitzpatrick, bienvenidos.

—Parece que conoces a todo el mundo en Londres, querido —bromeó la hija del conde Fitzpatrick agarrándose a su brazo.

—¿Qué tal, Eve? —insistió él, buscando sus ojos, aunque ella no lo miraba—. ¿Cómo está tu familia? He sabido por Claire…

—Muy bien, muchas gracias, capitán, es usted muy amable. Si no les importa, pueden ir entrando al salón, un camarero los llevará hasta su mesa.

—Claro, querida, muchas gracias —contestó la atractiva joven con ese tono condescendiente tan propio de los nobles.

—¿Estás bien? —le susurró Elizabeth en cuanto la pareja siguió su camino hacia el salón. Rab había vuelto la cabeza dos veces para mirarla, pero ella no tenía intención alguna de sonreírle o devolver su amabilidad.

—Bien, estoy bien, no te preocupes por mí, estas cosas son buenas, nos recuerdan nuestro lugar en el mundo —forzó una sonrisa con los ojos húmedos y Elizabeth se sintió desolada.

—Eve…

—Bonita pareja, ¿eh? En fin, ve dentro, hay mucho que hacer aún, Beth.

—¿Pero qué demonios estás diciendo?, no creo que sea su novia.

—¿Y qué más da? No es asunto mío. Ahora ve ahí dentro y ocúpate de los invitados, la familia real puede aparecer en cualquier momento.

—Pero es que no me gusta verte así, ve a hablar con él. Habla con él, cariño, no te quedes con esa pena dentro, por favor…

—No, ¿hablar de qué? Venga, jefa, trabaja un poco, ¿quieres?

—Qué cabezota…

—¿Beth? —La voz profunda y varonil de un hombre las interrumpió y las dos lo observaron muy sorprendidas—. Estás guapísima, primita.

—¡Edward! Querido, qué alegría que hayas podido venir, ¿cómo estás?

—De permiso, así que muy bien… —El joven, vestido con el uniforme de gala del ejército de tierra y dueño de unos preciosos ojos dorados, miró a Eve y le hizo una educada venia—. Señorita.

—Eve, te presento a mi primo Edward Aldwych, Edward es capitán del ejército, oficial de las fuerzas especiales —susurró, acercándose a ella—, pero no puede hablar de su trabajo. Edward, esta es mi amiga y colaboradora, Eve Weitz, reportera y voluntaria de la Cruz Roja.

—Encantada, capitán.

—El gusto es mío.

—¿Es verdad que no puede hablar de su trabajo? Porque me encantaría saber qué hacen exactamente algunas unidades de las fuerzas especiales en el continente.

—Exactamente no puedo comentarle nada, pero de algo podremos charlar, si me concede el honor, claro.

—Claro —respondió, valorando su sonrisa honesta y franca—, por supuesto.

—Estupendo.

—Ten cuidado con ella, Ed, es de la prensa.

—Soy de fiar, no se preocupe —respondió Eve, sonriendo—, todo puede quedar off the record.

—Eso me tranquiliza.

—¿Entonces vais a bailar juntos? —preguntó Beth muy entusiasmada por la química instantánea que había surgido entre los dos.

—Si la dama me concede ese honor.

—Eve, llámame Eve, por favor.

—Un nombre precioso, Eve, a mí puedes llamarme Ed.

Elizabeth los dejó charlando y se marchó hacia el interior del teatro para buscar a su jefe y comprobar que todo marchaba según lo previsto. Traspasó una de las enormes puertas que llevaban hacia los pasillos de distribución del gran recinto y se encontró con Robert McGregor, que permanecía ajeno a la charla que mantenía su guapa y aristocrática acompañante con otra enjoyada pareja mientras observaba de soslayo a Eve, que en ese momento sonreía muy concentrada en la conversación con Edward. Beth comprobó hacia donde se dirigían sus ojos color turquesa y movió la cabeza sonriendo.

—¿Necesita algo, capitán? —le preguntó deteniéndose junto a él.

—No, gracias señora Law-Smith.

—¿Está seguro?

—Sí, gracias. Eve, la señorita Weitz, ¿trabaja desde hace mucho tiempo con usted?

—Unos cinco meses, ¿por qué?

—No, simple curiosidad, jamás imaginé que me la podía encontrar hoy aquí.

—Necesitaba cambiar de aires y yo la fiché para mi departamento. Está haciendo una labor estupenda para nosotros y esta gala ha salido adelante, en gran medida, gracias a ella. Si la conoce bien, sabrá como es, muy trabajadora.

—Lo sé.

—¿Y de qué se conocen? —preguntó con un punto de malicia, y sonrió ante la turbación evidente de McGregor.

—Nos conocimos gracias a un bombardeo, nos cruzamos en la calle… No, primero fue en Leicester Square, en el metro, pero días después en la calle, ella estaba acompañando a su abuela y… En fin… es una historia muy larga.

—O sea que fue gracias a la guerra.

—Más o menos.

—Bien, tal vez más tarde pueda saludarla con más calma.

—Eso espero.

—Muy bien —Elizabeth, percibiendo la creciente incomodidad de lady Fitzpatrick, que no perdía detalle de la charla aunque les daba la espalda, decidió despedirse y seguir con su ronda—. ¿Está seguro de que no necesitan nada?

—Seguro.

—Muy bien, que disfruten de la noche.

—Gracias, muy amable —la miró solo un segundo y volvió a posar los ojos en Eve Weitz, que era la muchacha más guapa de la fiesta a pesar de ir vestida con ese sobrio y recatado traje de chaqueta. Era preciosa, tan elegante y femenina, sin una joya encima, con el pelo recogido y mirando a ese oficial del ejército con tanta atención. Por un segundo sintió un pellizco de celos, más bien de envidia, porque estaba seguro de que la charla que mantenían era muy interesante y que ella estaba disfrutando, haciendo preguntas, compartiendo sus ideas, sus proyectos, con el entusiasmo y la inteligencia que la caracterizaban. Echaba de menos esas charlas, esas discusiones e incluso las peleas, las echaba mucho de menos y llevaba meses añorando poder repetirlas, aunque ni siquiera era capaz de reconocer aquello en voz alta.

—Querido… —Graciella le acarició el pecho y buscó sus ojos—. ¿Pasa algo?

—No, ¿por qué?

—Porque desde que hemos entrado no quitas los ojos de encima a esa muchacha, ¿es más guapa que yo?

—Por el amor de Dios.

—Es bastante… —arrugó la nariz, calibrándola de arriba abajo— vulgar, ¿cómo puede llevar esa ropa tan espantosa en una noche como esta?

—¿Vulgar Eve Weitz? Ella es todo menos vulgar —dejó la copa de champagne vacía en la bandeja de un camarero y se metió las manos en los bolsillos.

—¿De qué la conoces?

—Ella y su familia son buenos amigos míos. ¿Nos sentamos ya?

—¿Y de dónde es?, ¿de alguna barriada espantosa del East End?

—No, su padre es médico y no viven en ninguna barriada, aunque no creo que sea asunto tuyo.

—¿Te acostaste con ella también? Ya me dijo Andrew que terminaría antes si preguntaba con quién no te has acostado en Londres que intentar saber con quién lo has hecho… Eres una calamidad, amorcito mío, pero eres tan guapo —le acarició el mentón con la mano enguantada y Rab tragó saliva muy incómodo— que te lo perdono todo, ya te meteré yo en cintura y domaré ese carácter tuyo, en cuanto te lleve de vuelta a Edimburgo.

—¿Tú crees? —Se puso a la defensiva y ella bajó la mano para rozarle la entrepierna con disimulo.

—¿Quién sino podría hacerlo, Rab?, ¿es más guapa que yo? —insistió, parpadeando como una actriz de cine mudo.

Él frunció el ceño, queriendo huir de ahí antes de acabar estrangulándola, pero se contuvo y se pasó la mano por la cara.

—¿Se lo preguntamos a alguien más? Estoy segura de que gano por goleada…

—¡Calla! —soltó enfadado—. Por Dios te lo pido. ¿Quieres sentarte?

—No, no hasta que me digas que yo soy la más guapa de la fiesta, dímelo, Rab, ¿verdad que lo soy?

Graciella, desde que era una niña, era especialista en formular ese tipo de preguntas estúpidas, necesitaba como respirar los halagos, los piropos, las palabras vacías de admiración y Rab apenas la soportaba, así que, aunque había prometido a sus padres acompañarla a esa maldita gala benéfica, empezó a calibrar seriamente la posibilidad de abandonarla ahí mismo, con sus requerimientos y sus joyas.

—¿Quieres que sea sincero?, ¿de verdad lo quieres? —Se zafó de su mano y se giró hacia la entrada.

Eve estaba sola, el oficial se había largado y pensó en ir a buscarla para charlar un poco y aclarar ciertas cosas. Sin embargo la intención se le congeló en el acto al ver entrar en el hall a dos personas que eran las últimas que esperaba ver por allí: Rose Spencer, espectacular vestida de rojo, del brazo de Peter Madden, el contrabandista que por lo visto se estaba librando de la cárcel. Miró a Eve y vio que ella acababa de darse cuenta del panorama, hizo amago de correr hacia allí, pero sintió la mano de Graciella reteniéndolo. Se giró para apartarla y la vio lloriqueando.

—¿Qué pasa ahora?

—Me has hecho daño.

—¿Daño? Vale, perfecto, siéntate, ahora vuelvo.

—No, no me dejes sola, no conozco a nadie… ¡Robert!

Pero él ya no oyó nada más. Bajó las escaleras a la carrera y no vio a Eve, había desaparecido, aunque se topó de bruces con Rose Spencer, su antigua amante, que le bloqueó la salida con una gran sonrisa en la cara.

—¿Dónde vas, querido?

—¿Dónde está Madden?, ¿dónde está?

—Se ha ido a charlar con una vieja amiga, ¿por qué?

—¿Dónde se han ido? —La agarró del brazo con violencia y Rose se echó a reír.

—Ya sabía yo que por ella me habías dejado, lo sabía, maldita niña rica caprichosa…

—¿Dónde se han ido? —Se abrió la chaqueta y apoyó la mano en su revolver. Miró a Rose con furia y ella palideció de golpe.

—Al parque.

Salió corriendo hacia Hyde Park, que estaba a pocos metros de distancia. En el camino la Guardia Real intentó detenerlo, porque se acercaba la comitiva de la familia real por su izquierda, pero los ignoró y entró al parque sacando la pistola de su funda. Se detuvo e intentó oír algo en medio del griterío que acaba de desatarse a la entrada del Royal Albert Hall con la llegada de los reyes. Era imposible aclararse en medio del ruido. Miró a derecha e izquierda, pero su instinto lo empujó a bordear el Albert Memorial y seguir el sendero que se adentraba en el parque. Si Madden quería matar a Eve, lo haría en un lugar apartado, y rápido, sin perder tiempo, así que no contaba con un margen muy amplio y pidió a Dios un milagro, uno más, solo uno para poder ayudarla.

—¡No! —el grito de Eve le llegó claro, quitó el seguro del revolver y caminó hacia ella con precaución, entró en un pequeño claro y fue entonces cuando comprendió que acababa de cometer una enorme estupidez.

—Exactamente donde te quería, listillo, ¡suelta el arma!

Madden posó el cañón de la pistola en su nuca y él tiró la suya al suelo. Miró al frente y vio a Eve despeinada y llorosa, debatiéndose con un tipo enorme que la sujetaba por la cintura, algún bastardo le había dado una bofetada y tenía el labio partido.

—Deja que ella se vaya.

—Muy galante, McGregor, pero estamos aquí por culpa de esta zorra, ¿verdad, guapa?

Madden se acercó a ella y volvió a abofetearla, Rab saltó para sujetarlo pero Madden fue más rápido, giró y le golpeó la cara con la pistola.

—Apártate, McGregor, no me toques.

—¿Qué demonios quieres?

—Voy a liquidarte, por chivato y asesino. Por matar a mis familiares y por denunciarme a la policía, pero antes quiero que veas lo que le haremos a tu guapa ramera —acarició la cara de Eve con el cañón del arma y siguió hablando como si se hallaran en un club de campo—. Rose, que es una chica lista, dijo que morderías el anzuelo y que vendrías a mí como un corderito si se trataba de defender a la señorita Weitz, y aquí te tengo, pobre imbécil —deslizó el revolver por el cuerpo de Eve y le subió la falda para echar un vistazo elocuente—. ¿Sabes qué, jock? Nunca debiste dejar a una mujer como Rose Spencer, hay algunas zorras que pueden llegar a ser muy vengativas, y Rose es de esas. Te quiere muerto, a ti y a la dama, y consiguió llevarme derechito a donde estabais los dos a tiro, buena chica, la recompensaré bien.

—Apártate de ella.

—¿De esta damita? Ummm, creo que no, aunque no tengo mucho tiempo, así que empezaremos ya y lo haremos con ella…

—¡No!

Vio con horror como se acercaba a Eve, la agarraba por el pelo y la obligaba a abrir la boca con el cañón de la pistola, ella lloraba e intentaba zafarse, pero su captor era infinitamente más fuerte. Miró de reojo a su lado y vio a dos esbirros de Madden apuntándole.

—No lo hagas, te pagaré lo que sea.

—¿Dinero?, tengo más dinero que esta zorra y tú juntos. ¡Abre la boca, Weitz! Seguro que sabes hacerlo muy bien, venga, zorrita, hazlo para mí.

—Te detendrán enseguida, la zona está llena de policías, la familia real acaba de llegar al teatro…

—Una ocasión espléndida para disparar y huir sin ser detectados… con tanto ruido… Ya me entiendes…

—Vale, bien, vamos a hablar —cuadró los hombros y tragó saliva, era imperioso pensar y parecer indiferente, dar alternativas a ese cabrón y ser más listo que él. Respiró hondo y sonrió—. Seguro que podemos llegar a un acuerdo justo para todos.

—¿Un acuerdo?, ¿contigo?, ¿por qué?

—Porque Eve y yo tenemos dinero, podemos dártelo, y al final es lo único que importa, ¿no?, sacar algún beneficio de todo esto.

—Mi único puto beneficio, jock, será veros a los dos muertos.

—¿Y que sacarás con eso?

—Ummm… placer… Puro y auténtico placer, la venganza es lo que tiene.

—Mátame a mí, yo disparé a tu familia…

—Por ella…

—Por ella, pero además se lo merecían, no eran más que una panda de putos cabrones de mierda…

Eve lo miró con cara de espanto y Madden, después de fruncir el ceño, se echó a reír a carcajadas.

—¡Tiene huevos el señorito! —exclamó, haciendo sonreír a sus compañeros—. A ver si los sigues teniendo cuando mate a tu zorrita.

—¡No!, por favor…

—Tarde, McGregor, muy tarde, despídete de ella…

«La desesperación a uno lo ciega», pensó Robert en ese momento, impotente. Ya no tenía nada que perder y sintió las lágrimas mojándole el rostro, así que se lanzó otra vez contra ese delincuente. Este le propinó una patada para apartarlo y sus hombres se acercaron para encañonarlo, un segundo de confusión que Eve aprovechó maravillosamente: levantó la rodilla y golpeó a Peter Madden con toda el alma en la entrepierna, haciéndolo caer de rodillas, chillando de dolor. Su captor la soltó y ella se escabulló lanzándose al suelo, Robert agarró el arma que el contrabandista había soltado en medio del escándalo y disparó sin dudar a dos de sus esbirros, derribándolos en el acto, aunque aquello no fue suficiente.

—¡Mátalo, Fred! —chilló Madden, y el tipo le disparó alcanzándolo en el hombro.

Eve gritó y gateó por el césped hacia él tanteando el suelo, necesitaba un arma, el arma de Robert, la pistola que había soltado al ser descubierto.

—¡Coge a la zorra!, ¡mátala!

—A ella no —susurró Robert, levantó la mano y disparó otra vez, hiriendo al dichoso Fred en el brazo donde llevaba la pistola, y el individuo se quejó y soltó el revolver—. A ella no la toques.

—La tocaré, sí que la tocaré, tanto que me rogará que le pegue un tiro, hijo de la gran puta… —masculló Madden furioso, rojo de ira. Se acercó despacio y le apuntó directamente a la cabeza.

McGregor estaba de costado, malherido y sangraba como un cerdo, ya no podría volver a empuñar un arma, así que martilló la suya desde muy cerca, le reventaría esa cara de niño guapo que tenía, pensó, lo remataría ahí mismo, delante de la zorra que lo había ayudarlo a venderlo a la policía.

—Adiós, escocés hijo de la gran pu…

—No, a él no lo toques —de pie a su espalda Eve habló con calma, con la voz ronca y controlada.

Madden se giró hacia ella muerto de la risa, la escupió en la cara con desprecio y entonces Eve lo hizo, disparó a quemarropa, hiriéndolo de muerte en la frente.

Su sangre la salpicó, y la sintió caliente y espesa mojándole la cara, pero no titubeó y volvió a disparar, esta vez en el pecho, para asegurarse de que estaba muerto.

—Eve —susurró Rab desde el suelo y ella se arrodilló a su lado, se sacó la chaqueta y le taponó la herida del hombro—. Dame la pistola, dámela.

—Shhh, tranquilo, te pondrás bien, te pondrás bien —lo abrazó, llorando a mares y besándole la cara—. Te pondrás bien, no permitiré que me dejes, no lo permitiré.

—Dame la maldita pistola —ella se la entregó y él la empuñó más aliviado—. Yo he matado a esta gente ¿eh?, nos quisieron atracar y yo te defendí, ¿queda claro, Eve?

—Sí.

—Júramelo, no dirás que lo has hecho tú.

—Lo juro.

—Muy bien, abrázame, preciosa, porque eres preciosa, ¿lo sabes, Eve? —dijo, y ella lo acurrucó contra su pecho llorando—. No paso una hora sin pensar en ti, ni una sola.

—Yo tampoco.

—¿Me perdonas? No quise hacerte daño, yo…

—Shhh, claro que te perdono, no hay nada que perdonar, yo te quiero, te quiero más que a mi vida, Rab, por supuesto que te perdono.

—¿En serio…? —La miró a los ojos y sonrió iluminando el parque, y ella se inclinó y lo besó en los labios—. Creo que estoy enamorado de ti, Eve.

—Pues yo estoy segura de que estoy enamorada de ti, Rab McGregor.

—Eso me curará las heridas.

—Claro, te pondrás bien.

—¿Señores? —Las linternas de los guardias del parque los sorprendieron en medio de la carnicería.

Eve levantó la vista y pidió ayuda a gritos. Enseguida comenzaron a llegar muchos hombres de uniforme: la policía, la Guardia Real, los miembros del ejército que custodiaban la zona. Alguien quiso apartarla de Robert, pero no lo permitió, y taponó la herida sin dejar que nadie lo tocara, nadie, hasta que oyó la sirena de una ambulancia y comprobó que los sanitarios podían ocuparse de él.

—No puede subir a la ambulancia, señorita —le ordenó un enfermero, deteniéndola en la puerta del vehículo.

Ella lo miró con los enormes ojos oscuros asustados y no protestó. Sin embargo, Rab se incorporó en la camilla y le sonrió.

—Deje que suba, hombre, es mi hermana esquizofrénica y si la dejo sola podría hacer una locura.

Eve soltó una carcajada y se echó a llorar con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Cómo dice, capitán? —El enfermero lo miró muy serio.

—Déjela subir, cabo, no pienso ir al hospital sin ella.

—¡Rab, Rab!, por el amor de Dios, ¿qué te ha pasado?

Lady Graciella, de la que Eve se había olvidado completamente, apareció junto a ella y la empujó para mirar dentro de la ambulancia con cara de desesperación. La seguían un par de caballeros vestidos de gala, uno de ellos un conocido miembro de la Cámara de los Lores, que comenzó a dar instrucciones a diestro y siniestro, haciendo que la policía obedeciera de forma automática. Eve se apartó un paso y observó la escena sin poder dar crédito, pero sin atreverse a intervenir.

—Déjeme subir, es mi prometido, déjeme subir, Robert, por el amor de Dios ¿qué te ha pasado, amor mío?

—Eve —llamó Rab en un susurro, no le salía la voz y se incorporó para buscarla con los ojos, pero solo fue capaz de ver la seda del vestido de Graciella y un montón de hombres apartando a Eve a empujones, quiso levantarse y saltar para impedir que la tocaran, para consolarla y hablar con la policía. No podía dejarla sola precisamente en ese momento, era una locura, pero fue imposible, no tenía fuerzas y se desplomó en la camilla sintiendo las manos de Graciella en su cara. Aquella mujer era su amiga, pero no la quería a su lado, quería que se bajara de la ambulancia y dejara su lugar a Eve—. Eve…

—Shhhh, calla, ¡corra, por el amor de Dios! —gritó Graciella pegada a su oído.

Robert cerró los ojos, pensó en Eve una vez más y perdió el conocimiento.

—Eve, cariño ¿estás bien? —Elizabeth la zarandeó para que reaccionara y luego la abrazó, aunque estaba manchada de arriba abajo con sangre fresca—. Háblame ¿estás sangrando?

—No es mía, es de Rab, está herido y yo… —Miró a su alrededor y se echó a llorar.

Beth volvió a abrazarla y pidió autorización para sacarla de allí, había varios hombres muertos por el suelo y las imágenes eran espantosas. Afortunadamente apareció su primo Edward y la ayudó a atender a Eve, que temblaba como una hoja, helada hasta los huesos, y a tratar con la policía, que se creyó inmediatamente las palabras inconexas de la joven que hablaba de un atraco, un atraco que el capitán de la RAF Robert McGregor había intentado impedir.

—También es tuya, mira cómo tienes esa cara. Vamos a sacarte de aquí.

—Robert…

—Ya se lo han llevado al hospital, su novia iba con él, se ocuparán de él, ahora debes pensar en ti, te llevaremos a casa.

Y la llevaron a casa. Llegó en un taxi acompañada por Beth y Edward Aldwych, que se portó maravillosamente con ella hasta que consiguió dejarla en manos de sus padres, que lo primero que hicieron fue comprobar sus heridas. Ella se dejó auscultar y atender, estaba cubierta de contusiones y tenía el labio partido, así que su padre tuvo que aplicarle dos puntos de sutura en la comisura derecha de la boca y suministrarle un sedante para que se relajara, porque no hacía más que llorar y temblar balbuceando frases incoherentes sobre Robert herido y el ataque que habían sufrido, y que Beth y Edward trataron de explicar a su familia con los pocos detalles que conocían.

—¿Pero cómo ha podido pasar? —Lloraba Rebeca Rosenberg, observando mientras la atendían.

—Seguramente salieron a dar un paseo, para hablar, e intentaron atracarlos, no sabemos mucho más porque ella no se aclara.

—¿Y él?

—En el hospital, se lo llevaron en ambulancia, parece que estaba mucho más grave.

—Bueno, solo necesita descansar —el doctor Weitz dejó el instrumental en una mesa y los miró suspirando—. Muchas gracias por traerla a casa.

—Faltaría más, mañana llamaremos para ver como sigue, y dígale, por favor, que no se preocupe por el trabajo.

—Beth —Eve se incorporó y la llamó con la mano—. Tengo que saber cómo está Robert, por favor.

—Sí, cariño, iremos a ver como se encuentra, no te preocupes, ahora duérmete, descansa.

—Sí, gracias.

Se durmió viendo los ojos de Peter Madden justo antes de morir, antes de que ella lo matara, antes de que le disparara sin titubear. Era la primera vez que quitaba la vida a un ser humano y aquello la conmocionaba, aunque no se sentía culpable. Había sido para defenderse, para salvar la vida de Rab y aquel era motivo más que suficiente para justificar su pecado. No pensaba sentir culpa, ninguna, y se alegró de que Dios le concediera el pulso firme y la sangre fría para poder hacerlo.

—Eve… —Su abuela le acarició la cabeza y ella entreabrió los ojos, le dolía todo el cuerpo y tardó unos segundos en despertar y recordar todo lo que había pasado—. Cariño, tienes que tomar algo, has perdido sangre. ¿Me oyes?, ¿Eve?

—¿Rab?, ¿sabéis algo de él?, ¿qué hora es? Debo ir a verlo.

—No, acuéstate, tienes que comer.

—¿Qué hora es? —Su voz sonaba pastosa y sintió el sabor a sangre en la boca.

—Las nueve de la mañana.

—Vale, comeré un poco e iré a buscarlo, estaba muy mal herido.

—Cariño, son la nueve de la mañana del 16 de junio, hace dos días que pasó aquello, has dormido casi 36 horas.

—¿Qué? —Se sentó en la cama y se mareó, pero el enfado no se le quitó ni con el dolor de cabeza—. ¿Qué me habéis dado?, ¿por qué me habéis dejado dormir tanto…?

—Porque estabas en estado de shock —la voz serena de su padre le hizo tragarse las protestas—. Necesitabas un sedante y te lo administré, ahora podrás recuperarte mejor.

—Pero… es que…

—El capitán Robert McGregor está en el Royal Hospital de Chelsea, atendido por médicos militares, y se recupera satisfactoriamente, ayer pude verlo y agradecerle que te salvara la vida durante el atraco…

—¿Está bien?

—Sí, y su prometida, lady Graciella Fitzpatrick, cuida personalmente de él, hablé con los dos y ambos son muy optimistas respecto a su recuperación. No tienes de qué preocuparte.

—¿Ella?, si yo… si nosotros…

—Ella se ocupa de todo, no te preocupes.

—Muy bien… —Se le llenaron los ojos de lágrimas y sintió ese dolor en el pecho tan familiar. Ya lo había experimentado antes gracias a la enfermera Spencer, y notó perfectamente cómo se le partía el corazón en trocitos, otra vez—. Gracias, papá.

—Ahora lo importante es que te centres en tu recuperación, hija. El trauma por el atraco y los asesinatos que allí se produjeron puede ser realmente severo, cuidaremos de ti y olvídate de todo lo demás. Robert está bien atendido y, cuando reciba el alta, su prometida lo llevará a Escocia para que se reponga, eso es lo que me han dicho y eso es lo que tú deberías considerar, ¿de acuerdo?

—Sí… —Se aferró a la almohada y se echó a llorar.

Su abuela le acarició el pelo y susurró bajito.

—Llora, cariño, no pasa nada, llora, las lágrimas te curarán.