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Por primera vez en sus diecisiete años, Estel acudirá al baile de primavera del pueblo cercano al Mas donde nació, y eso la mantenía muy excitada. Llevaba semanas confeccionando un vestido para la ocasión, el mismo vestido que después se pondría cada domingo para ir a misa, porque en su familia los vestidos tenían que aprovecharse al máximo, nunca había pasado hambre porque la huerta y el corral les abastecen, pero no disponen de demasiado dinero. Nunca se ha parado a pensar en porqué otras mujeres con las que coincide el sábado, cuando acompaña a su padre al mercado, van ricamente ataviadas, desde muy pequeña siempre lo ha visto así y lo encuentra normal.

Sabe que hay ricos y pobres, pero a pesar de sus elegantes vestidos ignora qué otras ventajas brinda el disponer de dinero, es demasiado joven y sólo conoce la pequeña casa de masoveros donde vive con sus padres y sus tres hermanas, por lo tanto no puede hacer comparaciones con otras casas.

En alguna ocasión también ha acompañado a su padre a la casa grande donde tiene que rendir cuentas de vez en cuando, allí ha coincidido alguna vez con la señora Nieves, la mujer del amo de todas las tierras que su padre cuida cada día desde el alba; pero a pesar de ir vestida como una princesa de cuento de hadas nada le hace envidiarla, la ve tan triste y ensimismada, a pesar de su trato exquisito y su voz dulce y atildada, que casi le da pena. Por lo tanto, para ella, la posesión de bienes materiales no es sinónimo de felicidad, sino de todo lo contrario, y no encuentra a faltar el no tenerlos.

El señor Lucas, el amo y marido de ésta, también va vestido elegantemente cada día, como si fuese a asistir a una boda o un entierro, pero su semblante serio y frío casi lo hace parecer desdichado, tanto es así que para Estel ser rico es equivalente a ser infeliz y esto no es precisamente ser privilegiado. Lo único que le gusta de ellos es leer los libros que su padre les trae de vez en cuando y que son regalo de la señora Nieves, y esto tal vez es lo único para ella envidiable, en el despacho de la casa grande ha visto tantos libros que duda que los puedan haber leído todos.

Le encanta leer esas historias extraordinarias, donde si no llegan las palabras escritas, ella pone su imaginación desbordada. Con la lectura ha aprendido que hay hombres maravillosos que pueden transportarla a un mundo de sueños, capaces de hacer vibrar todo su ser hasta enajenarla con sólo mirarla, y que si consiente en dejarse tocar o besar, pueden incluso robarle el alma.

Aunque ella no acaba de creerlo del todo, ha visto a sus padres besarse infinidad de veces y está segura de que su madre sigue estando completa, también ha visto como su hermana mayor se dejaba acariciar por el hijo del administrador del amo y no había visto que ésta fuese transportada a ninguna parte. Es más, tenía la impresión que cuando ella sorprendía sin proponérselo alguna de estas muestras de afecto, su hermana casi se sentía molesta, aunque tal vez era porque estas cosas debían pasar sin que nadie las observase; y posiblemente porque también había notado que Germán, que así se llamaba el supuesto pretendiente, desviaba su atención cuando ella aparecía y eso la enfurecía. Por eso no le extrañó cuando su hermana, refiriéndose al baile cercano, le dijo en tono un tanto brusco.

–Eres demasiado joven y no sabes nada, quédate cerca de mamá, y sobre todo no se te ocurra acercarte a Germán, ya sabes que él será mi marido algún día.

–No te preocupes, no me interesa hablar con Germán, lo encuentro un poco tonto.

–¿Tonto?, ¿y como te piensas tú que son los hombres? No deberías creer todas esas bobadas que lees, la vida no es un cuento de hadas niña. Ser la mujer del administrador de una finca como ésta es un gran partido, y cuando el padre de Germán muera, él ocupará su lugar.

–No te preocupes, ya te he dicho que tu Germán no me interesa para nada. Yo sólo quiero ver como es una verbena, conocer a otras personas, oír la música, y si papá quiere, bailar con él.

A pesar de las palabras tranquilizadoras de Estel, su hermana no se sentía nada aliviada, había observado como su pretendiente dejaba de obsequiarla con su mirada cuando ella estaba cerca. Ciertamente Estel era muy joven, pero había en ella una belleza interior que superaba incluso la física, e irradiaba de tal manera con su presencia, que difícilmente pasaba desapercibida aun en la distancia.

Había comentado su inquietud con su madre, pero ésta la había defendido mientras reía alegando que sólo era una niña; una niña que la ayudaba en el corral, que ordeñaba las vacas, que cuidaba las hortalizas, y que leía esas malditas novelas por las noches, en voz alta junto a la chimenea, mientras su madre tejía algún abrigo y la escuchaba, haciéndola adorable a los ojos de ésta.

También su padre sentía una especial idolatría hacia ella, dándole el trato preferencial que el hijo varón que nunca tuvo habría obtenido de él. A Estel le gustaban tanto los animales, y se entendía tan bien con ellos, que era capaz de predecir el día exacto del alumbramiento; ayudaba en los partos de las yeguas y las vacas, a los pollitos a salir del cascarón de los huevos y daba calor a los gazapos cobijándolos en su propio pecho mientras limpiaba sus conejeras. Su hermana no entendía cómo le podía gustar estar en contacto con las bestias, aunque le alegraba que así fuese porque eso la liberaba a ella de esas tareas ingratas, aunque esto la convirtiese en la favorita de papá. Pero estaba segura que cuando se casase con Germán las cosas cambiarían, no en vano su marido ocuparía un rango muy superior al de su padre, razón por la cual tenía que mantener alejada a esa mocosa si no quería ver peligrar su futuro.

Cuando Estel se miró en el espejo se quedó admirada, era el primer vestido que estrenaba, hasta ahora se había limitado a arreglarse algunos de su madre que con cada nueva hija había engordado unos cuantos quilos, o los que recibía de su hermana mayor que había heredado esa facilidad para coger peso de su madre. Pero un mes antes, en una de sus salidas al mercado donde su padre había vendido unos cochinillos a los que ella ayudó a nacer, éste la dejó escoger la tela para confeccionar los vestidos que tanto sus hermanas como su madre lucirían la noche de verbena.

Realmente estaba preciosa y su padre también lo pudo apreciar, sintiéndose inquieto porque sabía que despertaría la admiración de los jóvenes que encontrasen en la fiesta. Era toda una mujer, había dejado de ser su niña y estaba seguro de que pronto alguien se la robaría. Sin embargo lo tranquilizaba saber que ella era una mujer muy especial y que sería exigente al elegir a su compañero, esto lo tranquilizaba porque sabía que no había demasiados hombres que estuviesen a su altura, y no sólo en belleza, sino en otras cualidades innatas en ella y difíciles de encontrar en una niña de su edad. Dio una última mirada a su mujer y a sus cuatro hijas y sonrió satisfecho.

–Señoras, el carro está preparado, está claro que seré el hombre mejor acompañado de toda la verbena –dijo mientras cogía a su hija menor de la mano y a su mujer del brazo.

Tardaron media hora en recorrer el camino que les llevó hasta las afueras del pueblo, donde dejaron atados los dos percherones que tiraban de la carreta para dirigirse a la plaza donde ya sonaba la música.

Estel miró impresionada la transformación del recinto que ella sólo conocía de los días de mercado, y que ahora aparecía decorado con miles de serpentinas y farolillos. En un extremo se había levantado una tarima donde ahora estaban alojados los músicos, había puestos con refrescos, cocas, helados y golosinas; los balcones estaban engalanados con bonitos mantones, colchas y guirnaldas de flores. No pudo reprimir levantar la mirada para observar el balcón de la casa grande, ricamente adornado y donde distinguió a la señora Nieves sentada al lado de su marido, ambos iban majestuosamente ataviados y su semblante parecía un poco menos serio que de costumbre.

Estel observó maravillada como la señora Nieves esbozaba una amplia sonrisa dirigiendo su mirada hacia la puerta, atraída por el hecho excepcional capaz de obrar tal milagro, haciéndola admirar su sonrisa por primera vez, también ella desvió su mirada hacia la puerta, curiosa por descubrir el motivo capaz de irradiar su rostro de esa manera.

Vio como un hombre joven y bien parecido se dirigía a ella, y tras darle un beso en la mejilla, se situaba a su espalda posando las manos sobre sus hombros. Se preguntó quien debía de ser, sin duda alguien muy estimado por ella si era capaz de transformar así su semblante.

–Papá, ¿Quién es el joven que está con la señora Nieves? –le preguntó sin querer demostrar demasiado interés.

–Es Martín, el hijo mayor de los señores, ha vuelto hace unos días después de estar unos años estudiando fuera. ¿Os apetece tomar algo? –preguntó a continuación dirigiéndose a todas y consiguiendo alborotar a sus hijas pequeñas.

Le acompañaron a buscar unos refrescos y su hermana mayor se quedó bailando con Germán. De vez en cuando ella levantaba su mirada para observar a Martín de reojo, mientras su padre saludaba a otros conocidos ella se limitaba a sonreír, observando a las parejas que se movían en la pista al ritmo de la música. Llevaban rato conversando cuando su padre la invitó a bailar, lo habían hecho en casa muchas veces, pero ésta era la primera vez que bailaba con música y eso la excitaba. Miró hacia el balcón y casi se sintió decepcionada al no encontrar la figura que buscaba.

Se dejó llevar por el abrazo de su padre mientras bailaban hasta que le distinguió en una esquina, sus ojos curiosos clavados en ella, con una amplia y franca sonrisa, se sintió tan turbada con su mirada que comprendió porqué había sido capaz de cambiar el semblante de su madre. Seguramente él sí que podría robar el alma de alguna muchacha con sólo besarla. Este pensamiento la hizo enrojecer y miró hacia donde él estaba justo en el momento en que la música se acababa, descubriendo decepcionada como él ya no se encontraba allí. Vio como su padre sonreía mientras alargaba la mano y se giró para ver a quien dirigía su atención.

–Martín, me alegro de verte. Hace mucho tiempo que no venías por aquí, tu madre estará muy contenta de verte.

–Mamá pasa demasiado tiempo encerrada en casa, cualquier novedad es una alegría para ella.

Oyó su voz dulce y grave a la vez, y fue casi incapaz de entender el significado de sus palabras aunque sus ojos no se apartaban de los labios de él, supo que hablaban de ella e intentó centrar su atención mientras su padre se lo presentaba. Pero su estado de arrobamiento era tal, que cuando él pidió permiso a su padre para bailar con ella casi no fue consciente de ello. Hasta que la música empezó a sonar de nuevo y sintió sus manos sobre su cuerpo, a partir de ese momento ni siquiera oía la música, se dejaba llevar por sus brazos expertos mientras le miraba a los ojos, esos ojos que la hipnotizaban abstrayéndola de la realidad, como si solo ellos dos existieran. Bailaron casi toda la noche hasta que él la devolvió a sus padres con una sonrisa.

–Gracias Estel, ha sido un placer bailar contigo, me alegro de haberte conocido.

Ella le sonrió sin atreverse a soltar una palabra, en realidad ya no fue capaz de volver a hablar en toda la noche, de vez en cuando miraba hacia el balcón donde él había vuelto a ocupar su lugar junto a su madre. Tenía la impresión de que a pesar de la distancia sus ojos se cruzaban, no importaba en qué lugar se encontrase ella, cuando se giraba siempre notaba su mirada siguiéndola. Su hermana no fue ajena a todos estos movimientos, y cuando volvieron a casa, metidas en la cama que compartían, se encargó de sacarla de su estado de embeleso.

–Picas alto, ¿verdad? –le dijo con voz cargada de malicia.

–No te entiendo –contestó ella sin entender realmente.

–Tenías que fijarte en el hijo del amo, ¿no había más chicos en el pueblo?

–¿Qué quieres decir?, me sacó a bailar y a papá le pareció bien –se disculpó.

–A papá le parece bien cualquier cosa que tú hagas mocosa –le respondió sin disimular su desagrado.

–No veo que mal hay en ello –defendió a su padre.

–Claro que hay mal, y mucho. Todo el mundo sabe que él está prometido a una prima lejana. Es el heredero de la fortuna de sus padres y tiene ciertas responsabilidades, desde que eran pequeños ambas familias esperan para casarlos. Ahora ya tiene la edad adecuada, y no creo que pueda eludir este compromiso por más tiempo si no quiere disgustar a sus padres.

–No es mi problema, él sabrá lo que se hace –respondió mientras se giraba para disponerse a dormir.

Pero sí que fue un problema, no pensó en otra cosa mientras intentaba dormir, y cuando conseguía que el sueño la venciese no paraba de dar vueltas, vueltas y más vueltas al compás de la música, suspendida por la fuerza de sus brazos. Sus labios que se movían mientras le hablaba, aunque ella casi no entendía lo que decía, porque miraba sus ojos que la hechizaban.

Al día siguiente se levantó temprano como siempre hacía, y después de dar de comer a los animales ayudó a su madre con las tareas domésticas. Cuando acabó sus quehaceres cogió uno de sus libros favoritos y se dirigió a un pequeño cerro desde el que se divisaba toda la casa, siempre iba allí cuando quería evadirse de los ruidos y ajetreos de sus hermanas pequeñas.

Leía cómo el galán de turno cabalgaba en busca de su amada y casi podía oír los cascos del corcel, hasta que fue consciente de que realmente había un caballo que se aproximaba. Levantó la mirada y le vio acercarse, él también la había distinguido y se dirigía hacia ella. Ató el animal en unos arbustos y se sentó a su lado.

–Hola Estel, ¿cómo estás?

–Bien, gracias –respondió ella que ahora, al encontrarse en su terreno, estaba más tranquila; además, después de las duras declaraciones de su hermana estaba segura que él sólo intentaba ser cortés.

–¿Sabes? Pensé en ti toda la noche. Soñé que estábamos bailando nosotros solos en la plaza y que los músicos tocaban únicamente para nosotros dos.

–Vaya, los demás deberían estar muy decepcionados, sólo hay una fiesta al año –sonrió intentando no demostrar que se había empezado a turbar pensando en que él también había pasado la noche recordándola, y que había soñado lo mismo que ella, preguntándose si también él había experimentado el mismo tipo de emociones mientras se rendía al sueño.

–Sólo quería que lo supieses, me sentí muy bien en tu compañía –contestó sinceramente mientras la miraba a los ojos.

–Gracias Martín, para mí también fue muy agradable, pero estoy segura de que tienes otras obligaciones que atender y no quisiera desviar tu atención –le contestó para darle a entender que sabía perfectamente cual era su situación.

–¿Qué puede haber más importante que estar con alguien que te hace feliz? –quiso saber él, alertado por sus palabras.

–Depende para quien, no todo el mundo es dueño de su destino, a veces nos vemos obligados a renunciar a nuestra propia felicidad para satisfacer a nuestros seres queridos.

–¿Tú harías eso? –quiso saber, seguro de que ella ya estaba informada de lo que sus padres esperaban de él y de cómo habían planificado su futuro.

–No, yo no creo que lo hiciese, pero no estamos hablando de mí –respondió ella confirmando que ambos estaban haciendo mención al mismo tema.

–Tienes razón, algunas veces no puedes escapar a tu destino, pero es lícito intentarlo y también tienes derecho a ilusionarte de vez en cuando. Sólo es cuestión de saber si el objeto de tu ilusión realmente lo merece –dijo él, con voz grave y cargada de amargura.

–Estoy segura de que sabrás hacer lo que más te conviene, sólo debes escuchar a tu corazón y apreciar si hay razones más poderosas capaces de acallar su sonido –le respondió mientras le miraba fijamente a los ojos.

–No siempre es fácil saber interpretar lo que éste te dice, algunas veces tienes la sensación de que tu vida pertenece más a los demás que a ti mismo –contestó apenas en un murmullo mientras le cogía una mano y la sujetaba firmemente entre las suyas.

–Sí, pero la vida es larga y puede resultar muy dura si sólo se vive para complacer a los demás –sonrió mientras colocaba la otra mano encima de las de él, que apresaban la suya más pequeña.

Martín la miró fijamente, preguntándose cómo alguien tan joven podía ser tan juicioso en sus observaciones, recordó que sólo era la hija de uno de los masoveros de su padre y que por lo tanto no había recibido ningún tipo de educación ni modales. Sin embargo, a pesar de haber conocido a cientos de chicas de más edad e instrucción, nunca había estado con nadie con quien pudiese conversar tan abiertamente. Se la quedó mirando embelesado, atraído no sólo por la belleza física que ahora a la luz del día se había incrementado, sino por esa luz interior que ella irradiaba consiguiendo deslumbrarlo.

Sabía que estaba jugando con fuego, no se podía dejar cautivar por una persona como ella, era consciente de que podría llegarse a enamorar de alguien que lo había fascinado desde el primer momento en que la vio; pero sabía que su destino era otro y no podía correr el riesgo de tentar la suerte. Algo en su subconsciente le alertaba de que su proximidad era un peligro para él, aun así no pudo resistir la atracción que ella le provocaba. No es que ella estuviese intentando seducirle, todo lo contrario, intentaba mantenerlo en su lugar, el lugar que otros habían decidido para él, recordándole con sus palabras quien era y cuales eran sus obligaciones; y esto, en lugar de alejarlo, aún lo empujaba más hacia ella.

Retiró una de sus manos que aún mantenían entrelazadas, y le apartó un mechón de cabello que el viento había empujado hacia su boca. Notó como ella, al sentir el contacto de los dedos en su piel se estremecía; sin embargo no apartó su mirada ni intentó evitar su contacto. En ese momento tuvo la necesidad de besar sus labios que lo atraían como un imán, consciente de que podría ser su perdición, y aun así no quiso resistirse. Posó su mano detrás del cuello de ella y la atrajo hacia él mientras buscaba su boca, fue un beso tierno y dulce, su primer beso tal vez –pensó–, y en ese momento supo que a partir de ahora su vida ya no sería igual.

–Martín, es mejor que te vayas –dijo ella juiciosa, aunque visiblemente turbada–. No creo que esto nos pueda hacer bien a ninguno de los dos.

–Es posible, pero necesitaba besarte –contestó mientras se levantaba, dirigiéndose al caballo.

Lo vio cómo se alejaba galopando por el camino hasta que sólo fue un punto diminuto en el horizonte, y en ese momento rompió a llorar. ¿Por qué había tenido que besarla?, si no lo hubiera hecho toda su conversación se podría haber entendido como un interés cordial, pero al besarla le había transmitido que él también albergaba hacia ella otro tipo de sentimientos. Unos sentimientos ocultos que nunca podrían manifestarse verbalmente, pero que a partir de ahora ambos sabían que existían sin ningún tipo de duda.

Su hermana había observado desde la ventana como él se acercaba, alertada por el sonido de los cascos del caballo, había dejado sus quehaceres, y a pesar de la distancia mantuvo su vigilancia hasta que él se volvió a ir. Por la noche, ya en la cama, volvió a martirizarla recordándole lo que ya sabía; aunque se llegase a enamorar de ella, sus padres nunca le permitirían que se casase con una labriega, sobre todo porque ya habían acordado su unión con otra rica heredera.

Cuando acompañó a su padre al mercado el sábado por la mañana, notó su presencia aun antes de poderlo ver, cerró los ojos con fuerza, no se sentía capaz de volverlo a mirar sin estremecerse por dentro. Sin embargo se alegró de verlo, y su corazón dio un vuelco cuando él se le acercó y la retuvo por el brazo.

–Hola Estel, ¿cómo estás?

–Muy bien Martín, ¿y tú?

–Contento, me alegro mucho de volverte a ver. Estos días he tenido que resistir la tentación de ir en tu busca.

–Te lo agradezco, pero no tendría mucho sentido. Sólo nos perjudicaría a ambos –contestó, y aunque se mantenía frente a él, su mirada estaba fija en un punto lejano, porque sabía que si lo miraba a los ojos desearía que éste la volviese a besar.

–Estel, creo que me he enamorado de ti. Te aseguro que intento resistirme, pero no lo consigo, pienso en ti a todas horas.

–Eso no es bueno para ti Martín, sabes que tu futuro ya está decidido y no es junto a mí.

–Pero esto no es justo, hasta ahora no me había negado a los deseos de mis padres porque nunca nadie me había interesado de esta manera; pero ahora no creo que pueda estar con alguien que no seas tú.

–Martín, también es doloroso para mí, pero yo no tengo capacidad de decisión. Eres tú quien debes decidir qué hacer con tu vida y con quien quieres compartirla.

En ese momento se les acercó su padre y saludó a Martín afectuosamente, poniendo punto final la conversación que habían iniciado y dejándolos a ambos con un regusto amargo en la boca. Mientras volvían a casa su padre se dio cuenta de que algo le pasaba, pero no quiso hacer mención a ello respetando su silencio. Martín por su parte llegó a la casa grande y se encontró con la visita de su prima lejana con la que pretendían casarlo, él siempre intentaba eludirla, no porque fuese fea o desagradable, sino porque odiaba esa obligación que sus padres habían asumido en su nombre, y que ahora lo ahogaba mucho más que antes, haciéndolo sentir desdichado.

Durante la comida su padre sacó el tema de la boda, recordándoles a ambos que ya estaban en edad de asumir sus responsabilidades, relevando a sus respectivos progenitores de la ardua tarea de administrar su patrimonio. Ambos se miraron inquietos, como si una lápida fuese a caer sobre ellos. Su madre, entusiasmada y alborozada, empezó a barajar fechas y organizar el casorio. Tanto la una como el otro estaban tan hastiados que ni siquiera se atrevieron a oponer resistencia.

Martín pensó que debía aclarar sus sentimientos y también los de Estel, no podía esperar que el anuncio de la boda prosperase sin saber antes si ella lo amaba como él estaba seguro de amarla a ella. Esa misma tarde se dirigió al lugar donde sabía que ella solía ir cuando quería evadirse, tuvo que esperar un rato hasta que la vio aparecer, casi empezaba a oscurecer, y a pesar de esperarla le sorprendió cuando se sentó a su lado.

–¿Por qué has venido Martín? Creí que todo quedó claro esta mañana.

–No, no quedó claro. Hablamos de mí, de mis obligaciones, de mis sentimientos; pero no hablamos de ti. ¿Tú que sientes Estel? –la cogió por la barbilla y la miró fijamente a los ojos–. Dímelo por favor, necesito saberlo.

–¿Importa lo que yo sienta? –respondió ella intentando no perder la compostura.

–Claro que importa, importa mucho, a mí me importa. ¿Cómo puedo casarme con alguien a quien no amo estando enamorado de ti? Aceptaría la voluntad de mis padres si supiese que tú no me correspondes, pero creo que no es así –hizo una pausa esperando tal vez que ella dijese algo, pero como no fue así se atrevió a preguntar–. ¿Tú me quieres Estel?

–Más que a mí misma, tanto que soy capaz de renunciar a ti si sé que estar conmigo sólo te causará problemas –y sin poderlo evitar sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo miraba.

–Es todo lo que necesitaba oír –sonrió esperanzado mientras besaba sus ojos para secar sus lágrimas–. Si tú me quieres todo lo demás no importa –añadió antes de besarla con fuerza.

–Claro que te quiero Martín, no sabes cuánto –respondió ella cuando sus labios se separaron mientras se abrazaba a él, hundiendo el rostro en su pecho.

–Hablaré con mis padres, haré que lo entiendan. Ellos desean mi felicidad, tal vez de una manera equivocada, pero sólo lo hacen porque creen que es lo mejor para mí.

No fueron conscientes de que había oscurecido porque perdieron la noción del tiempo. Estel conoció lo que era ser arrebatada por la pasión de sus besos y sus abrazos, sentir por primera vez en su cuerpo las caricias que la hacían estremecerse hasta enajenarla completamente. Oyó en la lejanía la voz de una de sus hermanas pequeñas que la llamaba para cenar.

–Tengo que irme, recuerda que hagas lo que hagas yo te quiero –le dijo mientras alisaba su cabello y arreglaba su vestido.

–Mañana volveré a la misma hora, espérame –le pidió mientras se levantaba él también, antes de besarla amparado por la oscuridad que los hacía invisibles a cualquier mirada.