Capítulo 9
LOGAN no tenía ni idea de qué estaba haciendo allí de pie en la puerta de Casa Simon a las once y media de la mañana.
El día anterior, cuando había dejado a Darcy y a su madre en el hotel, se había sentido absolutamente furioso y se había hecho el firme propósito de que no volvería hablar con ninguna de las dos en el futuro. Pero según iban pasando las horas sin que hubiera oído noticias de ninguna de las dos, la furia iba transformándose en curiosidad.
Se preguntaba si las dos mujeres habrían acabado odiándose o si habrían llegado a algún tipo de acuerdo.
Sin embargo, la curiosidad no era tal como para concertar un encuentro con su madre. Por eso había preferido ir al restaurante a la hora en que Darcy estaría en la cocina haciendo los preparativos para servir las comidas.
Desde fuera podía intuir que alguien se movía dentro, pero no tenía la certeza de quién era.
Finalmente, se decidió a llamar. Golpeó la puerta y esperó, pero no obtuvo respuesta. Llamó por segunda vez y entonces sí notó que alguien se aproximaba y giraba la llave.
—Lo siento, pero no está abierto... —la educada sonrisa de Daniel Simon se desvaneció al reconocer a Logan—. ¿Tú?
Logan hizo una mueca, igualmente desconcertado. Había esperado ver a Darcy, no a su padre.
— ¡Ha vuelto!
—Sí, así es —dijo él.
—Menos mal, porque Darcy estaba totalmente deshecha por su ausencia —dijo Logan.
—Creo que eso es asunto de mi hija y mío exclusivamente.
—No estoy de acuerdo. Usted...
—Logan, ¿qué quieres exactamente?
Logan se calló. Lo último que había esperado había sido tener que enfrentarse con Daniel Simon. Pero ya que estaba allí, no iba a dejar de hacer lo que se había propuesto.
—He venido a ver a Darcy —dijo.
Daniel Simon asintió y abrió la puerta para que Logan pudiera entrar en el restaurante.
—Está en la cocina —le dijo—. Pero, Logan... por favor, no hagas ni digas nada que la pueda alterar o entristecer.
Su tono algo amenazador colmó la paciencia de Logan.
— ¡Yo! —explotó él—. ¡Esto sí que es bueno! No creo que fuera yo el que hace solo unos días lanzara la bomba de su futuro matrimonio sobre ella. Tampoco he sido yo el que...
—Logan, una vez más te repito que ese es un asunto entre ella y yo. Pero, puesto que yo creo que esto tiene también mucho que ver con tu madre...
—No estábamos hablando de ella.
—Pues yo creo que sí —afirmó Daniel que no estaba dispuesto a dejarse contrariar—. Creo que ya es hora de que le permitas vivir. ¿O piensas seguir durante el resto de tu vida haciéndole pagar el error de su segundo matrimonio?
Logan hizo una mueca de disgusto.
¿Cómo se había atrevido su madre a hablarle de los sentimientos de Logan a un extraño?
—Pues yo creo que todo eso es asunto mío y de mi madre.
Sin decir más, se encaminó hacia la cocina.
Darcy estaba de espaldas a la puerta cuando él entró, pero debió de oír el vaivén de la puerta y supo que había entrado alguien.
— ¿Puedes traerme unos huevos del frigorífico? —dijo sin darse la vuelta.
Había un enorme refrigerador en la pared más cercana a la puerta. Logan se dirigió hacia él y sacó una caja de huevos. Se acercó a Darcy y la dejó junto a ella.
—Gracias, yo... —se detuvo de golpe al ver que era Logan quien estaba a su lado—. Lo siento, pensé que eras mi padre.
Se ruborizó por completo.
La expresión de Logan se endureció al oír mencionar a Daniel Simon.
—Pues no —respondió él—. ¿Cuándo ha regresado?
—Anoche —contestó ella en un tono extraño—. ¿Te importa si sigo preparando esto? Lo necesitamos para la comida y...
—Darcy, estás temblando.
—Yo... estoy nerviosa porque tenemos mucho trabajo.
—Pero pareces más contenta.
—Lo estoy —respondió ella—. ¿Has visto a mi padre?
—Ha sido él quien me ha abierto la puerta. ¿Ha regresado definitivamente o solo hasta que consigas más ayuda?
Darcy agarró una sartén, la puso al fuego y lo miró.
— ¿Por qué no me preguntas lo que realmente quieres preguntar?
Logan la miró fijamente.
— ¿Qué se supone que significa eso?
—Que quieres saber si tu madre y yo pudimos solventar nuestras diferencias, pero no te atreves a preguntarlo.
— ¿Y bien? —se apoyó sobre uno de los muebles y se cruzó de brazos—. ¿Cuál es la respuesta?
Darcy lo miró de reojo.
—De momento solo te diré que no ha habido lesiones —dijo ella.
Logan pensó que el único que había salido herido había sido su orgullo por el modo en que lo habían apartado de la conversación el día anterior.
Asintió y continuó preguntando.
— ¿Y tu padre? ¿Dónde se había metido?
—No se lo pregunté —respondió Darcy rápidamente, mientras agitaba el contenido de la sartén.
— ¡No se lo preguntaste! ¿Por qué no?
En circunstancias similares, habría sido lo primero que él habría querido saber.
Ella se encogió de hombros.
—Porque no es asunto mío —contenta con la consistencia de lo que acababa de hacer, vació el contenido en un plato.
Logan no estaba de acuerdo con aquella apreciación, pero la determina-ción de Darcy le dijo que era absurdo discutir.
Él inspiró profundamente.
—De acuerdo —dijo—. Vamos a tratar esto desde otro ángulo. ¿Qué...?
Un timbre lo interrumpió.
—Espera un momento —Darcy abrió la puerta del horno y sacó una doce-na de bases de hojaldre—. Perfectas —dijo satisfecha.
Logan frunció el ceño.
— ¿Los postres también se hacen aquí?
—Por supuesto —dijo Darcy ligeramente indignada—. Cualquier chef que se precie hace sus propios postres.
A pesar de que Darcy hubiera elegido desarrollar su carrera profesional en otro campo, Logan se había dado cuenta de que era una extraordinaria cocinera. Eso, acompañado de su gran lealtad y cálida personalidad, garantizaba que, en el futuro, sería una maravillosa esposa.
Logan se sorprendió de aquel inesperado pensamiento. ¿Qué le importaba a él qué tipo de esposa fuera a ser?
— ¿Te importa que use la batidora para montar estas claras? —puso en marcha el aparato sin esperar a su respuesta.
A Logan no lo molestó particularmente, pues bastante desconcierto tenía
ya con la directriz que había tomado su pensamiento.
Había ido hasta allí para comprobar que Darcy estaba bien. Por lo que es
taba pudiendo comprobar, estaba perfectamente, así que no tenía más
motivos para quedarse.
No obstante cuando Darcy paró la batidora el silencio fue gratificante
—Ya está —dijo ella—. Ahora, ¿quieres un café? Puedo terminar el meren-gue dentro de un momento.
Darcy sonrió y Logan se tensó.
— ¡Lo siento! —dijo ella—. Se supone que no debo sonreír.
Logan se sintió como un estúpido por haber reaccionado tan evidentemen-te.
—No quiero café, gracias. Solo venía a comprobar que la reunión de ayer no había tenido consecuencias negativas. Todo parece estar perfectamente en orden.
De hecho, todo gozaba de tanta normalidad que él no hacía sino estorbar. Al menos, eso era lo que sentía.
Darcy lo miró algo desconcertada.
Sin la ayuda de Logan y el encuentro con Margaret Fraser la situación entre su padre y ella habría seguido siendo intolerable.
Lo mínimo que le debía era una explicación de lo que había sucedido el día anterior en el hotel. De hecho, seguramente lo mejor sería que se lo conta-ra todo ella, sin esperar a que tuvieran que hacerlo ni Margaret ni su padre.
—Por favor, quédate a tomar un café —le suplicó ella—. Ya está hecho. No tengo más que servírtelo.
A ojos de Darcy se hizo obvio que Logan estaba manteniendo una auténti-ca batalla interior. No le cabía duda que una parte de él estaba enfada con ella y con su madre. Su reacción en el hotel lo había hecho más que evidente. Pero la otra parte lo había instado a aparecer por allí, lo que indicaba que quería saber lo que estaba sucediendo. Le constaba que Logan era un hombre que no se sentía cómodo si no estaba en control de la situación y aquello se le había escapado incluso más de lo que podía imaginarse.
—De acuerdo, me tomaré un café —aceptó él—. Pero no puedo quedarme mucho tiempo. Tengo una comida a la una.
Lo que en otras palabras quería decir: date prisa que ya he perdido demasiado tiempo contigo.
Darcy no pudo evitar preguntarse con quién sería aquella comida, si sería con una mujer.
Después de todo, aunque Logan la hubiera besado, nunca habían pasado toda una noche juntos, y lo más probable sería que hubiera una mujer en su vida...
Aquel pensamiento le resultó tan desagradable que las tazas empezaron a temblarle en las manos de tal modo que no se atrevía a llevarlas a la mesa por temor a derramar el líquido.
De pronto se dio cuenta. ¡Estaba enamorada de Logan McKenzie!
¡Dios santo, él jamás debía enterarse de aquello!
—Pensé que no ibas a tardar —protestó él al ver que se demoraba.
Darcy inspiró profundamente y trató de recobrar el control sobre sus sen-tímientos. Pero no podía soportar la idea de que él llegara a darse cuenta jamás. Sabiendo lo que pensaba sobre el amor, lo más probable era que huyera despavorido si se enteraba de sus sentimientos.
— ¿Una galleta? —le preguntó, incapaz de mirarlo.
Finalmente, se encaminó hacia la mesa y se sentó bruscamente en una silla.
—No, gracias —dijo él secamente—. Bueno, ¿y qué te pareció mi madre?
Ella alzó el rostro.
—Me parece encantadora y muy hermosa...
—Vamos a dejar a un lado la opinión general. Quiero tu opinión sincera.
Darcy dudó.
—Es que no te va a gustar.
Él hizo una mueca.
— ¡Te ha engañado con su papel de pobre mujer incomprendida!
Darcy contuvo su rabia. No quería terminar discutiendo con él.
—No, no me ha engañado —respondió Darcy. A pesar de su buen entendimiento, sabía que no había nadie perfecto y que Margaret tendría sus defectos, como todo el mundo. ¿Es que acaso Logan esperaba que su madre fuera infalible?
Él agitó la cabeza de un lado a otro.
—No puedo creerme que te
hayas dejado engañar.
—Logan, lo que yo crea o deje de creer, lo que yo piense o deje de
pensar, es irrelevante. Lo que he comprendido es que mi opinión no
cuenta en todo esto —aquella era la conclusión a la que había
llegado después de la dolorosa experiencia de los últimos
días.
—No me digas que tu padre sigue pensando que es maravillosa a pesar de haber roto el compromiso.
—Mi padre no es el estúpido que tú crees que es —dijo ella.
Darcy y su padre habían hablado largo y tendido después de que Margaret la hubiera llevado hasta su apartamento. Darcy había visto claramente que su padre sabía perfectamente lo que estaba haciendo y que amaba a la otra mujer a pesar de sus defectos. La actriz lo correspondía claramente.
—Creo que debes saber que están comprometidos de nuevo —le informó ella—. De hecho, se van a casar.
— ¡No puedes hablar en serio!
—Sí —afirmó Darcy.
—Pues que no esperen mi enhorabuena.
Darcy bajó la mirada.
—Eso sería pedir demasiado.
—Pero seguro que tú sí se la has dado —dijo él—. Y no hace falta que me digas que vas a ser la dama de honor.
Darcy respiró profundamente.
—Logan, ¿nadie te ha dicho nunca que la amargura no es más que una forma de autodestrucción?
—No necesito que me psicoanalices.
—Parece ser que no necesitas nada de nadie, pero luego te implicas en todo y con todos, a veces incluso demasiado —dijo ella cada vez más furiosa—. Pues resulta que tú no eres el único ni el más importante jugador en este juego, ni yo tampoco —algo que le había resultado muy doloroso al descubrirlo—. Así que, ni tu opinión ni la mía son particular-mente importantes en el asunto entre tu madre y mi padre.
—En otras palabras, nuestros padres se van a casar con o sin nuestra aprobación —dijo Logan.
Darcy asintió.
—Pero preferirían tenerla —continuó ella y lo miró expectante.
El permaneció impasible.
—Quizás tú ya estés preparada para jugar a la familia feliz, pero yo no lo estoy.
Ella lo miró fijamente.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Que se casarán sin mi aprobación. De hecho, no tengo intención alguna de asistir a esa boda.
—Logan, creo que no estás siendo razonable...
Logan dejó la taza sobre la mesa con un brusco golpe.
— ¡No veo por qué! ¡Tampoco estuve presente en la primera boda de mi madre!
— ¡Si ni siquiera habías nacido!
—Correcto —confirmó él con frialdad—. Pero estaba muy vivo en la según-da. Ella y Malcom se escaparon para casarse y nos lo dijeron a todos después. Tampoco asistí a esa. Así que no veo razón alguna para cambiar un hábito de por vida.
Darcy se levantó, con el rostro congestionado por la rabia.
— ¡Ya no tienes doce años, Logan!
El permaneció impertérrito en su silla.
—Es igual. Mi respuesta seguirá siendo la misma.
Darcy resopló frustrada.
—Logan, Margaret y mi padre me han pedido que sea uno de los testigos de su boda.
— ¡Qué bonito!
—Y les gustaría que tú fueras el otro —dijo ella.
— ¡Ni en sueños! —Logan se recostó en el respaldo con una medio sonrisa en los labios—. Así que puedes decirles que su estrategia de hacer que fueras tú la que me lo pidiera no ha funcionado.
No se trataba de ninguna estrategia. La decisión de planteárselo ella había sido exclusivamente suya.
—Eres un auténtico cabeza hueca, Logan McKenzie —le dijo realmente indignada.
—Y tú la jovencita más infantil y confiada que jamás he conocido, Darcy Simon —respondió él con total frialdad.
Sin pensar, ella agarró el recipiente en el que había hecho el merengue y se lo derramó sobre la cabeza. Hubo unos segundos de tensión y desconcierto. Luego, lentamente, él se lo quitó, mientras sentía cómo el líquido pastoso se deslizaba por su pelo y por su cara.
La miró aturdido, mientras Darcy se apartaba horrorizada por lo que acababa de hacer.
Le había hecho alguna que otra jugarreta en el tiempo que se conocían, pero tenía la certeza de que no le iba a perdonar aquella jamás.