Capítulo 6

 

 

AL ENTRAR en el restaurante Casa Simon, Logan se sentía como un asesino que regresara a la escena del crimen.

Pero no había podido resistir la tentación de presenciar el posible reencuentro entre Darcy y su padre.

—Buenas noches, señor McKenzie —le dijo el maitre—. Nos alegra verlo otra vez.

Era la segunda vez en una semana que iba a comer allí. Se estaba convirtiendo en un cliente habitual.

—Gracias. Mi secretaria ha llamado para reservar una mesa para uno —además, últimamente siempre cenaba solo.

—Sí. Le hemos reservado la misma mesa del otro día, ¿le parece bien?

—Perfecta —dijo Logan—. Y esta vez trataré de estar aquí durante toda la cena.

—Nos explicó su primo que había tenido una llamada inesperada.

«Gracias, Fergus», pensó Logan.

— ¿Está Darcy, quiero decir, la señorita Simon aquí esta noche? —le preguntó al maitre una vez que se hubo sentado y tuvo un menú en las manos.

Durante unos segundos el hombre se tensó, pero pronto recobró la compostura, aunque no la sonrisa.

—Sí, la señorita Simon está aquí, señor McKenzie. ¿Quiere que la avise?

— ¡No! No... —repitió Simon—. Solo me preguntaba si estaba aquí esta noche. Gracias.

¡Darcy estaba allí!

— ¿Desea algo de beber, señor? —le ofreció el maitre.

—Whisky, por favor.

— ¿Con agua y hielo?

¿Por qué aquel tipo no se largaba de una vez y lo dejaba solo?

Una vez sentado allí, en la mesa, se había dado cuenta del error de táctica que había cometido.

Podría haber telefoneado para sabe si Darcy estaba en el restaurante. No tenía por qué haberse ido a cenar solo.

Iba a ser muy duro pasar toda la noche sabiendo que Darcy estaba a solo unos metros de distancia y que no se iba a dignar ni a salir a saludarlo.

No estaba acostumbrado a que las cosas fueran así. Normalmente era él quien despreciaba a las mujeres con las que había tenido una relación. Solo que, además, no había tenido relación alguna con Darcy, no una relación sentimental. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

—Solo —respondió Logan y ordenó la cena.

Cuando le trajeron la comida, no pudo disfrutarla como era debido. No dejaba de pensar que Darcy estaba trabajando en la cocina y cada vez que se abría la puerta trataba de verla.

¡Aquello era ridículo!

¿Por qué se sentía tan incómodo? No había hecho sino decirle a Darcy la verdad. Además, si estaba de vuelta en el restaurante eso significaba que se había reconciliado con su padre. Debería estarle agradecida.

Pero Logan sabía que no lo estaba. Pensaba de él que era un bruto y un egoísta.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Había estado tan sumido en sus propios pensamientos que no se había dado cuenta de que Darcy había salido de la cocina, y que había ido mesa a mesa, saludando amablemente a los comensales.

¡Hasta que lo había visto a él y se había dirigido como una flecha hasta su mesa!

Logan dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato.

—No era lo que tenía en mente cuando te he invitado a cenar, pero puesto que no hay otro modo de verte, tendré que conformarme.

Ella se ruborizó, no se sabía si de vergüenza o de rabia.

—Espero que no vayas a montar otro numerito en el restaurante de tu padre —dijo él con sorna—. Dos veces en una semana sería excesivo. La gente va a empezar a venir aquí por el espectáculo y no por la comida.

Ella respiró profundamente haciendo obvio que tenía ciertas dificultades para mantener la calma.

—No voy a montar ninguna escena —respondió ella finalmente—. Solo te he preguntado qué haces aquí.

—Supongo que lo mismo que todo el mundo —dijo mirando a los demás comensales—. Cenar.

Ella se puso en jarras.

—Pero, ¿por qué aquí? —le preguntó ella—. ¿No será que has venido a fisgonear?

—Sonríe, Darcy. La gente está empezando a mirarte.

—Que miren. Contrariamente a lo que mi padre y tú creéis, no soy una azafata que sonríe siempre a gusto de los demás.

—Bueno, yo habría dicho que eres...

—Logan —lo interrumpió ella con un tono de advertencia.

—No está mal, esperaba que te dirigieras a mí por algo mucho peor que mi nombre —dijo él y ella se limitó a mirarlo con el ceño fruncido. Aquello era prometedor. Después del modo en que lo había tratado por teléfono, a Logan le parecía que la situación era mucho más favorable de lo que habría esperado—. ¿Tienes unos minutos para sentarte aquí conmigo a tomar una copa de vino?

— ¡Sentarme contigo! —dijo ella a punto de explotar—. Si agarrara una copa de vino, seguramente te la echaría por la cabeza, no creo que me apeteciera beber en tu compañía.

Aquella volvía a ser la Darcy que él conocía, y... ¿Y qué? Logan no tenía ni idea. Pero sí sabía que desde que ella había aparecido, la noche se había animado milagrosamente. Darcy tenía una cosa especial: nunca se aburría con ella.

En todas sus relaciones con mujeres, íntimas o no, siempre acababa aburriéndose de ellas después de unas pocas citas...

—Sería desperdiciar un buen rioja —levantó la copa y dio un sorbo—. Es un vino excelente. ¿Seguro que no quieres tomarte una copa conmigo?

—Más que segura. Tengo que volver a la cocina. Gracias a ti y a tu madre, tengo más trabajo del que puedo hacer.

—Bueno, veo que el restaurante está lleno esta noche —murmuró él, mirando de un lado a otro—. Pero no veo qué es lo que ni mi madre ni yo tenemos que ver en esto.

— ¿De verdad? —había un claro tono sarcástico en su voz. Darcy agarró una silla y se sentó frente a él. Se inclinó con la mirada fija en sus ojos—. Sin duda tú advertiste a tu madre de que estaba cometiendo un error casándose con mi padre.

—Yo...

—Déjame terminar, por favor —dijo ella con un gesto que indicaba que estaba a punto de estallar de rabia—. Tu madre ha decidido abandonar a mi padre y este ha decidido que necesita alejarse de todo una temporada: de mí, del restaurante, así que...

— ¿Quieres decir que tu padre no está en la cocina?

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

—Entonces, ¿quién...? —la miró intrigado—. ¿Eres tú la que ha cocinado todas estas cenas?

Ella pareció desconcertada por su tono.

— ¿Es que algo te ha parecido mal?

— ¡No, no, claro que no! —le aseguró él.

La verdad era que la comida le había parecido más que deliciosa. Solo que no se había imaginado que Darcy pudiera cocinar así de bien. Siempre había creído que, cuando se decía ayudante de su padre, se refería a pelar las verduras y cosas así, pero no a aquello...

El hecho de que Daniel Simon no estuviera en la cocina también justifica-ba el extraño comportamiento del maitre al preguntarle por Darcy. Aunque todo el personal del restaurante hacía lo imposible porque pareciera que todo funcionaba con normalidad, en realidad no era así.

—Ya te dije que me había formado como chef —dijo Darcy.

Sí, era cierto.

—Pero eres muy buena —dijo él—. No podría ni haberme imaginado que no fuera tu padre el que estuviera en la cocina hoy.

—Quizás sea porque él fue uno de mis maestros —le explicó ella.

—Un gran maestro. ¿Dónde está ahora?

Darcy se apoyó en el respaldo. Los labios empezaron a temblarle mientras hablaba.

—No tengo ni idea —contestó—. No ha querido decírmelo.

Logan la miró fijamente. En dos ocasiones abrió la boca para hablar y en dos ocasiones la volvió a cerrar.

Otro poder que tenía Darcy sobre él: la capacidad de dejarlo sin habla.

 

+ + +

 

¿Por qué Logan no decía nada, cualquier cosa?

La sorpresa de verlo en el restaurante se había visto una vez más superada por la necesidad de decirle exactamente lo que pensaba de él. Lo había hecho, pero no había recibido ningún improperio en respuesta.

Había sido un día espantoso: primero, la conversación telefónica que había mantenido con él, luego la visita a su padre en la que le había dicho que quería alejarse de todo y que tenía que ocuparse del restaurante. Aunque había tratado de persuadir a su padre de que huir no iba a solucionar las cosas, él se había negado a escuchar. Había sido imposible convencerlo para que se quedara.

De modo que había aceptado la responsabilidad de llevar el restaurante, pero no estaba en absoluto contenta con aquella situación, ni con el papel que Logan McKenzie estaba jugando.

— ¿Por qué no dices algo? —le preguntó ella.

—Porque no sé qué decir.

— ¡Vaya, será la primera vez! —protestó Darcy.

—Insultándome no vas a arreglar nada.

—No, pero me hace sentir mucho mejor —reconoció ella.

—A pesar de todo, eso no va a traer a tu padre de vuelta de donde quiera que se haya ido a curarse las heridas.

— ¡Heridas que tu madre le ha hecho! —lo acusó Darcy, con las mejillas enrojecidas—. Ella ha sido la primera mujer a la que mi padre ha mirado desde que mi madre murió.

Logan la miró fijamente.

— ¿No crees que deberías haber pensado en eso antes de lanzarle tu ultimátum?

—Yo no...

—Dejaste tu trabajo y su casa porque se iba a casar con ella. ¿No es un modo de decirle que eligiera entre ella y tú?

Se quedó repentinamente pálida.

—Yo, yo... —el labio inferior comenzó a temblarle—. Si me disculpas...

Se levantó y se encaminó directamente a la cocina.

En cuanto atravesó la puerta se sintió aliviada. Pero, a pesar de todo, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

El personal de la cocina la miraba desconcertado, pero ella les indicó con la mano que no era nada.

De pronto, sintió unos brazos masculinos que la rodeaban y un torso musculoso sobre el que apoyó la cara. Era Logan. La había seguido.

—Esto está empezando a convertirse en un hábito —dijo él y, segundos después, sacó un pañuelo del bolsillo.

Darcy lo aceptó y lo usó para enjugar sus lágrimas.

Había intentado durante toda la noche no pensar en su padre y el motivo de su partida. Pero al hablar con Logan había tenido que recapacitar una vez más sobre lo sucedido, y sobre cómo se había alejado no solo de la situación, sino también de ella.

Había optado por transformar su tristeza en rabia contra Logan...

De acuerdo, puede que él tampoco estuviera a favor de aquel matrimonio, pero dudaba mucho de que tuviera poder suficiente como para hacer que su madre cambiara de opinión.

Margaret Fraser había tomado aquella decisión ella solita. Y, por mucho que odiara admitirlo, la oposición que ella había puesto a aquel matrimonio podría tener parte de la culpa.

—Darcy... —dijo una de las camareras al verla en brazos de Logan. No se había dado cuenta de que el resto del personal sencillamente trataba de evitar mirarlos—. Siento interrumpir, pero a la pareja de la mesa número diez le ha gustado tanto tu crema de espinacas que quieren repetir.

Logan miró a la pobre chica con un gesto agrio.

—Diles a los de la mesa diez...

—No, está bien —dijo Darcy, apartándose de él y mirándolo con una sonrisa—. Dame un par de minutos, ¿de acuerdo? —le dijo a la chica antes de volverse a Logan—. Tengo que seguir con mi trabajo. Yo...

—Terminaré de comer y luego te esperaré para acompañarte a casa —afirmó él con determinación.

Darcy tuvo que admitir que no quería tener que irse sola a una casa vacía. Pero la idea de que Logan fuera el que la acompañara no se le hacía muy apetitosa tampoco.

—Mi propuesta no es negociable —le dijo él al ver su expresión—. Todavía tenemos cosas de las que hablar.

No había pensado en negociar. Su intención había sido decir claramente que no. Pero una mirada a su gesto decidido fue suficiente para saber que no tenía sentido que se pusiera a discutir. Y no podía malgastar su tiempo.

Ella asintió.

—Saldré de aquí a eso de las doce y media.

—Muy bien —dijo él antes de regresar al restaurante.

Darcy respiró y se volvió hacia sus ayudantes de cocina.

—El espectáculo ha terminado —dijo—. Tenemos un montón de clientes hambrientos.

La verdad era que su cabeza no estaba precisamente centrada en su trabajo, y la reaparición de Logan a eso de las once, una vez finalizada su comida, no ayudó.

La mayor parte del personal ya se había ido a casa, y ella estaba preparando los últimos postres y recogiendo.

Logan se sentó en un taburete a esperar sin mediar palabra, pero Darcy no podía obviar su insistente presencia.

—No voy a tardar mucho más —le dijo ella a eso de las doce, cuando los últimos clientes se marcharon y apenas si quedaba nadie ya.

—Tranquila —dijo él—. Yo no me voy a ninguna parte.

Sin duda estaba dispuesto a esperarla y a acompañarla a su casa, para hablar, según decía. Pero, ¿qué quedaba por decir? Ella estaba empezando a aceptar que no estaban en bandos opuestos, pero tampoco estaban en el mismo.

Además, mal que le pesara, todavía recordaba el modo en que la había besado hacía tres días y eran demasiadas cosas por asimilar y conciliar...