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A pesar de que el coche se desplaza a más de cien kilómetros por hora, Laura puede apreciar como el incipiente otoño se hace patente en las amplias extensiones que atraviesan mientras ruedan por la autovía A2 dirección a Lleida. Hace una hora que salieron de Barcelona y pronto llegarán a Tárrega, donde tomarán las carreteras secundarias que les conducirán primero hasta Balaguer y después hasta Artesa de Segre; no es el trayecto más corto, pero sí el más agradable para ellos. Su familia no les espera, Alex quería darles una sorpresa y no les han dicho nada.

Conduce él, como siempre que emprenden esa ruta; desde que están juntos se han ido instaurando una serie de costumbres sin necesidad de hablarlo entre ellos. Cuando se dirigen a El Masnou, para pasar el fin de semana en el velero de Alex, siempre conduce ella y utilizan su coche; cuando suben a Artesa por el contrario, van en el de Alex y es éste quien conduce. Cuando suben –reflexiona Laura–, qué curioso, ¿por qué siempre se utiliza el subir o el bajar al referirse a ir a algún lugar? Como si el hecho de estar situado más arriba o más abajo en el mapa fuese indicativo de la latitud real del lugar, y fuese más adecuado utilizar este verbo y no otro.

Mientras Laura observa una bandada de aves migratorias surcar el cielo, se entretiene un momento a pensar en ello, este hábito que se estableció desde la primera vez que acompañó a Alex a visitar a sus tías hace ya más de medio año. La primera vez era normal que condujera él, ella no estaba acostumbrada a ir a ese lugar que para ella había permanecido ignorado y desconocido, casi vetado y prohibido durante tanto tiempo. Después, en veces sucesivas, siempre se sentía como una invitada, casi como una invasora; aún ahora, cuando ya se sentía parte integrante de la familia que había recuperado después de tanto tiempo, seguía considerando que le pertenecían más a Alex que a ella. Él conocía todos sus secretos, o casi todos, porque nunca se puede estar completamente seguro de conocer plenamente a las personas que nos rodean, ni siquiera siendo los miembros de la familia más cercana.

Seguramente cada uno de ellos albergaba en su corazón recuerdos íntimos que nunca se habían atrevido a desvelar o compartir con nadie; episodios intensos que marcaron sus vidas, apasionados, ardientes, penetrantes, dolorosos y desgarradores la mayoría de las veces por lo que ella intuía. Demasiado íntimos en definitiva, y que sólo los protagonistas guardaban en sus recuerdos más remotos, evitando rememorarlos para eludir evocar el dolor que en su momento habían causado. Por eso consideraba normal que fuese él quien condujese en ese momento, como si no pudiese ser de otra manera, como si él tuviese más derecho a hacerlo que ella, como si la estuviese invitando a compartir parte de su vida pasada en la que ella no había tenido cabida, aunque no hubiese sido por voluntad propia y las tías que iban a visitar no lo fuesen tanto del uno como del otro.

Ladeó un poco la cabeza que tenía recostada sobre el asiento del copiloto y se lo quedó mirando, recreándose en su perfil. Recorrió con la mirada su frente lisa, aún tostada por el sol de las vacaciones pasadas en el mediterráneo, donde a pesar de la edad; cuarenta y ocho años ya, apenas se apreciaban las hendiduras que el paso del tiempo acababa convirtiendo en surcos más o menos profundos que conforman las arrugas.

Se paró un momento en sus ojos, poblados de largas pestañas como todos los miembros de su familia, las finas líneas alrededor de los mismos que se pronunciaban cuando sonreía, su color gris intenso; ese color que ella casi nunca podía apreciar porque cuando lo miraba fijamente veía más allá, casi percibiendo el fondo de su alma, y porque al mirarlo de esa manera sentía unos deseos irrefrenables de besarlo.

Bajó entonces por su nariz sin detenerse siquiera a apreciarla porque sus ojos se dirigieron a su boca como un imán; sus labios bien definidos y carnosos que tantas veces la habían besado, que la habían acariciado y succionado en todos los rincones de su cuerpo, embriagándola y arrancándole gritos de placer hasta conseguir enajenarla y entregarse a él sin reservas. Sintió deseos de pasar sus dedos por ellos, recorrer su perfil como tantas veces hacía después de haberse abandonado al placer casi extático.

Sonrió con dulzura y posó su mano sobre la rodilla de él mientras la acariciaba con sus dedos, trazando círculos con sus uñas como si estuviese haciendo un dibujo imaginario. Alex apartó la mirada de la carretera por unos instantes y la miró complacido.

–¿Qué pasa cariño? –preguntó él sonriendo, contagiado de su propia sonrisa.

–Nada cielo.

–¿Cómo que nada?, es imposible que me mires así y me digas que no pasa nada.

–¿Cómo te miro

–Pues, no sé, como si estuvieses pensando algo maravilloso.

–Sencillamente soy feliz.

–Yo también soy muy feliz, pero si me sigues mirando así tendré que parar el coche para darte un beso o acabaremos teniendo un accidente.

–Está bien –contestó Laura, ampliando su sonrisa aunque en realidad se sentía un poco triste y melancólica, mientras retiraba la mano.

–No –dijo él mientras la retenía acercándosela a los labios, para después de darle un beso volverla a colocar sobre su rodilla–, me gusta sentir tu contacto.

Acababan de abandonar la autovía y empezaban a recorrer la carretera que pronto les dejaría en su destino. Apenas había vehículos que transitasen por la zona, la comarcal C-53, una carretera secundaria que no comunica puntos estratégicos, y por lo tanto no estaba invadida por los viajeros de paso que se desplazan indiferentes de un lugar a otro; sin dar importancia a los parajes que atraviesan, porque sólo son una distancia obligada que les separa de su destino final, sin ni siquiera prestar atención al paisaje que se extiende ante ellos y que les habla sin palabras.

Laura sí, ella observa cada uno de los detalles como si pretendiese empaparse de ellos, como si hubiese estado mucho tiempo alejada de allí y ahora necesitase recuperarlos y trasladarlos a su memoria más remota. Como si quisiese reconocerlos habiéndolos visto infinidad de veces, aunque ella sabe que no es así; en realidad sólo hace medio año que recorrió por primera vez ese trayecto, y a pesar de ello, es como si ya le perteneciesen.

Observa embelesada los campos de frutales perfectamente arrenglerados, intentando adivinar por algún fruto olvidado por los cosecheros qué tipo de árbol es: un manzano, un peral, un melocotonero tal vez. Aunque éstos últimos los reconocía porque su estructura es bastante diferente, casi se siente avergonzada por no saber distinguir un árbol de otro a primer golpe de vista; pero como la mayoría de habitantes de las grandes ciudades no ha estado en contacto con la vida rural, y por lo tanto no ha tenido la oportunidad de enriquecerse con la sabiduría natural y sencilla de los agricultores. Aunque ella debería haber tenido esa oportunidad y le fue negada, se le negó desde el momento en que no se le permitió ver a la familia que ahora, por fin, hacía poco tiempo había recuperado.

Cavila sobre ello mientras aprecia el color de los frutales que ahora desfilan ante ellos. Las hojas habían empezado a desteñirse acusando la ausencia de luz y calor de la estación otoñal, provocando estragos en sus sensibles fibras fotosintéticas, cambiando su color del verde radiante cargado de clorofila al amarillo en los melocotoneros, marrón claro en los manzanos y más oscuro en los perales, hasta que en unas semanas las hojas moribundas se acabarían cayendo de las ramas, mezclándose con la tierra y sirviéndoles de abono para la próxima cosecha.

Adivina los árboles desnudos, desposeídos ya del follaje que en breve permanecerán dormidos hasta la próxima primavera, esperando otra vez la calidez que les devolverá la vida, volviendo a renacer; brotando nuevamente las hojas, floreciendo e inundando los campos con el color de sus frutos.

Todo es tan diferente de la primera vez que reparó en ellos en su primer viaje, entonces el campo irradiaba actividad, vida, alegría, invitaba a la euforia; ahora parecían adormecidos, aletargados, contagiando ese estado al ánimo de aquel que se parase a observarlos. Laura piensa que no dejaba de ser curioso la capacidad que tenían de influir en las sensaciones y las emociones de las personas. En una de sus visitas a Artesa, su tía le había pedido que la acompañase a la huerta a buscar un poco de fruta y hortalizas frescas, cuando le comentó que se encontraba muy bien entre los frutales, ésta le contestó que era algo normal, ya que los hombres al respirar inhalan oxigeno y exhalan dióxido de carbono, mientras que el árbol hace justo lo contrario, y que por ello era lógico respirar mejor rodeados de ellos.

Recuerda con una sonrisa esa explicación que a ella la había impresionado por la brillantez de su simplicidad, y que la había obligado a prestar atención a cada una de las sencillas palabras, cargadas de la sabiduría natural con las que definía unos hechos para los agricultores cotidianos y vitales, producto de los largos años de observación que les permitían interpretar los signos de la naturaleza, para ella desconocidos y misteriosos aunque sin duda reales e incuestionables.

Realmente se sentía aletargada como los árboles, como si también ella fuese a sufrir una metamorfosis inminente e inevitable, como si intuyese que también a ella se le iban a caer las hojas que la alimentaban y le daban fuerza haciendo fluir su energía por cada uno de los poros de su cuerpo. Presentía que alejarse de Alex le iba a representar un gran esfuerzo, se había acostumbrado tanto a su presencia que no podía imaginar mantenerse apartada de él. Lo habían estado hablando, y ambos estaban de acuerdo en que era bueno para su carrera aceptar el proyecto que le habían encargado en el estudio de arquitectura donde él trabaja; pero una cosa era aceptar la oportunidad profesional que se le brindaba, y otra muy diferente asumir la separación que ello comportaba.

Tres meses al otro lado del océano, en Brasil, en Natal concretamente. Al parecer había un potencial importante en el sector inmobiliario de la zona, donde se estaba desarrollando un gran crecimiento urbanístico. Algunos inversores, clientes habituales del despacho, habían decidido huir de la crisis del sector, de la recesión y de la desaceleración económica del país que empezaba a hacer mella en muchas empresas constructoras.

Habían decidido invertir en Rua Lagosta, al noroeste de la república brasileña, donde se estaban modernizando y ampliando todas las estructuras, atendiendo a las expectativas de una próxima demanda de la que nadie dudaba. La construcción del aeropuerto internacional de Sao Gonzalo do Amarante, a tan solo quince minutos de Natal, hacía que los terrenos allí ubicados hubiesen empezado a revalorizarse, incrementando su precio a gran velocidad aunque aún se podían conseguir buenas oportunidades, sobre todo teniendo en cuenta que el cambio de moneda era favorecedor y hacía doblemente rentable el proyecto.

Lo entendía, sobre el papel todo era muy sugestivo, sobre todo después de haber visto los planos de la primera fase del complejo, el impresionante campo de golf rodeado de un centenar de apartamentos y un hotel de lujo frente al mar; pero ella sólo veía una cosa, Alex estará lejos durante tres meses. Sin ser consciente ha incrementado la presión de su mano sobre la rodilla de él.

–¿Qué pasa cariño? –escucha la voz de Alex alertado.

–¿Perdona? –responde ella sin comprender.

–Me acabas de apretar la rodilla, pensé que me llamabas la atención sobre algo.

–No me había dado cuenta, perdona.

Alex nota una profunda tristeza en sus palabras y piensa que algo grave está pasando, toma un camino secundario y para el coche junto a un campo de frutales; perales, manzanos, melocotoneros, qué más da, a él eso no le importa, lo único que le importa es que presiente que ella está triste y necesita abrazarla, ¿acaso importa el árbol que te cobija cuando deseas abrazar a la persona que amas?

La mira fijamente a los ojos intentando adivinar qué le pasa, o tal vez dándole la oportunidad de explicarse; pero ella no dice nada, se desabrocha el cinturón de seguridad y se acerca a él para besarlo. Es un beso largo, apasionado, casi desesperado, como si intentara absorber su esencia en una última caricia antes de su marcha, como si esta fuese la última vez que tendrá la oportunidad de besarlo.

–Te echaré de menos –dice mirándolo a los ojos cuando se separan.

–Ven aquí –Alex se desabrocha también su cinturón, y retirando el asiento del conductor la hace sentar sobre sus piernas para abrazarla mejor–. ¿Preferirías que no fuese?

–Claro que no cariño, sé que es una gran oportunidad para ti, sé que debes de ir, pero eso no impide que me apene separarme de ti.

–Dios, Laura, para mí también será muy difícil, con el agravante además de estar lejos de casa y de todo lo que quiero. Me gustaría tanto que pudieses venir conmigo. Desearía poder compartir este proyecto contigo; para mí, hacer algo así es como crear vida, concebir algo que otros podrán disfrutar y que yo habré construido para ellos.

–¿De veras te gustaría que fuese contigo?

–¿Lo dudas?, nada me haría más feliz.

–¿Y si te dijese que puedo intentarlo?

–¿Lo dices en serio? –preguntó él esperanzado.

–Bueno sólo es una idea, no todo el tiempo tal vez, pero yo puedo hacer mi trabajo en cualquier lugar, sólo necesito un ordenador y una conexión a Internet para comunicarme con la agencia y pasarles las traducciones que me pidan. Puedo intentar organizarme.

–Eso sería maravilloso cielo. Recuérdame que lo celebremos cuando lleguemos a casa.

–¿Y cómo piensas celebrarlo? –pero él no responde, en lugar de ello coge su cabeza entre sus manos y la besa. Le aparta el cabello y empieza a acariciar su cuello con los labios mientras sus manos descienden por su cuerpo atrayéndola más hacia él.

–¿Tú crees que podemos llegar a casa de las tías encendidos como dos adolescentes? –pregunta Laura con picardía mientras recorre el contorno de sus labios con los dedos–, porque es eso lo que estamos consiguiendo.

–Bueno, tú sabes muy bien como apagarme, nunca hemos hecho el amor en el coche y, si te he de ser sincero, no me importaría.

–Creo que puedo aguantar hasta esta noche, pero lo podemos apuntar en una lista de cosas pendientes.

–Está bien, tú te lo pierdes –contesta él mientras le da un cachete en el trasero y la ayuda a volver a su asiento–. En marcha pues, la propuesta no ha sido aceptada.

Se vuelve a instalar en su asiento, sonriéndole con complicidad mientras hace el gesto de un beso al aire que él responde de la misma manera. Ahora todo cobra otro sentido, la posibilidad de poder acompañar a Alex la ha liberado de la aflicción que la había invadido momentos antes.

Tendría que hablar con David, el responsable de la agencia de traductores donde trabajaba; pero no tenía porqué haber ningún impedimento, desde que trabajaba en casa en su propio despacho, había semanas que ni siquiera pasaba por la oficina, y cuando lo hacía, muchas veces era más por saludar a sus compañeros y seguir manteniendo el contacto que por la necesidad real de su presencia física. Además, estaba a punto de acabar el último libro que le habían encargado que tradujese al francés, y el siguiente encargo era de un autor que ella ya conocía y no le plantearía demasiadas complicaciones.

Mientras se organizaba mentalmente y pensaba cómo encarar la conversación para que su responsable no se oponga, llegan a Artesa de Segre. A pesar de que ya se había acostumbrado a visitar a sus tías, aún no acaba de entender porqué seguía produciéndole tanta excitación divisar desde lo lejos la casita blanca de su tía, la casa de una sola planta que ésta había compartido con su abuela hasta el mismo día de su muerte. Era una mezcla de alegría contenida y exaltación casi infantil por lo que allí la esperaba, como si presintiese que había incalculables secretos que ella debía desvelar y que esperaban a que se decidiese a hacerlo. Esta vez además, consciente de que no esperaban su visita, esa sensación se incrementó y la hizo sentir un tanto agitada.

Llamaron a la puerta y su tía salió a recibirles secándose las manos en el delantal que llevaba ligado a la cintura, delatando de esta manera que la habían sorprendido en plenas tareas domésticas. Después de saludar a su tía Luisa, Alex se excusa porque quieren pasar a visitar a sus padres y volverán después, pero su tía les informa que habían quedado para comer todos juntos como muchos otros domingos, así que éste cambió de idea y se fue él solo a su casa paterna mientras Laura se quedaba con su tía para hablar con tranquilidad.

Le gustaba charlar a solas con ella, cada día que pasaban juntas descubría nuevas cosas sobre cada uno de los miembros de la familia de la que se había mantenido apartada durante tanto tiempo, y eso la hacía sentirse más integrada, como si conocer su pasado la hiciese partícipe de sus vivencias anteriores aunque no las hubiese compartido. Pequeñas anécdotas de la infancia de Alex y de los otros miembros jóvenes de la familia, que algunas veces la llevaba a preguntarse qué habría sucedido de haberlos conocido en su infancia. ¿Se habría enamorado de Alex tal vez? ¿Habrían acabado juntos como ahora? No, seguramente no, lo más probable es que la familiaridad les hubiese impedido sentirse atraídos. Además, seguramente era necesario que cada cual tuviese sus propias vivencias y se desarrollase hasta convertirse en las personas que ahora eran y de las cuales se habían enamorado.

Su tía siempre le explicaba algo nuevo y por eso le gustaba tanto estar con ella a solas, y aunque no le gustaba hablar de su juventud y Laura intentaba no preguntarle nada que la pudiese incomodar, sentía una gran curiosidad por su pasado. Se enteró de que su abuela había empezado a tomar crema de leche o nata líquida, cuando le fue imposible encontrar la leche de oveja a la que estaba acostumbrada en la montaña donde vivían como pastores. Le explicó también que había sustituido el café por el té cuando el médico se lo prohibió ya en edad avanzada, aunque ella lo aromatizaba con una ramita de canela porque lo encontraba falto del olor y el sabor intenso del café. Laura no sabía cuando había empezado ella a tomar té con crema de leche, pero algo tan singular realmente parecía una costumbre heredada, aunque ella no lo podía haber sabido, porque no tuvo contacto con su familia paterna hasta hacía apenas medio año.

Ese mismo día su tía le explicó el ritual de la comida dominical de su infancia, en que su abuelo y no su abuela, preparaba unas migas con patatas que le enseñó a hacer un fugitivo al que habían escondido en su casa durante la guerra.

Al parecer éste también había sido pastor en sus tierras andaluzas antes de que estallase la guerra y le obligasen a alistarse, éste era el plato típico de los pastores en aquel lugar al que él ya no volvería jamás, porque según su tía, mientras intentaba volver allí con su familia lo fusilaron por desertor, o por cualquier otra causa, como a tantos otros fusilaban en aquellos tiempos sin un motivo aparente. Se lo explicaba con naturalidad, como si ésta sólo fuese una más de las muchas historias caducas que guardaba de su propia infancia. Le pidió a su tía si podía cocinar para ella ese plato que ella nunca había probado y ésta accedió de buen grado, puesto que al ser domingo y reunirse toda la familia era una buena ocasión para celebrarlo –como en los viejos tiempos–, le dijo con un aire de nostalgia.

Alex volvió pasadas unas horas y las encontró animadas en la cocina, su tía estaba friendo unas patatas; y Laura, sin poderlo evitar, mientras asistía atenta al proceso de elaboración de esa comida desconocida para ella, cogía todas las que quedaban doradas por el aceite caliente y se las comía, su tía, sin oponer demasiada resistencia la amenazaba con la cuchara intentando disuadirla de su empeño. Cuando llegó Alex encontró una escena divertida, la tía Luisa con una cuchara de madera golpeando a Laura en la mano.

–Niña, deja las patatas en paz, eres peor que tu padre, él siempre hacía lo mismo.

–Veo que os lo pasáis bien –dijo Alex divertido a sus espaldas, y ellas se giraron a la vez con una amplia sonrisa de complicidad.

–Llévatela de aquí si quieres que quede algo de comida para el almuerzo.

–Está bien tía, le prometí que le enseñaría fotos antiguas. ¿Dónde está el álbum de la abuela? –Preguntó mientras cogía a Laura por la cintura y le daba un beso en la mejilla.

–En su habitación, en el arcón de madera donde guardaba sus cosas. Está todo tal como ella lo dejó.

Aún no habían abierto la tapa del precioso arcón labrado, y ella ya presentía que algo importante estaba a punto de suceder. Era como el baúl de los recuerdos, ese que se abre de tarde en tarde para recordar viejas historias y abrir el corazón a la nostalgia. Solo que nada de lo que pudiese haber allí le resultaría conocido a Laura, ella había sido excluida de la historia familiar y no tenía derecho a ocupar ni siquiera un pequeño espacio del misterioso baúl de madera.

Tal vez por ello sentía como si estuviese cometiendo un acto de profanación, deja que sea Alex quien lo abra, porque ella no cree tener licencia para hacerlo; sin embargo se aproxima como si esperase que al abrirlo se podrían escapar algunos efluvios que no sería capaz de percibir si no estaba cerca. Pero lo único que percibe es un agradable y delicado aroma a vainilla que invade su olfato transportándola a tiempos pretéritos.

Alex saca una bolsa y la coloca con extremado cuidado encima de la cama, como si hubiese hecho ese gesto infinidad de veces, o tal vez como si hubiese visto como otra persona lo hacía mientras él la observaba. A través del plástico transparente se aprecia una tela delicada, de un color blanco inmaculado y primorosamente bordada, pero no puede precisar qué hay en su interior porque estaba escrupulosamente doblado.

–¿Qué es? –Pregunta Laura sin poderse resistir.

–Es el vestido de bautizo de la familia.

–¿Bautizo?

–Sí, todos los niños de la familia han sido bautizados con él, desde mi padre hasta los hijos de mi hermana. Los tuyos lo habrían sido también de haber ido las cosas de otra manera. Yo mismo lo he llevado.

–Es precioso –Laura pasa los dedos con delicadeza por encima de los bordados que se distinguen a través del envoltorio, calculando que debe tener más de setenta años–. Yo también lo habría llevado –piensa con tristeza, como si le hubiesen robado parte de ella misma, porque realmente le habían usurpado la posibilidad de poder disfrutar de algo que por derecho le correspondía.

Alex saca una caja de latón muy antigua, la abre pero ve que dentro no está el álbum que él buscaba, la deja abierta sobre la cama, y mientras sigue buscando Laura mira la caja que seguía abierta sobre el lecho, donde un documento que amarilleaba por el paso del tiempo llama su atención, obligándola a descifrar lo que hay escrito. No es que no entienda la letra, sino que no es capaz de interpretar su significado. Por los sellos y el tipo de papel se diría que era un documento oficial, pero aunque lo intenta con todas sus fuerzas, no conseguía darle sentido al encabezamiento, “FONDO DE PAPEL MONEDA PUESTO EN CIRCULACIÓN POR EL ENEMIGO”. Después, y en letras pulcramente caligrafiadas, nombre, apellidos y cantidades en pesetas. Estaba tan absorta observando el papel, que atraía su mirada como un imán atrae el metal, que no se da cuenta que Alex le está hablando hasta que lo ve cerrar la caja y devolverla al lugar que ocupaba, observa como vuelve a colocar el vestido encima de todo y cierra nuevamente el arcón.

–Cariño, ¿me oyes? –Pregunta Alex levantando la voz.

–Perdona, ¿qué decías?

–Pues que ya lo he encontrado, espero que después de ver las fotos no me saques de tu vida.

–Sería necesario mucho más que eso para sacarte de mi vida –le contesta mientras toma la mano que él le tiende dirigiéndose a la puerta, sin embargo vuelve la cabeza para echar un último vistazo al cofre, donde está segura que se escondían un montón de secretos, que sin duda tenían un significado, aunque para ella son todo un misterio.

Se sentaron en el sofá del salón y empezaron a pasar páginas. Las primeras muy despacio, porque a Laura le fascinan esas imágenes en blanco y negro de rostros que ya no existen, porque el paso del tiempo las ha transfigurado, llenándolas de arrugas, manchas, flaccidez y papadas; entristeciendo sus miradas que hundían y escondían los ojos bajo pliegues y bolsas de carne descolgada.

Siempre le habían cautivado el aspecto de las personas que la miraban fijamente a través del tiempo, aunque en realidad miraran a la cámara. Las figuras estilizadas de las que ya no quedaba nada, porque ahora la mayoría caminaban encorvadas, soportando las carnosidades que con los malos hábitos y el paso del tiempo habían acumulado, la degeneración de las articulaciones que arqueaba sus miembros sin compasión, la alopecia, que aunque sin consecuencias dañinas transformaban sus semblantes. Y sin embargo, allí estaban, mirando desafiantes con esa pose de los grandes actores del momento, de cuarenta o cincuenta años antes, y en realidad pareciéndose tanto a los galanes que simulaban que parecían salidos de una película antigua.

La sorprendió gratamente, una vez más, ver a su abuela cuando debía tener su misma edad. Efectivamente eran muy parecidas, seguramente, si ella se recogiese el cabello y se hiciese una foto en blanco y negro, podrían haberlas confundido. Apenas había fotos de su abuelo y su abuela juntos, sólo un par, una de ellos solos y otra con sus hijos, sin embargo sí había bastantes de la segunda familia que formó con el abuelo de Alex al enviudar ambos. De la tía Luisa y la tía María cuando eran unas niñas, cuando eran jovencitas; después, en su madurez, rodeadas de sus respectivos hijos, también del padre de Alex y su familia.

Realmente costaba adivinar en la tía Luisa la belleza que poseyó en su juventud, y con la cual no era de extrañar que hubiese cautivado a infinidad de hombres. Pero para ella el álbum estaba incompleto, no había fotos de su padre, sólo una del día de su boda parecida a la que se exhibía en el salón de su casa paterna. También había otra de ella y sus hermanos cuando eran niños, y después… nada; ellos habían dejado de existir en la historia familiar, en realidad seguramente no habían existido nunca, y estas fotos habían sido hábilmente sustraídas o mendigadas por su abuela en alguna de sus escasas visitas a la casa de su hijo.

Pronto aparecieron las imágenes en color, poniendo de manifiesto que se acercaban a un pasado más cercano, aportando un poco de alegría a las páginas y despertando la curiosidad de Laura, porque ahora ya empezaban a aparecer las mismas personas que ella aún estaba conociendo. Aunque eran las mismas, por más que le costase reconocerlas, era como si el cambio de color también significase un cambio de época: blanco y negro, pretérito pluscuamperfecto; color, pretérito perfecto, aunque seguramente, en la memoria de los protagonistas, en ningún caso era tan lejano ni tan perfecto. Laura sonríe ante este juego de palabras que le parece un chiste con poca gracia, y Alex cree que se está riendo del adolescente larguirucho, melenudo y lleno de acné que miraba a la cámara con cara de pocos amigos.

–No te rías de mí guapa.

–¿Eres tú? –Pregunta sorprendida.

–Ya te dije que era peligroso para mí que vieses estas fotos, puede poner en entredicho la imagen que tienes de mí.

–¿Y según tú, cual es la imagen que tengo de ti?

–Pues… a ver, déjame pensar… la de un hombre atractivo, encantador, irresistible, interesante, culto, agradable, fascinante, inteligente, ingenioso, ocurrente. ¿Sigo?, es que se me han acabado los dedos –le pregunta Alex divertido, que ha ido levantando un dedo por cada uno de los calificativos que él mismo se había ido concediendo.

–¿Cómo puedes ser tan creído? –Le pregunta Laura a su vez que no ha parado de reír mientras él enumeraba sus supuestas cualidades, coge un cojín del sofá, y cuando se dispone a golpearlo en la cabeza, él la retiene por las muñecas.

–Es así como me siento cuando tú me miras –le dice muy serio esta vez–, cada vez que me miro en tus ojos, me siento la persona más extraordinaria del mundo, te quiero y te necesito porque me haces sentir bien –y sin soltarla de las manos, que aún le mantiene levantadas por encima de su cabeza mientras ella sujeta el cojín, la besa con dulzura.

–Vaya, ¿y esto que es, un nuevo ritual? –Oyen la voz de su tía detrás de ellos–. Dejar de jugar y ayudarme a poner la mesa.

Dejan caer los cojines y ambos se ponen a reír a la vez. Dispusieron la mesa para la comida que su tía ya había preparado y pronto empezaron a llegar los demás miembros de la familia. Estuvieron comentando las fotos que habían visto y todos rieron, aunque a Laura le habría gustado preguntar por el documento que había visto en el arcón, no se atreve a hacerlo; piensa que cuando volviese a encontrarse a solas con su tía intentaría indagar. Alex les explica que había venido a despedirse ya que estaría unos meses fuera, y aunque no les hacía gracia no verlo en tanto tiempo, todos estaban de acuerdo en que era una gran oportunidad profesional para él.

La comida se ha alargado tanto, que cuando acaban ya ha empezado a anochecer, debido al cambio de hora de la semana anterior que ha precipitado el crepúsculo, así que se despiden y emprenden la marcha de regreso. Mientras deshacen el camino de vuelta a casa Laura no puede resistirse a preguntarle sobre el documento que había visto; pero Alex, que no había reparado en él, no tiene ni idea de lo que le está hablando y está de acuerdo con Laura en que debía preguntarle a su tía. Al pasar por el lado del camino donde habían parado por la mañana para besarse, Alex le pregunta en tono festivo.

–¿Seguro que no quieres que pare?, puede ser divertido.

–Dejemos la experiencia para otro momento, prefiero regresar a casa, seguro que agradeceremos la comodidad de la cama.

–¿La cama?, ¿y qué piensas hacer en la cama? –Le pregunta provocativo.

–Pues, depende, ayer me hice la manicura. ¿A ti qué te gustaría que hiciese? –Le pregunta insinuadora a su vez mientras pasa un dedo por la mejilla de él.

–Cariño, me estás poniendo nervioso, sabes que hay cosas que me vuelven loco –le responde mientras coge su mano y la besa, llevándose el dedo a la boca y pasando la lengua suavemente por la punta, como inspeccionando la largura de sus uñas–. Justo la medida que me gusta, tienes razón, mejor volvemos a casa.