PRÓLOGO

Carmen Robles es una escritora de raza, una mujer culta e inteligente, que en el camino de la vida ha decidido dar el salto a la novela partiendo de un punto de inicio fascinante: la visión del amor y la atracción erótica como parte de la vida y la literatura. Los hombres –escribe Carmen– suelen consumir en mayor medida el erotismo, en tanto que las mujeres suelen decantarse por el tono romántico. Este desequilibrio aumenta aún más con el frecuente mal gusto, y a veces zafiedad, de las descripciones eróticas tanto literarias como cinematográficas.

¿Por qué no aceptar el reto de escribir una historia a la vez erótica y romántica, real y verosímil, con el corazón y el sentimiento? Así nació El reencuentro (Cálamo Producciones Editoriales 2009) cuyo precioso subtítulo: ¿Cómo aman las mujeres?, resume mejor que cualquier ensayo el estilo y el tono de la historia y sus personajes, sobre todo Laura, su protagonista.

Ahora la vida personal de esa mujer continúa en Estel, amor y miseria, el viaje de Laura a su pasado, a sus raíces; fantasmas, esperanzas y desengaños.

Confieso que personalmente no entro en el arquetipo medio descrito por Carmen Robles ya que con diferencia he leído y disfrutado de la literatura y el cine romántico, sobre todo el clásico inolvidable, pero quizás por ello el descubrimiento de la autora ha resultado más fascinante si cabe.

Trataré de explicar esta sensación. En primer término, en Estel, amor y miseria aparecen personajes de carne y hueso, reales, cuyas vidas y peripecias nos interesan desde el inicio. Hay romance, hay erotismo, pero no dominan todo el relato como en las novelas tradicionales de estos géneros, sino que se insertan en su orden natural. Estas personas –Laura en primer término– son verosímiles, no personajes extremos, adictos a mil pasiones, lejos –en suma– de la vida cotidiana. Laura y los que la rodean, viven, tienen problemas, sufren, ríen... y como una parte más de sus vidas sienten el amor o practican el sexo. Es el primer gran acierto.

En segundo lugar, el estilo descriptivo de la autora, lejos del apasionamiento, pero a la vez firme, posee una cualidad sobresaliente. La escritura es sencilla, transparente, y tiene la virtud de abrir una ventana a través de la cual el lector se asoma a los acontecimientos de manera natural, como sorprendiendo a los protagonistas.

Esta narrativa funciona a la hora de urdir la trama: las tres partes –iniciadas con citas de Jardiel, Shakespeare y Camilo José Cela– el misterio del pasado que vuelve y recuerda en algún momento la maravillosa película Jennie, de William Dieterle, con Jennifer Jones y conmueve cuando lo que se describe es el erotismo.

Una escena de sexo narrada de ese modo, a la vez distante, pero diáfano y con plenitud de detalles, y con unos personajes cuyas vidas nos importan, tiene un efecto realmente turbador.

La buena literatura no es masculina ni femenina, pero como señalaron con agudeza Ortega y Julián Marías cada uno crea y vive desde su propia perspectiva, de la que forma parte su condición sexuada: varón o mujer. Es la circunstancia puesta en marcha: la razón vital que es razón narrativa.

El mérito de Carmen Robles consiste en emplear a fondo su perspectiva femenina sin olvidar que está narrando una historia. Y el resultado es que se puede disfrutar desde varios puntos de vista. Tal vez una mujer se identifique o siga con atención las peripecias de Laura. Y un hombre seguramente se interesará por descubrir ese inquietante universo femenino, tantas veces misterioso e inabarcable.

Disfrute el lector con las páginas de Estel, amor y miseria, de Carmen Robles, romance y erotismo, descripción costumbrista y apuntes psicológicos. Una gran novela femenina para todos los paladares exquisitos. Merece la pena leerla.

FERNANDO ALONSO BARAHONA