Dieciséis

—PERDONE, milord, pero tengo que darle un mensaje urgente de mi señora.

Había pasado una hora desde que Diana se marchó de la casa y él ni siquiera había mirado el trabajo que se le había acumulado después de casi una semana. Había dedicado ese tiempo a redactar el comunicado de que habían roto el compromiso, pero había acabado tirándolo y se había quedado mirando la reluciente punta de sus botas cuando las puso encima de la mesa.

Miró con el ceño fruncido a la doncella que estaba vacilante y atemorizada en la puerta.

—¿Sí?

—Lady Diana me pidió que le dijera...

—¿Lady Diana? —repitió él mientras bajaba los pies y se inclinaba hacia delante—. ¿Eres la doncella de lady Diana?

La reconoció en ese momento al acordarse de aquella noche en el dormitorio de su madre en Faulkner Manor.

—Sí, milord, lo soy y...

—¿No te marchaste hace una hora de compras con ella?

—Sí, milord...

—¿Tu señora ha vuelto y quiere que me des un mensaje?

¿Su relación había llegado hasta el punto de que Diana ni siquiera quería hablar con él en persona?

—No, milord. Sí, milord —la joven parecía alterada—. Quiero decir, lady Diana quiere que le dé un mensaje, pero ella no ha vuelto.

—Entonces, ¿puede saberse por qué no estás con ella? —preguntó él mientras se levantaba.

Ella dejó de parecer alterada para parecer presa del pánico.

—Me mandó de vuelta a casa, milord.

—¿Y la has dejado sola en medio de Londres? A no ser que no esté sola...

Se acordó de repente de Malcolm Castle. Frunció el ceño al imaginarse a Diana, muy digna y estirada, mientras oía a su antiguo pretendiente que suplicaba que lo entendiera, que declaraba haberla amado en todo momento.

—Si estaba sola, milord, pero...

—Entra y cierra la puerta —le ordenó Gabriel—. Ahora, explícate.

La doncella se agarró las manos con fuerza mientras lo miraba nerviosamente.

—Fue la mujer del carruaje, milord. Lady Diana la vio y seguimos al carruaje hasta que se paró en una posada y la mujer se bajó. Lady Diana me mandó de vuelta para que le dijera que tiene que ir allí inmediatamente.

Él estaría encantado de hacer lo que le pedía Diana y acudir con ella. En cualquier momento, a cualquier sitio.

—¿Qué mujer del carruaje?

¿Habría visto a Elizabeth? ¿Habría conseguido lo que no habían conseguido Dominic y él?

—Era la señora Prescott, milord —la doncella adoptó un aire de rechazo algo remilgado—. Iba muy altiva en el carruaje, como si nada fuese con ella. Cuando todo el tiempo...

—¡La señora Prescott! —bramó Gabriel—. ¿Y las dos habéis sido tan necias de seguirla?

¡Cuando volviera con Diana, la encerraría en su dormitorio y tiraría la llave a un pozo!

—No fue muy complicado, milord —replicó la doncella orgullosa de sí misma—. Hay muchos carruajes por la calle a esta hora de la mañana y...

—¿Seguisteis a la señora Prescott a una posada de aquí, de Londres? —le interrumpió él con impaciencia.

—Sí, milord.

—¿Lady Diana sigue allí?

—Está esperando afuera, milord.

—Llévame ahora mismo, por favor.

Tenía que llegar lo antes posible. No se atrevía a dejarla sola y cerca de Jennifer Prescott, esa arpía era más peligrosa de lo que parecía.

—Si está intentando pasar desapercibida como si mirara escaparates, no lo está consiguiendo ni mucho menos.

Diana se quedó rígida al oír esa voz y tomó aliento antes de darse la vuelta para mirar a Jennifer Prescott con frialdad y desdén.

—Intentaba decidir qué podía comprar.

La otra mujer no pareció nada convencida.

—Dado que es una de las zonas menos elegantes de Londres, espero que no se haya decidido por nada.

Efectivamente, esa sombrerería era especialmente fea, pero era preferible a estar plantada en una esquina.

—Es posible que tenga razón —concedió Diana con una sonrisa tan resplandeciente como falsa—. Si me disculpa...

Diana se dio la vuelta con la intención de alejarse. Tenía el corazón acelerado porque sabía que no debería haber dejado que Jennifer se hubiese dado cuenta de que la había seguido hasta la posada donde, probablemente, se alojaba con su marido.

—No.

Una mano asombrosamente fuerte la agarró del brazo para que no se marchara. Ella arqueó las cejas con altivez.

—Suélteme inmediatamente, señora.

La otra mujer no le hizo ningún caso.

—¿Dónde está Gabriel?

—¿Cómo voy a saberlo?

Jennifer hizo una mueca de desprecio.

—Porque me he enterado de que nunca se aleja mucho de usted.

«Ojalá fuese verdad», se dijo para sus adentros mientras esperaba que su bravuconada fingida fuese convincente. May ya debería haber llegado a Westbourne House y debería haberle transmitido el mensaje a Gabriel.

—Creo que comprobará que esta vez se equivoca.

La otra mujer permaneció completamente imperturbable.

—Antes, ibas con una doncella. Indudablemente, habrá ido a buscar a Gabriel —Jennifer esbozó una sonrisa burlona cuando Diana dio un respingo por la sorpresa—. Sí, mi querida Diana, me he dado cuenta de vuestro torpe intento de seguirme. Como se pretendía que hicierais cuando, intencionadamente, mostré mi cara por la ventanilla del carruaje —añadió ella con satisfacción—. Charles y yo hemos estado observando Westbourne House a la espera de que volvierais a la ciudad. Desde luego, ha sido una suerte que salieras sola tan pronto y eso me ha facilitado las cosas para que me vieras.

¡Y ella que había creído que la había seguido disimuladamente...!

Jennifer le apretó el brazo hasta hacerle daño y su rostro se convirtió en una máscara malévola.

—Gabriel...

Diana supo que podía seguir engañándola, pero ¿de qué serviría? Levantó la barbilla desafiantemente.

—Como ha dicho, he mandado a mi doncella a Westbourne House para que le informara de dónde están su marido y usted. Estoy segura de que vendrá inmediatamente.

Si había querido desconcertar a la otra mujer, no lo había conseguido, porque Jennifer sonrió con satisfacción.

—Entonces, tengo que pedirte que nos acompañes a mi marido y a mí en la posada mientras esperamos la llegada de Gabriel.

Diana abrió los ojos al darse cuenta de lo que implicaba.

—Desgraciadamente, tengo que rechazar la invitación...

—Desgraciadamente, no va a poder rechazarla —Jennifer sonrió con desprecio y miró detrás de Diana—. Ah, Charles... Lady Diana ha decidido acompañarnos a tomar algo en la posada mientras esperamos a que llegue tu sobrino.

Si era una treta para distraer la atención de Diana, no era muy original, pero ¿era una treta?

—Me alegro mucho de conocerla, lady Diana.

La voz era indolente y encantadora y, evidentemente, pertenecía al señor Charles Prescott. Evidentemente, no era una treta.

La furia e impotencia de Gabriel, que fueron descomunales cuando se enteró de que Diana había sido tan imprudente de seguir a Jennifer Prescott, aumentó más todavía cuando llegó a la posada Peacock, donde la doncella de Diana la vio por última vez, y no vio ni rastro de ella. ¿Adónde podía haber ido? No podía ser tan necia de haberse enfrentado sola a los Prescott...

—Gabriel, por fin has llegado...

Se dio media vuelta y vio a Jennifer. Entrecerró los ojos mientras pensaba lo que significaba ese tono tan agradable y que no le hubiese sorprendido lo más mínimo verlo allí.

—¿Dónde está Diana? —preguntó él con frialdad.

Ella esbozó una sonrisa burlona.

—Charles y ella están conociéndose en la posada. Es una pena que no los hayas presentado tú, Gabriel, pero...

—No juegues conmigo, Jennifer.

La delicadeza del tono de Gabriel fue mucho más amenazante que cualquier muestra de furia, aunque la simple idea de que Diana estuviese sola con el perverso tío Charles le helaba la sangre.

—Supongo que Felicity te lo ha contado todo —dijo ella con un destello de rabia en los ojos.

—Supones bien. Ahora, llévame con Diana antes de que me deje llevar por la tentación de estrangularte.

Ella ni se inmutó por la amenaza.

—No puedo entender que nadie se creyera hace ocho años que te prefería a ti antes que a Charles.

Gabriel hizo una mueca de desprecio. Eso parecía confirmar las sospechas de Diana de que Charles era el hombre con el que siempre estuvo Jennifer.

—No entiendes casi nada, Jennifer. Ahora, ¡llévame con Diana!

—Encantada —ella lo miró con codicia—. Naturalmente, con Diana como nuestra... invitada, no dudarás en descartar cualquier acusación que hayas pensado presentar contra nosotros y en saldar las deudas de Charles.

Gabriel ni siquiera parpadeó para no delatar lo que pensaba. Todos esos años lejos de su familia y su país le habían dado la capacidad de disimular lo que sentía. Sentía algo, claro, pero era demasiado intenso y profundo como para permitir que se escapara a su férreo control. Un control que perdería si esa pareja abyecta había tocado un solo pelo de Diana.

—...como verás, a Jennifer no le costó nada asegurar que estaba esperando un hijo y que Gabriel era el padre.

Diana miró a Charles con desprecio mientras los dos estaban en una sala privada de la posada. Efectivamente, era tan atractivo y cautivador como había dicho todo el mundo. Era moreno y desenvuelto como su sobrino, era un libertino cautivador.

Sin embargo, a ella no le parecía ni atractivo ni cautivador. Lo despreciaba profundamente porque acababa de confirmar que tuvo una aventura con la joven Jennifer hacía ocho años y que le dio igual destrozar la reputación de su sobrino, pero también lo temía por la pistola que tenía en la mano y que le apuntaba al pecho.

—¿Asegurar que estaba esperando un hijo? —repitió Diana sin alterarse.

—Sí, claro. Nunca se quedó embarazada. Jennifer nunca ha querido tener hijos y sabe muy bien cómo evitarlos —Charles sonrió con indolencia—. Naturalmente, sabíamos que mi familia no sería tan poco delicada como para exigir a Jennifer que visitara a un médico para que confirmara su embarazo. Ya sabes, no se desconfía de la palabra de una mujer... Eso también facilitó las cosas para que unas semanas después de la boda pudiéramos decir que había perdido el bebé.

A ella jamás se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que Jennifer no hubiese estado embarazada. Era increíble, despreciable, tan propio de la Jennifer Prescott que había llegado a conocer que no sabía por qué le sorprendía.

Él entrecerró los ojos azules y la miró con admiración.

—Tengo que reconocer que, al parecer, a mi sobrino le va bien ahora. Heredó el condado de Westbourne y está prometido contigo. Evidentemente, no le pasó nada a largo plazo...

—¡No le pasó nada! —exclamó ella con tanta furia que estuvo a punto de levantarse para golpearlo a pesar de la pistola—. ¿Cómo puede decir eso cuando lo repudiaron y deshonraron por algo que no había hecho y que, al parecer, nunca existió?

Charles se encogió de hombros con indiferencia.

—La existencia del bebé hizo que la acusación de que Gabriel había seducido a Jennifer fuese mucho más verosímil. Fue idea de Jennifer, naturalmente, y fue una idea muy buena —él sonrió sin reparos antes de ponerse serio—. Ahora, lo único que tenemos que hacer es convencer a mi sobrino para que nos dé una fortuna considerable si quiere recuperar a su querida prometida. Luego, todos podremos seguir nuestros caminos.

—Me temo que va a llevarse una decepción, señor Prescott —replicó ella mirándolo con desprecio.

—¿Sí? ¿Por qué? —preguntó él arqueando las cejas como su sobrino.

Ella sonrió con satisfacción.

—Por el sencillo motivo de que Gabriel...

—Que nunca negociaremos con nadie como vosotros —terminó Gabriel con firmeza.

Diana sintió alivio y miedo de darse la vuelta y ver la silueta de Gabriel en la puerta. Alivio porque había ido a buscarla y miedo de que le pasara algo por haberlo hecho. Quizá ya no estuviera prometida a él y nunca fuera a saber lo que era haber conquistado su amor, pero no soportaría que le pasara algo.

—¡Gabriel, tiene una pistola! —le advirtió ella.

—Ya lo veo —contestó él sin inmutarse.

—También pienso utilizarla contra tu preciosa prometida si no accedes a nuestras exigencias —le comunicó Charles.

Gabriel había entrado en la sala a tiempo de oír parte de la conversación entre Diana y su desalmado tío.

—Por eso, yo pienso llevarme a Diana lejos de ti —él fue hasta Diana y la agarró del brazo para levantarla—. Por respeto a los deseos de mi madre, tenéis veinticuatro horas para marcharos de Inglaterra y no volver jamás —Gabriel miró alternativamente a los dos Prescott—. Si no lo hacéis, me veré obligado a no respetar los deseos de mi madre y os detendrán y acusarán de distintos delitos como robo, reclusión de mi madre contra su voluntad y, ahora, secuestro. Todas esas acusaciones son muy graves.

—Haz algo, Charles —le apremió Jennifer mientras se acercaba a él.

El hombre se levantó lentamente sin dejar de apuntar a Diana.

—No harás nada de eso, viejo amigo.

—Sí lo hará —murmuró una voz implacable desde el fondo de la habitación.

Diana se dio la vuelta y vio a lord Dominic Vaughn con una pistola que apuntaba al pecho de Charles Prescott. Casi se le doblaron las rodillas por el alivio de que Gabriel no hubiese ido solo, de que hubiese tenido la previsión de llevar a su amigo. Como le contó Gabriel una vez, le había confiado su vida a Vaughn varias veces y, al parecer, en ese momento también estaba confiándole la de ella.

—Me parece que estamos en un callejón sin salida —comentó Charles lentamente.

—¿De verdad? —preguntó Dominic mirándolo con unos ojos grises y gélidos—. El mes pasado maté de un disparo a un indeseable y no dudaría en deshacerme de otro.

—No malgastes una bala, Dominic.

Gabriel se movió tan deprisa que Diana casi ni vio cómo aprovechaba la distracción de Charles para retorcerle la muñeca y arrebatarle la pistola.

Charles, pálido como un muerto, se llevó la mano al pecho.

—¡Creó que me has roto la muñeca, maldito seas!

—¡Canalla! —exclamó Jennifer mirándolo con rabia mientras atendía a su marido.

Gabriel no pareció muy impresionado mientras sopesaba la pistola en la mano.

—No sé cuántos barcos salen hoy de Londres ni me importa, siempre que estéis a bordo de uno cuando suelte amarras.

Jennifer se puso muy recta con gesto de indignación.

—¿Y cómo vamos a vivir?

Esos ojos azules como la noche dejaron escapar un destello peligroso.

—¿Por qué iba a importarme cómo y dónde vais a vivir si estáis lejos de mi vista?

—Cuando se sepa lo que has hecho, será un escándalo y...

—¿Otro, querida tía? —le interrumpió Gabriel mirándola con desdén—. Te aseguro que me importa un rábano cualquier escándalo que intentes montar con tus mentiras.

—¿Lady Diana también está al margen de las consecuencias del escándalo? —preguntó Jennifer en un tono desafiante y triunfal.

Él apretó los dientes.

—Ella...

—...estará encantada de acudir a un tribunal para testificar contra usted y su marido por las atrocidades que han cometido contra Gabriel y su familia —aseguró Diana con firmeza mientras se ponía al lado de Gabriel para respaldarlo.

La otra mujer miró a Gabriel menos segura de sí misma.

—¡No puedes desdeñarnos tan arbitrariamente!

—Creo que comprobarás que sí puedo —replicó Gabriel mientras volvía a agarrar el brazo de Diana—. Si mañana no estáis en ese barco, os arriesgaréis a que os detengan y encarcelen al día siguiente —añadió con una frialdad que indicaba que lo decía en serio.

Diana sonrió a Dominic con gratitud mientras él se apartaba para que ella pudiera salir de la opresión de ese cuarto. Mantuvo la pistola apuntando a la pareja y Gabriel y él también salieron antes de cerrar la puerta. Diana miró a Gabriel con agradecimiento.

—Yo...

—No digas nada —le advirtió él con los dientes apretados mientras salían a la calle.

—Pero...

—No hables con él ahora, Diana —murmuró su futuro cuñado—. Gabriel tarda en descargar su ira, pero cuando lo hace, es mejor tener cuidado.

—Pero no he hecho nada malo —insistió ella sin entenderlo.

—¿Nada malo? —repitió Gabriel con incredulidad, mientras se daba la vuelta y la agarraba de los hombros—. Seguiste a esa mujer sin pensar en tu seguridad. Dejaste que te vieran y que te metieran en ese cuarto como su prisionera. Ni se te ocurra interrumpirme, Diana —le advirtió él mientras la zarandeaba un poco.

—Ha intentado avisarte —comentó Dominic con cierta lástima.

—¡Basta, Gabriel!

Ella lo empujó del pecho, pero no sirvió de nada porque siguió sufriendo la humillación de que la agarrara con fuerza.

—A lo mejor debería llevarme a Diana a Westbourne House, viejo amigo —ofreció Dominic cuando dos carruajes se pararon al lado de ellos y los dos lacayos se bajaron para abrir las puertas—. A lo mejor eso te dará tiempo para serenarte un poco...

Gabriel pareció no oírlo porque siguió mirándola con furia durante unos segundos, hasta que, repentinamente, se quedó inmóvil, se puso muy recto y la soltó.

—No hace falta. Gracias, Dom.

Ella se volvió hacia Dominic sin disimular el nerviosismo.

—A lo mejor sería preferible que fuese con usted, milord...

—Dominic volverá en su carruaje y tú vendrás a Westbourne House conmigo —Gabriel la miró con altivez mientras esperaba a que ella se montara en el carruaje—. Además, una vez allí, irás a tu dormitorio y esperarás hasta que yo lo diga.

—¡Ni lo sueñes! —exclamó ella mirándolo con rabia y sonrojada por la furia—. ¿Cómo te atreves a darme órdenes como si solo fuera...?

—Le he dado todas la oportunidades, ¿verdad, Dominic? —preguntó Gabriel a su amigo como si estuvieran charlando tranquilamente.

Dominic hizo una mueca de tristeza por lo que hubiese captado en el tono de Gabriel.

—Sí, pero es joven.

—Su juventud no es excusa para exponerse a ese peligro y exponernos a los demás.

Gabriel no esperó más. Tomó a Diana en brazos y subió al carruaje con ella. La puerta se cerró inmediatamente y quedaron encerrados en la oscuridad del habitáculo.