CAPITULO PRIMERO

—¿Qué miras, Martine?

—El yate de Mark Mansfield, que acaba de anclar en el puerto.

—Otra vez lo tenemos aquí —dijo Ann Williams, suspirando—. ¿Crees tú que se quedará en Troon mucho tiempo?

Martine Morgan, heredera del muy noble lord Konen, se volvió con lentitud. Era una linda joven rubia, de grandes ojos claros, los cuales contemplaron ahora a su aristocrática amiga con cierta ironía mal disimulada.

—Lo ignoro, Ann. Cuando me levanté esta mañana lo he visto aquí. Me refiero a su yate.

—Lady Hamton estará satisfecha de verlo de nuevo en su castillo.

—Sí, como todas nosotras.

Martine dio la vuelta sobre sí misma y fue a tenderse en el canapé entre revuelo de faldas perfumadas. Encendió un cigarrillo con ademán indolente, muy característico en ella, y comentó:

—Me gustaría que el poderoso Mark me pidiera por esposa.

Ann se echó a reír.

—¿Tú sola? No todos los días aparece un partido como Mark Mansfield, querida Martine. Ten en cuenta que su fortuna es extraordinaria y nosotras deseamos un marido rico.

—Lo necesitamos, Ann —apuntó la otra, burlona—. Papá tiene una gran fortuna, pero somos varios hermanos y las mujeres de nuestra raza se han casado siempre con hombres poderosos. Ello indica que yo, como todas mis antepasadas, debo esperar al mirlo blanco, y si no llega…, no me seduce nada la idea de quedar soltera.

Ann suspiró.

—Nos será fácil cazar a un hombre como Mark, que no cree en el amor de las mujeres.

—Somos muchas las que estamos dispuestas a convencerlo con nuestras coqueterías, pero no creo que ello sirva de nada.

—Martine, si me lo permites te digo algo en secreto.

La aludida contempló a su amiga a través de las volutas de humo que escapaban con voluptuosidad de su bien trazada boca.

—¿Un secreto?

—Para ti y para mí lo es.

—Pues dime…

—Detesto a Mark Mansfield, detesto sus ironías, sus sonrisas sarcásticas, su palabra fácil, su descaro en la mirada, su burla, que nos acecha a cada instante.

Martine se sentó de golpe en el canapé y al pronto no dijo nada. Después soltó el cascabel de su risa y manifestó, entre hipos:

—Daría…, ¡qué sé yo lo que daría!, por verlo a mis pies para mofarme de él. Me casaría, Ann, pero —bajó la voz y añadió, con rara entonación—: Lo detesto como tú, Ann, o quizá con mayor intensidad si esto es posible. Si hay alguien que ponga todos nuestros defectos a ventilar, ése es Mark. ¿Recuerdas la última fiesta a la cual asistió Mark antes de marchar?

—La recuerdo muy bien.

—Aquella noche creí que tenía el triunfo en mi poder y el rey del petróleo se rió en mis propias narices. Me dijo que era una coqueta, que no buscábamos el corazón de los hombres, sino satisfacer nuestra vanidad inconmensurable. Añadió que ninguno de los repliegues de nuestro carácter le pasaba inadvertido y terminó diciendo que de buen grado se convertiría en un pobre mendigo. Con ello significaba que lo que deseábamos era su capital.

Ann sonrió.

—¿Acaso no es cierto?

—El hombre en sí es… magnífico —dijo Martine, muy bajo, pensativamente.

—Otros muchos en Troon son tanto o más magníficos que él y pasan por nuestro lado como si pasaran nubes de verano. Estamos solas, Martine, y podemos quitarnos nuestras caretas. Tanto tú como yo, como Fhyllis Haymes y tantas otras, no buscamos un hombre porque nos lo inculcaron así desde chiquititas. Buscamos elevar más y más nuestra posición social y económica.

—No me irás a decir que Mark Mansfield es un aristócrata cien por cien.

Ann volvió a sonreír con sonrisa mundana.

—En los tiempos actuales, la aristocracia es el dios dinero. ¿O es que sueñas, Martine? Aparte de eso, Mark será algún día lord Hamton, puesto que la muy estirada tía Isabel Mansfield dejará su fortuna y su título al americano millonario. Hoy tiene pozos de petróleo, mañana se unirá a ellos la fortuna nada despreciable de Isabel Mansfield, lady Hamton, y Mark será uno de los hombres más codiciados de nuestra sociedad. Tu padre es muy orgulloso, Martine, ¿pero crees que no te hubiera permitido casarte con Mark?

Martine no dijo que sus padres lo estaban deseando, ¿para qué? La afirmación no la necesitaba Ann porque la conocía de antemano. Una negación hubiera resultado ridícula, fuera de lugar.

—Mira su yate —dijo por toda respuesta—. Fíjate qué elegancia, qué blancura, qué majestad. Parece el mismísimo Mark.

Ann suspiró.

—A estas horas todas nuestras amigas estarán mirando como nosotras.

—Sí.

—Y volverás a mirar cuando una mañana, después de una gran velada social, el yate desaparezca sin dejar rastro. ¿Cuántas veces, en el transcurso de estos años, apareció y desapareció su yate de la bahía? —sonrió veladamente—. Muchas. Ni Isabel Mansfield ni nuestras coqueterías han retenido más de un mes en Troon a nuestro hombre.

—Me gustaría ser Mark Mansfield —rió Ann, con cara de niña ingenua.

—¿Acaso crees que yo dudaría un instante en cambiarme por él?

—Estamos hablando tonterías. ¿Sabes? Vengo a buscarte para ir al club y aún estás sin vestir.

—Lo hago en un instante.

Pulsó un timbre e inmediatamente apareció una doncella en el umbral del gabinete.

—Voy a salir —dijo Martine—. Prepárame el baño.

—En seguida, señorita.

* * *

Mira, Fhyllis, el yate de Mark. ¡Dios mío, daría… qué sé yo lo que daría por casarme con él!

—Pues no te hagas ilusiones —rió Lil Sanz, con sonrisa cautivadora—. Yo no digo lo que daría por casarme con él porque de todos modos no voy a conseguirlo. Ni lo conseguirá Ann con su sonrisa mundana, ni Carolina, ni Martine Morgan, ni ninguna otra.

—Algún día tendrá que casarse y su tía lo está deseando.

—Sí —admitió Lil, pensativamente—. Isabel Mansfield lo está deseando. Cualquiera de nosotras le agradaría a lady Hamton como esposa de su sobrino. Pero Mark no está de acuerdo.

—¿Crees que tiene algún amor en secreto?

—Lo dudo. En Troon no lo tiene porque se hubiera sabido.

—Esos hombres cargados de dinero y de mundología nunca dicen lo que tienen. Y si no es en Troon, está en otra parte cualquiera del mundo. Ten en cuenta que navega constantemente y quizá en una de sus visitas a los países exóticos…

—No es hombre de amoríos fáciles —comentó Lil, sin dejar de mirar por el ventanal hacia el puerto donde el yate blanco del rey del petróleo parecía mecerse majestuosamente— Mark tiene o no tiene, y puesto que no lo dijo, es que no tiene nada.

—Lil —murmuró Fhyllis, con acento apagado—. Lo que más temo en el mundo es el sarcasmo de Mark.

—También yo —admitió la otra, con despecho—. Todos nuestros defectos salen a relucir cuando menos se espera en la boca de ese hombre.

—La que tiene más probabilidades de éxito es Carolina Arnold, no sólo por su belleza cautivadora, sino por su mundología, por su don de gentes, por su coquetería, por su alcurnia y por la amistad que une a lady Alicia con la tía de Mark.

—No me considero una idiota —adujo Lil, despampanante y retadora—. Mírame. ¿Soy fea? ¡Mil veces no! ¿Coqueta? Con delicadeza —rió, moviendo sus hermosos ojos negros— ¿Mundología? En grado correcto. ¿Don de gentes? ¡Bah! Desde que era así —y puso la mano a la altura de su rodilla— recuerdo fiestas, personalidades y reuniones. Era un ratoncito Pérez y ya caminaba erguida y serena por los grandes salones de mi casa haciendo reverencias y hablando con personajes imaginarios. Y en cuanto a linaje, no olvides que pertenezco a una de las mejores familias de Escocia.

—Lo que indica que no pierdes las esperanzas —sonrió Fhyllis, burlonamente.

—Exacto. No señales a Carolina como posible esposa de Mark. Ya te he dicho que cualquiera de nosotras sería bien acogida por la orgullosa Isabel de Mansfield.

—Menos yo.

Lil se echó a reír de buena gana. Contempló a su amiga detenidamente y su sonrisa se acentuó. Fhyllis Haymes era una criatura ideal. Delgada, morena, esbelta y cimbreante. Pero pese a su gran capital, su papá era de procedencia oscura, casado con una aristócrata inglesa hacía exactamente diecinueve años y aún nadie olvidó el ruido producido por aquella boda desigual A juicio de Lil Sanz, aquello no tenía ninguna importancia, pero Fhyllis sabía muy bien que para el de la orgullosa Isabel de Mansfield la tenía mucha

Y sabía asimismo que dada la escasa salud de la dama, Mark, que adoraba a su tía, no sólo por ser su tía y hermana de su padre muerto, sino porque era su único pariente, acataría los consejos de la dama sin rechistar en el supuesto de que decidiera elegir esposa. Era sabido que Mark, cuando se casara, cosa que nadie sabía cuándo iba a hacerlo, se uniría a una hija de algún amigo de la dama. Mark nunca efectuaría un matrimonio desigual y todas las jóvenes aristócratas de Troon le tenían echado el ojo sencillamente. Pese a sus ironías, a sus burlas y a sus sonrisas sarcásticas, todas las jóvenes de Troon lo amaban un poco, no sólo por sus muchos millones, sino porque realmente era un gran mozo.

—¿Por qué tú no? Todo sería que a Mark se le metiera en la cabeza hacerte su esposa.

Fhyllis sonrió bondadosamente.

—Ya se encargaría lady Hamton de echarme de ella. He visto a esa dama en varias fiestas desde que me presentaron en sociedad. Lil, jamás odié a nadie, pero a Isabel de Mansfield, sí. Es orgullosa y exigente. En vida de mamá jamás nos invitó a uno de sus jueves famosos. Tú sabes, como lo sabemos todos, que la persona que es invitada a un jueves de lady Hamton se eleva seis peldaños en la vida social, y pese a que mamá fue compañera de ella cuando ambas estudiaban en el pensionado de París, siempre la desconoció desde que mi madre se casó con papá.

—Quizá eso infiuya para que Mark se fije en ti.

—Y se fija —sonrió Fhyllis—. Claro que sí. Aparte de los jueves de lady Hamton, yo soy invitada a todas las fiestas que se celebran en Troon, y a mi casa acuden todos los aristócratas cuando papá decide celebrar una reunión. Recuerdo incluso que Mark fue invitado en una ocasión a nuestro coto de caza y aceptó encantado.

—¿Y por quó no trataste de conquistarlo entonces?

—Porque Mark siente pasión por la caza y le importeó un rábano la hija de su amable anfitrión.

—Como siempre: el caballero desdeñoso. ¿Sabes lo que te digo, Fhyllis? No me explico por qué Isabel de Mansfield desea una aristócrata para su sobrino, puesto que él no lo es.

Fhyllis se echó a reír, ahora de buena gana.

—Pero, Lil, ¿te has entontecido de repente? Mark cuenta los millones por docenas, tiene pozos de petróleo en varias partes del mundo, su madre era una dama aristócrata cien por cien y el hecho de que su padre fuera sólo un millonario no fue obstáculo para que al hijo se le recibiera con todos los honores en los grandes salones londinenses. Ten en cuenta, además, que el día de mañana será lord Hamton y este título es uno de los más antiguos de Inglaterra.

—Muy enterada estás —rió Lil, divertida.

—Me lo contó papá que nunca tuvo tantos millones como para que le fuera perdonada su falta de nobleza.

—¿Sabes lo que te digo? Con Mark, su tía y demás cuentos tártaros, nos estamos perdiendo un tiempo precioso. Vístete. Ann y Martine me llamaron por telífono y quedamos en reunirnos en el club.

—En seguida estaré. ¿Me ayudas tú? Prefiero prescindir de mi doncella.

* * *

—¿Qué miras, Carolín? —preguntó lady Arnold, situándose tras la espalda de su única hija.

—El yate de Mark, mamá. Por lo visto ha llegado anoche.

—¿De varas?

Su boca sonrió y los ojos brillaron tras los cristales de aumento.

—Carolín, hijita, no te lo dejes escapar esta vez. Es demasiado precioso el capital de Mark y su linaje no es despreciable. Procura que esta vez no se marche sin decir adiós. Y mejor es aún que te lleve consigo.

La hija dio la vuelta. Era alta, distinguida, rubia, y tenía los ojos azules y grandes. Una gran belleza demasiado perfecta quizá para el hombre de origen americano que gustaba de la sencillez y de las cosas pequeñas y frágiles. El contraste, claro. El era alto, flaco y esbelto. Aquella linda aristócrata era esbelta también, pero su estatura no desmerecía al lado del zanquilargo, y ya dijimos que a Mark le gustaban las cosas pequeñas.

—Es difícil, mamá.

—¿Por qué? Isabel se alegraría de ello.

—¿De qué?

—De que te casaras con su sobrino.

—Sí, también a mí me gustaría. Pero Mark es demasiado…, demasiado desapasionado, y no se casará a tontas y a locas. Bajo su máscara de sarcasmo se oculta un gran temperamento y busca algo ese temperamento. Que lo encuentre o no, lo ignoro.

—Puedes ser tú.

—Sí. También puede ser Lil Sanz, Martine Morgan, Ann Williams o Fhyllis Haymes.

—Esta, no.

—Bueno, descártala, pero no descartes a la hija de lord Konen ni a sus amigas. Todas están locas por Mark.

—Por su dinero.

Carolina sonrió con risa mundana.

—Como yo —admitió de buen grado.

—Una chica pobre y de origen anónimo puede enamorarse de un hombre, aunque te repito que el amor es una estupidez. Pero una chica como tú y tus amigas no puede enamorarse de nadie. El corazón libre, el cerebro despierto, el sentido alerta, la coquetería, que es la que vuelve locos a los hombres, siempre en los ojos y en la sonrisa. Esa es la lección que tú tienes aprendida. ¿No es cierto?

—Lo es.

—Pues adelante. Mark no puede esperar amor de la mujer porque tiene demasiado dinero y nunca lo amarán por sí mismo porque… hemos de reconocer que es detestable.

Carolina abrió mucho sus sabios ojos de niña bien ambientada en lides amorosas.

—¿Detestable? ¡Pero si es magnífico!

—Sí, con su sarcasmo y todo, quizá te parezca magnífico, pero procura no enamorarte. Una mujer enamorada es una nulidad.

—¡Mamá!

—Cuando se quiere pescar a un hombre, lo mejor es mantenerse al margen de los sentimientos. Eso llega después. Antes hay que enamorar. ¿Me entiendes?

—Lo sé de memoria —rió Carolina, sin gran convicción.

—Esta tarde iré a visitar a Isabel. —Puso cara compungida y añadió—: La pobre está muy enferma. ¡Y antes de morir quiere dejar casado a su sobrino!

—¿Y crees tú que Isabel de Mansfield intercederá por mí cerca de Mark?

—Estoy segura de ello. A Isabel le agradas y somos, además, muy amigas.

—Eso me satisface.

—Si ves a Mark en el club, procura que te acompañe hasta aquí. Lo invitaré al aperitivo y lo tomaremos los tres en la terraza.

—Es que Martine tendrá la misma intención. Y las otras…

—Pero cada una procura ser ella la vencedora. Has de ser tú, por ser la más bella.

Carolina no estaba muy segura de su triunfo. Una sonrisa sarcástica de Mark era suficiente para desarmarla. Y contra lo que la madre aconsejaba, ella estaba prendada del hombre, aunque reconocía que si fuera Mark un marinero de su yate no se hubiera enamorado de él jamáś. Pero por algo era una niña de gustos refinados. ¡Ironías de la vida!

—Me voy, mamá —dijo, tomando de manos de una doncella el bolso y los guantes—. ¿Tengo el auto preparado, Mary?

—Sí, milady.

—Iré en seguida.

Se fue la doncella y la joven milady miró a su madre.

—Daría algo —susuró, soñadora, mirando la silueta del yate blanco— por verme en el puente y navegar en compañía de Mark Mansfield por todos los mares del mundo.

—Lo conseguirás, querida.

—Yo lo dudo.

—Cuidado que eres pesimista. Anda, márchate ya. Recuerda que os espero para tomar el aperitivo en la terraza.

—Todas las mamás de Troon —dijo la joven, divertida— han despedido hoy a sus hijas con esa recomendación. ¿Quién crees que será complacida?

—Sin duda alguna Lady Arnold.

Carolina se fue, al fin, tras enviarle un beso con la punta de los dedos.

—Deséame suerte, mamá —pidió antes de desaparecer.

Lady Arnold le sonrió animada y fue hacia el ventanal, donde apoyó la frente. Su hija, gentil y hermosa, subía al auto blanco, y sentada ante el volante, el lujoso vehículo se perdió en el parque y luego en la calle.

Lady Arnold se retiró suspirando.