Trece
CUANDO consiguió reponerse lo suficiente para salir detrás de ella, Diana, con la vela, estaba doblando la esquina del final del pasillo en dirección a los aposentos de su madre. Se quedó a oscuras. Una oscuridad que no era solo física, sino también emocional.
Se había quedado tan extasiado después de haber hecho el amor con ella que todavía le costaba comprender lo que se proponía y eso era algo muy desagradable para un hombre que se preciaba de su agudeza mental y emocional.
Fuera de los aposentos de su madre, Diana había dejado la vela encendida en el perchero y estaba delante de la puerta con los brazos extendidos y una expresión desafiante mientras Jennifer empleaba todos los medios a su alcance para que depusiera su actitud. Uno de esos medios fue empezar a tirarle del pelo.
—¿Cómo se atreve? —gritó la esposa de su tío mientras tiraba con rabia de esos rizos dorados—. No tiene ninguna autoridad para impedirme entrar en los aposentos de mi cuñada...
—Es posible que Diana no la tenga, pero yo, sí.
Diana se giró para mirar agradecida a Gabriel, quien se acercaba con un aire tan vengativo como el del arcángel que tenía su mismo nombre y con la camisa desabotonada flotando detrás de él. Afortunadamente, la furia gélida que se reflejaba en sus ojos no iba dirigida hacia ella, sino hacia la joven que se había casado con su tío.
—Suelte inmediatamente a Diana. No me obligue a tener que repetírselo, señora.
El tono de su voz fue tan intimidante que Diana sintió un escalofrío. El mismo escalofrío que debió de sentir Jennifer porque la soltó inmediatamente, aunque siguió mirándolo desafiantemente con las manos en las caderas.
—Creo que deberías afear el comportamiento de tu prometida en vez de censurarme a mí.
Gabriel arqueó las cejas.
—Diana sabe muy bien lo que tiene que hacer.
El tono irónico de su voz dio a Diana el valor que necesitaba para decir lo que pensaba hacer en ese momento.
—Acabo de comunicarle a la señora Prescott que esta noche podrá dormir sin preocupaciones porque nosotros dos vamos a pasar la noche con tu madre.
Él la miró unos segundos con los ojos entrecerrados antes de dirigirse inexpresivamente a Jennifer.
—No entiendo que pueda oponerse a eso.
El hermoso rostro de Jennifer se sonrojó por el enojo.
—He cuidado a Felicity durante los últimos cuatro meses y...
—Y ha sido un...
—Y se merece dormir toda una noche seguida —Diana interrumpió con delicadeza al arrebato de furia de él—. Le aseguro que Gabriel y yo estamos encantados de pasar la noche con la señora Faulkner.
—¿Y si me niego? —pregunto Jennifer con un brillo de rabia en los ojos.
—Señora, es un asunto que no vamos a discutir —Gabriel la miró inflexiblemente—. Además, espero no volver a presenciar que trata de esa manera a Diana.
—Pero...
—Si no tiene nada interesante que decir, le agradecería que desapareciera inmediatamente —le interrumpió Gabriel sin disimular el desprecio.
Diana supo que se moriría de desazón si Gabriel la miraba alguna vez así y Jennifer Prescott pareció sentir lo mismo porque se mostró menos desafiante que de costumbre.
—Charles se enterará en cuanto llegue de lo prepotente que has sido.
Gabriel esbozó una sonrisa desdeñosa.
—Espero con impaciencia a que llegue ese momento.
Los ojos marrones de Jennifer dejaron escapar un destello de furia.
—No tienes derecho...
—Aunque solo sea eso, tengo el derecho a ser el hijo de mi madre. Usted solo es una invitada en su casa y no tiene autoridad para decidir quién la visita. Ahora, si no le importa apartarse, Diana y yo queremos entrar para estar con mi madre.
Jennifer se crispó por la ira.
—Si quiero, puedo hacer que tu vida sea tan insoportable que desearías no haber nacido.
—Señora, si se refiere a que no tenga que volver a verla jamás, estaría encantado de que lo intentara.
—Te gusté mucho en un momento dado —replicó ella con una sonrisa despectiva.
—Se equivoca, señora —le corrigió él en un tono de aburrimiento—. Creo que sería más exacto decir que conseguí tolerar su presencia cuando éramos niños.
Jennifer se quedó pálida.
—Cómo te he odiado siempre. ¡Siempre con esa actitud altiva y aristocrática!
—Al menos, estamos de acuerdo en una cosa, señora —comentó él en tono burlón—. En lo poco que nos apreciamos el uno al otro.
Si Diana hubiese necesitado alguna demostración más de que Jennifer Prescott era una mentirosa, y no la necesitaba, esa mujer acababa de dársela. Siempre había odiado a Gabriel... Eso era muy interesante.
—Es tarde y nos estamos acalorando —intervino Diana con serenidad antes de dirigirse a la otra mujer—. Por favor, no se preocupe por la señora Faulkner. Cuidé a mi padre durante los últimos años de su vida y también puedo cuidar a la madre de Gabriel.
Con la esperanza de haber dejado a Jennifer sin argumentos, Diana llamó a la puerta y pidió a May que la abriera para que pudieran entrar.
Gabriel se quedó unos segundos luchando en silencio con Jennifer, hasta que la esposa de su tío soltó un bufido, se dio media vuelta y se marchó por el pasillo.
Él siguió a su prometida a los aposentos tenuemente iluminados de su madre.
Diana, junto a la cama, hablaba en voz baja con su doncella, quien le hizo una leve reverencia antes de salir de la habitación. Él también se acercó a la cama.
Dijo la verdad cuando reconoció que había encontrado muy cambiada a su madre. Aunque quizá no hubiese sido acertado compararla con la última vez que la vio. Aquel día, cuando él se marchó de Faulkner Manor, su madre estaba pálida como una muerta y tenía los ojos rojos de tanto llorar por la inflexibilidad de su padre en lo referente a las acusaciones de Jennifer Lindsay.
Sin embargo, su madre siempre había sido una belleza, siempre le había parecido de una belleza resplandeciente y eternamente joven. En ese momento, parecía tener todos y cada uno de sus cincuenta y dos años. Su pelo moreno tenía mechones canosos, su rostro pálido y demacrado parecía una de las máscaras que se usaban en Venecia durante el carnaval.
—Gabriel, estoy segura de que los cambios que ves en tu madre son solo superficiales.
Miró a Diana, quien también lo miraba con compasión desde el otro lado de la cama. Una compasión que le costaba aceptar aunque fuera de la mujer con la que acababa de intimar tanto. Él desvió la mirada.
—Es posible que ahora, una vez que nos hemos librado de la esposa de mi tío, me des una explicación de lo que has hecho.
—Claro —ella sonrió fugazmente—, pero creo que sería mejor ir a la sala privada de tu madre para no molestarla. Dejaremos la puerta abierta para que podamos oírla si se agita.
Gabriel la miró con los ojos entrecerrados.
—Según lo que me dijiste en tu dormitorio, creía que veníamos aquí precisamente para despertarla.
Ella se sonrojó al recordar cuando estuvieron en su dormitorio y la acarició tan íntima y diestramente que todavía le cortaba la respiración... y cuando ella correspondió a esas caricias de una manera que la escandalizaba solo pensarlo... No pudo mirarlo a los ojos.
—Espero que tu madre se despierte pronto, pero creo que sería preferible que, cuando lo haga, lo primero que oiga no sea esta conversación.
—¿Por qué? —preguntó él arqueando las cejas.
—Gabriel, cuando vine a los aposentos de tu madre esta noche...
—¿Te refieres a cuando dijiste que ibas a buscar un pañuelo?
—Sí —ella se avergonzó al recordar su engaño, pero lo había hecho por un buen motivo—. El láudano que hay en la medicina de tu madre es una dosis muy elevada, mucho más de lo que se necesita solo para dormir mejor. Además, la señora Prescott ha repetido varias veces que ella es la única que se ha ocupado de tu madre durante los últimos cuatro meses. Eso, naturalmente, incluye darle la medicina.
Gabriel la miró varios segundos antes de asentir con la cabeza.
—Tienes razón, Diana, es mejor que hablemos de esto en la sala de mi madre.
Gabriel salió de la habitación sin esperar a comprobar que ella lo seguía. Ella, naturalmente, lo siguió. Si sus sospechas eran ciertas, no iba a ser una conversación especialmente agradable, aunque fuese necesaria.
Gabriel se entretuvo avivando el fuego de la chimenea para no seguir inmediatamente la conversación y poder darle vueltas a la cabeza. Pensó en todo lo que había dicho Diana hasta ese momento y en los recelos que implicaban sus observaciones. Tardó unos minutos en dominar sus emociones y en darse la vuelta para mirarla con los puños apretados detrás de la espalda.
—Muy bien, ya puedes seguir con tus explicaciones.
—Entenderás que todavía es una teoría...
—En estos momentos, una teoría es más que suficiente.
Tenía la mandíbula tan apretada que creyó que podría rompérsela. Le cena había sido infernal y el tiempo que había pasado en el dormitorio de Diana, paradisíaco. Solo Dios sabía cómo iban ser los próximos minutos.
Ella empezó a ir de un lado a otro de la sala.
—Me ha parecido que la señora Prescott se ha comportado de una forma muy rara desde que llegamos. ¿Te acuerdas de que no estaba esperándonos en el vestíbulo cuando entramos en la casa? Estaba bajando las escaleras con el rostro congestionado por las prisas, como si hubiese vuelto de hacer algo urgente.
—Me acuerdo.
—Cuando me contaste vuestra... relación pasada, pensé...
—¡No hubo ninguna relación!
—Bueno, da igual —replicó ella con cierta impaciencia por la enérgica protesta de Gabriel—. Al principio pensé que esa podría ser la explicación de que estuviera alterada, pero he podido pensarlo mejor y ahora creo que volvió corriendo a la casa para poder darle a tu madre otra dosis de la medicación.
—Es posible que tuviera que dársela...
—Entonces, la dedicación de la señora Prescott a tu madre, cuando estaba tan evidentemente desasosegada, sería admirable.
No pudo evitar el tono despectivo cuando lo dijo. Era una mujer indulgente y que siempre intentaba ver lo bueno de los demás, pero no podía encontrar nada que le gustara de la señora Prescott.
—Entonces, ¿tenemos que suponer que hubo algún motivo para que le diera la medicación en ese momento concreto? —preguntó él con los ojos entrecerrados.
—Sí, eso creo.
—Estoy seguro de que estás a punto de decirme cuál fue el motivo.
—El comportamiento de la señora Prescott no me habría extrañado nada si su conversación durante la cena no hubiese sido tan rara. Después de asegurarnos que tu madre no estaba tan enferma como para necesitar las atenciones de un médico o una enfermera, nos dijo que estaba demasiado delicada como para volver a Londres con nosotros. Las dos afirmaciones me parecieron completamente contradictorias. En vez de dejar volar la imaginación para intentar encontrar una explicación, decidí comprobar la salud de tu madre personalmente —Diana arrugó los labios—. Te acordarás de que la primera vez que la señora Prescott se puso nerviosa durante la cena fue cuando dijiste que habías encontrado tiempo para ir a visitar a tu madre.
—Sí, lo recuerdo.
—Ahora creo que tu madre no estaba despierta porque estaba drogada por el láudano de la medicina.
—¿Por qué?
—Creo que para que no pudiera hablar contigo si ibas a visitarla esa tarde.
Gabriel notó que palidecía mientras las sospechas de Diana empezaban a calar en él. Por ejemplo, su tío y su esposa ya vivían allí, hacía seis años, cuando él escribió una carta a su madre para que le permitiera visitarla después de la muerte de su padre. Una carta que se preguntaba si habría recibido. Alice Britton, en la carta que recibió hacía tres días, afirmaba que su madre deseaba mucho verlo otra vez y que lo había deseado desde hacía tiempo. También era sospechoso que Charles hubiese despedido a la enfermera y a la señorita de compañía y que hubiese dejado a su madre a merced de los Prescott.
Diana sintió una opresión en el pecho al ver lo desolado que estaba por lo que le había contado.
—Lo siento, Gabriel...
—No tienes que sentir absolutamente nada —le tranquilizó él.
Sin embargo, tampoco le gustaba haberle dicho nada de eso. Sobre todo, cuando había vuelto a ser el mismo hombre frío y hermético de la primera vez que lo conoció.
—Si la intención de la señora Prescott había sido que tu madre se quedara dormida, también sabía por experiencia que tendría que administrarle otra dosis de láudano para que siguiera inconsciente —siguió ella con delicadeza—. Dejé aquí a mi doncella, con la puerta cerrada con llave, para impedir que lo hiciera.
Gabriel tomó una bocanada de aire.
—Jennifer no podía creer que conseguiría tener dormida a mi madre durante todo el tiempo que estuviésemos aquí.
—Seguramente, se conformaba con tenerla dormida hasta que tu tío volviera de Londres y, entonces, pasarle la situación a él.
—Te aseguro que Charles no es rival para mí.
Ella se lo creía perfectamente. Como creía que él habría captado el peligro de la situación en Faulkner Manor si no hubiese estado tan implicado emocionalmente, si el enojo por volver a ver a Jennifer Prescott no le hubiese nublado la capacidad de deducción. Sonrió con tristeza.
—No creo que ya importe.
—¿Por qué? —preguntó él mirándola fijamente.
Ella se encogió de hombros.
—Si mis sospechas son ciertas y tu madre se despierta, la señora Prescott tiene que saber que nos enteraremos de toda la vida de tu madre durante los últimos seis años.
Él no pudo disimular la angustia.
—¿Crees de verdad que han podido mentir y engañar a mi madre durante todo ese tiempo? ¿Crees que la han tenido prácticamente prisionera en su casa durante los últimos cuatro meses?
—Sí, creo que es una posibilidad —contestó Diana con cierta cautela.
—¿Con qué propósito? ¿Qué pasó hace cuatro meses para que se diera ese cambio repentino?
—Eso solo pueden contestarlo tu tío y su esposa.
—¿No tienes alguna... teoría sobre eso?
A ella no le pasó desapercibido el tono punzante.
—Sí, la tengo.
—Me lo imaginaba.
—Evidentemente, Charles y Jennifer se han acostumbrado a vivir aquí, como invitados de tu madre, desde hace seis años. Ha sido una vida cómoda y privilegiada que habrán disfrutado mucho. También me has comentado que a tu tío le gusta jugar y que perdió su casa por eso.
—Sí, es verdad.
—Entonces, es posible que esa sea la respuesta. Si tuviese más deudas todavía que en el pasado, tendrían que controlar más el patrimonio. Aunque la verdad es que no sé con certeza por qué cambiaron las cosas hace cuatro meses, Gabriel —ella extendió las manos como si quisiera disculparse—. Solo puedo decir lo que sospecho. Si me equivoco, pediré perdón a todos los implicados.
—No te equivocas.
Él lo dijo con rotundidad y con una desolación absoluta reflejada en el rostro.
—No podemos estar seguros...
—¡Yo, sí! —exclamó él con una expresión despiadada—. Además, nada de esto habría ocurrido si me hubiese empeñado en visitar a mi madre después de la muerte de mi padre.
—No sirve de nada que te lo recrimines, Gabriel.
—Me sirve para liberar algo de mi desesperación por esta situación —él empezó a ir de un lado a otro—. Si todo esto es verdad, y tengo motivos para creer que lo es, estrangularé a los Prescott con mis propias manos.
—Tu madre no se recuperará mejor si su único hijo acaba en prisión por haber asesinado a sus tíos —murmuró ella.
—Compensaría —replicó él con un brillo vengativo en los ojos.
Ella se acercó a él para ponerle una mano en el brazo.
—Sabes que no —ella le sonrió—. Quieres mucho a tu madre, ¿verdad?
—Siempre la he querido
Él levantó la barbilla como si desafiara a quien se atreviera a dudarlo después del dolor que sufrió su familia por culpa de él hacía ocho años. Ella, sin embargo, creía que no era el culpable de ese dolor.
—Creo que cuando vuelvas a hablar con la señora Prescott...
—No pienso hacer algo tan insustancial como hablar con ella...
—Cuando vuelvas a hablar con ella —repitió Diana con firmeza—, podrías preguntarle quién fue el verdadero padre de su hijo.
Gabriel se quedó inmóvil, la miró y su expresión cambió del desconcierto al asombro en cuestión de segundos.
—No estarás insinuando... ¿Crees que fue Charles?
Ella arqueó las cejas.
—Es una posibilidad, ¿no? Sé que no es tan raro que un matrimonio concertado como el de los Prescott salga relativamente bien, que se respeten al menos —como esperaba que les pasara a Gabriel y a ella—. Sin embargo, creo que tu tía habla de su marido con algo más que respeto. Creo que está profundamente enamorada de él. Además, dijo muy convincentemente que su matrimonio era muy feliz.
—Tengo motivos para creerlo —afirmó él pensativamente.
Ella inclinó ligeramente la cabeza.
—Mi tía Humphries, quien llegó a conocer a tu madre y a tu tío Charles durante una temporada en Londres hace treinta años, me contó que entonces era un libertino cautivador. Naturalmente, no con una fama tan mala como su sobrino —bromeó ella—, pero un libertino en cualquier caso.
La expresión de Gabriel se suavizó un poco, pero solo un poco.
—Creo que ya va siendo hora de que tu tía y yo nos conozcamos.
Ella se rio ligeramente.
—¡Dudo mucho que eso vaya a tranquilizarla lo más mínimo!
—Seguramente, no —reconoció él con ironía antes de ponerse serio otra vez—. ¿Crees de verdad que es posible que Charles y Jennifer tuvieran una relación íntima hace ocho años y que ella se quedara embarazada de él? Peor aún, ¿crees que los dos planearon mi deshonra al saber que rechazaría hacerme cargo de un hijo que no era mío y que, en consecuencia, mi padre me desheredaría mientras pagaría generosamente a Charles para que se casara con Jennifer?
Diana se entristeció.
—No puedo contestar categóricamente, pero sí creo que merece la pena investigarlo.
—Los estrangularé de verdad si resulta que todo eso es verdad y...
—¿Gabriel...? ¿Eres Gabriel, mi hijo querido?
Se quedó petrificado al oír la voz baja y vacilante que llegó de la habitación contigua. Abrió los ojos como platos por la incredulidad y se quedó pálido.
—Ve con ella, Gabriel.
—Acompáñame —le pidió él.
Ella negó con la cabeza.
—Te esperaré en el dormitorio hasta que tu madre y tú hayáis terminado de hablar —Diana sonrió—. Da igual la hora.
Sabía que no podría acostarse, y mucho menos dormir, hasta que hubiese sabido si su madre y él habían conseguido resolver ese distanciamiento tan largo y, seguramente, innecesario. Aunque, a juzgar por el cariño que había captado en la voz de Felicity Faulkner, eso sería lo que pasaría.