–2–
Laura se había quedado amodorrada mientras Alex conducía de vuelta a casa, se da cuenta de que habían entrado en Barcelona al pararse ante un semáforo y escuchar la voz de él.
–Despierta dormilona –oye su voz mientras nota como le coge su mano y la besa mirando sus uñas después–. ¿Sabes?, nunca me había excitado mirar los dedos de una mujer.
–¿Y ahora sí?
–No sé, lo que sí que puedo decirte es que desde hace un tiempo miro las manos de todas las mujeres con las que me encuentro.
–Pero cariño, no todas las mujeres utilizan los dedos para las mismas cosas –contesta Laura divertida.
–Pues peor para sus parejas, a mí me encanta como los utilizas tú –y cogiendo uno de sus dedos, se lo lleva a la boca, introduciéndolo levemente para succionarlo–. En realidad me gusta mucho.
Le sonríe con picardía, la verdad es que le gustaba mucho su manera de acariciarle la próstata. Tanto, que siempre debían dejar esa práctica para el final del juego amoroso, porque cuando ella lo hacía, después de haber estimulado sus genitales oralmente y friccionar con su lengua húmeda la zona perineal y el ano, él apenas podía contenerse unos minutos eyaculando en su boca después.
Se sorprendió como deseó ella que esto pasase cuando la primera vez, y ante la inminente descarga, él retiró su cabeza con suavidad para decirle que estaba a punto de eyacular, ella no recordó lo molesto que esto le había resultado cuando Raúl, sin consultárselo, se había dejado vaciar dentro de ella, un par de veces, en los meses que había durado su relación. Pero con Alex no, deseaba que él lo hiciese, la complacía; descubrió que le gustaba sentir la tibieza del líquido, su sabor, su textura, la presión del chorro discontinuo que salía a borbotones cuando inundaba su boca.
En realidad nada que viniese de él le producía rechazo, imaginó que ésta era una prueba del gran amor que sentía y el agrado con que recibía cualquier cosa que viniese de él, incluidos sus fluidos corporales. Solo que fue necesario imponer ciertas reglas para que ambos pudiesen disfrutar al máximo y no dejar que las cosas se precipitasen. Así, cuando Alex deseaba que ella lo estimulase de esta manera, mientras iniciaban sus caricias siempre introducía su dedo corazón derecho en su boca, y después de humedecerlo con su saliva, le quitaba el anillo que ella llevaba; dejándolo libre y evitando de esta manera que lo pudiese lastimar al acariciarlo cuando lo penetraba.
A ella, este ritual que se había establecido entre ellos le agradaba, porque era una manera de saber lo que él deseaba para ese encuentro y estar a la altura de sus expectativas. Y cuando era éste el elegido, ella también sabía que él estaría pendiente de ella y que la dejaría marcar el ritmo y tomar la responsabilidad de su propio orgasmo, dejando que ella se autoestimulase mientras él la penetraba hasta llegar al éxtasis. Es más, le complacía que lo hiciese, lo excitaba ver como ella masajeaba su clítoris sabiendo que sólo debía esperar para recibir su recompensa después.
Cuando llegan a casa ya es noche cerrada. Apenas han cerrado la puerta tras de sí y Alex la abraza por detrás rodeándole la cintura.
–Creo que esta noche no necesitamos cenar. ¿Sabes que me gustaría hacer? –Le pregunta en un susurro acercando su boca al oído de ella.
–No soy adivina cariño, pero estoy segura de que me lo vas a decir –responde ella sintiendo el calor de su respiración en la oreja, que actúa como un detonador que activa todos sus órganos sensoriales, agitando su sistema nervioso.
–Pues me gustaría llenar la bañera y estar un rato abrazados mientras nos besamos. Después, yo te froto la espalda y tú también a mí –contesta él mientras le pasa la mano por su espalda haciendo el mismo gesto como si ya tuviese la esponja en su mano.
–¿Sólo la espalda?... –pregunta Laura con un deje de ironía–. No recuerdo ningún baño compartido donde sólo nos hayamos limitado a cuestiones higiénicas cariño –concluye después de darse la vuelta para rodearle el cuello con los brazos, mirándolo fijamente mientras se pega a él balanceando suavemente sus caderas, porque ha detectado el inicio de una erección y sabe que la mínima presión de su cuerpo conseguirá inflamarlo.
–¿Te parece mal? –Le pregunta mientras pasa sus labios entreabiertos por los de Laura, que nota el leve roce de la caricia y la calidez de su aliento, consiguiendo encenderla a ella también.
Sin esperar su respuesta la coge de la mano y se dirige al baño. Mientras él tapa la bañera y abre el grifo, Laura se recoge el cabello con una pinza, ve su reflejo a través del espejo observándola mientras lo hace, sabe que a él le gusta ver su cuello desnudo. Sus miradas se cruzan justo antes de que él pose los labios sobre su piel. Laura se estremece al sentir el contacto de su boca, y cuando intenta girarse para besarle, él se lo impide rodeándola con un brazo por la cintura, atrayéndola hacia él; desliza la otra mano a través de la blusa y empieza a acariciarle el escote bajando suavemente hasta el nacimiento de los pechos. Ella cierra los ojos para abandonarse a la caricia que ha conseguido erizarle la piel de todo su cuerpo, empezando por los pezones que ahora se notan erectos a través de la fina ropa.
–No cierres los ojos, me gusta ver su brillo mientras te excitas, me excita ver como entreabres los labios, me apasiona ver tu cuerpo cuando lo voy desnudando. Estás tan bonita mientras lo hago, tan deseable, tan… expectante –empieza a desabrochar sus botones sin dejar de mirar las imágenes reflejadas en el espejo mientras le sigue susurrando en la oreja–. Me gusta ver como se encienden tus mejillas –confiesa con una sonrisa, cuando advierte que ella se ha sonrojado al escuchar sus palabras, y esto hace que ella note más calor aún en sus pómulos. Cuando acaba de desabrochar todos los botones le quita la blusa y sigue acariciando la piel abultada que sobresale del sujetador que aprisiona sus pechos, lo desabrocha y deja que las tiras se deslicen por sus brazos hasta que éste cae al suelo–. Mira… son preciosos; me encanta acariciarlos, así… muy lentamente –dice mientras los recorre con las yemas de los dedos, notando que ella se abandona recostándose sobre su pecho. Le desabrocha el pantalón y la hace girar para poderlos deslizar más fácilmente hasta que éstos caen al suelo.
–A mí también me gusta ver tu cara mientras me desnudas. Ver cómo te vas encendiendo… cómo crece el deseo en tu mirada. Y me gusta desnudarte también –le contesta Laura mientras le quita la camiseta que él lleva puesta y recorre su pecho con las uñas, bajando por el abdomen hasta llegar al límite del pantalón, donde se detiene un momento pasando un dedo por el borde, como si fuese una línea divisoria que no se atreve a traspasar. Recorre esta línea fronteriza con su uña mientras le mira fijamente a los ojos, buscando su aprobación para continuar, aprecia el escalofrío que recorre todo su cuerpo obligándolo a cerrar los ojos por un momento para abandonarse a ese estremecimiento, dejando escapar un sonido gutural que parece salido de lo más profundo de sus entrañas. Ella lo interpreta como una invitación a sortear la barrera y desabrocha su cinturón, empieza a bajar la cremallera, notando como su pene hinchado presiona sobre la ropa–. Me gusta ver tu mirada suplicante cuando esperas que te libere de la última barrera que nos separa… el alivio que te embarga cuando finalmente estás libre… Me seduce mirar palpitar tu pene erecto, como si hubiese cobrado vida y fuese totalmente independiente –dice esto mientras se agacha para deslizar los slips por sus piernas, y siente como al bajar, su miembro palpitante la golpea suavemente en la mejilla–. Me gusta porque parece que quiera llamar mi atención, y a mí me gusta responder a esa llamada, porque sé cuanto deseas que lo haga.
Alex cierra el agua y entra en la bañera sentándose en un extremo, tendiéndole la mano para que entre ella también. Laura se sienta acomodándose entre sus piernas abiertas, se inclina para rodearse las rodillas con los brazos ofreciéndole la espalda desnuda. Él coge la esponja, y tras aplicarle jabón empieza a recorrerla, frotando lentamente, atrayéndola después hacia él hasta que queda recostada sobre su torso, para seguir masajeando sus brazos, sus pechos, su cintura; descendiendo lentamente hasta llegar a sus genitales, y la obliga a abrir las piernas para poder acceder con facilidad a sus zonas más íntimas.
–Así, bien limpito... –le susurra en la oreja, consciente de que el suave roce de la esponja está consiguiendo algo más que un efecto higiénico–, me gusta oler el perfume del jabón mezclado con tu propio olor mientras lo acaricio con mi lengua.
–Y a mí me gusta que seas tú quien lo limpie… cuando sé lo que harás después –responde Laura con la voz entrecortada porque su excitación ha ido aumentando.
–¿Sí?, lo noto… Noto cuando esperas mis caricias, cuando te abres a mí, la humedad que percibo y que me dice que te estás derritiendo por dentro… que me estás invitando a entrar… que deseas que lo haga, y sentir la calidez de tus entrañas que me envuelven… como ahora –acaba de introducir un dedo en su vagina y ella lo siente deslizarse lentamente, buscando sus fibras más sensibles; mientras, con la otra mano sigue masajeando sus genitales exteriores, ella nota sus dedos y el placer es tan intenso que ni siquiera ha notado cuando ha soltado la esponja. Sólo es consciente de la concentración de la sangre en sus labios y en su clítoris, que nota hinchados y ardientes mientras él la sigue acariciando. Y él también lo advierte, y sabe que es el único responsable y eso le gusta–. Me vuelve loco sentir todos estos cambios y saber que soy yo quien los provoca. Ser capaz de despertar tu deseo y notar la urgencia de tu cuerpo que necesita ser saciado.
–A mí me gusta como lo haces… me gusta mucho –contesta ella, consciente de que si persisten sus caricias sin necesidad de prestar atención a las urgencias de él, concentrándose sólo en su propio placer, no podrá resistir mucho más.
–¿Quieres que siga? –Le pregunta él, susurrándole en la oreja, para asegurarse de que ella quiere acabar de encenderse, notando como el fuego se esparce por todo su cuerpo hasta arder completamente.
–Sí, por favor… no pares –contesta implorante, y su voz es sólo un murmullo que arrastra sus palabras, sintiendo el calor del aliento de él en su cuello que le quema la piel, como sus dedos abrasadores siguen inflamando sus partes más íntimas.
–¿Así? –Le pregunta mientras besa su oreja.
–Sí, así… sigue –afirma en un susurro.
–Pídemelo –le ordena.
–Sí, así, sigue así… no pares por favor –reclama en tono implorante.
Y él sigue… sigue animado por su respiración entrecortada, que ha pasado de un suave estertor a un sonoro jadeo, hasta que nota como ella se tensa y siente las descargas de su cuerpo que se convulsiona de placer, agitando el agua que seguramente ha subido de temperatura.
Cuando salen de la bañera Alex seca amorosamente el cuerpo relajado de ella, después es Laura quien pasa la toalla por el cuerpo mojado de él, solo que ella no se limita a intentar absorber las gotas de agua prendidas del vello de su pecho, de sus genitales, de todos los rincones de su anatomía. Primero pasa el paño para volver a recorrerlo con su boca, con sus labios entreabiertos que pasea por todo el cuerpo, buscando alguna gota perdida.
Él la observa extasiado e indica con su dedo algunas gotas díscolas que se niegan a perecer, Laura posa sus labios en la zona señalada para succionarla. El hueco de la clavícula, donde unas gotas quedaron perdidas; ella, sumisa, acerca sus labios y absorbe el agua allí depositada, mirándolo después sugestivamente. El dedo de él se dirige al pecho, donde unas partículas rocían el vello que rodea la areola; ella aproxima su lengua con movimientos ondulantes hasta que está totalmente seco, y para asegurarse presiona su boca totalmente abierta, cerrándola lentamente para acabar succionando su pezón. Cuando levanta la cabeza se encuentra con su mirada pícara, cargada de significado; y el dedo de él señalando su cintura, por donde una forma de lágrima resbala lentamente amenazando con perderse en su vello púbico. Laura baja su cabeza e impide el avance, deslizando su lengua en sentido contrario a la fuerza de la gravedad que atrae el líquido, volviendo a descender con sus labios hasta el punto de partida, cerrando los ojos para apreciar el contacto tibio y el sabor de su piel. Cuando los abre de nuevo encuentra el dedo de él señalando su ombligo, y mientras introduce su lengua para liberarlo del agua allí atrapada, nota el embate de su pene sobre su barbilla que se alza reclamando su atención. Ella aparta la mano de él y le sonríe con una mirada cargada de entendimiento, él también responde mirándola con complicidad, casi disculpándose por no ser capaz de controlar esa parte autónoma de sí mismo. Laura vuelve a bajar la cabeza, y cogiendo su miembro con delicadeza empieza a recorrerlo con pequeños movimientos de succión, aun sabiendo que en ese lugar no ha quedado la más mínima gota de agua que absorber, y que en todo caso se habría evaporado con el calor que ahora desprende.
La coge por los brazos y la ayuda a incorporarse, le quita la pinza que sujeta su cabello, lo extiende por su espalda y la atrae hacia él para besarla en los labios, suave, dulcemente, pero dejando patente su excitación que aunque aún no se ha desbordado empieza a ser apremiante cuando siente su cuerpo pegado al de ella. Sus brazos enlazados detrás de su cuello, la redondez de sus pechos en su propio pecho, el vientre liso contra su vientre inflamado por el deseo, y el apéndice que se interpone entre ambos que ha cobrado vida nuevamente. La atrae por la cintura para apretarla más contra sí y que pueda percibir la compresión ondulante de su miembro abultado. Laura baja sus brazos y le rodea los glúteos con las manos, ciñéndose aún más contra él, para darle a entender que le gusta sentir la presión de esa parte de su cuerpo, que en este momento es la más vital de todas. Y siente cómo se eleva del suelo cuando él la coge en brazos para depositarla sobre la cama.
–¡Dios!, pienso en lo que eres capaz de hacerme sentir y me deshago por dentro –le dice antes de besarla cubriéndola con todo su cuerpo. Despega sus labios de los de ella y la coge por la mano que se acerca a la boca mientras la mira fijamente. Besa la parte interior de su muñeca, bajando por la palma, recorriendo los dedos con su lengua. Pasea sus labios por la punta redondeada de sus uñas perfectamente recortadas y limadas mientras la mira sugestivamente, introduce el dedo corazón en su boca y lo succiona, cuando lo retira le quita el anillo que ella lleva puesto dejándolo sobre la mesita; la mira fijamente sin necesidad de palabras y ella le responde con una mirada de entendimiento.
–¿Quieres que te haga derretir? –Le pregunta ella mientras se libera de su peso y girándose, apoyada sobre el codo, se sitúa encima de él.
–Si… quiero –contesta arrastrando las palabras sin dejar de mirarla.
–¿Y puedo hacer lo que yo quiera? –Pregunta Laura mientras acerca su cara a la de él, presionándole los brazos por encima de la almohada con sus manos mientras frota su cuerpo sinuoso contra el de él.
–Puedes –casi gime, porque hace rato que su respiración se ha acelerado y es difícil controlar el tono de voz. Y siente sus labios pegados a los de él como una ventosa, y su lengua que invade su boca, y la suave resistencia de sus manos que intentan impedir que él libere sus brazos para abrazarla, indicándole que no desea que se mueva.
Nota como ella se desprende de su boca y baja hasta su pecho, y sigue deslizándose, lamiendo con su lengua serpenteante todo lo que encuentra a su paso, sus pezones, su torso, su vientre, su ombligo; y lo ve aunque tenga los ojos cerrados, porque la imagina mientras siente la presión de su apéndice en cada uno de los rincones que ella acaricia.
Siente el roce de sus labios sobre su pene, pequeños besos, como si no quisiese precipitar su excitación, mientras sus manos acarician sus testículos y él empieza a respirar de manera alterada, intentando no desbocarse y concentrarse en sus caricias; abandonarse a ellas, sentir como el placer fluye libremente por todo su cuerpo.
Nota su lengua acariciar su periné, acercarse al ano, lubricarlo con su saliva mientras lo lame con fuerza. Succionar y aprisionar sus testículos en su boca cerrada para acariciarlos suavemente con su lengua, soltar uno para coger el otro y después buscar otro prisionero: su pene vibrante que palpita hasta que ella lo inmoviliza en la cavidad húmeda y caliente, que siente subir y bajar, mientras su lengua acaricia con suavidad el glande totalmente descapullado.
Advierte como los movimientos del dedo que estimulaban su ano se detienen para lubricarlo con su saliva e introducirlo dentro con delicadeza, lo siente entrar suavemente, deslizándose con precisión, como si supiese perfectamente donde detenerse al localizar su objetivo. Y lo encuentra, claro que lo encuentra, y ya no sabe qué parte de su cuerpo le proporciona más placer; su boca y su lengua deslizándose sobre su pene, o su dedo presionando delicada pero enérgicamente sobre su próstata. Intenta concentrarse en cada una de sus caricias, procurando aislarlas para sentirlas independientemente, perdiendo la noción del tiempo que quisiera detener, prolongando el goce que lo embriaga, que inunda todas las fibras de su ser, anulando su razón y activando todos sus órganos sensoriales.
Y cuando piensa que está llegando a la cresta de la ola de placer que remonta, permitiéndole levitar unos instantes en la cima, hasta que totalmente extasiado se deje deslizar nuevamente, sintiendo el torbellino que le arrastra desde el centro de sus entrañas, nota cómo ella retira su boca y sujeta firmemente la cabeza de su pene, siente también como el dedo que había introducido dentro de él vuelve a salir para con esta mano hacer presión en la base del mismo. Ya no siente la imperiosa necesidad de eyacular, pero nota la energía fluir, inundando todo su ser, prolongando el estado de éxtasis en que se encuentra sumergido.
Y en unos momentos vuelve a sentir su boca rodeándolo, su lengua acariciándolo, su dedo penetrándolo; sus caricias acompasadas que ahora consiguen un mayor nivel de excitación aunque esto le parecía imposible, elevándolo a cuotas de placer que creía inalcanzables. Y es consciente de que ya no hay vuelta atrás, de que se encuentra en un estado de paroxismo total que le impide pensar en nada que no sea abandonarse al placer, y se deja ir; sintiendo el líquido que se desborda, sintiéndose todo él líquido, expandiéndose y recorriendo todos los rincones de su ser que lo inundan como una ola gigante, haciéndole perder la noción de la realidad por unos instantes, como si la energía que estaba liberando se hubiese expandido hasta alcanzar el infinito, vaciando y llenando a la vez su cuerpo y su mente. Ni siquiera es consciente de cuando retira ella su boca, su lengua, su dedo; sólo siente paz, la paz de su cuerpo totalmente relajado, la tranquilidad y la certeza de que en ese momento no hay un lugar mejor donde poder estar, ni nadie con quien nunca haya deseado compartirse ni entregarse de esa manera tan completa.
–Te quiero Laura –le dice al abrir los ojos a la cara sonriente que encuentra frente a él mientras la abraza–. Dios, no sabía que se pudiese llegar a amar de esta manera.
–Yo también te quiero Alex –le contesta ella mientras busca sus labios para besarlos.
Se quedaron dormidos abrazados, sin dejar de sentir ese estado de plenitud y serenidad conseguidos durante los momentos de entrega absoluta, alargándolo incluso mientras se abandonan al sueño. Por la mañana al despertar aún conservan ese estado de armonía física y espiritual, esa agilidad mental que les mantiene despiertos y abiertos a los estímulos que les rodean. Mientras Alex se ducha, Laura prepara el desayuno en la cocina, maquinando la estrategia a seguir para lograr escaparse unos meses fuera de Barcelona, sin necesidad de abandonar su trabajo ni desatender sus obligaciones profesionales. La argumentación es clara y bien definida, no cree que tenga dificultades para defenderla ante su superior, esperará a media mañana y se desplazará a la oficina para hablar personalmente con David.
Cuando llega, la secretaria le informa que su superior se encuentra reunido en su despacho con uno de los escritores, clientes asiduos de sus servicios. Laura mantiene su sonrisa aunque se siente bastante contrariada, le pide que le pregunte por el intercomunicador si la podrá recibir un poco más tarde, para su sorpresa éste abre la puerta del despacho y la invita a pasar.
–Pasa Laura, estábamos hablando de ti –le dice mientras la saluda afectuosamente con un beso en cada mejilla.
–Gracias David. ¿Estábamos? –Pregunta, ya que el cuerpo de él le impide ver la persona que le acompaña en la mesa de reuniones.
–Estábamos –oye una voz que le resulta familiar–. Hola Laura, ¿Cómo estás? –El rostro jovial de Fidel le sonríe mientras se acerca a ella para darle un abrazo.
–Pues encantada de verte, hace tiempo que no tengo noticias tuyas ¿Qué es de tu vida?
–¡Oh!, eso… ya sabes, extremadamente complicada –y como para dar énfasis a sus palabras traza unos círculos al aire con las manos abiertas–, en realidad estaba solicitando tu ayuda para facilitármela un poco durante una semana.
–No sé de qué me hablas, pero sabes que puedes contar con mi colaboración para todo lo que necesites –responde Laura solícita, que además de ver en él a uno de los mejores clientes de la agencia, recuerda perfectamente el año y medio de intensa relación que mantuvieron y de la que guarda buenos recuerdos.
–Verás, estaba comentando con David que prefiero llevar mi propio intérprete a la presentación que tengo que hacer en Alemania, es la última edición del libro que tú ya conoces casi tanto como yo. Nadie mejor que tú, que no sólo lo has traducido sino que lo has adaptado a su mentalidad y costumbres, podrá ayudarme a responder a las preguntas que se puedan plantear en los actos promocionales y las ruedas de prensa.
–¿Y para cuando está previsto? –Pregunta Laura alertada por que ve peligrar su objetivo.
–Pues, para dentro de una semana. Lamento avisar con tan poco tiempo, pero es que he descubierto que los traductores que me habían asignado ni siquiera se han leído mi libro –contestó él realmente ofendido.
–Imperdonable –contesta ella burlona, sintiéndose aliviada por la fecha inminente, mientras piensa que él sigue siendo tan presuntuoso como siempre–. Pues por mi parte no hay ningún problema, estaré encantada de poder colaborar contigo. Si a David le parece bien os dejo ultimar los detalles.
–No es necesario Laura, en realidad sólo faltaba tu aprobación, todo lo demás está acordado –contesta el jefe de departamento.
–Pues entonces ya está todo dicho. Os dejo, tengo infinidad de cosas por hacer –se despide Fidel levantándose, estrechando la mano de David y besando a Laura en ambas mejillas.
–Un tipo peculiar –sonríe David cuando se sienta nuevamente invitando a Laura con un gesto a hacer lo mismo.
–No lo sabes tú bien –contesta Laura, devolviéndole la sonrisa–. David, necesito pedirte un favor.
–Tú dirás, sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Y se lo dijo, le dijo con sus mejores palabras que necesitaba estar fuera un par de meses, que seguiría comunicándose con la agencia vía Internet, que dejaría la traducción del libro en el que estaba trabajando totalmente acabado. Y, por supuesto, que acompañaría a Fidel en su gira promocional por Alemania. Calculó que esa misma semana concluiría la traducción que estaba realizando, y si no era así lo haría el fin de semana; Alex tenía vuelo a Brasil el viernes siguiente, y si él no estaba, a ella no le importaba trabajar los fines de semana. Le pidió disponer de un par de días para recuperarse después de volver de Alemania, imaginaba que iba a resultar agotador seguir a Fidel por todo el país germano, acompañarlo a cenas y fiestas, no tener ni un momento para pensar. Llegar cansada al hotel a altas horas y aprovechar el cambio horario para poder chatear con Alex y sentirlo un poco más cerca. Aprovecharía los últimos días de la semana siguiente para entrevistarse con el autor del nuevo libro que debía traducir y que le llevaría más de dos meses de trabajo, justo el tiempo que ella podría estar fuera.
Su superior estuvo de acuerdo en todo, sabía que Laura era especialista en optimizar su tiempo, organizando y gestionando su agenda y sus plazos de entrega para que el resultado fuese el mejor posible. Nunca se había arrepentido de permitir que Laura trabajase desde su casa, en realidad su trabajo había mejorado más si cabe, aunque él pensara que eso era algo muy difícil; sin embargo reconocía que últimamente ella estaba más radiante, más vital, más creativa, y todo ello conseguía que sus trabajos fuesen espléndidos, y que todos los clientes que la solicitaban como traductora quedasen fidelizados para siempre.
–Está bien, está bien, no es necesario que me expliques nada más, me estás desbordando y no soy yo quien debe hacer el trabajo. Sabes que confío en ti, haz lo que creas conveniente.
–Gracias David, no sabes lo feliz que me haces –le agradeció mientras lo abrazaba efusivamente–. Estamos en contacto.
–Estamos en contacto, cuídate –le respondió su superior mientras respondía a su abrazo, pensando que no era él quien la hacía feliz precisamente, y envidiando al afortunado que había logrado hacerla vibrar de esa manera, contagiando a los que estaban a su alrededor.
Laura salió del despacho pletórica y no quiso esperar para compartirlo con Alex, sacó su móvil del bolso y escribió –Lo conseguí cariño, dispongo de unos meses de libertad–, envió el mensaje y esperó unos momentos hasta que recibió la respuesta. –Eso es maravilloso, esta noche lo celebraremos–. Guardó el teléfono en su bolso con una sonrisa, desde que estaban juntos cualquier excusa era buena para una celebración, aunque esta vez realmente había una razón de peso.
Mientras se desplazaba en metro empezó a pensar en las tres semanas de intenso trabajo que le quedaban hasta que pudiese reencontrarse con Alex en Natal. Atenta a cualquier detalle que se le escapase y que descuadrase su agenda, haciendo mentalmente su maleta de invierno para su viaje de trabajo a Alemania, deshaciéndola y volviéndola a hacer con ropa de verano para su estancia en Brasil. Brasil, la playa, el sol, Alex… Alex, al que la noche anterior había sentido más cerca que nunca mientras la abrazaba antes de quedarse dormido, después incluso de dormirse, mientras sentía su cuerpo cálido acoplarse a sus curvas; Alex, con el que esta noche volvería a dormir abrazada.