VI

—No tuve nada que hacer. Mis palabras cayeron en saco roto. María, estoy inquieto. Se va a lanzar y va a salir malparada. Y si se entera David, no te digo nada. Se larga y no le ven más el pelo. David es un hombre viejo, pero su mente es lúcida y además muy inteligente. Supone que su nuera no le quiere, pero no piensa siquiera que le estorba.

—¿Y por qué supones que sabe que Tati no le quiere?

—Vamos, María, vamos. Basta ver a tu hija delante de su suegro. Lo ve un ciego, y David no lo es. Que no le dé afecto, pero eso es lo que necesita David, pero ya que no se lo da, que no le ponga en contra al hijo. A la corta o a la larga, Ernesto se dará cuenta de que su padre es su padre, y puestos a condenar condenará a su mujer.

—O no, no te fíes. La quiere mucho.

—Claro, de eso se vale Tati.

—¿Qué podemos hacer Joaquín?

—Nada. Un día cualquiera llegará David a visitarnos. Nosotros ni media palabra. Es posible también que Tati esté todo el resto de la vida de David pensando cómo abordar a su marido y no se atreva. Es posible, asimismo, que lo que tú has dicho y he dicho yo no caiga todo en saco roto. Algo debe quedar. Mira, hoy mismo iba para el juzgado. Asunto de violación.

—¿Y qué tiene que ver eso con lo otro?

—Mucho, aunque parezca que no. Por lo visto el violador es de buena familia. Ya sabes, niñetes soberbios, viciosos, consentidos... Vamos, ya sabes. Yo los castraba a todos. Pero ellos no hacen eso, ellos defienden al violador y lo van a poner de patitas en la calle hoy mismo.

—¿Y la violada?

—Pues a eso iba. Una chica vulgar. Una muchachita, seguramente, inocente, siendo un bocado para el niñato bien. Ésa es la postura de tu hija como abogado. En vez de defender a la violada, defiende al violador. ¿Entiendes eso?

—La violada tendrá otro abogado.

—De oficio, y perderá el juicio a poco que le metan un tarjetón en el bolsillo. Una mierda, y que me perdone el abogado de oficio.

—Tal vez las cosas no sean como tú supones.

—No —refunfuñó—. Es que seguramente son peor.

—Estás enfadado contra Tati y te pones en su contra, aunque ahora mismo esté llevando el caso más justo del mundo.

—Es que me sacan de quicio ciertas cosas.

El debate entre los dos siguió durante toda la comida.

Después hablaron de retirarse Joaquín.

—Siempre me has prometido llevarme en un crucero por el mundo. ¿Por qué no te jubilas, Joaquín?

Al médico le tembló un poco la voz:

—Mientras trabajo me considero útil, María. Si dejo de trabajar pensaré que ya no valgo para nada. Como David.

—Yo vivo. Es un caso distinto.

Tenía razón.

Pero a él le dolía verse en casa parado sin saber qué hacer ni qué decir.

—No, María —decidió pensándolo un rato, y tenía la voz ronca—. No me jubilo aún. Pienso en David y se me parte las entrañas. ¿Te imaginas a ese hombre sin afectos?

—¿Y el de su hijo?

—¿Supones que tal cual es Tati le permite a Ernesto hablar demasiado con su padre?

—No creo que el egoísmo de nuestra hija llegue a estos extremos.

Pero llegaba.

Tan pronto veía a Ernesto hablando con su padre, ya ella le llamaba para esto o aquello. Casi siempre era para una tontería.

Pero Ernesto la quería y de eso se valía ella.

Ernesto no veía el juego de su mujer.

David, sí.

No era ciego.

Pero se desahogaba con el niño.

Claro que la arpía aquella de la criada todo se lo contaba a su señorita.

¡Como si él estuviera sordo!

Necesitaba lentes para ver, claro, pero los oídos, gracias a Dios, estaban en perfecto estado, y a veces oía cosas que le dejaban sumamente triste.

Pero él no quería interferir en el matrimonio.

Eso de ninguna de las maneras.

De modo que se iba a su cuarto a hablar imaginativamente con Lucía, su difunta mujer.

A veces le asaltaba una idea.

¿Y si se fuera?

¿Por qué no?

Pues porque no, porque quería a su hijo y a su nieto.

Los quería con todas las venas de su ser.

A la nuera, no, la verdad es que no la quería.

Pero si no quería a Tati no es porque él tuviera la culpa. Es que Tati se buscó por sí sola aquella indiferencia.

Cuando Ernesto llegó un día y le dijo que se casaba, él se sintió feliz.

Una mujer en casa.

Una mujer ocupando el lugar de la difunta esposa.

¿Por qué no?

Fue, realmente, una gran noticia.

Y cuando supo después que era hija de Joaquín y María, más aún.

Pero en seguida empezó a notar, nada más regresar ellos de la luna de miel, que él era un estorbo en la casa.

Dolió al principio y ya empezó a pensar en irse, en buscarse un apartamento.

Pero después Tati quedó embarazada y él dejó de pensar en irse.

Esperaba al nieto.

Cuando Tati se fue al hospital, él y Ernesto, María y Joaquín andaban como locos esperando los acontecimientos.

Nació un niño.

¡Dichoso niño!

Empezó a quererlo en seguida.

Realmente era el afecto más profundo que había en su vida después del recuerdo de su esposa muerta y del cariño que sentía por su hijo. Pero aún más que por su hijo porque sabía que Ernesto estaba loco por su mujer y se olvidaba un poco de él. Eso lo veía lógico. Lo consideraba normal.

El que Ernesto quisiera a su mujer a él le llenaba de satisfacción. Y, además, procuraba eliminarse cuando veía que ellos deseaban intimidad.

Pero bien se percataba de que aunque no quisiera Tati intimidad, el solo hecho de verle con él, ya ella lo reclamaba y Ernesto dócil ¿inocente? Pues sí, inocente, ignorando el propósito de su mujer, corría hacia ella.

Así estaban las cosas.

David se preguntaba si estallarían un día o no estallarían jamás.

Él no pensaba irse de allí a menos que le quitaran el nieto. Eso sí, si le quitaban de manejar algo al nieto, se iría volando.

Pero él no daría quejas a su hijo.

Él no destruiría jamás el matrimonio de su hijo y la buena armonía que existía entre ellos.

Una cosa era lo que él pensaba y otra la que estaba tramando Tati.


* * *


Viajaban los dos en auto.

Regresaba al atardecer del despacho.

No siempre lo hacían juntos, pero sí aquel día.

Ernesto tenía aspecto de cansado.

Ella estaba más ligera. Conducía Ernesto.

De repente le preguntó:

—¿Qué tal el asunto de la violación?

—Zanjado.

—¿Sí? — y con interés —. ¿De qué modo?

—El chico libre.

—¿Y la chica?

—Violación consentida.

—¿Confirmado por la chica? 

Tati se atragantó.

Claro que no.

La chica se emperraba en lo mismo. 

Violación forzada.

Pero el chico era hijo de una familia conocida. 

No podía dejársele preso. 

Sería una atrocidad.

—Ya sabes.

Ernesto la miró dudoso.

—¿Saber qué?

—Que hay chicas que por sacar dinero, hacen y dicen lo que sea.

Ernesto era crédulo. 

Creía en su mujer.

Era abogado como él. Habilidosa, inteligente. 

Llevaba casos aparte en su propio despacho.

—De modo que la chica lo que quería era dinero.

—Algo así.

—¿No fue así del todo?

—Pues sí.

—Cuéntamelo.

No.

La chica no quería dinero.

Quería castigo para el violador.

Pero ella, con sus ínfulas de abogado hábil, había logrado convencer al juez de que la chica fue violada por su gusto.

¿Si el asunto estaba claro en su conciencia?

No, claro.

Pero ella era abogado.

Y vivía de sus habilidades, de modo que se fue en evasivas y el marido estaba demasiado cansado para profundizar.

No. Ernesto era honesto.

No entendía de tales suciedades.

De saber que el violador era culpable jamás hubiese aceptado el caso, sino todo lo contrario, se erigiría en defensor de la violada.

Pero Tati se las arregló para que Ernesto no se enterara de nada.

Igual que le pasaba con el padre.

El asunto saltó a la conversación porque Tati también quiso que saltase.

—Hace demasiado calor —comentó Tati.

Ernesto, automáticamente desabrochó el primer botón de su camisa y aflojó la corbata.

—Nada deseo más — dijo — que llegar a casa y darme un baño en la piscina. Seguro que papá anda por allí con Dan.

Tati murmuró desabrida:

—Pues no me gusta.

—¿Qué es lo que no te gusta?

—Eso...

—¿Eso?

Y parecía ajeno a lo que pensaba su mujer.

—Que Dan se bañe a estas horas.

—Con papá está bien.

—Y le consiente.

—Todos los niños son consentidos.

—Pero tu padre exagera la nota.

—¿Qué va a hacer papá más que darle gusto a su nieto?

Y empezó a reír. 

Tati no se reía.

Estaba seria y pensaba que aquél era el momento de empezar a minar la voluntad de su marido.