CAPÍTULO SIETE
El día del malentendido en la oficina
Con violencia y causando un gran estropicio, Marny soltó la pesada carpeta sobre el escritorio de Alan, quien se puso rígido ante el ataque.
—¿Qué se te ofrece, Marny? —preguntó con frialdad.
—Que te aproveche mi reportaje. Estoy segura de que es más fácil finalizar el trabajo a medio hacer de otro compañero, ¿No?
Cabreado, Alan se levantó y le devolvió la carpeta de mala gana.
—No sé de qué me acusas, maldita sea.
—Me has arrebatado mi reportaje. El jefe te lo ha encomendado cuando yo lo estaba acabando. Enhorabuena, ahora solo tendrás que poner tu nombre en esta carpeta.
La acusación lo ofendió más de lo que fue capaz de disimular.
—Vete al infierno, joder. Yo no tengo nada que ver en esto.
Aireado, arrojó la carpeta al suelo y se largó de allí para fumarse un cigarrillo lejos de aquella mujer que tan empeñada estaba en acusarlo. Indecisa, Marny lo contempló alejarse sin saber qué pensar. Por primera vez, albergó dudas acerca de si no habría acusado a Alan de algo con lo que poco tenía que ver.
En la terraza de la oficina, Alan encendió un cigarrillo que se llevó a la boca. Apoyado sobre la barandilla, su jefe hablaba por teléfono a voz en grito. Sin importarle lo más mínimo, se acercó a él y lo interrumpió.
—¿Qué cojones es eso de que el reportaje de Marny es mío? —lo increpó furioso.
Su jefe lo acribilló con la mirada, intercambió un par de frases con el interlocutor y se volvió hacia él con cara de pocos amigos.
—Marny está hasta arriba de trabajo. Es lógico que te pase el reportaje.
—Ella no piensa lo mismo.
—Me importa una mierda. Además, ese reportaje le viene grande.
Alan apagó el cigarrillo con la suela del zapato, molesto porque aquel tipo pusiera en duda el valor de Marny.
—Sabes de sobra que eso es mentira. Que gane menos dinero y la explotes como becaria no significa que sea menos buena que el resto de nosotros. De hecho, sus reportajes reciben buenas críticas.
Su jefe le puso una mano en el hombro.
—Cuidado —le advirtió con cautela—. Se te nota demasiado que estás colado por ella.
Seattle, 18 de Febrero. 20 pm
—Pásame los guisantes —rugió su padre.
No soportaba el hecho de comprobar que pese a sus problemas monetarios, Marny lucía una sonrisa permanente en los labios. Detestaba que se dedicara a un trabajo que él consideraba típicamente masculino. Marny conocía tal hecho, y pese a la insistencia de su casero, no estaba dispuesta a abandonar un trabajo mal pagado que la apasionaba.
Tras el almuerzo, ayudó a su madre a recoger los platos. Su padre estaba charlando con su hermano acerca de fútbol americano, y al parecer, la habían excluido de la conversación suponiendo que dedicarse al periodismo deportivo no le otorgaba conocimientos suficientes para unirse a su conversación. Por tanto, aceptó la taza de té que su madre le ofreció y se sentó a su lado.
—Cariño, ya sé que tu padre intenta echarte de la casa de Queen Anne, pero supongo que sabes que no es más que un viejo cascarrabias obsesionado con que su hija tenga un buen trabajo —su madre le colocó una mano sobre la suya—. Sólo se preocupa por ti.
—Lo sé, mamá. De todos modos, estoy segura de que las cosas irán a mejor —comentó con despreocupación.
Su madre la contempló aturdida.
—Últimamente te encuentro más animada que de costumbre —observó con cautela—. ¿Has conocido a alguien?
Marny sorbió el té para ocultar la sonrisita bobalicona que se le dibujó en cuanto pensó en Alan. No quería hablar de él porque la aterraba precipitarse, pero estaba deseosa de hablarle de él a su madre.
—No he conocido a nadie —negó, lo cual no era del todo mentira. Alan y ella se conocían desde hacía años —. Tan solo estoy replanteándome ciertas cosas.
—¿Estás replanteándote tu relación con Alan? —sugirió muy calmada.
Marny estuvo a punto de atragantarse con el té. Desconcertada, dedicó una mirada arrobada a su madre.
—Ava me lo ha contado. No la culpes, pero está un poco preocupada por ti.
—Ava es una bocazas —soltó mosqueada.
—Marny, a mí no me sorprende en absoluto que te hayas fijado en Alan. Siempre pensé que sucedería tarde o temprano.
—No te entiendo, mamá —admitió.
—Alan siempre te ha mirado con un cariño especial. Supuse que si no daba el primer paso era porque se sentía fuera de lugar.
Marny sintió calor en las mejillas.
—No creo que...
—Una madre siempre percibe ese tipo de cosas. Lo extraño es que tú no te dieras cuenta, porque ese hombre solo tenía ojos para ti. En aquella relación siempre fuisteis tres —repuso.
—¡Mamá! —la censuró ella, pero se detuvo en cuanto comprendió que su madre estaba en lo cierto.
Alan siempre había estado junto a ella cuando lo necesitó. Tras sus discusiones con Michael o en los momentos en los que su novio la dejaba sola, Alan aparecía como por arte de magia. Durante dos años, había pagado con él sus frustraciones y las rabietas que provocó Michael.
Empezó a marearse al ser consciente de la realidad. En ciertas ocasiones, Alan le había lanzado alguna que otra indirecta que ella reconoció como un dardo sexual para acrecentarse el ego masculino. Pero jamás imaginó que él hubiera estado a la espera de una reacción por parte de ella.
Era lógico que respondiera con brusquedad a sus frases cargadas de frialdad si los sentimientos que albergaba poco tenían que ver con el desprecio con el que ella los interpretaba.
¿Por qué habían pasado tanto tiempo rehuyéndose si estaban hechos el uno para el otro?
Se levantó de golpe y cogió las llaves del coche de su madre.
—Espero que no te importe, pero me acaba de surgir un imprevisto.
—Si es el imprevisto que llevas dos años rehuyendo, te doy mi visto bueno.
Corrió hacia la puerta de la entrada y ni siquiera se molestó en despedirse de su padre y su hermano, quienes seguían enfrascados en la conversación. Condujo de camino al ático de Michael con más prisa que de costumbre. Había tenido demasiado tiempo para decirle lo que sentía por él, pero ahora que sus sentimientos se mostraban claros se sentía aturdida y colapsada.
Al aparcar frente a la acera, se le encogió el estómago al vislumbrar el coche de Michael a escasos metros. Conocía la matrícula de memoria, y habría reconocido aquel ostensible audi pintado en un estridente color rojo en cualquier otro sitio. Con un mal presentimiento, subió hacia el ático de Alan.
Cierto era que no tenía por qué rendirle cuentas a su ex de lo que hacía con su vida, pero conocía de sobra a Michael para saber que era la clase de hombre caprichoso y egoísta que no vería con buenos ojos su relación con Alan.
Antes de que pudiera llamar a la puerta, se encontró con la casa de Alan abierta de par en par. Las voces masculinas se escuchaban desde el pasillo.
—¿Cuándo se suponía que ibas a decírmelo? —inquirió la inconfundible voz de Michael.
Marny atravesó la casa y persiguió la voz.
—No tengo por qué decirte nada. Marny y tú ya no estáis juntos.
—¡Ha sido mi novia durante dos años! ¿Qué clase de amigo eres? —recriminó furioso.
—Será mejor que te vayas —la voz de Alan sonó rígida.
Antes de que la tensión explotara, Marny apareció frente a ellos. Alan fue el primero en reconocerla, y Marny no supo si el gesto con el que la recibió fue de alivio o de desconcierto.
—Quería llamar, pero la puerta estaba abierta —ni siquiera se dignó a saludar a Michael cuando pasó por su lado.
Michael los observó a ambos con odio en los ojos.
—¿Por qué haces esto, Marny? ¿Para vengarte de mí?
Alan dio un paso amenazante hacia su primo, pero Marny sostuvo su mano para retenerlo.
—Esto no tiene nada que ver contigo —le respondió muy tranquila—. Me gusta Alan.
Sintió que él la contemplaba de reojo con una satisfacción que no pudo reprimir.
—¡Y desde cuando te gusta, eh! ¡Has pasado dos años de tu vida conmigo! ¿Por qué no te diste cuenta antes? —le gritó.
A Marny la enfureció que él tuviera la osadía de poner sus sentimientos en duda.
—Eso no es asunto tuyo —determinó, a punto de explotar.
Michael habló destilando rabia.
—Lo es si vosotros...
—Lárgate Michael. No me obligues a echarte de casa —le espetó Alan.
El susodicho aguantó la mirada tensa de Alan, y al ser consciente de que tenía todas las de perder, se dio media vuelta y enfiló directo hacia la puerta. Pero se detuvo a medio camino y se volvió con una sonrisa que auguraba las peores intenciones.
—¿Te ha dicho Marny que haces unos días me llamó rogándome que volviera con ella? Por eso fui a buscarla a la oficina. Teníamos que hablar —mintió, para hacerles daño.
Marny fue incapaz de contenerse y corrió directa hacia él.
—¡Mentiroso de mierda! —lo insultó.
Antes de que pudiera golpearlo, Alan se interpuso entre ambos.
—No merece la pena —rugió, sacando a empujones a su primo.
Intercambiaron frases malsonantes en el pasillo, y al cabo de unos segundos, Alan regresó con expresión aireada, a duras penas contenida. Marny supo que no era el mejor momento para abordarlo, pero aún así no pudo evitar preguntar:
—¿No te crees nada de lo que ha dicho, verdad?
A pesar del tono angustiado con el que formuló la pregunta, Alan esquivó su mirada.
—Michael solo dice tonterías —dijo, sin responder a su pregunta.
Marny trató de poner buena cara ante el ambiente tenso que discurrió entre ellos tras la irrupción de Michael. La desconcertaba la frialdad de Alan, por lo que decidió dar el primer paso e interceptarlo por detrás. Pese a que se tensó ante el contacto, terminó dejándose llevar y se giró hacia ella para retenerla entre sus brazos.
—No te esperaba... —comentó, encantado por la sorpresa—. ¿Qué haces aquí?
—Tenía ganas de verte, Alan —respondió con honestidad.
Él apartó un mechón de cabello que le caía sobre la frente y le concedió una sonrisa pícara.
—Esa sí que es una buena respuesta.
Atrayéndolo hacia sí, le mordió el labio inferior. Sintió la reacción de la entrepierna de él, cosa que le encantó.
—Alan, tengo una pregunta que hacerte.
Las manos de él le subieron la camisa.
—Lo que sea...
—¿Quién es la chica que nos interrumpió en tu casa? —inquirió, sin un ápice de recelo. La movía más la curiosidad por conocerlo y derribar las barreras que durante años se habían interpuesto entre los dos.
Él resopló un tanto molesto.
—¿Tienes que preguntar justo eso en este momento?
—¿Una amante? ¿Una vieja amiga? Te juro que no va a molestarme...
La expresión de él denotó incomodidad, pero aún así se atrevió a resolver su duda.
—Al parecer es una amante de Michael. Lo siento, pero Diana no fue la primera con la que te engañó.
Él sopesó su reacción, pero Marny simplemente asintió mientras se hacía a la idea de que durante años había compartido su vida con un extraño. Michael no era más que un mentiroso, y ella se comportó como una frívola al aceptar sus engaños como un mal menor.
—¿Tú lo sabías?
—De haberlo sabido te lo habría contado. Yo no soy como Michael.
—Lo sé.
—Yo jamás me reiría de ti —insistió él.
Marny lo miró a la cara.
—Por eso me enviaste aquel mensaje de texto, ¿Verdad? —adivinó, tomándolo por sorpresa.
Alan se puso rígido ante el descubrimiento, pero no hizo nada por negar la verdad.
—Tenía que hacerlo... no podía permitir...
—Que siguiera engañándome. Lo sé —finalizó por él la frase—. Y te lo agradezco. Pero me hubiera gustado que actuaras con un poco más de tacto, la verdad.
—Lo habría hecho, Marny. Te juro que no quería que te enterases de aquella manera, pero pensé que si te lo contaba a la cara no me creerías. Que seguirías en tu mundo tranquilo y seguro, y que me echarías a mí la culpa de todo.
Marny se apartó de él y lo contempló con ojos vidriosos, ultrajada por la verdad tan dolorosa que él acababa de lanzarle a la cara.
—¡Yo no te habría echado la culpa de todo! —rugió.
Alan se apartó de ella.
—Lo habrías hecho —aseguró sin inmutarse—. Era lo que siempre hacías, pese a que yo estaba para ti cuando Michael se encontraba demasiado ocupado mirándose el ombligo. Nunca me lo agradeciste.
Sin poder contenerse, Marny le soltó un empujón.
—¡Llevas dos malditos años deseando echármelo en cara! ¿Verdad? —le gritó alterada—. ¡Pues lo siento, joder! ¡Siento haber sido tan conformista!
—Marny, lo último que quiero...
—¿Crees que no sé lo que se te ha pasado por la cabeza cuando has escuchado a Michael? ¡Estabas a punto de creerlo! —se zafó de él cuando Alan intentó alcanzarla—. En tu mente sigo siendo aquella mujer frívola y estúpida que sigue enamorada de su primo.
—¿Qué? ¡Claro que no! —exclamó contrariado.
Pese a todo, fue incapaz de seguirla cuando Marny salió hacia la entrada y abrió la puerta. Antes de salir, giró sobre sus talones y le habló con total sinceridad.
—¿Cuándo te vas a dar cuenta?
—¿De qué? —preguntó sin entender.
—De que me estoy enamorando de ti.
Marny se empezó a preocupar como nunca antes lo había estado. Tras su declaración, en la que sentía que había expuesto un pedacito de su vulnerable alma ante Alan, lo lógico hubiera sido esperar una respuesta. Una señal.
Pero durante el fin de semana Alan había desaparecido sin ofrecer rastro alguno. Se sentía tremendamente estúpida, pero también muy decepcionada.
¿Quien comprende a los hombres?; bufó, apartándose el pelo de la cara.
Según su madre, y por lo que ella había podido comprender, Alan llevaba esperando su oportunidad durante dos largos años. Así que carecía de razones para desaparecer justo en el momento que ella empezaba a abrirse para él.
¿Acaso no entiende lo que me ha costado dar el primer paso?
No recibió ni una llamada tras aquella escueta declaración. De hecho, se sentía tan desesperada que hizo algo de lo que más tarde se arrepintió. El sábado regresó a casa de Alan y aporreó su puerta como una posesa para recibir una explicación. Si había alguien en aquel ático, Alan no respondió a su llamada.
Empezó a replantearse que todo había sido fruto de su imaginación. Tras la infidelidad de Michael había sentido lástima de sí misma, así que puede que sus fantasías por ser rescatada la hubiesen llevado a acrecentar los gestos de Alan.
¿Y si él no quería más que un polvo sin compromiso? De acuerdo con su respuesta, era lo más sensato que pensar.
Ava la telefoneó en un par de ocasiones, pero Marny se sentía tan deprimida que fue incapaz de ofrecerle algo más que monosílabos cortantes. Tal fue su estado que su amiga se plantó delante de su casa al cabo de unas horas. En cuanto le abrió la puerta, hizo algo impropio en ella. Se lanzó a sus brazos y prorrumpió a llorar.
Ava trató de consolarla y escuchó con atención su versión de la historia. La expresión de su amiga mudó del asombro al enfado, y Marny comprendió que estaba en lo cierto: Alan no sentía nada por ella.
—Marny, no sé qué pensar...
—Pues no digas nada —musitó acongojada, secándose las lágrimas con el pañuelo—. Está todo claro, ¿No? Alan no me quiere, ¿Y sabes qué es lo peor? Que yo me he enamorado de él sin poder evitarlo.