V

El recado por teléfono lo recogió ella misma.

—Despacho del doctor Pineda —dijo.

Al otro lado oyó la voz de su padre.

—Tati, ¿eres tú?

—Ah, hola, papá. ¿Qué hay?

—Me pregunto si no podrías pasar por mi consulta esta mañana.

—¿Ahora?

—No estaría mal. Hasta las once no abro y como son las nueve y media, tengo tiempo de hablar contigo.

—¿Ocurre algo?

—Siempre ocurre algo —y sin esperar respuesta añadió—: Puedes decirle a Ernesto que sales un rato hasta mi consulta. No queda lejos de vuestro despacho. Supongo que tu marido tendrá ahí sus pasantes y podrá prescindir de ti un rato.

—Tenía pensado ir al juzgado. Tengo aquí el dossier preparado.

—¿Ahora?

—Pues sí.

—¿A qué hora tienes que personarte en el juzgado?

—A las once.

—Bueno, pues te da tiempo.

—Me gustaría saber si es urgente lo que quieres de mí.

—Supongo que lo bastante urgente para que vengas.

—De acuerdo. Hablaré con Ernesto.

—Hasta ahora.

Colgó y puso el dossier bajo el brazo.

No había llevado su coche a la oficina. Sólo lo llevaba cuando tenía pensado salir antes que su marido, y más que nada por las tardes, pues ella se quedaba en casa una hora más que Ernesto. Pero como éste tenía bastante trabajo en el despacho, podría usar su auto para ir al juzgado y de paso ver qué le quería su padre.

¡Cualquier chorrada!

Su padre siempre hacía misterios de cosas tontas.

¿Por qué no se jubilaría de una vez? Ya tenía edad. Y, además, siempre estaba diciendo que se jubilaba y que cuando lo hiciera emprendería un crucero de recreo con su mujer.

Dichosos ellos que podían permitirse ese lujo.

Claro que se lo podían permitir por la edad, y ella prefería ser joven.

Ocupaba un despacho sola, así que lo dejó y se fue al de su marido, donde aquél trabajaba con dos secretarias y dos pasantes.

—Ernesto, tengo que ir al juzgado como has dispuesto, pero en vez de irme media hora antes, me voy ahora porque voy a pasar por la consulta de papá.

El marido elevó vivamente la cabeza.

—¿Es que te sientes mal?

—No. Pero... me ha llamado.

—Ah. De acuerdo.

—Vuelvo aquí a la salida del juzgado, ¿verdad?

—Claro. No creo que hoy nos dé tiempo de ir a casa a comer. De modo que saldremos y lo haremos en el restaurante de la esquina, o si te place pido aquí la comida.

—Hablaremos de eso a mi regreso.

—Bien.

Le besó y se fue presurosa.

Era esbelta y bonita.

Muy femenina.

A su marido le gustaba mucho.

Realmente a Ernesto, desde que se casó con ella, no le apeteció ninguna otra mujer y eso que una de sus secretarias era una monería y encima andaba por último de Derecho.

Se llamaba Berta y era lo que realmente se dice una belleza.

Pero a él sólo le gustaba su mujer.

Si se fijaba en sus pasantes y secretarias era sólo de refilón. Reconocía la que era linda y la que no, pero de eso no pasaba.

No era él hombre de infidelidades.

Él se casó enamorado y le bastaba su mujer. En ella lo condensaba todo.

—Hasta luego, querido.

Aun estando los demás delante, le dio una palmada en las posaderas y la miró sonriente, amoroso hasta que desapareció.

Se entendían bien.

Tenían la misma carrera y hablaban el mismo lenguaje.

Eran ambos apasionados y les gustaba por igual hacerse el amor.

De modo que no había por qué pensar en otras mujeres, ni ella en otros hombres.

Tati salió apretando el dossier bajo el brazo y tintineándole las llaves en la mano.

El auto lo tenía aparcado delante del inmueble. No era tan fácil encontrar aparcamiento, pero si no lo encontraba al regreso, lo metería en el parking que estaba a la vuelta de la esquina.

Era un ciento treinta y dos moderno, pero el hecho de que fuera un auto grande a ella no le asustaba, pues desde los dieciocho años anduvo al volante de autos de distintas marcas y tamaños.

Pensó en su padre.

¿Qué mosca le picaría? Ni por la cabeza se le pasó que tuviera algo que ver con su idea de deshacerse de su suegro.


* * *


Le abrió la enfermera y después de saludarla efusivamente, le dejó paso para que se fuera al despacho de su padre donde dijo que aquél la esperaba.

Eran las diez escasas. Tati no había dejado el dossier en el auto porque contenía documentos importantes y tenía que ventilarlos con un juez con el cual estaba citada a las once. Era un caso especial de violación, y el violador era un muchacho de la alta sociedad que había que salvar a toda costa. Además, aquella violación estaba dudosa, porque, según aseguraba el supuesto violador, la chica estaba de acuerdo y además era una chica de apellido vulgar.

Tati pensaba que cuando los casos se presentaban así, valía más defender al que pagaba más y tenía renombre. Ya hemos visto que Tati era egoísta para todo.

Pero eso ella no lo sabía.

Ella creía ser casi perfecta.

—Pasa, pasa, Tati —dijo el padre al verla.

Parecía jovial.

No se daba a la edad que tenía, aunque sí lucía un cabello completamente blanco, pero su piel era casi tersa.

Vestía la bata blanca aún desabrochada y colgaba las gomas del cuello.

—¿Qué ocurre, papá?

—Supongo que tendrás tiempo para sentarte.

Tati miró la hora.

—No dispongo de mucho —dijo—. Voy para el juzgado número dos.

—¿Qué caso llevas?

—Violación.

—Yo los castraba a todos.

—Eso es mucho decir. Además esto está dudoso. El supuesto violador asegura que la chica estuvo de acuerdo.

El padre empequeñeció los ojos.

—Es de buena familia el violador...

—Por supuesto.

—Y la violada, una mierdica, ¿no?

—Pues...

—¿A que es así?

—Papá...

—No me gustaría ser abogado y además injusto. El pez gordo siempre se come al pequeño, y lo peor de todo es que seguramente habrán embaucado al juez y le habréis hecho ver las cosas como a vosotros os dio la gana. Parece mentira de Ernesto.

—No es caso de Ernesto. Es caso mío.

—¡Ji!

—¿Qué pasa, papá?

—Como el de David, ¿no?

Tati no caía en la cuenta.

Realmente aquel día ya se había olvidado del asunto de su suegro.

O, por lo menos, lo había dejado en suspenso para atacar cuando lo considerara oportuno.

—No te entiendo.

—Te he llamado por eso. Tu madre me contó lo que le has dicho el otro día de tu suegro.

—Ah.

—Y según parece estás dispuesta a convencer a tu marido para que convenza a su vez a su padre para irse a una residencia de ancianos.

Tati se mantuvo firme.

—¿Y bien, papá?

—¿Cómo que y bien? ¿Tú estás tonta? ¿Sabes lo que hará David si conoce tus intenciones?

—No lo sé ni me importa.

—Largarse, y tu vida junto a Ernesto se convertirá en un infierno.

—Ernesto me ama.

—Seguro, no lo dudo un momento, pero tampoco dudo que quiere profundamente a su padre y motivos tiene para ello.

—Entre la esposa y un padre, reconoce conmigo, que primero es la esposa.

—Sí, cuando es justa, pero no cuando es injusta.

—¡Papá!

—Tati... estás patinando —la apuntaba con el dedo enhiesto —. Te lo advierto. Ernesto puede reaccionar como tú deseas en principio, pero si se pone a reflexionar, y es hombre reflexivo, tú llevarás las de perder. Tu matrimonio funciona bien. Me consta que funciona. Además, en esta época y tal como andan las cosas en la pareja, un hombre como Ernesto no volverás a encontrarlo. Hay muchos hombres por el mundo, pero casi todos tienen este o aquel defecto. Ernesto no tiene más vicio que el de quererte a ti y es un vicio normal y estupendo, es hogareño, apenas fuma... no te cambia por otra mujer.

—Papá —le frenó—, ¿y por qué tienen que cambiar las cosas entre él y yo suponiendo que el padre nos dejara en paz?

—Porque es hijo y un buen hijo, y David fue un padre de los mejores.

—Pero es un suegro impertinente y un abuelo insoportable...

—Te disparas. No tienes ninguna razón —suspiró—. Ya veo lo que sería de mí o de tu madre si nos faltáramos uno a otro.

—Es que vosotros sois mis padres.

—Hala, eso. ¿Y qué seríamos para Ernesto si pensara como tú piensas hoy de su padre?

Tati estuvo a punto de estallar.

Los nervios la traicionaban.

Pero ella no se desmontaba de lo dicho.

Pensaba hurgar en la voluntad de su marido un día y otro día hasta hacerle ver que el padre estorbaba para su auténtica felicidad.

Que su padre dijera lo que quisiera y que se le uniera su madre. Al fin y al cabo, si tanto apreciaban a David que le invitaran a vivir con ellos.

—Mira, Tati, mira. Eres mi hija y me importa muchísimo tu felicidad. No la destruyas. Deja las cosas como están. Ernesto ama a su padre muchísimo y le respeta y aún hoy le pregunta cosas, le consulta. Si tú te metes por medio, saldrás perdiendo. Eso por una parte, por otra no se trata ya de dinero o no, de cuarto para tu hijo o no, se trata de que David no tiene afectos y es lógico que los busque en su nieto. Tú no se los das y a ciertas edades lo que realmente se necesita no es confort, sino afecto sincero y verdadero.

Nada.

No la convenció.

Tenía prisa y se fue a escape, casi sin responderle.

Más tarde el marido lo comentaría dolido con su mujer.